miércoles, 18 de octubre de 2017

Siete días - Relato corto

De nuevo lunes. La misma rutina de siempre, sin cambios.  Se asomó a la ventana de su habitación y miró al cielo. Nublado gris, a punto de llover. Se dirigió al cuarto de baño para asearse, mientras el café salía e inundaba con su aroma toda la casa.  Una vez vestida, se recogió el cabello en una cola de caballo.  Echó un último vistazo y cogió su bolso y las llaves.  Bajó las escaleras y salió a la calle en dirección al Metro. 

Todo igual, todo lo mismo desde hacía años, sin cambios, sin nada que perturbase aquella monotonía.



Lidia trabajaba en un centro de estética y belleza en un gran centro comercial.  Ella era la encargada de hacer las manos, en lo que se había especializado y,   era requerida por las clientas que acuden al establecimiento, todas ellas de gran poder adquisitivo.  Vivía sola.  Su madre murió al darla a luz y su padre había fallecido hacía más de cuatro años.  Era de rostro de los denominados corrientes, es decir: poco agraciada.  Sus ojos eran inexpresivos.  De estatura media. De lo único que se sentía orgullosa era de su cabello castaño, liso y sedoso.  No se le conocía novio, ni tan siquiera salía con nadie.  Era extremadamente educada y voluntariosa, pero siempre estaba triste, con el ánimo muy decaído.

La jornada laboral había transcurrido con toda normalidad, y a las siete de la tarde cerraron sus puertas.  Decidió caminar un rato hasta la próxima parada de autobús.  No le apetecía meterse en el Metro; prefería ir viendo a la gente caminar por las calles, a través de la ventanilla del vehículo.

Apenas habían transcurrido diez minutos, cuando una lluvia fina, comenzó a caer y arreciar en un santiamén.  Tuvo que refugiarse en un portal si no quería empaparse.  Otro chico había tenido la misma idea que ella, pero él tenía paraguas e intentaba abrirlo sin mucha suerte

El muchacho rezongaba unas palabras ininteligibles que ella dedujo se estaba acordando de alguien, y no bien,  precisamente.  Desistió del empeño y aguardó como ella,  a que escampase

- Nada, que no hay forma.  Maldito paraguas...
- Suelen ser muy engorrosos, siempre estorban-  fue lo que comentó al muchacho sin apenas mirarle- ¿ Quiere que lo intente yo? a lo mejor tengo suerte
- Por favor, hágalo.  Tengo prisa y ya voy con el tiempo justo

Lidia tomó el objeto y comenzó a maniobrar apretando un botón situado cerca de la empuñadura

- ¡ Eureka, lo conseguí !
- ¡ Vaya, ha habido suerte !  Muchas gracias, me ha salvado la vida
- Un poco exagerado ¿no cree ?
- ¿ Hacia donde va ? Puedo acompañarla hasta el Metro o el autobús
- Oh, no se moleste.  No tengo prisa
- A propósito. Mi nombre es Arturo
- El mío Lidia




Hechas las presentaciones, Arturo la consiguió convencer para que se cobijase bajo el paraguas.  El chico era simpático y Lidia se admiraba de que estuviera tan amena en su charla, cosa que rara vez ocurría, excepto con las clientas de su trabajo.

El era residente en un hospital de la capital, y ella le informó en dónde trabajaba y lo que hacía.  Sin darse cuenta , habían paseado largo rato.  Él se acordó de que tenía una cita y se le había hecho muy tarde

- Discúlpame Lidia, tengo que anular un compromiso
- Lo siento , lo siento mucho.  Por mi culpa has faltado a tu cita
- No te preocupes, no tenía demasiado interés en acudir.  Era sólo un compromiso

Llegaron frente al portal de ella.  Sin darse cuenta habían caminado largo rato.  Ella le tendió la mano para despedirse y Arturo la estrechó al tiempo que la decía

- He pasado una tarde estupenda, a pesar del paraguas. Podíamos quedar para vernos mañana
- No sé..., acabamos de conocernos...
- ¿ Qué importa ? Todo el mundo se conoce en un primer momento y luego hasta se casan - dijo riendo- Eres muy interesante, Lidia.  Pocas personas hay con las que se pueda hablar de cualquier tema y tener una conversación amena y divertida. ¿ Qué dices, te recojo mañana a la salida del trabajo?  Yo no tengo guardia, estoy libre hasta pasado mañana
- Está bien. Ya sabes donde trabajo... salgo a las siete
- Allí estaré. Buenas noches
- Buenas noches Arturo

Él la vio adentrarse en el portal. Todavía no entendía como había conocido a aquella chica, paseado con ella, y citado para el día siguiente.  Físicamente no era una belleza.  No es que fuera fea, pero no tenía ningún atractivo especial por el que se hubiera interesado.  Era delgaducha y desgarbada. No iba maquillada, no tenía unos ojos especialmente bonitos, pero sin embargo intuía que era buena persona, y algo solitaria.

Fieles a la cita del día anterior se reunieron a las siete pasadas, unos minutos.  Ella venía más sonriente , quizá al comprobar que él había sido cumplidor.  Se había esmerado algo más en su arreglo, y hasta se había echado unas gotas de perfume.  Arturo se percató de ello, y observándola, ya no la encontró " tan corriente".  A lo mejor era el rubor de sus mejillas al comprobar que había venido a buscarla, lo que hacía se mostrara más atractiva.

