viernes, 9 de septiembre de 2016

La chica del tiempo - Capítulo 11 - En cuerpo y alma

Estaba amaneciendo, y su cuerpo desnudo sentía frio. Estaba dormida, pero no sola.  Sabía que él estaba a su lado, y sonrió recordando la noche anterior. se puso de lado, dándole la espalda, y se arrebujó junto al cuerpo de Aidan, que inconscientemente, abrazó su cintura, atrayendola más hacia él.  Besó su nuca, y suavemente, la dijo:


- Te quiero, Chica del Tiempo- Ella se giró y mirándole respondió con una amplia sonrisa
- Y yo también Gran Sheriff
-¿ Gran Sheriff? ¿ Es asi como me llamabas?
- ¡ Claro ! A pesar de ser tan joven, eras gruñón, autoritario y frio, muy frio
- ¿ Seguro ? ¿ También esta noche ?
- Bueno...  Lo de anoche fue una excepción
- ¿ Y lo de ahora ?

Se tumbó sobre ella, aprisionando su cuerpo con el de él.  Sus labios ansiosos, recorrían su rostro y buscaba su boca con ansiedad, mientras sus manos jugueteaban con las distintas partes de su cuerpo.  No era un  sueño.  Era real. Era totalmente suya, como él lo era de ella. Se le había entregado en cuerpo y alma, rendida al amor que la transmitía, sin barreras, ardiente y total.  Estaba loco por ella, y los sentimientos que le inspiraba no los había sentido nunca. Si ella consentía la haría su esposa.


 No quería separarse nunca jamás de aquella chica preciosa, que ahora reía feliz, respondiendo a sus besos y a sus caricias.  Él acariciaba su garganta, y ella besaba la suya, Él acariciaba sus pechos, y ella bajaba su mano hasta el ombligo, y él reclamaba que bajara.  Ella reía, e inmediatamente la retiraba, y  él comenzaba otras caricias más eróticas.  Eran dos adolescentes descubriendo por primera vez el amor,   descubriéndose así mismos.  Nelly, nunca había tenido una experiencia tan sensual como con Aidan.  Las que había tenido, y no habían sido muchas, eran rutinarias, cumpliendo el expediente por el que se habían ido a la cama.  Pero con él, todo había sido diferente.  Aidan era un amante excepcional, que le hacía sentir algo muy especial dormido en su interior, hasta la noche pasada, en que por primera vez sintió pertenecer a un hombre, totalmente consciente de lo que estaba haciendo y sintiendo.  Le hacía sentirse viva. Todo su ser vibraba con sus caricias y él había descubierto partes muy sensibles con respuesta inmediata, y que desconocía tuviera, porque nadie, sólo Aidan, había explorado su cuerpo.  Él tenía experiencia; había estado anteriormente con varias mujeres, y había tenido noches y días de pasión, ardiente, si se quiere, pero nunca había existido el amor; sólo atracción, sexual, pero nada más.  Sin embargo ella le provocaba tal excitación, al verla rendida totalmente a él, que no quería detenerse, y recorría su cuerpo una y otra vez.  Y con la voz entrecortada la repetía una y mil veces, que era el amor de su vida, de una vida nueva para él, y para ella.

Hacían locuras y su frenesí nunca terminaba.  Reposaban durante un rato y después  pasado ese momento de tranquilidad, sólo les bastaba una sonrisa y una mirada, para saber que el ritual erótico volvería a empezar.


- Debemos parar, Aidan.  Es casi medio día
- ¿ Tú quieres parar ? Porque tengo la impresión de todo lo contrario. Me provocas constantemente  ¿Cómo quieres que pare?
- ¿ Que yo te provoco?
- Si. Tú me provocas.Me sonríes y sé lo que significa esa sonrisa. Me acaricias y sé lo que quieres, aunque no te decidas porque te da vergüenza. Te conozco muy bien, cielo. ¿ A qué es cierto todo cuanto te digo?
- Aidan, calla
- No no quiero callar, porque eso me fascina.  Me vuelve loco que me desees.  Que quieras hacerme tuyo una y otra vez.  Deja a un lado tus rubores y actúa como quieras, como lo sientas.  Sólo estamos tú y yo, y lo que ocurra entre nosotros, si es consentido, está bien.  Es lo normal; no te reprimas y si deseas tocarme, tócame, lo mismo que yo hago contigo, porque eres mia . Y yo deseo pertenecerte del mismo modo
-¡ Oh Aidan ! Además de Gran Sheriff, eres romántico.
- Tú has obrado ese milagro.  Nunca antes he disfrutado tanto como contigo. Has hecho que vibrara cada fibra de mi ser, y créeme sé lo que me digo.
- ¿ Ni siquiera con Leila ?
- ¿ Qué pinta Leila ahora, ente nosotros ?
- Perdona.  No debí decirlo, pero por la Redacción corren rumores...
- Déjales que digan lo que quieran.  Leila y yo, si,  tuvimos una relación, pero aquello terminó hace tiempo.  Es una buena chica.  No nos entendimos, y ella encontró a un hombre que la enamoró, y ahora es feliz.Yo me alegro por ella, pero lo nuestro duró lo que duró.  Eso es todo
- Y lo nuestro ¿ cuánto durará ? - le preguntó muy seria
- Pues si tu quieres, toda la vida, porque me quiero casar contigo ¿ Serías mi esposa ?


