miércoles, 15 de febrero de 2017

La celta que llegó de lejos - Capítulo 17 - Los recuerdos de Lua

James  volvió a su lectura en el apartado  que hacía referencia a Lúa.  Eran relatos sueltos, sin  ser la misma mano, pero si la interesada  quién  los dictara.  Eran sus vivencias, lo que ella sentía, lo que albergaba en su corazón ante la ausencia de Kendrick.  Posiblemente ella no supiera escribir muy bien, y fuera  alguien de su confianza quien lo hiciera.

— Tu ausencia me entristece, mi amor.  Te echo tanto de menos que  no puedo ni tan siquiera respirar. Nuestros hijos corren felices por el castillo y yo me pregunto lo que puedes hacer lejos de casa, lejos de nosotros. Maldigo las guerras que nos alejan, acechando el peligro. Con el paso del tiempo me he dado cuenta de cuánto te necesito, de que tu amor es mi alimento espiritual, y deseo tenerte de nuevo de regreso, pero en cambio estás prisionero acusado de no se sabe qué delito, sólo porque creíste que tu causa era justa y que no habría ofensa para nadie por querer ser libre.  Pero ahora  ambos estamos prisioneros y lo peor de todo es que no sé cuándo voy a volver a verte, y ni siquiera si recibirás esta carta mía.  Mi salud se resiente y temo no volver a verte nunca más.  Y es lo que me mata, el no tener tus caricias, tus besos, tu amor.   Nada hay que me compense de tu falta, y siento como la tristeza se adueña de mi espíritu y no estás aquí para acogerme entre tus brazos fuertes y seguros que me cobijen...




Apartado Lúa Breogán llegada de Iberia y casada con Kendrick del clan MacDonald de Wester Ross

— La noche en que nuestros cuerpos fueron uno solo creí tocar el cielo con las manos.  Nadie me había hablado de la noche de bodas, ni siquiera mi madre.  Al partir rumbo a Escocia, me habló de la forma de comportarme como esposa. A mi juventud se unía la falta de experiencia y el temor a la aventura que iba a emprender, sólo con la compañía de mi buena Aroa y su marido. En mi mente casi de niña, se albergaba el temor ante lo desconocido y la fantasía de las historias que la abuela me contaba a la luz de la lumbre, del hogar de la casa en A Guarda.

—Padre hacía poco que había sido liberado de una de las muchas guerras en las que andaba ocupado, y que desconozco en tiempo y nombre.  Una mañana, me hizo sentar frente a él y junto a mi madre, me explicaron que ya tenía edad de casarme, y que para ello habría de viajar hasta las tierras verdes del otro lado del mar y que nuestro rey Breogán  había pronosticado que encontraríamos.  Al principio lo tomé como una aventura maravillosa que me haría surcar la mar embravecida y llegar a unas tierras verdes y hermosas, en donde me aguardaba impaciente un fornido muchacho . Pero al mismo tiempo, mis primas, al conocer la noticia, me fueron informando de lo que ocurriría la primera noche de casada, y en mi imaginación fantasiosa, no entraba ese planteamiento que ellas hacían.  No podía ser de esa forma.  Todo, según pensaba era más romántico y más inocente.  Desconocía entonces que el destino de las mujeres era estar casadas, a disposición de sus maridos cada vez que fueran requeridas, quisieran o no: era su obligación.

—Pero yo me resistía a pensar que fuera todo tan brusco, y lo desechaba de mi cabeza. Y tomamos un barco, y la travesía fue horrible porque la mar estaba furiosa y mi estómago fuera de su sitio.  Pero una mañana avistamos unas montañas de un verdor parecido al de Galicia,  y cuando pusimos pie  en tierra, vimos que sus gentes no eran igual a nosotros, y que tenían una forma extraña de hablar.  Que de sus cabellos salían llamaradas de fuego, lo que hacía que su pelo fuera permanentemente rojo, al igual que sus barbas pobladas y espesas.

—No sé el tiempo que tardamos en llegar a lo que suponíamos era la mitad del camino, o quizá algo más. Una noche, al amor de una hoguera, en el campo, nos vimos sorprendidos por unos desarrapados que nos atacaron hiriendo de muerte al marido de Aroa y a nosotras a punto de violarnos.  —Quizá fuese Santiago quién nos libró de aquellos malhechores con tu presencia, amado mío.  Y luchaste contra ellos, protegiendo con tu cuerpo el mío de niña. Me pareciste el hombre más grande del mundo, no sólo por tu acción, sino por tu tamaño. ¡Eras un gigante ! Aún más grande ante mis ojos.