Decidieron ir a merendar a un McDonalds situado en el mismo centro comercial.   El día anterior ella le había contado cómo había transcurrido su niñez con un padre viudo, añorando constantemente a su esposa, y protestando por el inmenso trabajo que constituía el criar a una criatura él solo.  Quizá por ese motivo, su carácter siempre había sido triste y reservado.  Arturo le contaba que sus padres le habían costeado la carrera con muchos sacrificios, que vivían fuera y que sólo les veía en vacaciones, y en algún puente largo .

Una vez que  cada uno se había dado a conocer, su conversación giró en torno a ellos mismos.  Lidia sentía un contento interior, que hasta ahora nunca había experimentado.  Se fijó en el rostro de Arturo.  Era guapo sin estridencias, de complexión fuerte, amable y siempre risueño.  No tenía hermanos y era de Burgos, la vieja ciudad castellana.

- Te has manchado la punta de la nariz de kétchup- dijo Arturo
- Perdón...-respondió Lidia tratando de limpiarse con una servilleta de papel
- Déjame, yo te limpio,  o te lo extenderás más

Ambos rompieron a reír.  Mientras Arturo le limpiaba el tomate, se fijaba en sus ojos que el día anterior eran opacos y hoy tenían un brillo especial.  Sus labios eran finos, de boca pequeña, y de un óvalo de cara más bien alargado.  Su naricilla era respingona, lo que imprimía una nota juvenil a su cara.  Los dos habían pasado la treintena. 

Cerca de las once de la noche decidieron, al igual que el día anterior caminar hasta el domicilio de Lidia, y al igual que entonces, su despedida fue ceremoniosa

- Mañana entro a las ocho y salgo a las tres, con lo que tengo la tarde libre. ¿ Te vengo a buscar?- solicitó Arturo

Lidia flotaba en una nube. ¿ Cómo es posible que a ella la estuviese ocurriendo aquello ? Un guapo chico deseaba salir con ella...

- Me encantará- respondió Lidia- ¿ A la misma hora de hoy?
- De acuerdo hasta mañana. No me he atrevido a decírtelo:  hoy estás muy guapa. Ciao- fue su despedida

Subió las escaleras de dos en dos, y una vez estuvo en su piso comenzó a canturrear y bailar.  Si aquello era la felicidad , ella lo era, y mucho.  Arturo le había dicho que estaba guapa, y sintió como sus mejillas recibían una oleada de suave calor.  ¿ Se estaría enamorando de Arturo ?  Quiso no pensar en ello.  No sabía lo que aquellas citas durarían, pero aunque fuesen cinco minuto, la compensaría de la monotonía y soledad de su vida.

Eligió la ropa que se iba a poner al día siguiente, con sumo cuidado.  Se soltó la coleta y vio que tenía un pelo precioso, lo que la hacía más atractiva.  Se lo dejaría suelto al día siguiente.

Se sentó en la cama y tomó su libro de cabecera a fin de leer unas páginas antes de dormir, pero no podía.  Estaba entusiasmada y en su memoria recorría una y otra vez el rostro agraciado de Arturo.

- Mañana ya es miércoles. ¿ Saldremos en el fin de semana?

Recordó que él trabajaba como médico en un hospital, y quizá tuviese que hacer guardia.  Ese pensamiento la contrarió.  Decidió que no leería, y buscando el calor de la cama, apagó la luz y lentamente, pensando en su aventura, se durmió.

En su lugar de trabajo habían notado que algo la estaba ocurriendo, pues no era normal que acudiera a trabajar tan arreglada. Se había dado un ligero toque de brillo en los labios, máscara en las pestañas, y llevaba el cabello más brillante y sedoso que nunca.  Recibió los parabienes de sus compañeras, que trataban de sonsacarla lo que todas sospechaban

- ¡ Ya era hora, hija ! Mereces que alguien se interese por ti. Y arréglate más... puedes sacar mucho partido de tu rostro.  ¡ Eres guapa !- le dijo la esteticista
- No Raquel, no lo soy.  Pero creo que con algún retoque puedo quedar resultona.

Al acercarse la hora, su corazón saltaba dentro del pecho alocadamente.  Siempre tenía la duda de si acudiría a buscarla, pero pronto salió de dudas.  Arturo estaba allí con una rosa roja en la mano

- ¿ Es para mi ?-le preguntó sonriendo
- ¿ Para quién si no ? Déjame que te vea...  Estás preciosa
- Arturo, no te rias de mi. Bien sé que no es así
- No, en serio. Estás bonita y tienes un cabello muy lindo

Lidia, le miraba fijamente a los ojos.  ¿ Buscará engatusarme y reírse de mi ? No es posible que me encuentre atractiva, porque no lo soy.  El es tan guapo y educado... Interrumpió sus pensamientos al sentir en sus labios el ligero roce cálido de los de Arturo.  Apenas los rozó. Un latigazo, recorrió el cuerpo de Lidia.  Era la primera vez que un hombre le había besado y le decía que era bonita, y le había traído una rosa

- Si lo deseas el sábado, cuando salgas de trabajar, podemos ir a un cine. El domingo tengo guardia de veinticuatro horas.  Entraré el domingo a las ocho y saldré el lunes a las tres.  Lo siento, en mi profesión estas cosas ocurren
- No te preocupes.  No quiero interferir en tu vida.  Lo paso muy bien, pero comprendo que tendrás compromisos...
-¿ Has creído que te lo he dicho como excusa porque no quiero salir contigo ?
- No, no...solo que acabamos de conocernos y no me extraña que desees salir con alguien más
- Si quisiera salir con alguien más, no me citaría contigo ¿ no crees ?  No sé qué ha ocurrido, ni porqué me gusta tanto estar contigo.  No sé si es tu conversación, ó porque tienes un alma transparente y noble, pero el caso es que estoy muy a gusto saliendo juntos
- Yo también, Arturo, yo también.

