viernes, 17 de febrero de 2017

La celta que llegó de lejos - Capítulo 19 - Arthur Moore MacDonald

Amaneció un dia precioso,  sol y nada de lluvia.  En el rostro de Marian, se reflejaba la noche de insomnio pasada y la desgana, por el cansancio, de no moverse de la cama. Fuera del dormitorio no se escuchaba ningún ruido y, poco a poco, el sueño volvió a rendirla quedándose nuevamente dormida.  Entre sueños vio abrirse la puerta sigilosamente y pensó que sería James que vendría a ver cómo es que aún no se había levantado, pero al verla tranquila, la volvió a cerrar.

Sus párpados pesaban, pesaban, pesaban...  hasta que nuevamente se sumergió en un sueño agradable, de colores luminosos y fuerte olor a flores dulces como el jazmín.  En sueños sonrió. Pero algo interrumpió su bienestar.  De pronto los brillantes colores y el suave y penetrante aroma de las flores, se tornaron grises, oscuros y el perfume, sencillamente no existía.  No le gustaba ese cambio, quería despertarse, pero no podía y, como en una película, de nuevo desfilaban imágenes opacas, sin rostro, con algo en las manos que la intranquilizaba.  Se revolvía en el lecho.  Quería gritar, pero los sonidos no salían de su garganta.  La escena cambió a otra en la que se veía a un hombre en el que no podía precisar si era joven o en edad mediana. Estaba bien vestido y se aproximaba a una mujer de apariencia pobre.  Ella lloraba, lloraba sin consuelo. El hombre la agarraba del pelo para obligarla a hincarse de rodillas, pero no tenía cara.

Se despertó de repente y sudando, con un sudor frío que la sobrecogió. ¿ Qué significaba todo aquello ?  ¿Quienes eran esas gentes ?. Con esfuerzo se incorporó y ayudada por las muletas, decidió que, por muy cansada que estuviera, no quería volver a dormir. La angustia vivida en el sueño no deseaba que se repitiera.  Se dirigió al cuarto de baño, con la cabeza aún embotada .  Necesitaba a su marido para ayudarla a entrar en la ducha y proteger la escayola con algún plástico para no mojarla. Lo hacía mecánicamente, pensando simplemente en su sueño. No se daba cuenta de que había abierto el grifo del agua caliente y el vapor lo empañaba todo.  Hacía demasiado calor en la habitación, pero ella no podía pensar en otra cosa .  Trató de mirarse al espejo y al estar empañado, pasó su mano por el cristal para poder ver.  Dio un respingo, al contemplar que no era su rostro el que se reflejaba, sino una sonriente Lúa que la decía algo  que no entendía, sólo veía mover sus labios  y aceptar con la cabeza.

— ¡ Me estoy volviendo loca —pensó.  Inmediatamente se dirigió a la puerta y llamó a su marido a voces.  James subió dando zancadas las escaleras pensando que se había caído o que necesitaba ayuda imperiosa, pues tan fuerte y  apremiante era la voz con que le llamaba. Al entrar en el baño, vio que el rostro de su mujer estaba lívido y frío, y la alarma cundió en él.  Marian se abrazó con una crisis de ansiedad, y sólo repetía

—Ha estado aquí, ha estado aquí.


—¿ Quién ha estado aquí ? ¿ Quién ? Por amor de Dios, estoy empezando a asustarme. Ayudaré a vestirte y en cuanto estés lista saldremos al médico.  Esto no puede seguir así

 Ella nerviosa sabía que tenía que decir algo, y comenzó con el sueño nocturno que aún permanecía fresco en su memoria.

—James, llévame al castillo, por favor. No estoy perdiendo el juicio. Nunca he creído en estas cosas, pero hay algo... No sé explicarlo... Pero hay un mensaje en todo ello, y tengo que averiguar qué es. Me está pidiendo ayuda, lo sé.
— No seas niña, mi amor. Estas influenciada por lo que estamos leyendo, Pero se acabó. Esta obsesión tiene que terminar.
— No por favor. Si tu no me ayudas, lo haré yo sola. Sé que tengo que volver al castillo, he visto una estancia con una  especie de lápida en el suelo, sin nombre, y sé que ahí está la clave.
— Te quiero mas que a nada ¿ lo sabes? No quiero que enfermes, ni quiero perderte, pero esta situación no me gusta nada.  Se nos ha ido de las manos y temo por...
—¿ Por mi salud mental ? No temas, cariño. Sé que esto pasará, pero hasta que no lo solucione se que no voy a estar tranquila. ¿ No te das cuenta ?  Nunca he tenido ninguna visión, pero ha sido ahora, cuando fui al castillo yo sola.
— Está bien, está bien. Iremos. Pero has de prometerme que vas a terminar con esto.
—Te lo prometo mi amor. Pero ayúdame. Lo estoy pasando mal, porque sé que hay algo oscuro y me pide ayuda para que lo aclare. Si no lo hiciera, siempre estaré intranquila.


Y volvieron al castillo, los tres, pero no encontraron más que ruinas. Marian estaba desorientada: no encontraba la habitación que había visto en sueños. Preguntaba a su marido, pero él lo había conocido siempre en ruinas y no tenía idea. Recorrieron palmo a palmo todo buscando algún indicio. No había olores, ni flores, ni nada que les hiciera entender lo que había ocurrido.

Megan forcejeaba con una puerta medio desvencijada que no podía abrirse, sin embargo, cuando James acudió en su ayuda, basto una ligera presión y la puerta cedió inmediatamente.  Madre e hijo se miraron sin entender nada, pero James comenzaba a creer que lo que Marian le decía, tenía visos de ser verdad.

Tras la puerta había una especie de pasadizo que terminaba en unas escaleras estrechas de caracol. Imposible bajar por allí con Marian en Brazos, pero sí lo hizo James, mientras Megan se quedaba con ella. La escalera no era muy grande e iba a parar a una estancia grande, sin muebles, con sus paredes desnudas cubiertas de telas de araña por el paso del tiempo.  El suelo, de cemento, polvoriento, al que no prestaba demasiada atención. Estaba oscuro, pero en previsión había cogido una linterna para alumbrarse.  La encendió y una rata grande salió no sabía de donde, pero que le asustó y dio un resbalón que casi hizo que diera con su cuerpo en tierra.  Al tratar de evitarlo, dio un refregón en el pavimento, y al hacerlo quedó al descubierto una plancha de piedra con un nombre medio desgastado

" Aquí yace Arthur Moore señor perteneciente al clan MacDonald "



Nada más. Y entonces recordó que el actual señor del clan era el pretendiente que le había destronado de su nombramiento. Posiblemente un tataranieto de aquél que estaba bajo esa lápida. Y recordó también, que su mujer le había hablado de ese sueño y de esta misma habitación; ella no había estado nunca aquí.  Luego entonces, no estaba obsesionada, todo cuanto le había contado era cierto: tenía visiones del más allá, de Lúa.  Al pronunciar su nombre quedamente, un aroma a jazmines inundó aquella estancia lóbrega y sombría.  Sintió un escalofrío por l a espalda, y rápidamente salió de allí.  Tenían que marcharse cuanto antes o terminarían todos locos.

Pero esa tarde, pretextando que tenía cosas que hacer, se encerró en la biblioteca y tomando el tomo último que había estado leyendo, retomó la lectura de sus páginas.

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