Todo fue rápido o al menos se lo pareció,lo había deseado desde siempre pero nunca imaginó que pudiese ser realidad hacerse realidad. Y sin embargo lo era. Ella, cerrando los ojos se dejaba acariciar y escuchaba las palabras que desó oir desde que era una adolescente en boca de aquel hombre que ahora la hacía suya y susurraba al oido , lo que siempre deseo oir. Y su fuerza en sus brazos rodeándola y atrayéndola hacía él, como si tuviera miedo de que, al separarse, la magia desapareciera.
NARRANDO HISTORIAS
Autora: 1996rosafermu
sábado, 29 de marzo de 2025
ENTRE DOS AGUAS < Capítulo 18 - TE QUIERO ¿ ME QUIERES?

ENTRE DOS AGUAS < Capítulo 17 < EL AMOR NUBLA LOS SENTIDOS
Despertaron de la ensoñación al sentir unas voces que se acercaban. No se daban cuenta de que no estaban solos en un lugar público. Sus cuerpos se separaron bruscamente. Habían olvidado que estaban en el Coliseum En ese lugar tan especial para ella y, ahora lo sería aún mas. Por algo significaba tanto inconscientemente. Si consiguiera el empleo, cada vez que pasase por allí sería su lugar mágico., su sitio más especial. Pero también pensaba que cuando él se fuera , para ella quedaría marcado, posiblemente , para él fuera una anécdota.
La dirigió una sonrisa cuando, ya recompuestos, esperaban al grupo que se reunieran con ellos. Las voces, aunque bajitas, indicaban, no sólo que se acercaban, sino el respeto que imponía aquellas ruinas que se estaban reconstruyendo para darles el poderío que en su época tuvieron.
Se les reunió el grupo y ellos, cada uno en un extremo del espacio disimulaban lo mejor que podían uno tirando fotos de una parte y ella mirando alrededor, Imponían aquellas piedras rotas y desgastadas de lo que en su día fuera la muestra del poder inmenso que ejercía Roma para el resto del mundo, y para otros la crueldad que significaba la muerte de muchos hombres como gladiadores.
Todo eso bullía en su cabeza y eso es lo que deseaba vivir cada día, el lugar de los pomposos discursos de los señores embajadores de la mayoría de países del mundo. Una vez pasado el mal rato del estreno, ya era un trabajo mecánico para ella sin pompa ni lujo en lo que se había convertido, ahora totalmente ruinoso. Por eso se decidió que había que reconstruirlo, para que todos los visitantes que llegaban hasta allí se admiraran de la grandeza que era Roma...Al quedarse rezagados Paolo la miró y sonrió. Su primer abrazo y beso de adultos, había sido en ese lugar, que ella adoraba sin restricciones,
El resto del itinerario lo hicieron con la compañía del grupo. No había forma de escaparse de allí. No les quedaba más remedio que seguir adelante o darse la vuelta y desandar el camino hecho, cosa que se vería muy extraño antes sus compañeros y al hallarse solos cuando el grupo entró. Se imaginaría lo que allí estaba ocurriendo. Unos lo interpretarían como romanticismo y, los otros como buscando la oportunidad de templar sus ánimos que, al parecer estaban algo excitados. Decidieron con una mirada seguir adelante y que fuera lo que Dios quería.
Y lo que Dios quiso fue que, al final de la comida decidieron ir al hotel en el que él se hospedaba. Ella estaba nerviosa. Sabía el riesgo que correría si aceptaba la invitación. No quería pensar en ello. con suerte no sucedería nada. Era un hombre casado y diplomático. Estaba obligado a comportarse como es debido. ¿Y cómo es debido? se preguntó así misma. Una voz interior la repetía sin parar "está casado, está casado..." Desoyó esas voces y dejaría que pasara, si algo pasase, y siguió lo que el destino marcaría para ellos y lo que estaban viviendo. Era feliz. Le tenía para ella sola. No recordó ni una sola vez a su mujer. Seguro que el matrimonio era uno de tantos que se dan entre ese tipo de sociedad. Ella era libre y, por una vez seguiría sus instintos. Ya no era una jovencita asustadiza y vigilada de cerca por sus padres para advertirla de con quién debía ir. Había cumplido veintitrés años, y por tanto, era libre de "tontear " con alguien " sin ir más allá. Pero si acaso fueran... No pensaría en eso y dejaría que la vida y el destino siguiese su marcha.
La sacó de su ensimismamiento el mismo Paolo que, extrañado de su silencio, detuvo su andar y pararse frente a ella:
— ¿Qué te ocurre? estás ausente. ¿Acaso te has ofendido por besarte? No he podido evitarlo. He recordado cuando éramos unos críos...Ya me gustabas un montón.
—¿Por qué nunca volviste a Positano?
—Me enredé con la carrera y una cosa trajo la otra y conocí a la que es mi mujer. Una santa pero ella estaba en mi misma situación. Acordamos unir nuestras vidas en una tarde loca que tuvimos, pero ninguno de los dos lo deseábamos. Ambos teníamos nuestros secretos. Más tarde nuestros padres nos unieron. Tú no estabas allí, yo era demasiado joven y, el porvenir me lo pintaban de color de rosa...El resto puedes imaginarlo: tuvimos que casarnos aprisa. Sería un borrón enorme en mi curriculum y en un mes se organizó la boda fuera de Italia. Así no se sabría nada. Cuando regresamos ya éramos marido y mujer. Después saqué plaza en América y luego en una embajada .Total aquí estoy con destino en la ONU
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Autora< rosaf9494quer
Edición< Marzo 2025
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viernes, 21 de marzo de 2025
ENTRE DOS AGUAS - Capítulo 13 - LA SORPRESA
Tomó un taxi y no tardó mucho en llegar. Como siempre el tráfico en Roma era infernal y los improperios del taxista iban en aumento. Elizabetta sonrió ante los ademanes e insultos que dirigía a los transeúntes. Ella trataba de aplacarle porque tenía tiempo suficiente, pero el hombre dialogaba insultando a quienes se interponían en su trabajo. Ella iba tranquila sabiendo que de sobra había tiempo para ser puntual. Y al fín, al cabo de un buen rato la dejó a las puertas de la galería en donde exponía Carlo. En el escaparate se exhibía uno de los cuadros. Trataba de una mujer joven cubierta por un velo que marcaba sus formas pero no el rostro. Se detuvo un instante antes de entrar para admirar la formidable obra de su amigo que tenía delante. La composición del velo que cubria su cuerpo era perfecto. Dejaba entrever a la imaginación lo que cubría, pero no se veía lo que por otra parte se imaginaba. Ni siquiera el rostro cubierto en una parte por la cabeza girada y el perfil tras un abanico. Ni siquiera imaginó que pudiera ser ella.