- ¿ Te estás declarando ?
- Creo que si.  Si, estoy seguro de ello. Te estoy pidiendo en matrimonio
- ¿ En la cama ?
-¿ Y en qué mejor sitio podría pedírtelo ? Porque ahora... te voy a hacer el amor

Le hacía cosquillas, sólo por oirla reir feliz.  Ella no podía articular palabra tratando de zafarse de sus manos y entrecortadamente, respondió

- Si, si quiero.  Pero para de una vez, por favor
-¿ Qué es lo que quieres que pare ? ¿ Las cosquillas?  ¿ O que no deseas hacer el amor conmigo ?
- Sólo lo primero. Lo segundo deseo que sea como tú sabes hacerlo. Con besitos, caricias y posesión absoluta de mi.
- Sabes que tus deseos son órdenes  -.  Y besándola como un loco la hizo suya una vez más.

A mediodía, decidieron que irían hasta el pequeño pueblo cercano a comer el plato típico de la zona.  Se miraban con ojos brillantes, plenos de amor y excitación.  Había sido una experiencia difícil de olvidar para ambos, porque para ambos fue la primera vez de algo extraordinario, de absoluta entrega y pasión.  Ninguno de los dos había vivido algo semejante.

Y pasado un tiempo,el suficiente para arreglar toda la documentación requerida, se convirtieron en marido y mujer.  A su enlace fueron pocas personas.  Los padres de Aidan, Brenan, la compañera más inmediata en la  Redacción de Nelly y dos o tres amigos más.  Eran rotundamente felices.  Cogidos de la mano, salieron del juzgado rumbo a su luna de miel, que por expreso deseo de ella, pasarían su noche de bodas en la cabaña de los tilos.  En el lugar en donde se pertenecieron totalmente , derribando las barreras que pudieran existir entre ambos.

Y su luna de miel, fue una luna interminble de amor entre ambos.  A Nelly le parecía mentira haber llegado a amar a este hombre que ahora dormia a su lado noche tras noche, después de un tiempo en que le pareciera el ser más despreciable de la tierra.  Mientras observaba su sueño, acariciaba suavemente sus sienes y su cabello,  pensando, sintiendo lo importante que era para ella.  Le amaba y se sentía plena cada vez  que el la requería y la amaba , transportándola hasta las alturas, de las que nunca deseaba descender.



Señora McDowall, se lo repetía una y otra vez.  No era un apellido simplemente, sino era la confirmación de que pertenecía a este hombre en cuerpo y alma, irremediablemente.  Que deseaba estar siempre con él, permanecer a su lado, y que no habría otra cosa que deseara más. Por él renunciaría a todo.  A lo que había sido su sueño siempre y que ahora le parecía algo lejano, porque no había nada que se pudiera comparar a pertenecer a Aidan y que él le perteneciera de la misma forma.

Hacían el amor a cualquier hora del día o de la noche.  No tenían otra cosa que hacer más que amarse. A Nelly le encantaba el pequeño prado que había junto a la casa rodeado de tilos, expresamente plantados por Aidan, cuando ella no era más que un pensamiento en su cabeza y había averiguado que la encantaba su perfume.  Haría cualquier cosa por complacerla, por hacerla feliz y satisfacer cualquier capricho que tuviera.  La amaba desde que la vió la primera vez y lejos de ir olvidandola con el tiempo, su ansiedad crecía más, hasta que consiguió hacerla suya como mujer y como esposa.

El día que la tuvo por primera vez, sintió un cúmulo de emociones, nunca antes experimentado.  Era como un sueño largo tiempo deseado y al fin hecho realidad. El deseo que por ella sentía le acuciaba cada vez que, en visitas esporádicas al canal, podía verla, pero también le daba miedo por los compañeros que la rodeaban, porque alguno se le adelantase.  Ella era más sensual en aquel pequeño prado, y el aroma de los tilos le embargaban a él también.  No sabía si por la sensualidad de ella o por contagio, pero era como un complemento a la posesión.



Pero el tiempo de holganza tocaba a su fin, y se imponía la realidad.  Cada uno debía atender su trabajo y les iba a ser duro permanecer alejados uno del otro, aunque sólo fuera por unas horas.

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