jueves, 6 de abril de 2017

Nadie hablará de mí cuando ya no esté - Capítulo20 - Hasta que la muerte nos separe

A la semana de haber regresado de España, Anderson fue a ver una casita situada a mitad de camino entre la mansión e Inverness.  La vió una mañana cuando acudía al hotel, y le pareció ideal para compartirla con Adela.  De esta forma estaría cerca de su padre y tendrían la suficiente privacidad que todos los recién casados necesitan.

Aparcó el coche frente a la casa. Deseaba visitarla detenidamente, antes de mostrársela a ella y  que fuese quién  diera el visto bueno .  Estaba contento.  Los trámites para su enlace se desarrollaban con toda normalidad y en poco menos de un mes, serían marido y mujer. Todo lo tenía ya pensado y resuelto.  La celebración sería en uno de los salones del hotel nuevo. El enlace en el Ayuntamiento. Y en el hotel de Inverness alojaría a los padres de Adela y a Clara su mejor amiga, también a punto de contraer matrimonio, pero que no se perdería el de su querida amiga, por nada del mundo.

Adela por su parte, efectuaba las compras referentes a su traje de novia, al ajuar de su nuevo hogar, y un sin fin de detalles de última hora.  Sus padres llegarían a Escocia con una semana de antelación a la boda. Deseaban pasar con su hija el mayor tiempo posible, ya que una vez que se convirtiera en señora McLaughlin, tardarían en verla.  Quizá en alguna vacación que les permitiera desplazarse a Madrid, o que ellos se tomasen unos días libres y fueran a visitarles.

Todo estaba saliendo como  querían.  Estaban nerviosos, como todas las parejas que se casan. Eran felices y no había nada ni nadie que empañase su felicidad

— Ven, he de enseñarte una cosa— dijo Anderson a su novia, al tiempo que la besaba cuando ambos se reunieron a la salida de sus respectivos trabajos
—¿ Qué pasa, hay alguna novedad? — respondió ella intrigada
— Sube al coche
— ¿Nos vamos a casa? Porque si es así, yo no puedo acompañarte. He quedado con la modista para hacerme la prueba del traje
— No, aún no vamos a casa. No te entretendrás mucho. Podrás ir a probarte el traje.  Anda sube

Adela obedeció y se subió al coche intrigada por el misterio que guardaba Anderson. Llevaban pocos minutos de conducción, cuando paró el coche frente a una bonita casa, típica de aquél entorno

— ¿ Qué significa esto ?— preguntó Adela
— Ven, entra y luego lo comentamos

Entraron y Adela admiró lo bonita que era la casa. Comenzó a intuir algo, pero no dijo nada para no ser indiscreta

— ¿ Te gusta?— la preguntó él expectante
— ¡ Ya lo creo !¡ Es preciosa! ¿ De quién es ? ¿ Quién vive aquí ?
— Si te gusta, será nuestra. Y si, viviremos aquí

Anderson observaba el rostro de Adela . Veía la reacción de ella y suspiró al comprobar que la encantaba. Era espaciosa, y no demasiado grande. Alegre, con mucha luz, acogedora... y, además sería su hogar.  Deseaba que los días corrieran más rápido.  Tenía la impresión de que nunca llegaría la fecha de su unión, pero también estaba nerviosa porque le asaltaban unos pensamientos poco tranquilizadores que no se atrevía a comentar con Anderson, porque intuía que él se enfadaría mucho con ella por pensar en la locura que imaginaba.



Había dejado de lado por un tiempo la indecisión que la caracterizaba, en parte debida a la actuación de Anderson que no paraba de ensalzar todo cuanto ella hacía.  Conocedor de la baja estima que sentía, le molestaba que no reconociera que tenía muchos valores.  Se había convertido en la mano derecha de Henry, y en un relativo tiempo récord, manejaba el trabajo que le habían encomendado y que no era precisamente el de pegar sellos o archivar facturas y cartas.  Ahora era la Relaciones Públicas e intérprete del hotel, misión que cumplía perfectamente, como ya hemos dicho.  Cuando Henry se ausentaba por cualquier motivo, era ella la que ocupaba su lugar. A veces Anderson la reclamaba y tenía que desplazarse hasta el hotel nuevo, no porque fuera imprescindible su presencia, sino porque Anderson deseaba que también se fuera informando del manejo comercial del otro negocio. 
Y aunque los días, les parecían  que pasaban con lentitud, la verdad es que tenían la impresión de que les faltaría tiempo para  tenerlo todo a punto para la boda. 