Desde dentro el pintor observaba a la muchacha detenida ante el cuadro en el escaparate. Se puso algo nervioso al creer que había descubierto su secreto. Buscaba en su cabeza incesantemente algo con que justificarlo porque estaba seguro que le preguntaría si no le abroncase por haberlo hecho. La justificación era sencilla: unos borradores que hizo de su imaginación en la última noche que pasaron de despedida. Era difícil volverla a ver y por ese motivo y por un whisky de más, crearon es formidable cuadro que primero fue borrador. No la insinuaría nada. Dejaría a ver si ella se reconocía en él y entonces lo justificaría.
Sabía como era su carácter y su forma de pensar. Era una chica moderna, pero no hasta ese extremo. Ni hablar de posar desnuda para un pintor ni para nadie sin tomar en cuenta que las personas que se dedican a ese oficio pueden ser tan decentes como quienes trabajan en otro menester, pero ella no lo creía pues, era ra la vez que la modelo no se enamoraba del pintor o viceversa. En su cabeza no entraba, por eso es que ni siquiera se lo insinuó: simplemente en la soledad de su casa así la imaginó así lo compuso haciendo de ello una obra magistral. Estaba coladito por ella hasta los huesos y ella del otro amigo, por eso guardó silencio y respetó a ambos sus sentimientos.
Con una sonrisa que dividía su cara en dos, Elizabetta entro en la sala de exposiciones, sonriendo abiertamente complacida por lo que acababa de ver y pensando que era otra persona quién había posado para él. Ignoraba que era de un boceto de hacía mucho tiempo que estaba destinado a ser devorado por el fuego y, que afortunadamente se arrepintió a tiempo.
Extendiendo los brazos penetró en la sala y ambos amigos se estrecharon de emoción. Hacia tiempo que no se veían. Sólo se limitaban a escribirse o a alguna llamada telefónica. Él era un pintor que comenzaba a ser reconocido entre los entendidos y, ella sumergida en Naciones Unidas. Ambos disponían de muy p0co tiempo libre y sus visitas mutuas, se dispersaban en el tiempo. El abrazo fue intenso y emocionante por parte de ambos. Sin querer habían retrocedido a los años de la adolescencia y a borbotones salían de su garganta al unísono, todas sus correrías infantiles.
Él conocedor de los sentimientos de ella, trataba por todo los medios no mezclar churras con merinas, pero ella evocaba constantemente su adolescencia y de rechazo a Paolo.
—Espera un momento, voy a por una copa y me cuentas — interrumpió Carlo cortando momentáneamente la conversación referente a cómo les iba en el trabajo a ambos.
Alzaron sus copas para brindar por sus respectivos trabajos y la alegría de volver a estar en contacto y por el éxito de la exposición. Entrechocaron sus copas mientras eran observados, por la secretaría de la dueña de la galería que estaba a punto de llegar. Buscaba sin cesar el parecido de la joven que ahora reia con el pintor y el cuadro muestra de la exposición:
—Es ella. No tengo la menor duda. Nunca, en ninguna de la exposiciones que hemos hecho, ha estado tan contento como lo está en esta. Y no es porque sea la primera vez que exponga, sino porque la modelo de su gran obra es esa joven. No tengo la menor duda. Ya buscaré la ocasión de preguntárselo. Se le ve feliz y entusiasmado. Y es por ella; es el motivo de su alegría. Está coladito hasta los huesos. No Hay más que mirarle para darse cuenta de ello. Él nunca se había mostrado tan eufórico. En ninguna de las exposiciones que hemos realizado juntos. Me alegro. Es un buen chico y merece ser feliz y, hoy lo es. ¡ Vaya si lo es !
Y el tiempo voló en aquél día del reencuentro y, no se habían cumplido las predicciones que se hiciera Elizabetta : Paolo no había acudido a la invitación de su amigo y, por consiguiente su esperanza se había desvanecido. De momento no le volvería a ver en mucho tiempo, ya que no habría otra convocatoria de asamblea en bastante tiempo, es decir, no le volvería a ver muy probablemente nunca. La desilusión era por parte de ambos, ya que los dos le apreciaban y recordaban con cariño aquellos tiempo de adolescencia. Pero era sabido que, al ser mayores cada uno tiraría por otro camino cumpliendo los sueños de la adolescencia que , como es sabido, es de difícil cumplimiento al correr cada uno de ellos por otros derroteros. Sería difícil contactar con él y la desilusión era de ambos. Querían revivir los viejos tiempos y para eso era necesario que estuviera él. Hubiera sido el día completo. Éxito rotundo de la exposición, la presencia de su amor secreto y ... su buen amigo. En el fondo se alegró de que no pudiera venir. Así no la vería, porque ellos se verían a buen seguro, se lo había prometido. Pero con un, poco de suerte ella no estaría y no tendría oportunidad de verla.
Sabía de los sentimientos que ella sentía por el otro amigo, pero ignoraba que se había casado y esperaba su primer hijo. Esa parte no sería él quién informara a la joven. No quería destrozarla el corazón. Con el suyo roto, ya era suficiente.
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Edición < Marzo del 2025
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jueves, 20 de marzo de 2025
ENTRE DOS AGUAS < Capítulo 12 < Visita a la exposición
—¿Por qué he tenido que recordar eso ahora? ¿ Por qué no sale de mi memoria de una buena vez ? No quiero que nada ni nadie enturbie mi dia. Carlo es como un hermano para mí...
De repente suspendió sus pensamientos y se detuvo en su caminar hacia la ducha, dando paso a una voz interior que le daba la razón de porqué era como un hermano no un novio. Porque sí, ella hacía mucho que conocía los pensamientos del muchacho, aunque se hiciera la desentendida. De adolescente porque le halagaba y de mayor, no quería saberlo porque su cabeza estaba llena de imágenes de Paolo, tan arrogante, tan alto, tan elegante, tan...
—Será mejor que me meta en la ducha —se dijo en voz baja, como para ella sola. Pero ese recuerdo, adormecido a medias, hizo que su sonrisa se borrara de la cara con un poquito de nostalgia . Ella seguía enamorada de él, aunque nunca se lo dijera ni él tampoco expresase algún sentimiento hacia ella.
La sonrisa se había borrado de su cara. Se puso frente al espejo del cuarto de baño y le interrogó. como si él tuviera la solución al problema de que él pasara olímpicamente de ella. Hacía morisquetas ante el espejo de mujer fatal, o sonreía o... se le saltaron las lágrimas. Aunque no quería reconocerlo estaba perdidamente enamorada de él. Siempre lo estuvo ...
