viernes, 20 de enero de 2017

Keira y el Dr. O'Reilly - Capítulo 2 - Al fin tutora

No tuve siquiera oportunidad de pedirle disculpas por mi escenita del día anterior.  Me dieron el alta, y nadie supo decirme qué doctor era el que me había atendido.  De modo que tomé un taxi en la puerta,  que me condujo hasta mi domicilio. Fui despedida del mísero trabajo con la excusa de haber faltado a él. Yo tenía que haberles puesto una denuncia por intento de "envenenamiento", pero decidí dejarlo pasar.

Tenía que tomar alguna decisión que me condujera a alguna salida, y fue apuntarme a una agencia de Nanys, adjuntando mi curriculum, que siempre llevaba en el bolso, por si acaso.  No me dieron ninguna esperanza de que rápidamente estabilizara mi situación, y yo, entre tanto, buscaba algún empleo por mi cuenta.  Pasaron varios días, y hasta dos meses, sin que recibiera noticia alguna de la agencia.  Alguna noche de vigilia en algún domicilio y poca cosa más.  Pero un día recibí una llamada de un tal señor  O'Reilly para que me personara en su domicilio, en un barrio señorial de Londres.  Me detuve unos instantes contemplando la fachada y haciendo cálculos de quién pudiera ser quién solicitaba mi presencia allí.

Fui recibida por el administrador, ya que el citado señor, viajaba con bastante frecuencia, además de tener un trabajo que ocupaba todo su tiempo. Si llegaba a un acuerdo y acorde con  mis referencias académicas, estaba más que capacitada para dar clase a una pequeña de cuatro años, huérfana de madre y con un padre, según me comentaban, bastante alejado de ella y de su domicilio.  Pedí al administrador,señor Morgan, si podía conocer a la niña, y él accedió de inmediato.  Pulsó un timbre y a su llamada acudió una sirvienta joven a la que pidió trajera a Stella para que la conociera..

Era la niña más bonita que había visto nunca.  De hermosos cabellos dorados e inmensos ojos claros, que según les diera la luz, eran de un azul vivísimo o de un gris plomizo.  Su carita se iluminaba con una dulce y tímida sonrisa frente a mi.  Quedé prendada de ella, a la vez que me inspiraba ternura y lástima de que una niña tan pequeña hubiera sufrido la pérdida de la madre y la ausencia del padre.

Era muy tímida, me miraba y sonreía al tiempo  que metía en la boca uno de sus deditos y movía el cuerpo rítmicamente de un lado a otro. Debía trabajar allí, quería trabajar allí y hacerme cargo de la educación de esa preciosidad de criatura, al menos hasta que tuviera edad para ir al colegio.  Tendría un buen sueldo, casa y comida, es decir viviría allí permanentemente, y libre un día a la semana, que serían los sábados, ya que el padre solía pasar los fines de semana con la niña, claro, si el trabajo se lo permitía.

¿ Qué clase de trabajo tenía, para tan irregular horario? No quise preguntarlo porque no tenía la suficiente confianza. ¿ Sería joven o de edad media? En realidad quién verdaderamente me importaba era Stella, el resto me tenían sin cuidado.

Mi incorporación sería dos días después, ya que necesitaba tiempo para liquidar el apartamento y recoger mis cosas.  Y fue un jueves por la mañana cuando me personé en ese domicilio portando una maleta en la que cabían todos mis tesoros: algo de ropa, algunas fotos y poca cosa más.  Era una chica pobre, pero si Dios lo permitiera, con ese trabajo dejaría mi estatus de pobre a simple empleada con el dinero suficiente para comprar algún capricho y acudir a alguna diversión.

Felicity, ayudante del administrador, me acompañó hasta  lo que sería mi vivienda,  que era como un pequeño apartamento, cerca de la habitación de Stella. Constaba de un dormitorio con baño incluido y un pequeño salón de televisión.  El dormitorio era amplio y soleado, cuya ventana daba a un jardín trasero de la casa..  Era claro y alegre, por cuyos ventanales entraba el sol a raudales, cuando había sol, claro.

Me congratulaba de mi buena suerte, depués de haber vivido en el barrio oscuro y triste  que habíté  por tres largos años.  Deshice el equipaje, y en cuanto estuve lista, me dirigí al curto de la niña con el fin de comenzar mi trabajo.  La encontré sentada en el suelo jugando con una muñeca, a la que hablaba y daba el nombre de Princesa. Al verme, se le iluminó la cara.  Me senté a su lado  y procuré introducirme en la historia que estaba viviendo junto a su amiga imaginaria.

-  ¿Quiere un té ? - me preguntó y yo accedí.  Tenía que ganarme su confianza y vencer esa timidez que sentía en mi presencia.  Paseé la mirada por la habitación, que era espaciosa, alegre y toda blanca, y mis ojos se detuvieron en un retrato puesto en una de sus mesitas de noche.  Era de un mujer bellísima con los cabellos dorados como la niña, por lo que saqué en conclusión que debía ser su madre.  Ella me miró extrañada de que contemplase la fotografía con tanto detenimiento.  Le pregunté:

- ¿ Es mamá ? - ella movió la cabeza afirmativamente.  Cuando la puse en su sitio y me giré para incorporarme de nuevo al juego, vi que apoyado en el dintel de la puerta, estaba la figura de un hombre alto, bien formado, que contemplaba la escena con curiosidad.  La niña se dio también cuenta, y de un salto,  se levantó del suelo y corrió a sus brazos extendiendo los suyos y diciendo

- Papi, papi...

El se agachó para recogerla  y auparla en brazos, mientras la acariciaba y besaba sus sonrosadas mejillas.  El señor O'Reilly había regresado a casa de donde quiera que se encontrara.


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