 Tal y como estaba planeado, llegaron los padres de Adela, y dos días después su amiga íntima Clara.  Fueron a recibirla al aeropuerto y ambas amigas se fundieron en un entrañable abrazo

— ¡ Quién lo iba a decir, Adela !  Estás guapísima. Se nota que Anderson te trata bien. No hay más que mirarte a la cara y comprobar lo feliz que eres—comentaba Clara
— Si lo soy, solo que a veces me pregunto si será siempre así
—¿ Cómo que si será siempre así? Naturalmente que si.  No hay más que ver con que ojos te mira Anderson. Se ve a la legua que está loco por ti
— Supongo que a todas las novias, la víspera de su boda les entran  las dudas: Si de verdad se quieren. Si se acordará de la otra novia que tuvo su futuro marido. Si sabrá ella desempeñar correctamente su papel de esposa,... Parece una tontería, pero para mi es importante
— ¿ Por qué piensas todo eso ? ¿ Acaso Anderson te da algún motivo, se acuerda de su ex?
 Espero que no. Ya no tenían nada antes de iniciar nosotros nuestra relación.  Pero soy tan inexperta en todo esto, todo es tan nuevo para mi... que temo no estar a la altura de las circunstancias
— ¿ Has hablado con tu madre de esto?
— ¿ Cómo se te ocurre? ¡ No, ni hablar ! Me diría que  estoy loca. Y francamente creo que no le falta razón
— Perdona si soy muy brusca al preguntarte esto. ¿ Qué tal la cama? Porque supongo que tendréis relaciones...  Ahora no es como antes, afortunadamente
— Bien... Mas que bien, diría yo. .. ¡ Ay! ¿ Por qué me haces esas preguntas tan indiscretas?
—Porque soy tu mejor amiga y no quiero que te lleves un resbalón.  Siempre has sido muy indecisa y mojigata, por eso te lo pregunto
— Sigues siendo muy directa, y me incomoda, porque son cosas muy íntimas, muy nuestras...
— Está bien. Cambiemos de tema... ¿ Tienes ya todo preparado?
— ¡ Claro ! ¿ Qué te crees ?
— Nada, hija. No me creo nada—dijo Clara riendo y abrazando a su amiga que era para ella como una hermana

Y llegó el gran día.  Ante el juez  Andrew, los padres y amigos de los respectivos contrayentes,  hicieron sus votos de amor y fidelidad para toda la vida.  En los ojos de Anderson había una emoción contenida, y en los de Adela la sonrisa invadía totalmente su cara.
Álvaro Montoro, llevó a su hija ante el lugar destinado para el acto, y fue él quién entregó a Anderson el mayor tesoro de su vida, su niña, que ya se había hecho grande y estaba a punto de estar casada.  Maureen  y Clara, fueron sus damas de honor, y Aleck el acompañante de Anderson.

 Los padres ocupaban la primera fila de asientos.  Eugenia enjugaba unas delatadoras lágrimas de felicidad y añoranza porque ya no era su  pequeña. ¡ Había pasado el tiempo tan rápido !   Para Alastair McLaughlin, era la emoción de hallarse solo en la ceremonia y,  el recuerdo de su esposa no le abandonó en ningún momento.  Pero estaba tranquilo y feliz.  Siempre le había preocupado Anderson. Creía que era el más necesitado de cariño familiar, puesto que estaba permanentemente viajando. Y pensó que había sido un error haber tomado partido por Aleck en su compromiso con Maureen. Pero estaba satisfecho con la elección que su hijo había tomado para compartir su vida. Adela era una buena chica, amable y parecía que amaba a su hijo

— Quizá fue una buena idea... las cosas ocurren por algo. Y lo de estos chicos estaba predestinado a llegar al buen fin que hoy celebramos.  Para mi, será una hija más, y si hace feliz a mi hijo...