— Y siempre lo estaré... — dijo al espejo como si éste le hubiera increpado.
Sacó su lengua dirigida a ella misma tomando la imagen que reflejaba y, dando media vuelta se desvistió y se metió en la ducha. El tiempo había corrido ante tantas divagaciones y de temprano hacía tarde. Tendría que apresurarse porque entre haberse quedado dormida y sus reflexiones, lo que creyera ser un momento, el tiempo se le había echado encima,
Tomaría un taxi y así llegaría a tiempo, porque no es que estuviera muy lejos de donde vivía pero no quería quedar mal con Carlo y sería puntual con la hora en que habían quedado.
—Siempre tienes que entrometerte—se dijo así misma al verse reflejada en el espejo aunque en su cabeza fuera la imagen de Paolo que exhibía su magnífica dentadura al reírse.
Antes de acostarse la noche anterior, había dejado preparada la ropa que se pondría. Se trataba de un conjunto de falda y chaqueta que la favorecía mucho y con el cuál, cada vez que se lo ponía, llamaba la atención entre los masculinos. No era muy alta. Tenía la estatura normal en las latinas, pero armoniosa en sus formas. Su rostro era amable y suave de gestos. Su cabello era castaño claro y sus ojos azules porque procedía de la región de Liguria.. toda su familia materna era de allí y, aunque su padre era de Nápoles, había sacado los rasgos ligures. Ella no se creía espectacular, sin embargo lo era. Sobre todo ante la visión del pintor que se le notaba en grado sumo que perdía sus huesos por ella. Se había resignado a ser como su escudero, como un hermano para ella. Pensaba que mejor ser eso que nada. Al menos eso le permitía permanecer cerca y ayudarla si lo necesitara. Estaba resignado a ser el segundo, ya que dese hacía tiempo conocía los verdaderos sentimientos de ella hacia su otro amigo. Pero nunca dijo nada. Ni a ella, ni a él. Se mantenía en un segundo plano como si para él fuera su "hermana meno" y así se mantendría hasta que Dios quisiera.
—Mejor estar cerca de ella como hermano y no repudiado como novio— se decía así mismo como para consolarse del papel que le tocaba vivir.
Se le echaba la hora encima y ella iba corriendo de un lugar a otro hasta que se diera el visto bueno. Atusó su cabello y repasó, para bien, el poco maquillaje que llevaba. Atusó su falda y tras perfumarse. cerró la puerta tras sí.¿ Se había maquillado para el pintor, o más bien para el diplomático? En el fondo si lo sabía por mucho que se dijera así misma que no sabía. Pese a todo iba contenta por ver al pintor. Le quería, pero de una forma muy distinta que al diplomático . Él era de casa—se dijo— y Carlo es mi hermano.
Nada más bajar paró a un taxi y le dio la dirección de la exposición, Repartidos por toda la ciudad, dado que su nombre se escuchaba en todas las salas de exposiciones y las críticas habían sido rotundas referentes a su talento, algo que ella le daba una relevancia relativa porque le había conocido siendo un casi niño y era "de casa" Desconocía las veces que él le había retratado porque nunca la dio la oportunidad de que supiera los sentimientos que le inspiraba. Para Elizabetta era su hermano y por nada del mundo perdería ese aprecio sin desterrar primero a Paolo, cosa harto difícil. Pero la protegería desde lejos.
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Autora< rosaf9494quer
Edición< Marzo 2025
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lunes, 11 de marzo de 2024
ENTRE DOS AGUAS Capítulo 11 - Reunión de amigos
El buen humor reinaba entre todos ellos. Estaban satisfechos por el resultado del primer día. Habían realizado su trabajo a la perfección. El foco de todos estaba en la debutante Elizabetta, pues nerviosa como estaba, les preocupaba el resultado de su intervención. Pero todo se había llevado con calma y airosamente. Hacía la mitad del evento. se relajaron. No solamente estaban satisfechos con cada intervención sino que los nervios se iban templando y, poco a poco la sesión llegaba a su fin. Había sido un día muy largo y de nervios, interminable. Máxime para la más novata e inexperta: Elizabetta, por eso cuando todos se reunieron una vez terminado el día, acordaron festejarlo a su manera que era ir a cualquier hamburguesería y descargar adrenalina que en grandes dosis contenían, a pesar de que no era la primera vez para la mayoría de ellos.
Elizabetta desistió de la idea. Estaba muy cansada y deseaba relajarse bajo una buena ducha y acostarse y tratar de dormir porque al día siguiente la prueba continuaba, aunque ya sabía el método de cómo actuar si alguna contingencia se diera.
Por mucho que insistieron no consiguieron que les acompañara. Deseaba estar a solas, relajarse y meterse en la cama para, al día siguiente estar despejada aunque fuera más de lo mismo. Nunca se sabia porque siempre surgía algo que hacía que cambiase todo, que diera la vuelta la situación imprevista. Y de esa manera y con ese pretexto ella decidió dar un paseo antes de meterse en casa, Reflexionar sobre lo vivido y pensar en cómo actuar cada vez que le tuviera a él como jefe. Pensaba que no se repetiría la historia una vez hubiese pasado esta sesión, Pensaba que había resultado una especie de rifa y le había tocado a ella por chiripa. Quizás la próxima vez, si se diera el caso, no coincidirían. ¿ Se alegraba de que eso ocurriese? No sabría decirlo . Mejor no pensar en ello. Transcurriría el tiempo y quién sabe... puede que fuera otro el delegado o incluso que ella no trabajase en Naciones. Era un buen empleo y bien remunerado, pero su verdadero sueño era el ser guía de turismo. No tenía tantas complicaciones y, además, él no estaría.
Sin apenas darse cuenta, había llegado a su domicilio. Tan inmersa estaba en sus cavilaciones que hasta le había hecho corto el trayecto. Había reflexionado sobre ese día tan extraño y el encuentro con él sin esperarlo. Desilusionada pensó en aquellos tiempos de adolescencia en que eran una piña los tres juntos y, sin embargo ahora mírate, suspirando por alguien que ni siquiera recordaba de quién se trataba la persona que tenía bajo su mando aunque fuese esa vez y, quizás la única.
Y sumida en sus reflexiones se encontraba frente a su casa. El tiempo había transcurrido entre reflexión y reflexión sin darse cuenta. Subió los escalones que la separaban de la entrada e introdujo la llave en la cerradura cediendo la puerta a su presión. Se trataba de la clásica entrada neoyorquina. Unos escalones la separaba de la acera. Se detuvo un momento a contemplar la fachada, netamente de los años veinte, cuando Nueva York comenzaba a ser la gran urbe que ahora era. Se preguntaba así misma si se encontraba a gusto en esa ciudad, tan grande, tan desmesuradamente grande con relación a cualquier otra. Y recordaba la primera impresión que tuvo al llegar; miraba hacia los rascacielos y sentía la sensación de que se le venían encima. Que apenas podía encontrar un poco de cielo que no estuviera ocupado por algún rascacielos. Y el tráfico incesante de personas de coches. Todos con prisa, todos inquietos a donde quiera que fuesen.