Esta vez la despedida del miércoles fue distinta frente al portal.  Él la atrajo hacia sí abrazándola y besándola, al tiempo que por primera vez le dedicaba unas palabras que a ella le sonaron a coro de ángeles.  Subió despacio, girando la cabeza para verle allí, parado frente al portal, sin moverse, hasta que ella se perdió de vista en el rellano de la escalera.  Flotaba en una nube: la había besado, abrazado y le había dicho que la quería.  Ninguno de los dos se explicaba lo sucedido, pero lo importante es que había ocurrido .

El jueves y el viernes ya eran como novios. Caminaban bien cogidos por la cintura, o con sus manos unidas.  De vez en cuando él le daba un beso en la mejilla, y ella sentía que el corazón le estallaba de gozo.  Tanto tiempo esperando un amor como aquél, y por fin había llegado sin pensar, por un ridículo paraguas.

El sábado era el día acordado para ir al cine.  Le pidió a su compañera peluquera le arreglara el cabello.  Un buen corte, unas ligeras mechas algo más claras que el tono de su pelo.  La esteticista la maquilló ligeramente.  Su imagen había cambiado por completo.  Ahora necesitaba algo de ropa distinta, más juvenil.  Pidió permiso a su jefa para acudir a una de las boutiques del centro.

- Voy andar un poco justa con el presupuesto de este mes.  No importa, si es necesario cenaré yogur, pero tengo que hacerlo. Tengo que estar bonita para él

Se compró un bonito vestido, unos zapatos de tacón de aguja para elevarse algo en estatura, y por último al pasar frente a la tienda Intimissimi, vió un conjunto de ropa interior en color malva, que la enamoró.  Sin dudarlo entró y se lo compró.  Se había gastado más de la mitad del presupuesto para pasar el mes.  No la importó.  Estaba viviendo los días más felices que nunca hubiera soñado.

Con todos las bolsas de las compras efectuadas, entró en una de las habitaciones de masajes, y se cambió la ropa que había llevado de su casa, por la que acababa de comprar.  Celia la chica de los masajes, siempre decía : " es un error en el que caen algunas mujeres.  Creen que con ponerse un vestido bonito ya está todo solucionado, pero lo que hace que vayas bien vestida y atractiva, es la ropa interior, tenlo siempre presente.  te da seguridad.  Sigue mi consejo ".  Y lo había seguido, y era cierto.  El vestido le sentaba mejor y realzaba más su silueta.

Arturo se quedó sorprendido al verla llegar.  Los tacones hacía que su paso fuese más seguro, le daban una gracia especial.  Estaba preciosa y sus ojos y sus labios le sonreían con satisfacción.

- Tengo que besarte, tengo que besarte, aunque te borre el lápiz de labios
- No se borra. Ahora son muy modernos.  Puedo estar todo el día como si acabara de pintarme, así que...- y poniendo morritos incitaba a Arturo a que la  besara .

Sentados en la butaca Arturo no dejaba de observarla de reojo. El cambio que había experimentado en aquella semana era tremendo.  Por su experiencia en el trato con los problemas humanos en el hospital, supo desde el principio, que aquella muchacha dulce y callada, nunca había sido feliz, nunca había sentido el amor de ningún muchacho.  Su complejo, la hacía mostrarse peor de lo que en realidad era.  Su belleza no era espectacular, era guapa, simplemente, pero tenía una dulzura interior que traspasaba al exterior.  Se había enamorado de ella, sin saber cómo, pero notaba que la quería y que sería muy importante en su vida.

Tomó su mano y se la llevó a los labios, al tiempo que la susurraba que era su gran amor.  Ella le miraba feliz. No acababa de convencerse de que aquello era real y,  no fruto de su imaginación.  En la oscuridad de la sala, Arturo poniendo su mano en la nuca de ella, le atraía hacia él, la besaba y ella estaba a punto de desmayarse con tanta felicidad.

A la salida, la llevó a cenar a un restaurante cercano a los multicines.  Quizá fuese el vino de la cena, la alegría que sentía y que estaba junto al hombre del que se había enamorado, su rostro estaba resplandeciente.  Reían, se tomaban de las manos, acariciaba sus mejillas y no paraba de decirla que estaba preciosa. Todas aquellas palabras resonaban en sus oídos y como un eco inundaban su cabeza.  Nunca antes nadie le había dicho tantas cosas bonitas.

Era tarde cuando salieron del restaurante.  Arturo no dejaba de mirarla, y por fin le hizo la pregunta clave

- ¿ Quieres subir a mi apartamento? 
- Si, amor mío. Lo deseo con toda mi alma

Ella cortada, le dio la espalda.  Era una habitación no muy grande, en perfecto orden, limpia y con pocos muebles.  Arturo comenzó a acariciarla, y lentamente bajó la cremallera del vestido.  Por primera vez iba a desnudarse delante de un hombre. En su férrea educación, le habían inculcado que las mujeres "decentes", no hacían esas cosas. Pero ella no quería pensar en nada, sino vivir ese momento tan especial que había surgido en su vida.  No le rechazaría, no le importaba lo que viniese después.  Esa noche era suya, viviría "su " momento y se entregaría con los cinco sentidos al amor de aquel desconocido que apareció en su vida por un guiño del destino

Se entregaron mutuamente con pasión irrefrenable y la noche fue testigo de aquel amor vivido.  El despertador, implacable, sonó a las seis y media.  Permanecían despiertos, había que apurar hasta el último segundo de su amor.