 Todo ello lo pensaba mientras Anderson y Adela ponían en sus dedos las alianzas de casados.

El salón había sido engalanado sencillo, pero exquisitamente.  Anderson quería lo mejor y más bonito para la que ya era su mujer.  Ambos estaban radiantes.  Agradecieron personalmente a los asistentes el que les acompañasen en tan fausto día, cortaron la tarta y abrieron el baile.  Posteriormente siguió  la sucesión de bailes con los invitados
Todo esto se desarrollaba en el hotel destinado a los eventos, pero en el otro, una bella mujer  hacía su entrada en Recepción y solicitaba hospedaje en él

— ¿ Puede rellenar la ficha, por favor? — le dijo la señorita que estaba tras el mostrador
— Desde luego ¿ Cómo  no ?  Conozco este hotel desde hace mucho— fue todo cuanto dijo

La chica del mostrador, hizo un indiscreto comentario, que para ella fue mera anécdota, pero para la bella desconocida hizo que suspendiera por unos segundos la escritura de la ficha

— Hoy estamos de celebración, y hay un servicio especial en habitaciones como atención a nuestros clientes.  Deseamos hacerles partícipes de nuestra fiesta
— ¿ Están de fiesta? ¿ Aquí ? — replicó la desconocida
— Nuestro jefe se acaba de casar. Estamos todos muy contentos
— Pero aquí no veo ninguna fiesta— dijo la desconocida
— Es que la celebración no es aquí, sino en el hotel nuevo
— ¡ Vaya !  ¿Está muy lejos ?
— No, prácticamente aquí al lado. En esta misma calle, como a cincuenta metros calle arriba
— ¿ Sabe ? Conozco bastante a su jefe.  Me gustaría dar la enhorabuena a los esposos. ¿ Pueden subirme el equipaje a mi habitación? Me encantaría saludarles
— Desde luego, señorita. Así lo haremos. Su habitación será las 301
— Gracias.  Vuelvo enseguida

La desconocida salió del hotel y se encaminó hacia la dirección indicada por la empleada.  En su rostro había crispación.  Había pensado durante el viaje lo que haría al llegar. Una cosa tenía segura: vería a Anderson por  si su relación tuviera arreglo. Pero con esta noticia no contaba.

— No voy a morderme la lengua. Haré que su noche de bodas, sea muy, muy especial. Voy a amargarle la fiesta a esa mosquita muerta que me ha quitado al hombre que he amado, y por el que estoy aquí ahora. Voy a darle algo de guerra, porque ya no hay vuelta atrás, pero voy a  hacer que me recuerde.

 Se detuvo frente a la puerta, tomó aire y, con paso decidido se adentró en el edificio.  Hasta ella llegaron las risas, los acordes de la música, el ir y venir de algún invitado que la miraba  con curiosidad.  No llevaba la ropa adecuada para una ceremonia semejante, pero le importaba poco, porque después de que se hiciera presente, nadie olvidaría a la mujer que en vaqueros organizó el escándalo del siglo.

Ajenos a todo lo que estaba a punto de ocurrir, Anderson en uno de los escasos momentos que estaban juntos, le susurró al oído de Adela:

— Dentro de poco, nos iremos

Después de despedirse de los parientes más cercanos, y cogidos de la mano,  salían del salón . Antes de marchar del hotel.  Henry, les detendría un segundo para darles su personal enhorabuena .

Pasarían la noche de bodas en su propio hogar, por expreso deseo de Adela.  Y al día siguiente saldrían de viaje de novios con rumbo a un país exótico, pero absolutamente secreto para todo el mundo.

 Sara dirigió la mirada a su entorno, y vio que los contrayentes estaban en el vestíbulo charlando amigablemente con un hombre,  que a primera vista no reconoció.   Se les veía felices y sonreían intercambiando miradas cómplices

Por un momento, Anderson giró su cabeza impaciente por irse de una vez, y entonces la vió. La palidez invadió su rostro y se le borró la sonrisa de la cara.


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