De repente añoró desesperadamente el lugar que la vio nacer , en el que llevaba una vida sosegada y tranquila. Pero eso era "el progreso" si es que un ataque al corazón se podía llamar progreso. Esa ajetreada vida llegando siempre tarde a cualquier sitio o a cualquier cita.
Echó de menos su país y a su familia. ¿Pero era ese el motivo? Indudablemente no. Sentía añoranza de su adolescencia y lo feliz que era. En ese momento llegó a su imaginación, la cara de aquel chico, hoy un hombre convertido en político. Creyó que desde siempre era esa su idea, pero ellos eran demasiado jovenes y soñadores para, siquiera imaginar, cómo sería su vida futura y, si se cumplirían los sueños que cada uno de ellos tuviera. Y su imaginación no paraba de reflejar unas imágenes inexistentes en la realidad. Se veía asimismo corriendo feliz por una campiña de las afueras y los dos chicos corriendo tras ella, alegres y felices. ¿Dónde han ido a parar aquellos jóvenes alegres? Cada uno por un lado, lejos uno de los otros y, tan dispares sus profesiones que era inimaginable volver a verles reunidos y despreocupados como entonces.
Tras un suspiro, metió la llave en la cerradura para entrar en su apartamento. o en parte de el. Fue directa a su habitación y quitándose los zapatos de una sacudida, se tumbo encima sin siquiera descorrer la colcha. Deseaba seguir pensando en aquellos años de adolescencia que fueron felices, sin ocuparse del futuro y del gran error de pensar que su amistad sería indestructible. Sólo le quedaba Carlo. Él siguió fiel a su amistad, exceptuando cuando fue a cumplir su sueño: el de ser pintor. Lo había conseguido y comenzaba a sonar su nombre como una promesa de futuro. En cambio ella todo lo que anhelaba era ser la guía turística en el Coliseo.. ¿ Por qué esa atracción hacia ese lugar? Sonrió al recordarlo, seguramente porque siempre se añora lo que no se consigue y el magno edificio era su meta. Siempre había sido su sueño desde que una vez hace tiempo, paseó por sus ruinas evocando a Nerón con el pulgar hacia abajo. A pesar de ser cruel, le atraía esa parte de la historia, del momento que que el emperador dio la orden de prenderla fuego. A la hermosa y eterna Roma.
Poco a poco los ojos se la fueron cerrando hasta entrar en el profundo sueño del descanso. Y soñó viéndose cuando estaba en el instituto y tras ella dos jovencitos gritando su nombre y corriendo tratando de alcanzarla. Y de repente había desembocado en el Coliseum y se veía sonreír feliz ante esa magna visión Y de repente, todo se borró ante ella y poco a poco, el frio de la noche la despertó. Mirando a un lado y otro de la cama, dándose cuenta de que la magia había terminado. Por la mañana tendría otra nueva sesión y la incógnita de si podría hacer bien su trabajo.
—Sí, lo haré. Estoy segura de ello.
De un salto se tiró de la cama ya que el frio nocturno se hacía notar y ella estaba con la misma ropa con que se echó pensando que no se dormiría.

ENTRE DOS AGUAS - Capítulo 10 - Preguntas sin respuestas
Se escuchaban risas y comentarios. Por el ambiente que reinaba entre ellos supo que todo había ido bien. Aunque tan solo era la primera sesión, es decir la presentación del proyecto a debatir. Sea cual fuere el resultado, para ella había sido la prueba de fuego que necesitaba y de la que había salido airosa. Tenía que tranquilizarse; lo peor había pasado, pero debía estar alerta porque no sería tan sencillo. Vendrían otros días tempestuosos, pero ella también tendría más experiencia.
Unos toques a la puerta la saco de su ensimismamiento. Se trataba de su compañero más inmediato para preguntarla cómo había ido todo. Sabía de lo nerviosa que estaba en su debut y recordó el suyo propio de no hace tanto tiempo. Estaría bien darla ánimos.
— ¿ Se puede, o estás ocupada?
— No. ¡Adelante!
— Sólo quería saber cómo había ido todo
— Mejor de lo que esperaba. ¡ Hasta me ha felicitado !
— ¡Vaya. es una buena noticia! Me alegro
Agradeció a su compañero su interés y se despidieron hasta la noche. La segunda sesión comenzaba en unos momentos y de nuevo tenían que estar en sus puestos. Fue en busca de un café. Lo necesitaba y sería el único que pudiera tomar una vez comenzada la segunda sesión. No entendía cómo es que no pudieran tener una máquina en el habitáculo. Sería para no quitar ojo a lo que estaban traduciendo:
— ¡ Bah, tampoco es tan importante!- dijo en voz alta
Pero lo cierto es que, pese a su buen trabajo, no se mostraba contenta ni conforme con la visita que la hiciera su "jefe" en agradecimiento:
— ¡ Que agradecimiento...! Es mi trabajo y mi obligación de hacerlo bien
Pero todo su enfado aparente, era debido a ello precisamente. Al no reconocimiento de él ¿ Cómo había podido olvidarse de ella? No era muy sólido lo que la dijo al despedirse. No sólo no había tratado de verla. ni a ella ni a Carlo, sino que no la recordaba siquiera. Eso no había sido más que un amor juvenil , quizás impresionado porque tenían que separarse. De eso se trataba: El no recordarla era porque había volado de su memoria y, quizás estuviera casado, o prometido, o sencillamente la había olvidado. Su mundo era mucho más pequeño y ella si le recordó durante todo ese tiempo.
Y entonces, sin darse cuenta, echó la vista atrás hacia Carlo. Él si la había amado durante todo ese tiempo. Se había visto en pocas ocasiones, pero las suficientes como para "refrescar" su amor. Y recordó su forma de mirarla y el trato dado cuando se veían, que eran en contadas ocasiones. Pero en los cuadros veía reflejada su imagen o, al menos, se lo parecía. Pero el sentimiento de él, seguía siendo de protección como cuando eran jóvenes al menos así se lo parecía, porque nunca la había insinuado nada. Sólo sus miradas le delataban o quizás ella lo interpretara mal. ?¿La gustaría que fuera su novio? Se sentía a gusto con él, segura. pero no estaba enamorada de él. Y el caso es que era un joven bastante guapo y atractivo, inteligente y estaba triunfando. Lo tenía todo lo que era un hombre de éxito , pero ella le quería como a un hermano. Se había acostumbrado a él.