- Mi vida, tengo que vestirme.  Entro a las ocho.  Por nada del mundo me separaría de ti.  Eres increíble, mi cielo. Te amo con todas mis fuerzas.  Estaré contando las horas para que llegue la tarde de mañana y podamos vernos

- Yo también, cariño.  Has sido el rayo de sol que mi vida necesitaba. Te he esperado tanto tiempo, pero al final todo me ha sido compensado.
- Se me ocurre una idea.  Antes de comenzar el turno de noche, tenemos una hora de descanso, mientras cambian los turnos, a las diez. ¿ Por qué no te acercas y pasamos ese rato juntos?
- Eso está hecho. Iré y te querré más, porque ya no podría vivir sin ti.

Antes de levantarse, Arturo volvió a besarla, al tiempo que la decía:

- Es muy pronto. Quédate en la cama un rato más, es domingo y no tienes que ir a trabajar.  Cuando salgas empuja la puerta. ¿ Sabes que te quiero ?
- Si, lo sé.  Y yo también. Bendito seas amor, por todo lo que me has dado en apenas una semana.

Arturo tras besarla nuevamente, salió rumbo al hospital.  Lidia, se arrebujó en la cama y volvió a quedarse dormida.  A medio día se despertó.  Un poco adormilada.  En un principió extraño el lugar, pero luego se dio cuenta de que había pasado la noche en casa de su amor y recordó con una sonrisa lo ocurrido en ella.  Saltó de la cama y fue hasta la ducha.  Allí frente a un espejo grande que tenía Arturo, contempló su cuerpo desnudo , con pocos atributos femeninos, pero con el suficiente atractivo para haber enamorado a Arturo.  En una noche había perdido todos los complejos acumulados durante años.  Nunca había recibido una lisonja, ni un piropo de parte de otra persona.  Las palabras de Arturo habían sido un bálsamo para su monótona vida.  Pero ahora todo había cambiado.  era plenamente feliz, amaba a un hombre y era correspondida por él.  No quería saber nada más, no necesitaba nada más.  No le importaba el tiempo que durase aquella relación, en una semana había logrado lo que llevaba toda su vida persiguiendo.

Después de ducharse, regreso a la habitación para vestirse.  En las blancas sábanas, estaba la señal de su inocencia.  Sonrió al verlo, y rápidamente levantó la cama y metió la ropa en la lavadora.  ´No quiso rebuscar en el armario para tomar otras  y hacer la cama.  No quería que Arturo pensara que había cotilleado todo.  La dejaría sin hacer y cuando él regresase el lunes, ya la haría.  Se vistió y salió a la calle dirigiéndose a su domicilio.  Llovía, hacía un tiempo desapacible, pero a ella le pareció que el sol más radiante inundaba  las aceras.

Estaba impaciente porque llegaran las diez de la noche. Eligió con esmero la ropa que iba a ponerse.  Debía estar guapa para él. Se maquilló, dejo libre su melena, se perfumó y se miró en el espejo por última vez.  Se encontraba bonita. Cogió el bolso y miró el reloj

- ¡ Oh Dios mío, qué tarde es !

Bajo corriendo las escaleras, llovía intensamente y a pesar del paraguas, su impermeable comenzó a mojarse por los hombros gracias a las gotitas que escurrían de las varillas del paraguas.  Llamó un taxi y le indicó la dirección del hospital en donde Arturo le aguardaba.

Enfilaban la gran avenida, pero el consabido atasco de los días de lluvia cerraba el paso a cualquier vehículo.  Estaban cerca apenas a quince metros.  Iría andando.  Pago al taxista y corriendo llegó hasta el semáforo cercano.  Estaba nerviosa e impaciente por encontrarse con él.  Seguía recordando la noche pasada con Arturo.  Miró instintivamente el semáforo, pero no vio la luz en rojo para los peatones.  Sin pensarlo dos veces se lanzó a la calzada al tiempo que un coche a toda prisa la embistió lanzándola por los aires.

No oyó los gritos de horror que los presentes dieron al presenciar el atropello.  Acudieron varias personas en su auxilio, y uno de ellos dio la orden de que no la movieran y avisaran a una ambulancia.

Por la cercanía del hospital,   no tardó más de cinco minutos en acudir.  Al llegar los sanitarios, con un gesto dieron a entender la gravedad de las heridas.  Un hilillo de sangre corría por las comisuras de sus labios y un oído también sangraba.  Sangraba por las piernas.  Estaba inmóvil, con los ojos cerrados y apenas respiraba.

El otro sanitario atendía al conductor del coche que había tenido el accidente.  Tenía un serio ataque de ansiedad.

La pusieron un collarín, la introdujeron en la ambulancia y rápidamente la trasladaron al hospital.