—Comenzaste a hablar en aquella lengua desconocida para mi, pero por tu entonación, parecía que estabas enfadado y me regañabas no sabía de qué.  La angustia , el miedo y al vernos solas, no pude evitarlo y rompí a llorar. Tú pusiste tu enorme mano sobre mi cabeza y al poco ya me había calmado.
Anduvimos por aquellos bosques dos o tres días, no sé muy bien, porque llegué a perder la noción del tiempo, pero estaba tranquila.  Sabía que nada malo podría pasarnos si tu estabas conmigo.  Te preguntaba dónde estábamos, pero todo lo que podía hacer era mirarte porque no entendía tus palabras, pero tus ojos eran tiernos y no estaban enfadados como el primer día.



—Estaba sucia y olía mal por la cantidad de días sin asearnos que llevábamos. Instalamos nuestro campamento a orillas de un inmenso lago, tan grande como el mar en Fisterra, aunque no tan bravo.  Me señalaste con un brazo e indicaste el lago negando con la cabeza ¿ Qué es lo que querías decirme? Te marchaste de nuestro lado, y  pensamos que seguirías tu ruta y el resto habríamos de hacerlo solas. Le dije a Aroa que iba a bañarme, y aunque ella me hacía desistir del empeño, me dirigí hacia el agua que era limpia y cristalina.  Necesitaba bañarme, mi cuerpo lo echaba de menos.  Me desvestí y me adentré en aquellas aguas, heladas, dicho sea de paso.  Estaba sola en el lago, sólo Aroa, avivaba el fuego de la hoguera que  habías encendido para pasar la noche. Sentí frio, mucho frio y decidí salir de allí.  Me arropé con una manta , pero mi cabello estaba empapado. Permanecí en la misma posición  hasta que mi ropa se oreó lo suficiente como para podérmela poner de nuevo.  Nos habíamos quedado sin nada.  Los malhechores nos habían robado todo.

—Al poco rato llegaste  con un conejo muerto colgando de la mano y me dirigiste una mirada que me taladró el cerebro.  Tu gesto no había lugar a dudas: no te había gustado que me bañara.  Después de asar como pudimos la pieza de caza y comerla con gusto, avivamos el fuego y nos acostamos.  Yo entremedias de Aroa y de ti..  Tiritaba de frio, ya que mi cabello estaba muy mojado.  La noche era oscura, fría y húmeda, todos los ingredientes para tener un buen catarro.

Me encogí por ver si mi propio cuerpo tenía calor, pero fue la proximidad del tuyo  y del de Aroa, quienes conseguísteis calmar el espantoso frio que sentía.  De vez en cuando  unas manos fuertes que me frotaban los brazos para que entrase en calor, pero estaba tan cansada y con tanto frio, que no sabía quién lo hacia.  Notaba como entre sueños, que olias mi pelo y esa sensación me gustaba, aunque el roce era tan sutil que lo hacía a penas perceptible.


 A la alborada,  nos despertaste e hiciste que levantáramos el campamento: debíamos proseguir .  Aún estábamos lejos del fin del camino.  Las fuerzas nos faltaban a medida que avanzábamos por el bosque.  Te  apeaste  del caballo y subiendo a Aroa y a mi,  lo hiciste andando agarrando las bridas, hasta que un día después divisamos la silueta de nuestro destino: habíamos llegado a Wester Ross.  A partir de ahí viviríamos nuestra nueva aventura.

No veo la hora de que regreses.  Quiero dejar constancia de todos los sentimientos que albergo desde el principio respecto a ti, esposo mio. La melancolía me puede y la soledad me embarga.  Nuestros hijos te necesitan y yo también. Espero que a tu regreso, todo ésto que cuento, sea en persona quien te lo diga, porque mi amor es tan grande y profundo que no sé de qué otra forma puedo decírtelo.>

 Y Lua dejo constancia de los sentimientos que la embargaban, porque sentía miedo de que Kendrick no llegara a tiempo de verla, y entonces sus hijos se quedarían solos.


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