— Carlo...Por qué no eres tú... — se dijo apenada.
Pero una cosa es lo que la vida nos da, que no suele coincidir con lo que nosotros queremos y deseamos y a ella le había ocurrido, Pensó en lo diferentes que eran ambos y lo que respondería si, cualquiera de ellos la pretendiera como novio. Imaginó a uno y a otro entrando en mayor confusión todavía. Un fuerte timbrazo la sacó de sus reflexiones, y estuvo a punto de volcar la taza de café que sostenía entre sus manos sin apercibirse de ello. Dio un respingo y se puso manos a la obra. Todo estaba bien y en orden, dispuesta a una segunda sesión.
Pero a Paolo no le tocó intervenir por lo que su cabeza no paraba. Iba de un tema al otro y, por mucho que se recriminara, no conseguía centrarse en ello. La sesión de aquél día se la hizo interminable y de vez en cuando se le escaba un bostezo de aburrimiento . Pero no podía abandonar su puesto por mucho aburrimiento que la produjera. Era su obligación y su trabajo. No lo echaría todo a perder por algo absurdo que sólo ella conocía. No merecía la pena. Si él no la recordaba, sus motivos tendrá.
—Posiblemente es que no soy lo suficientemente atractiva para sus gustos. Pero de adolescente bien que me miraba...No seas boba. Tú lo has dicho; los adolescentes miran a todas las chicas sean guapas o no. Será mejor que pienses en otra cosa y te olvides de Paolo. Tienes a Carlo que bebe los vientos por ti. No tienes más que mirarle con detenimiento. No seas mema.
Y así, dándole vueltas al tema se le pasó la sesión que no había sido trascendente para ella, salvo haber conseguido que se pusiera de mal humor porque sus pensamientos no coincidían con sus sentimientos. Pero tristemente, así es la vida. Decidieron ir a tomar algo antes de retirarse. Aun era temprano. Ella desistió de acompañarles, pero la convencieron en nombre de su debut, del éxito obtenido y de que habían terminado a una hora razonable. Las chicas casadas aceptaron en el acto. No tenían ninguna gana de llegar a casa y ponerse a hacer cenas. Sus maridos se encargarían de los niños . Y entre todos consiguieron convencerla a pesar de sus protestas. Pensó que, en definitiva la vendría bien. Era un tema que no tenía solución y en vano debiera preocuparse por él.
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Autora: rosaf9494quer
Edición< Junio 2024
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miércoles, 10 de enero de 2024
ENTRE DOS AGUAS - Capítulo 9 - Un encuentro fortuito

martes, 9 de enero de 2024
ENTRE DOS AGUAS - Capítulo 8 - Ascensor

domingo, 7 de enero de 2024
ENTRE DOS AGUAS - Capítulo 7 - Olvido
Elizabetta se paró frente a la
entrada de la sala en la que se celebraba la exposición de su antiguo amigo. Contemplaba su fotografía y en grandes letras
su nombre: Carlo Bianchi. Y en una silueta difuminada el perfil de una mujer
joven sentada de espaldas, desnuda, tapada únicamente por un velo transparente
que hacía adivinar sus bellas formas. No se le veía el rostro. Una larga melena
la llegaba casi a media espalda. Uno de sus brazos era el soporte de su cabeza
inclinada de la que sólo se difuminaba su perfil perfecto. El otro brazo se
alargaba a lo largo de su cuerpo y en su mano una hermosa rosa de color rojo.
Era una fabulosa composición, algo no de extrañar dado que se
anunciaba como un nuevo genio de la pintura impresionista moderna.
—Será su modelo — pensó Elizabetta,
ya que era imposible adivinar su rostro al completo. Lo que no podía imaginar
es que era ella misma revivida en la imaginación de Carlo.
Siempre, desde muy jóvenes, ella
formaba parte del mundo del futuro artista, aunque nunca demostró nada que
pudiera hacer sospechar de sus sentimientos hacia ella. Tampoco daba señales de
que la modelo que posó para él, fuera en realidad unos dibujos que rescató de
su estudio. Iba a tirarlos cuando lo pensó mejor. Eran hermosos. Estaban bien realizados…Iba
a desecharlos pero de repente a su cabeza llegó el rostro infantil de su mejor
amiga de la que estaba profundamente enamorado. Lo examinó de nuevo y decidió guardarlos.
Nadie imaginaría que era ella. Sólo en algunos detalles de su rostro que se
sabía de memoria. El resto del cuerpo lo imaginó sin saber si correspondía a la
realidad. La respetaba al máximo y sabía que ella no le daría el consentimiento
para crear esa obra siendo ella su modelo. Pero la conocía tan bien que no le supuso
ningún esfuerzo hacer un nuevo boceto actual. Sabia que ella no daría su
aprobación, pero tampoco le hizo mucha falta. Ahora que la tenía delante analizó
su silueta lentamente y se dio cuenta de que era un calco de la realidad, pero
se libraría muy mucho de confesar la verdad. Elizabetta era una rara avis, dado
los tiempos que corrían, pero ella seguía siendo una chica nacida en una localidad
pequeña y no comprendería que los pintores sólo dibujan la silueta de la modelo
que posa en ese momento. No tienen tiempo para fijarse en otra cosa que no sea
su obra, aunque después, al terminar la sesión hagan su vida como mejor les
plazca. Eso son cosas de hombre y mujer. Ni siquiera pensó en buscarla y solicitarla
que fuera su modelo. Ni siquiera sabía que vivían en la misma ciudad. Amalfi
era su destino, pensó. Aunque se equivocara de medio a medio. El destino de
cada uno de ellos distaba mucho de estar escrito aún.
Fue una sorpresa cuando la vio
entrar. Estaba más bonita de lo que recordaba. Vivía en Roma, junto con una
compañera, en un apartamento alquilado y trabajaba en la sede de las Naciones
Unidas en la capital italiana. Amalfi sólo en vacaciones y algún que otro puente
para ver a sus padres. Eso le llenó de alegría, puesto que tendría, al menos
algún día, de poder salir con ella e invitarla a tener una noche romántica, aún
a sabiendas de que ella no era de ese estilo y por tanto obtendría un rotundo
no de su parte.
Se fundieron en un abrazo y reían
como si, de repente, les hubiera entrado un ataque de nervios. Hacía tanto
tiempo que no se veían que, de improviso, a su memoria acudieron todos aquellos
años de final de niñez y de una adolescencia turbulenta de parte de los chicos
y más calmada en ella.