- Date prisa, está muy grave-dijo al chófer de la ambulancia,  uno de los sanitarios

Notificaron a urgencias que iban con un accidente de coche, grave. En el busca de Arturo sonó la señal de que debía volver a su puesto para atender el accidente.  Mientras bajaban a Lidia de la ambulancia, llegó apresuradamente Arturo pidiendo el informe.  Se quedó petrificado al comprobar que el rostro sangrante de la accidentada era el de su amor.  No lo podía creer; hacía pocas horas habían hecho el amor y se habían jurado amor eterno, y ahora ella estaba allí a punto de morir.  La perdía sin remedio. Los oídos le pitaban y no podía escuchar las explicaciones de los sanitarios informándole de cómo había ocurrido todo.  Tuvo que ser un compañero quién le sacudiera para que volviera en si

- Vamos Arturo, que esta mujer se nos va
- Es mi novia- respondió con un hilo de voz
- Lo siento, lo siento mucho.  Pero ahora hay que salvarla la vida, así que anda muévete.

Una enfermera cortaba con unas tijeras la ropa de Lidia, dejando su cuerpo al descubierto, mientras otra preparaba el  instrumental y otra le ponía una vía.  Los médicos examinaban sus heridas.  Limpiaron su sangre y la condujeron a un quirófano.  El jefe del equipo, al examinarla, tomó del brazo a Arturo y en un lado aparte le dijo

- Arturo, no se puede hacer nada.  El golpe ha debido ser tan brutal, que la ha reventado.  Lo siento muchísimo, pero no hay nada que hacer.  Puedes quedarte con ella si lo deseas


Abandonaron el quirófano, todos muy apesadumbrados.  Arturo era respetado por sus compañeros y todos se habían alegrado de que estuviera tan feliz en esos pasados días.

Por sus mejillas corrían las lágrimas incontenibles. Se abrazo a su cuerpo dolorido y la besaba en la frente, en las mejillas, en los labios.  Sólo podía decir " amor mío, amor mío".  Lidia abrió los ojos lentamente.  Le buscaba, había reconocido su voz, pero no le veía.  Con una voz que parecía un suspiro, le dijo:

- Te quiero, te quiero

Arturo sujetaba su mano, infundiéndola el calor que huía de su maltrecho y querido cuerpo.  Después de que pronunciara esas palabras, torció la cabeza hacia un lado y exhaló un débil suspiro.  El pitido de la máquina le indicaba que su corazón había dejado de latir.

Un desgarrador llanto retumbó en la habitación mientras se abrazaba al cuerpo de la mujer que le había dado un amor puro y sincero.   Sólo les bastaron siete días para saber que habían nacido para estar juntos, pero que una jugarreta del destino los había separado irremediablemente.

Los compañeros lloraban en silencio contemplando la escena que estaba viviendo, a pesar de estar acostumbrados a ver a diario esas situaciones. Tapada con una sábana la introdujeron en una cámara hasta que acudiera la funeraria.

En una bolsa de plástico, de color gris oscuro, le entregaron la ropa y los efectos personales de Lidia.  Entre ellos destacaba algo de color malva y recordó cuando la vió con aquel conjunto.  Su cuerpo ya no era desgarbado, sino que era de un increíble  atractivo.  Sólo habían pasado unas horas y su vida había dado un vuelco tan tremendo que le impedía pensar y actuar.

El coche salió con el féretro en dirección al Tanatorio.  Arturo se encargó de avisar a sus compañeros de trabajo que acudieron rápidamente para hacerle compañía.

Era una madrugada fría. Había dejado de llover y en el horizonte se dibujaba un incipiente sol, un sol que ella ya no contemplaría.  Se abrazó a un árbol del parque y lloro, lloró sin cesar.  Apenas pasaran unas pocas horas, se cumpliría una semana desde que se conocieron.  Levantó la vista hacia el cielo, y gritó:

- ¡ Dios, Dios !

Un rayo de sol se filtraba por entre las ramas de los árboles y en él pareció ver el rostro amado de Lidia, que le sonreía, y hasta pareció verla pronunciar sus últimas palabras " Te quiero, te quiero"



F    I    N

Autora    1996rosafermu
Edición:   Junio de 2013
Ilustraciones  Archivo de 1996rosafermu

DERECHOS DE AUTOR RESERVADOS

lunes, 9 de octubre de 2017

Ligada a su destino - Pongamos que hablo de amor

Para  A.V..  Con cariño



La joven Amanda   entró en casa, saludando a su madre  y dejando los libros encima de la mesa. Estaba cansada; la clase había sido larga y pesada, teniendo que realizar unos textos que completaran su trabajo y repasar unas lecciones para los exámenes que se acercaban.  Habían algunos temas que debían ser estudiados nuevamente.  Estudiaba jardinería y materias de agricultura, ya que deseaba ser profesora en dicha materia. Nacida en   Barquisimeto,  su familia se había trasladado a la Isla Margarita. Sus padres trabajaban en los hoteles turísticos y ella estudiaba. Pensaba dedicarse a la docencia en las materias elegidas, carrera que faltaba poco para que sus sueños se cumplieran.

Era una profesión con futuro y con vistas a ello se dedicó en cuerpo y alma.  Debía ayudar a sus padres, pero también quería hacerlo en un lugar en el que sus conocimientos fuera útiles, y para que eso fuera posible, debía vivir en un lugar agrícola y no turístico como era Margarita.  cuando finaliara su carrera.   Después de un año de prácticas se trasladó a Calabozo, pueblo pionero en agricultura integrado por venezolanos indígenas y algún europeo que había descubierto en esas tierras su medio de vida.  Allí, además de orientar a los pequeños terratenientes, impartía clase sobre cultivos, dedicado mayormente a los jóvenes que veían su futuro en la tierra.  Contaba con veinticuatro años de edad, cuando a su clase acudió un muchacho recién pasada la adolescencia. Alto,  moreno de tez, cabello y ojos. De rostro agraciado y de amplia sonrisa que la cautivó nada más verle.

