martes, 14 de febrero de 2017

La celta que llegó de lejos - Capítulo 16 -Kendrick, Alistair, Edwin MacDonald

James se sentó cerca de Marian y Megan, que con expectación, aguardaban a que comenzase el relato de las andanzas de aquellos jóvenes destinados a unir sus vidas, aún sin conocerse:

— Estaba prometido a una mujer que no conocía, hasta que por algo que ocurrió la vi por primera vez, sin saber que en unos días, y no muchos, seríamos declarados marido y mujer. En aquel momento, no podía imaginar lo que el destino me tenía preparado. Todos mis sentidos se pusieron en pie cuando  la vi bañarse en el lago y contemple por vez primera, al completo, el cuerpo desnudo de una mujer.  pero no fue sólo  su desnudez lo que me impactó, y que hasta ese momento, nunca antes había podido contemplar, porque siempre, aún los casados, cubrían sus cuerpos con amplias camisas. ¿ De dónde venía esa extranjera?  El extraño color de su cabello, me llamó la atención.  Era distinto al nuestro: de color castaño, con reflejos dorados al darle el sol.  De ojos oscuros, entre marrones y color miel verdoso. Nosotros azules y grises. ¿ De qué raza sería ?  Todo ello lo averigüe unos días después, cuando al final de nuestro viaje, supe, de labios de mi padre, que aquella compañera de viaje a la que rescaté de unos bandidos, era la mujer a la que me habían prometido.


—Sonreí al saberlo.  Al menos era una moza bella de armoniosas formas, que conocí una noche.  Ella bajaba la vista en mi presencia y un leve rubor cubría sus mejillas.  Sin duda, ambos recordábamos la noche, en que para darle calor, dormimos juntos, sin apenas rozarnos y con la presencia de Aroa. En los días siguientes, no nos vimos, a pesar de la ansiedad que sentía por hacerlo, aunque fuera de lejos.  Era como si me hubiese hechizado, no dejaba de pensar en ella y en el día de mi boda, más bien en la noche de bodas. La deseaba ardientemente.  Quería amarla hasta la extenuación y quería que ella sintiera lo mismo por mi. Nos veríamos ante el altar.  Ni siquiera pudimos hablar ya que ella tenía un acento extraño para mi, y el mío también lo era para ella. Sólo me consolaba de mi impaciencia el recuerdo de haber dormido junto a ella, aquella noche. Veía en mi imaginación,  una y otra vez su imagen, y yo sentía que por momentos mi cuerpo se alteraba.

— Cuando el alba anunciaba su presencia,, recuerdo que  bajé hasta el mismo lago en el que ella se había sumergido horas antes y decidí que tenía que poner remedio a lo que me estaba sucediendo, de lo contrario sería muy complicado realizar la última etapa del viaje, teniéndola cerca de mi. El agua estaba helada, y aunque tiritaba de frio, al mismo tiempo, mi sangre se enfriaba.  Creo que en ese momento me enamore locamente de ella.  No  habíamos cruzado palabra alguna.  No nos entendíamos, pero nuestros ojos si lo  hacían  Evocaba esos recuerdos una y otra vez, incluso cuando estaba con alguna moza despidiéndome de mi soltería poco antes de la boda.

  —Y llegó el día de nuestra unión ante Cristo y los hombres. No había visto mujer alguna tan bella como Lúa.  Parecía más joven de lo que era, casi una niña, emocionada y nerviosa ante mi. ¿ Le daba miedo mi presencia ?  Creo que si, porque su cuerpo menudo y frágil, se perdería entre mis abrazos.  Tenía que ser tierno y paciente.  Si al menos ella sintiera lo mismo que yo, todo sería más fácil.  Pero al no poder expresar nuestros sentimientos, ambos, ignorábamos  lo que pensábamos uno del otro.
 
—Con el anillo en su dedo, como desposada, acariciaba su mano suavemente mirándola de frente.  Ella alzó la vista hacia mi, y una sonrisa a penas perceptible iluminó su cara y mi corazón.  Quizá fueran ilusiones mías y ella sonriera ante lo inevitable, pero no era resignación lo que vi en su mirada, sino ternura.  El corazón parecía desbocado.  Ya era mi esposa, y sólo ansiaba que fuera de noche, que todos se marcharan a sus hogares y quedarme a solas con ella, con mi esposa, con la mujer a la  que un día, antes  pude arrancar de los labios su nombre.  Y esas fueron las primeras palabras que cruzamos entre nosotros.  Por fin, llegó el momento en que quedamos frente a frente, en nuestra habitación y, sin saber muy bien cómo romper el hielo y la timidez de mi esposa .


Al llegar a este punto, James, interrumpió la lectura ante el silencio de las dos mujeres, que creían escuchar el relato de una novela, más que un hecho acaecido hacía tanto tiempo

— ¿ Qué pasa,? ¿Por qué no continúas ? — le interpeló Megan impaciente. 
 James miró a su mujer y sonrió como diciéndola:   "Kendrick sentía  lo mismo que sentí yo al conocerte ". Y algo debió imaginarse Marian, porque con un guiño, sonrió también a su marido. Carraspeó levemente y prosiguió con el relato.  Pero ahora no eran las palabras de Kendrick las reflejadas en el libro, sino lo escrito por quién lo continuara: 

   —Ambos se miraban fijamente  a los ojos. Kendrick acariciaba el rostro dulce, aniñado de Lúa y ella posaba su mano en la mejilla de su marido.  Era de una belleza extraña para aquellas tierras y aquella época. No había conocido a otra mujer igual .  Pensó que eran ilusiones de muchacho que hacía poco había despertado al amor.  Y nuevamente su pensamiento  voló  a  su primera noche en el campo, junto a ella, cerca de ella para infundirle calor en aquella fría madrugada.  No rozó su cuerpo, pero su deseo era grande. 
El destino quiso que Lúa fuese para él, su esposa, y no habría otra mujer en el mundo que destronara  del lugar en que la había situado. Se enamoró de ella, aquella vez en que la socorrió de los asaltantes.

—Sus manos se juntaron levemente y, poco a poco, sus rostros se acercaron hasta que sus labios se unieron por vez primera en un beso profundo .  Ni siquiera ella sabía besar y fue Kendrick quién la instruyó por primera vez. El deseo brotó al instante al contacto de sus bocas, y sus cuerpos se juntaron y fueron uno solo y ambos fueron una explosión de amor y deseo juntos.  Sus jóvenes cuerpos reclamaban su espacio a lo largo de la noche, de su noche de bodas.  Nunca la había imaginado tan apasionada junto a ella.   Ella, pasados los primeros momentos de timidez, se mostró tal cual era, tal cual sentía bajo el influjo de aquel muchacho grande como un armario y cuyo cuerpo sepultaba al otro pequeño y menudo. Y fue entonces, al posar sus manos por primera vez en el pecho de su mujer, cuando se le ocurrió el lema de su señorío: " ni muy grande, ni muy pequeño".  Nunca supo nadie a qué se refería, ni que leyenda era esa.  Sólo pasado el tiempo,  y cuando ambos faltaban, apareció un dibujo, obra del mismo Kendrick con el lema y el por qué del mismo. Era el mismo  que figuraba en su cuadro pintado y que lucía en la galería de retratos, y que cada vez que Lúa lo veía, sonreía a su marido, sabedora sin duda del porqué de aquella frase, que sólo ellos conocían .

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