Las preguntas se agolpaban por
salir. Deseaban recuperar tanto tiempo de no haberse visto y en esta bonita casualidad
se agolparon todos aquellos años de inocente hermandad. Elizabetta pregunto por
Paolo una vez que se hubieron calmado.
— Con un poco
de suerte, volveremos a estar los tres juntos de nuevo. Me lo ha prometido,
aunque empiezo a dudarlo. Al fin cumplió sus sueños y anda metido en política o
en qué se yo que laberintos. Se va a llevar una grata sorpresa cuando te vea.
Siempre que nos vemos, que no es mucho, ciertamente, me pregunta por ti. Se va
a llevar una sorpresa. Por cierto, me extraña que no haya llegado aún. Hizo
mucho hincapié en que le dijera si vendrías. Pero veo que ha sido él quién ha
faltado a la cita. Es hora de cerrar la galería, así que le veremos otro día.
— —¡Qué lástima!
— exclamó Elizabetta que se había hecho ilusiones de poder estar nuevamente los
tres, es decir la ilusión sería volverle a ver.
— Permíteme
un momento. Voy a despedirme de mi secretaria para que cierre. Es tarde y no
creo que nadie venga a estas horas. Iremos a cenar y allí tranquilamente
charlaremos de nuestras cosas y recordaremos esa época tan feliz del instituto,
aunque a nosotros nos pareciera insufrible.
Ella ocultó como pudo la desilusión
sufrida por la no asistencia de su otro amigo. Cuando se lo anunció, de golpe,
el corazón se agitaba dentro de su pecho. Sabía de sobra a que se debía, pero
estaba claro que debía apartarle de sus pensamientos ya que él andaba por otros
caminos. Carlo había insinuado que le gustaban bastante las faldas. Ella sabía, que sería lo más probable, que tuviera alguna cita femenina, ya que ella sabía
perfectamente que no había sesión en esa tarde. Aún siendo fin de semana, había
ocasiones, cuando alguna urgencia lo requería, que debían ir a trabajar, pero
en esa ocasión no se daba el caso. No deseaba que su decepción fuera tan
evidente y, a pesar de que no le apetecía ir de cena, se mostró contenta por
seguir con su charla. Una charla que inevitablemente derivaría en si algunos de
ellos tuvieran novia o mejor dicho novio, porque era ella el motivo de interés
del pintor.
Con familiaridad la tomó del brazo
y continuaron la charla. La llevaría a uno de los mejores restaurantes de la ciudad:
La Pérgola, con estrellas Michelín.
Elizabetta se preguntaba si habría
ganado tanto dinero como para permitirse ese lujo. Ella conocía el restaurante,
no porque hubiera estado en él, pero en sus estudios para turismo, era una asignatura
obligada conocer los lugares en donde se comiera bien, y ese restaurante reunía
todos los requisitos. Caminaban despacio mientras desgranaban lo vivido durante
esos años de ausencias. Supo que Carlo
había tenido una novia que no cuajó, porque él apreciaba a la muchacha, pero
estaba enamorado de otra y no pudo ser. Él cayó prudente de quién estaba
enamorado, la llevaba del brazo y, sin Duda iba a ser la noche más feliz de su
vida. Y hasta se alegró de que Paolo no estuviera con ellos. Sabía del
enamoramiento temprano que tuvo ella de su amigo y aunque pasaron los años, no
deseaba tentar a la suerte. Aunque lo cierto no albergaba ningún tipo de
esperanza respecto a que ella le mirase con algo más que como amigo, pero con
tenerla cerca se conformaría.
Sin ser habitual, Carlo era
conocido por el maitre del restaurante, dado que les creó los dibujos para las
cartas y el logotipo para diversos objetos del restaurante. Por tanto, nunca
tendría pegas si llegaba de improviso a comer, a cenar: siempre sería bien
recibido.
Tras saludarse afectuosamente, le
pidió una mesa discreta, pero no arrinconada:
— Es una
compañera de instituto a la que quiero como a una hermana y nos hemos visto hoy
por primera vez en muchos años. Danos una mesa discreta pues nuestra charla de
puesta al día va a ser larga
— Sabes que
aquí siempre tendrás lo que desees y viniendo con una dama tan bella y
exquisita aún con mas motivo. Seguidme. Tendréis la intimidad que queráis tener,
pero, al mismo tiempo no estaréis solos o arrinconados.
La mesa era excelente y el menú
recomendado por el maître exquisito. Todo se cumplía paso a paso. Deseaba
obsequiarla con lo mejor y todo se le haría poco para festejarla. Le parecía imposible
que, al fin estuvieran sentados frente a frente, aunque los pensamientos de
cada uno de ellos fueran diferentes. Ella, en su interior, echaba de menos a su
otro compañero, a Paolo, para rememorar los bonitos años del inicio de la
adolescencia. A su memoria acudió la super protección que ambos muchachos
ejercieron sobre ella y creyó que no se repetiría más. Al hacerse mayores fueron
abandonando, sin darse cuenta, aquella especie de caballeros andantes que no
permitían que nadie se acercase a su “Dulcinea”. Sin embargo, hoy, al menos uno de ellos desoyó, no sólo a ella, sino a su amigo que le había invitado expresamente
a su inauguración. No tuvo en cuenta que ahora ya no era el muchacho
reconcentrado en sí mismo que se incorporó a su pequeñísimo grupo formado por
dos personas.
Algo retirado de ellos, había una
pareja conversando animadamente y expresivamente. Él había tomado la mano de
ella y cada vez que miraba su rostro, la acariciaba suavemente en los nudillos
de su mano deteniéndose en uno en especial que portaba un anillo muy
significativo. La miraba directamente a los ojos, con intensidad tal que, ella
se veía obligada a bajar su vista. Estaban distantes de la mesa de nuestros
chicos, pero no tanto como para no verlos. Carlo les daba la espalda y, por
tanto, ni siquiera los veía, pero Elizabetta si y seguía maquinalmente el
movimiento de manos, en especial de él. No prestaba. A penas, atención a lo que
Carlo le narraba. Ni siquiera mostraba interés por saber a lo que se estaba refiriendo,
pero movía alternativamente su cabeza indicando que le escuchaba y que le
interesaba su narración, aunque fuera todo lo contrario. Carlo, se calló
bruscamente habiéndose percibido de que ella estaba en otro lugar bastante
lejos de aquel restaurante y que tenía en un sitio determinado su vista puesta
en algún rincón del restaurante y, que pausadamente, más por tragar saliva, que
para degustar la copa, se la llevaba a los labios intermitentemente pero
demasiado frecuente. Estaba claro que se había evadido de su compañía y, triste
sin demostrarlo, giró la cabeza siguiendo la visión de ella y, entonces descubrió
quién era el portador de su atención, justo en el momento en que él acariciaba
la otra mano de su acompañante.