Siempre había rechazado los flechazos, pero lo que ellos sintieron a poco de conocerse, no fue otra cosa más que la llamada del amor.  Primero fueron unas sonrisas, después una cita los sábados por la tarde en cualquier cafetería y después lo inevitable en una pareja sana y enamorada.  Ambos eran jóvenes y algo alocados.. Su futuro lo veían juntos y fácil. Álvaro, que así se llamaba el muchacho, hacía sus planes, mirando a Amanda  a los ojos y tomando sus manos:

- Con lo que sé del campo y lo que puedas enseñarme, hablaré con mis padres y comprarremos un pequeño terreno .  Sembraremos alguna fruta y hortalizas, que luego llevaré al mercado.  Y con las clases que puedas dar, ganaremos el dinero suficiente para formar nuestra vida.

Ella , con algunos años mayor que él, no lo veía tan fácil, pero el entusiasmo del joven la contagiaba y hasta llegó a creerse que fuera posible el comenzar a vivir juntos.   .

Alquilaron una pequeña casita a las afueras,  en la que sólo había un dormitorio, una pequeña sala y en ella la cocina.  El servicio lo tenían en una caseta anexa a la vivienda.  Poco a poco Alvaro reparaba alguna grieta, pintaba sus paredes y ponía a punto su nido de amor, porque lo era.   Plenos de ilusión, decidieron que vivirían juntos, ya que la férrea oposición de la madre de Alvaro, impedía que pudieran unirse en matrimonio.

 El lugar era pequeño, y pronto corrieron las voces de su romance, y  Amanda comenzó a ser mal vista en la localidad.y la comidilla de todos.  Hasta la madre de Alvaro llegaron los rumores , las habladurías de la gente, su amor que estaba en bocas de todos,  e hizo saber a su hijo que no estaba conforme con aquello que era la comidilla del pueblo., y no sólo por la diferencia de edad, sino porque ella era su profesora.

Se entrevistó con Amanda recriminándola su abuso con Alvaro, ya que era mayor que él.  Ni sus negativas, ni sus lágrimas, ni sus ruegos, hicieron que ella rectificase en su actitud, retirándola la palabra lo mismo que a su hijo.   A pesar de todo, y de las lágrimas derramadas,  decidieron seguir con sus planes y se fueron a vivir juntos.

Hay un refrán castellano que dice.    " Poco dura la alegría en la casa del pobre", y eso se cumplió en sus vidas. Los chismorreos de la gente no cesaban y cada vez que se cruzaban por la calle con alguno de ellos, les miraban de reojo murmurando.  Eran señalados como adúlteros, más Amanda que Alvaro.  Seguían adelante, aunque esa situación les hacía daño.  Amanda fue despedida de su puesto como profesora y sólo con el dinero que sacaban en el mercado no les era suficiente para poder vivir.

 Decidieron que en Calabozo no podían seguir viviendo, porque además de las penurias económicas, las murmuraciones  habían  conseguido que nadie les hablase, ni siquiera los muchachos y muchachas que tenían como amigos  Recogieron los humildes enseres y la ropa que tenían y salieron de allí en busca de un mejor destino.   Y sus pasos se encaminaron hacia Sana Juan de los Morros, no muy distante de Calabozo, pero si lo suficiente para poder retomar su vida con tranquilidad.

Amanda no tardó en encontrar un puesto de trabajo, que primero fue en algún bar de camarera y finalmente, tras muchas estancias recorridas, en la agricultura que era su verdadera profesión.  Pero no así Alvaro, que posiblemente debido a su juventud y poca preparación sólo encontró alguna cosa esporádica en el campo, sin mucha continuidad.  Su amor no había cambiado, a pesar de las penurias económicas que no les permitía muchas veces más que hacer una comida al día.  Sencillamente se alimentaban del amor que se tenían.

Allí nadie les conocía, ni nadie sabía de su pasado, pero ellos querían estabilidad y decidieron unir sus vidas en el Juzgado, y meses después se casaron por la  Iglesia,.  Y así pasaron unos meses sin que su situación variase.  El dinero que Amanda llevaba a casa, no llegaba para nada y a duras penas podían pagar el alquiler de la vivienda que tenían.

Poco a poco, la alegría y la ilusión del principio, se fue diluyendo, y afloraron los malos humores por los problemas que tenían, y que solventaban en la cama noche tras noche . Y comenzaron las discusiones y los enfados y faltaron las palabras y las caricias.  Ya nada era igual. Y Alvaro comenzó a llegar tarde a casa sin explicación alguna, y Amanda se fue acostumbrando a ello, y siempre estaba dormida cuando él llegaba, algunas veces de madrugada.


Al despertar una mañana, Amanda notó que el sitio de la cama de Alvaro estaba intacto.  Eso significaba que no había ido a dormir esa noche.  Se levantó rápidamente y comenzó a llamarle, a sabiendas que no obtendría respuesta. Se fijó que, encima de la mesa de la cocina había un sobre con una nota en la que la decía que se marchaba, que ya no lo soportaba más.

Se la vino el mundo encima y recostada en la mesa rompió a llorar con desesperación.  Todo había sido un castillo de naipes y acababa de derrumbarse..  Pasaban los días y nada sabía de Alvaro, ni dónde estaba, ni con que medios contaba para vivir, ni siquiera si había regresado a Calabozo.  Ninguna llamada, ninguna carta, ninguna noticia de él.  Y entre la añoranza de su marido, las dificultades para vivir, y la inquietud por él, la depresión comenzó a rondarla.