Sabía de sus andanzas y, cuando
llamó para invitarle a la inauguración, le aseguró que no faltaría y estaba
visto que había incumplido totalmente su promesa. Lo lamentó por Elizabetta que, a todas luces,
se había desilusionado por su ausencia.
Con el pretexto de ir un momento al
servicio, se levantó pasando casi rozando a la pareja que estaba totalmente
absorta en su ritual. Comprendió en el acto lo que ella miraba con tanta fijeza.
Comprobó que ella no estaba mirando
y decidió tomar cartas en el asunto. No sólo era por Elizabetta, sino por él
mismo: fue un desaire y tenía que hacérselo notar.
Paolo se sorprendió mucho cuando le
tuvo de frente procurando tapar con su cuerpo, la presencia de Elizabetta. No
le daría ese gusto. Buscó cualquier pretexto y, tras despedirse, emprendió sus
pasos hacia donde estaba ella que le aguardaba jugando con el mango de una
cucharilla de postre. Aprovechó que no miraba en esa dirección y se despidió de
la pareja. Paolo, por conocerle bien, supo en el acto que estaba molesto y
trató de excusarse, al tiempo que le abrazaba al despedirse:
— Perdona. Lo
olvidé por completo. En cuanto tenga un rato libre, te doy mi palabra que te
visitaré.
Él no dijo nada y al tiempo que se despedía de la mujer que le acompañaba, dirigió su mirada hacia su propia mesa y, respiró aliviado de que Elizabetta siguiera entretenida con algo y no se diera cuenta de que estaba hablando con él.
DERECHOS DE AUTOR RESERVADOS / COPYRIGHT
Autora< rosaf9494quer
Edición< Junio 2023
Ilustraciones< Internet

ENTRE DOS AGUAS - Capítulo 6 - Una desconocida
Mientras caminaba hacia su casa reflexionaba sobre lo
vivido en ese día y en cómo la vida se empeñaba en jugar con ellos y, rememoró
el momento en que se enteró de que al congresista que asistiría era, ni más ni
menos que Paolo, el chico del que estaba enamorada desde que era una
adolescente en ciernes. Recordó que estaba destinado a un alto cargo en
diplomacia, o en cualquier gobierno regional o quién sabe si nacional. Era el
sueño acariciado de sus padres y, aunque él no estaba conforme con ese destino,
terminó por entusiasmarle hasta el punto de aceptar con más o menos ganas la
carrera diplomática. Por si era inalcanzable se había distanciado un poco más.
De todas formas, no era probable que se vieran nuevamente. Si ya había sido
difícil en las vacaciones, lo sería aún más una vez terminada s sus respectivas
carreras, tan dispares entre sí. Alguna embajada estaría destinada para él. O bien
formaría parte de algún gobierno que le llevara hasta la presidencia. Estaba a
mil años luz de los otros dos soñadores muchachos de entonces.
Se hizo el propósito de que en ese fin de semana iría
a ver la exposición de Carlo. Él, además de inspirarla más confianza era más
asequible. No era tan remilgado como la familia de su otro compañero, de un
compañero que no sentía ningún interés por ellos a pesar de que se juramentaron
que se enviarían noticias y que su amistad permanecería inalterable por los siglos
de los siglos.
Al llegar a este punto, sonrió bajando su cabeza para
ocultar su risa a los ojos de los demás transeúntes y no la tomaran por una
loca que andaba suelta. En cuanto llegara a su apartamento, buscaría en
internet todo lo relacionado a Carlo Bianchi que, poco a poco se abría paso en
ese mundo difícil del arte. El cartel anunciador de su exposición la había
subyugado y tenía una ligera idea de haber visto algún borrador de algo parecido
a lo que fuera un boceto definitivo.
Metió la llave en la puerta de su pequeño reino que era su apartamento en el que reinaba junto a otra compañera azafata que paraba poco en casa debido a su trabajo. Muchas veces había conversado sobre lo interesante, a la vez que inquietante de pasarse la vida volando de un lugar a otro sin siquiera conocer nada de donde hacían escala. Lucille tenía una ruta fija en Alitalia de Roma a El Cairo y se había hecho novia de uno de los pilotos de su misma ruta, sólo que él, si tenía el itinerario bastante cambiante, por tanto, se veían poco, pero ellos insistían en sus proyectos de algún día formar su propio hogar con hijos incluidos. Se necesita mucha fuerza de voluntad para mantener una relación como la de ellos tan cambiante y con escasas presencias personales, pero no había más que mirarlos para que todos los muros que se pudieran construir se derrumbasen de una vez al verlos juntos y las miradas que se dirigían uno y otro. Elizabetta comentaba muchas veces con su compañera de piso, las pocas veces que coincidían, en que has de estar muy segura del amor de otra persona con tan escasos momentos tenidos para ellos solos. Pero Lucille estaba tan segura de lo que quería que rebatía cualquier comentario en contra. Se querían y deseaban formar una familia, de eso estaban muy seguros y lo harían en cuanto reunieran todo el presupuesto que se habían trazado para ver satisfechos sus logros. Con esos argumentos no había forma de hacerles desistir de ello.
Estaban seguros de que se amaban y de la fidelidad
de cada uno de ellos. A veces Elizabetta les ponía, ante sus ojos, como ejemplo
de amor inquebrantable, como en el fondo ella sentía desde casi una niña pero
que había perdurado en el tiempo. Bien es verdad que tampoco había tenido
muchas oportunidades de salir con otros chicos. Ni tan siquiera con sus
compañeros de clase. Sabía que para sus padres era un sacrificio tremendo el
darle esos estudios y ella, les reconocía el esfuerzo correspondiendo del único
modo que podía y era estudiando y esforzándose a fondo en ellos para sacar su
carrera adelante. Se sentía orgullosa de
haberlo conseguido; ya habría tiempo para noviete o simplemente algún que otro
escarceo amoroso, pero mucho se temía que, mientras no se le fuera de la cabeza
el arrogante Paolo no conseguiría nada.
Encendió el televisor al tiempo que se quitaba los
zapatos de un empujón con el pie contrario. El estar todo el día con tacones
era un sacrificio al que tendría que acostumbrarse dado que en su presente
trabajo había de tratar con gentes de las muy altas esferas, totalmente diferentes a los turistas, más
prácticos, que iban con calzado y ropa cómodas para abarcar el máximo de
visitas a todo cuanto de maravilloso Italia les ofrecía. La cultura, la historia
y los propios italianos formaban un mosaico riquísimo y variado que había que
contemplar y aprovechar al máximo.
Por un momento sintió nostalgia de no haber optado por ese empleo, diverso, simpático, enriquecedor al conocer a gentes de los
cinco continentes que se maravillaban ante cualquier monumento que
contemplasen. Ese había sido el sueño dorado de ella, pero al ponerle frente
así la posibilidad que aceptó, sin ningún género de dudas de Naciones Unidas.
Era un campo difícil de explorar, pero también enriquecedor, aunque más
monótono y, concretamente el de ella, encasillada en el cubículo insonorizado y
en plena concentración debido a que los cinco sentidos de interés serían
insuficientes para que nada fallase y se organizara un trifostio de mucho
cuidado. Era interesante y sentía que formaba parte de ese reducido círculo que
intervenía en el bienestar en la vida de las personas, pues no sólo de guerras
se trataba. La lucha contra el hambre y la desnutrición infantil era el protagonista
de muchas sesiones y sabía que ella aportaba su granito de arena para que las
gentes de cualquier latitud viviesen mejor, aunque ella todo lo que podía hacer
era no perderse ni una coma de la traducción que debía hacer. Pero a su modo
era también partícipe de que todo fuera más justo y el reparto no fuera solo
para los poderosos sino para quienes Labran la tierra.
Ni siquiera prestaba atención a lo que la televisión
decía. Tapó su boca con la mano cuando, un bostezó le avisó de que estaba
cansada, que debía cenar y meterse en la cama. Al día siguiente se levantaría a
la hora de costumbre y haría las averiguaciones para asistir a la exposición de
Carlo y, con un poco de suerte, quizás le viera por allí.
El día había amanecido algo plomizo y bochornoso,
pero sabía que, a medida que transcurriera la mañana, las nubes se despejarían
y el sol sería el astro rey, aunque cabía la posibilidad de que eso no sucediera,
sino que cayese un chaparrón de antología. Metería en su bolso, su gran bolso,
un paraguas plegable por si acaso.
Tomó un café con leche a palo seco, y después de
recoger el servicio, fue a su habitación para elegir la ropa que llevaría. Se
decidió por un conjunto de chaqueta y pantalón color beige conjuntado con una
blusa de lino en color marrón, zapatos a juego con el bolso también del mismo color
que la blusa. Se lo puso por encima para comprobar el efecto y satisfecha
sonrió. Lo dejó todo encima de la cama y se dirigió al baño para asearse.
En un principio no se percató de la admiración que
causaba a su paso entre algunas personas. No era coqueta, aunque le gustaba la
buena ropa y bien conjuntada y, hoy, efectivamente iba muy bien arreglada.
Deseaba impactar a Carlo, aunque sabía que para ello, no se necesitaba mucho.
Tal y como pensó, Carlo estaba allí departiendo con
una señorita bien arreglada que ordenaba algunos catálogos puestos encima de
una mesita adornaba por un gran jarrón de peonías color rosa y ciclamen en
perfecta conjunción de color. Él estaba de espaldas a ella cuando entro en el
salón. Se quedó boquiabierta al contemplar la obra de su amigo. La mayoría eran
carteles de tamaño grande de mujeres en distintas posiciones y distintos
atavíos, pero en todo el rostro era el mismo. Se fijó más detalladamente en
ellas y hasta encontró un ligero parecido a alguien, pero no terminaba de
identificar. Desde lejos, la azafata que charlaba con Carlo, le hizo una
indicación con la cabeza y él giró la suya para contemplar el rostro de la
joven que acababa de entrar en la sala, y que era sobradamente conocido por él.
Era una inesperada visita que le hizo abrir los ojos desmesuradamente. Ni por
lo más remoto imaginaría que ella iba a visitar su exposición. Se dirigió hacia
Elizabetta que ahora sí, le sonreía ampliamente al tiempo que se notó abrazada
con intensidad por él:
— —Te
imaginaba mostrando el Coliseo y estás ¡aquí ¡
— —Pues claro.
No soy guía, entérate. Ahora soy traductora en Naciones Unidas — él silbó suavemente
con admiración— ¡Vaya con nuestra dama!
— —Habrás
coincidido con nuestro amigo. Estuvo ayer aquí y me lo comentó
— —Ya lo sé.
Le traduje ayer su discurso
— —Pues no me
comentó nada
— —Es que no
lo sabe. No tuvimos ocasión de saludarnos siquiera.
— —Seguramente
volverá hoy. Al menos es lo que me dijo
— —Te tenías muy guardado tu arte ¡eh pillín! ¿Quién ha sido tu modelo? Es la misma cara en todos tus carteles
— —Si es la
misma chica. Tenía un boceto arrinconado en el estudio y casualmente lo vi y me
pareció una cara preciosa y a propósito para lo que tenía en mente. et voilá.
La mismísima Elizabetta en sus años mozos
— —¿Yo? ¡Qué
va ¡No soy yo! Esta chica es muy bonita
— —¿Es que tú
no te crees bonita? Pues lo eres y mucho. Bastante más en persona que en mis
carteles. Ven. Bebamos una copa de champán. Tu visita hay que celebrarla.
— —Es muy
pronto— dijo ella rechazándola
— —De eso
nada. Es mi primera exposición. Ha venido mi mejor amiga y posiblemente mi otro
mejor amigo venga también. ¿Te parece poca la celebración?
— —Dices que
va a venir Paolo
—Eso me prometió ayer
—Entonces déjame que vea
detenidamente tu trabajo y me iré. Tendréis miles de cosas que hablar
—De eso nada de nada. Hace siglos
que no nos vemos los tres juntos y si cabe la casualidad de que hoy estemos los
tres reunidos, habremos de celebrarlo. ¡Menuda sorpresa va a llevarse! Pero
ahora que caigo me has dicho que ayer estuvisteis juntos
— —No
exactamente. Te he dicho que le hice la traducción: él en el hemiciclo y yo casi
en el tejado. Pero le vi por el cristal que nos separa de la Cámara. Así que él
no sabe nada de nada. Y te ruego que no se lo hagas notar.
— —¿Por qué?
— —Porque
quiero comprobar si se acuerda de mí.
— —Está bien.
Mi boca será una tumba.
Ambo se echaron a reír tomados de la mano. Para
ellos los años habían dado marcha atrás y se hicieron cuentas de que estaban de
nuevo en aquel instituto de Amalfi protegiendo a una jovencita que traía locos
a la mitad de los chicos de bachillerato
DERECHOS DE AUTOR RESERVADOS / COPYRIGHT
Autora< rosaf9494quer
Edición< Junio 2023
Ilustraciones< Internet

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