Acudía a su trabajo sin ganas  lloraba por la menor cosa.  No hablaba con nadie, y el cambio de humor y de carácter hizo mella en ella.  Y pasó un mes, y otro, y otro..., , sin noticia alguna, hasta que un día, unos golpes en la puerta hizo que se encontrara frente a frente con Alvaro nuevamente.

Se abrazó a ella llorando, pidiéndola perdón, pero Amanda no podía reaccionar.  De repente supo que no le amaba, que su gesto egoista al marcharse sin siquiera anunciárselo, la dio a demostrar que ella no le importaba.  Que no le importó en la situación en la que quedaba y que todas sus promesas de amor eterno habían salido por la puerta junto a él, cuando decidió abandonarla a su suerte.  Y entonces le negó el perdón y le negó la entrada en su humilde casa que con tanta ilusión habían compartido, en la que se amaron y se convirtieron en marido y mujer. Tiempo después supo que había emigrado a Estados Unidos en busca de mejor fortuna.

Amanda siguió su vida adelante, recordando a veces el tiempo pasado junto a Alvaro, pero poco a poco, su imagen se difuminaba, hasta que llegó un día en que definitivamente salió de su vida.

Es una chica preciosa, con ese encanto tan especial y ese carisma que tienen las hispanas.  La dulzura de su carácter su bonito rostro, su dulce sonrisa y sus ganas de vivir, hicieron que poco a poco se volviera a integrar con las personas de su edad.  Hizo amigos y era muy solicitada por los chicos a los que cautivaba con su conversación ágil y simpática.

De alma sensible echaba de menos las lisonjas que  siempre la dedicaban los muchachos y que mientras estuvo con Alvaro no prestó atención, pero ahora estaba sola y era libre y poco a poco, su pensamiento y su corazón se fue abriendo a la esperanza de que algún día el amor llamase nuevamente a su vida.

 Y conoció a Ramón y él la conoció.  Trabajaba en el banco del lugar como cajero y cada vez que Amanda llegaba a las oficinas bancarias, los ojos de él iban tras ella.  Un día coincidieron en una fiesta de cumpleaños de un amigo común y de nuevo Cupido lanzó sus flechas.  Amanda esperaba el amor de nuevo, y el amor acudió a su llamada.  Distinguido, de su misma edad, moreno, simpático y dicharachero como son ellos, y enseguida comenzaron a conversar.  Y aquella noche, al salir de la fiesta la acompañó hasta su casa y así los días sucesivos hasta comenzar nuevamente una relación de noviazgo..

Ramón la presenta a su madre que la acepta de inmediato y es bien recibida en su casa, algo que complace no sólo a Amanda, sino también a Ramón.  La invitan a comer los fines de semana y todo es paz y armonía

Y se hace más intensa, y de nuevo la ilusión y la esperanza de ser feliz, se abre paso en su corazón.y tienen su primera experiencia sexual en el hotel del lugar.  Se siente plenamente feliz, completa como mujer y como novia.  Ramón la corresponde plenamente porque la ama profundamente, y sólo quiere estar junto a ella.

Su intimidad se repite cada vez con más frecuencia y cada vez más satisfactoria. se complementan a la perfección. No hay barreras que les detenga y deciden vivir juntos, ya que ella, al no tener la disolución de su matrimonio, no podría casarse.  Pero no le importaba porque ellos se convertían cada vez que estaban juntos en marido y mujer.

Todo iba de maravilla.  Su amor se completó con el anuncio de la llegada de un hijo de ambos. No había felicidad más grande que la de Amanda y Ramón.  Pero la madre de él, comenzó a sentirse desplazada en el interés que Ramón sentía por quién consideraba como su mujer,.  Y los mimos y el cariño, las caricias que dispensaba a  Amanda y a ese hijo que venía en camino la hacian encolerizarse, y la envidia y las insidias, comenzaron a reinar a través de las indirectas en la vida de esa joven pareja.

Y nació Ramoncín, que en lan actualidad tiene dos años, pero su vida ya no es tan feliz.  Se siguen amando, pero también la suegra siembra dudas y cizaña entre la pareja, que trata por todos los medios combatirla.  Les da miedo que un día con cualquier motivo, con cualquier discusión, la felicidad de la que gozan salte  por los aires.

En la actualidad siguen juntos con su hijo al que adoran.  Ellos se aman, pero también hay quién envenena sus días.




                                                   F    I    N

Autora:  1996rosafermu  Basado en hechos reales 
Fuente  A.V.
Edición Mayo de 2017


NOTA: Este es un relato basado en hechos reales, y que me fue solicitado hace meses por una seguidora  .  Los lugares, los nombres y las fechas , son ficticias para salvaguardar la privacidad de esta persona.

martes, 3 de octubre de 2017

Matrimonio por contrato - Capítulo 9 - Amor, fracaso, sepración

Los meses corrían, y la inspiración no llegaba. ¿ Había sido un  espejismo ? Quizá se cumpliera  su vaticinio: no servia para escribir.  No tenía ideas. El primer libro resultó bien, porque sabía de memoria el tema y su desarrollo.  Pero había algo más y no tenía iniciativa para plasmarlo Los beneficios obtenidos por las ventas de su primer libro, se esfumaban al igual que sus ideas.  Melissa trabajaba más horas de las razonables; no tenía vida propia entre acudir a su empleo y organizar su casa, no le quedaba tiempo para cuidarse. Había que estirar el poco dinero que aún les quedaba, y tenía que elegir entre comer o pagar la renta del pequeño apartamento.

Harto de esa situación, volvió a escribir como negro.  Al menos tendrían unas entradas fijas.  Pero si era capaz de hacerlo para otro  ¿ por qué no para él mismo ?  Melissa se lo repetía hasta la saciedad, pero ni él mismo conocía la respuesta.  Sólo que, cuando se sentaba ante unos folios, ni siquiera era capaz de escribir el título.  Pensaba que si se le ocurría un tema, después sería fácil arrancar con el desarrollo de la trama.


 Ella cayó enferma y no tenían para las medicinas que necesitaba para su curación. Y tomó una de las decisiones más difíciles de su vida, pero también una de las más importantes.  Viajaría hasta Bibury y pediría a su padre le ayudase; haría lo que fuese por ella. La quería y era correspondido, motivos suficientes para pedir , algo de dinero.

Le recibió con frialdad, y con una irónica sonrisa dibujada en su rostro.  Era como una bofetada en plena cara, como diciendo " te lo advertí.  Vendrás suplicante ".  Trató de olvidrse de ese gesto muy de su familia, y habló con él abiertamente.  Su padre le escuchaba en silencio, pero no dejaba traslucir si efectivamente iba a obtener lo que había ido a  solicitar.  Entonces  Richard, con una calma que le exasperaba, anunció que les ayudaría, con una condición:  su regreso en solitario a Bibury nada de Melissa, esa chica insulsa y poco menos que analfabeta.

El asombro se reflejaba en su cara ni se le había pasado por la cabeza que pudiera siquiera insinuar el abandono de la mujer que le había ayudado a salir adelante.  La decisión del padre era tajante, y en realidad,  lo importante,  era ella, su salud.  Una vez que le diera el dinero para las medicinas, vería cómo lo resolvía.  Y regresó a Londres, y Melissa mejoró, pero debía cumplir con lo firmado: su regreso al lugar que más odiaba en el mundo.  Mentalmente recurrió a su abuelo, que de vivir, no se vería en esa situación, pero él ya no estaba y su padre le apremiaba para el regreso.


La separación fue dolorosa, triste, desgarradora. Además de renunciar al amor de su vida, renunciaba a su libertad, a su sueño de ser escritor. A partir del momento que pisara Bibury, se convertiría en un hombre de negocios, pero además de ser algo que no quería, tendría que soportar el silencioso reproche de su familia. El hijo pródigo, el idealista, se ha rendido, como hicieron todos, al vil metal. Y aunque él sabia el motivo por lo que lo había hecho, se sentía ruin y que no sólo había fallado a Melissa, a sus abuelos también.  Ellos fueron valientes y rompieron con todo sin importarles nada, sólo ellos y su amor profundo. ¿ Le ocurriría a él lo mismo, o sería uno más de su familia que sólo se interesaba por el dinero?  Nunca renunciaría a Melissa; sólo necesitaba tiempo y todo volvería a ser como antes.

Pero el tiempo pasaba y las musas seguían sin llegar, y menos aún lejos de ella y ocupado únicamente en llenar las arcas, ya rebosantes de la empresa familiar.  Conoció a Aisling durante la celebración de un party a lo que su familia era tan aficionada desde tiempos de sus bisabuelos. Seguían con la costumbre casamentera y  habían echado el ojo a esa graciosa joven de familia irlandesa, afincada ahora en Bibury. Pero él no entraría por el aro, de eso nada.  Pero poco a poco, el rostro amado de Melissa, se fue desdibujando y al cabo de un año, se vio dando el si a  una esposa que no amaba.  Nuevamente la historia se repetía.


 Perdido el contacto con ella, poco  poco se resignó a su suerte: sería la maldición de los Durham: casarse sin amor y por dinero.  Algo que él nunca pensó le ocurriera, pero si había ocurrido y se encontraba en la habitación de un hotel, haciendo el amor con una mujer a la que se había unido sin amor, pero que si  estaba cumpliendo con el rito sagrado del matrimonio

Y la odió en ese momento, a sabiendas de que ella era inocente, como lo fue Phoebe, y que si ella estaba enamorada de Patrick, amor que él debía representar, aunque estaba muy lejos de sentir.  Pero Aisling no era tan ingenúa como fue su abuel,a  ni los tiempos eran los mismos, y supo que lo que hacía su marido, era cumplir con un expediente, por eso cuando su fin se cumplió, decidió hablar abiertmente con él, rechazando de plano ese matrimonio no deseado por ninguno de ellos.

Patrick reconoció lo obvio ante su mujer, y la excplicó  todo lo que le había llevado a esa situación:  debía pagar una deuda y el precio había sido su retorno a Bibury, y, posteriormente su matrimonio con ella.  Le escuchaba en silencio compadeciéndose de él, pero no necesitaba compasión, sino comprensión y paciencia. , algo  que ella estaba dispuesta a dar.  Sabía que su marido era buena persona obligado por las circunstancias a actuar egoistamente, pero estaba dispuesta a ayudarle, y lo haría, en pimer lugar volviendo a Londres, viviendo fuera de la influencia familiar.  Harían su vida como ellos quisieran y no como sus padres mandasen.  Y de esta forma Patrick y Aisling decidieron darse una oportunidad,  comenzando de nuevo su vida en común.

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