viernes, 15 de abril de 2016

El susurrar del viento - Capítulo 9 - Un amor desenfrenado

Ella reclinó la cabeza en el pecho de su marido. Había vuelto a por ella..., por ella, y sintió los brazos fuertes protectores de él .  No quería pensar en nada, porque en ese momento supo que no le dejaría; que todas las reflexiones, las dudas y las indecisiones, se habían desvanecido ante el arrebato de pasión de Sean. La dejó en la cama bruscamente, y se puso frente a ella, señalando con su dedo índice, al tiempo que tragaba saliva.

—Óyeme bien lo que voy a decirte, ya no espero más, no quiero esperar más. Vas a ser mi esposa quieras o no, tengo derecho a ello y lo voy a hacer valer. Me importa un comino si no quieres, y te ruego no me hagas imponer la fuerza, porque no quiero llegar a lo que sería una violación. Quiero que te entregues a mi como si nada hubiera pasado entre nosotros. Pasemos página de una buena vez, y comencemos a vivir como lo que somos: dos tontos enamorados, cabezotas y tercos.  Es decir, en este caso la terca eres tú. Posiblemente haya sido yo el causante de todo, pero tampoco fuiste muy sincera conmigo y en lugar de hablar, diste pábulo a unas cotorras pueblerinas, deshaciendo lo más hermoso que teníamos, nuestro amor. Ese amor que me quema por dentro, que me llena de furia y rabia porque no sé cómo demostrártelo.  Porque anduve detrás de ti desde el mismo momento en que te vi en la fotografía de mi hermano.  Entonces eras inalcanzable porque eras su novia, pero ahora eres mi mujer y sigues igual de distante que entonces. Y me consume la angustia porque estoy loco por ti. Porque he tenido que hacer esfuerzos sobrehumanos para no abrazarte después de no verte durante tanto tiempo.  Porque estoy loco por hacerte el amor y acariciar tu cuerpo, ese cuerpo que me pertenece y al que no puedo llegar por tu intransigencia. Porque querría que tu sintieras el mismo fuego que abrasa mi interior por no tenerte cerca, y por no poder besarte y acariciarte y abrazarte. Porque eres y serás el amor de mi vida.  Porque no hay ni ha habido nadie más que tú.  Porque no pareces darte cuenta del fuego que me consume. Porque ya no puedo más.
— Basta. Basta ya— dijo ella sollozando— Eres un cegato empedernido que no sabes ver más allá de tus narices. ¿Es que no te das cuenta de todo lo que he pasado? Tuve que dejar mi casa, la única familia que tenia , y me sentí engañada por ti. Y tuve que renunciar porque no  era capaz de compartirte con otra. No sé si fue humillación o un dolor inmenso lo que me hizo dejarte.
— ¿ Cómo voy a decirte, una vez más, que todo fue mentira? Qué fue después de que me dejaras cuando me acosté con ella, por dolor, por vengarme de alguna manera de ti, por estúpido, por no salir corriendo a buscarte y aclararlo todo de una vez. ¿ Fue orgullo herido? Acaso porque éramos muy jóvenes, o porque el destino nos hizo ver que nuestro amor era más fuerte que nosotros mismos.  No lo sé, pero yo no puedo seguir así.

Lucía se levantó de la cama en donde él la había depositado, y se abrazó a su cuello besándole y llorando. Los brazos fuertes de su
marido la apretaban contra él, como para que no se escapara, como para fundirse en uno solo. Los besos se sucedían, y las palabras de amor, de un dulce amor , y las caricias.  Y se rindió a él, a ese amor desesperado que sentía por ella, y a la  necesidad de ella por él. Atrás deberían quedar todos los resquemores y las causas que habían motivado su distanciamiento. Ya habría tiempo de hablar con tranquilidad y que cada uno explicara al otro lo que lo había motivado; pero ahora no lo era.  Era la hora del amor incondicional que ambos necesitaban. Y a pesar de su rubor por el tiempo transcurrido desde su último encuentro sexual con Sean, dejó que la desvistiera y él hizo lo mismo, y ambos se mostraron desnudos, uno frente al otro y se fundieron en uno solo con la misma pasión y ardor que sintieron cuando aún no habían surgido las discrepancias en sus vidas.  No había lugar para el sueño, sino para el amor desenfrenado y ardiente que ambos experimentaban.  Y así amanecieron. Lucía ya no tenía rubor, y se mostraba tal cual.  Era su marido, estaba enamorada de él y era correspondida.  Su sexualidad era clara, sin tapujos, tal cual ellos deseaban y necesitaban.  Sus ardorosos deseos, siguieron en la ducha.  No querían que aquello se acabase nunca, como si fuera la última noche de su vida, pero sólo era el principio de una nueva etapa, de otra más..

Ella, al haberse separado de Sean, cambió su forma de pensar y sentir.  Ahora lo veía claro; todo debía ser diferente a partir de ahora: se ganaría a Sean día a día; no permitiría que se repitiera otra ocasión en la que otra Moira, se aprovechara de ello. Y decidió que además de esposa sería su amante

— ¿ En qué piensas ? — la preguntó Sean mientras recobraban el aliento, al verla tan callada, mientras le miraba fijamente a los ojos
— Pienso en nada y en todo. Que hemos perdido el tiempo durante todos estos años.  Que lo de esta noche ha sido maravilloso y me he sentido amada , plenamente amada por ti y no quiero que esta magia se diluya en el tiempo. Que cada noche sea la primera y que hagamos el amor como si fuera la última. 

Se besaron largamente abrazados uno al otro, mientras el agua de la ducha caía sobre sus cuerpos enlazados.

Desayunaban cuando Carmen se reunió con ellos en la cocina.  Lo primero que hizo fue ver el rostro sonriente de sus padres, y supo que aquella noche se habían reconciliado con lo que quiera que tuviese cada uno.  Sonreían y se miraban con complicidad.  Su padre tomaba la mano de Lucía y la apretaba cariñosamente, y ella le respondía con un guiño de ojos y una abierta sonrisa.

—Los adultos no tienen arreglo — pensó Carmen satisfecha al comprobar que ellos eran absoluta y rotundamente felices.  Ya no había ningún nubarrón por encima de sus cabezas; todo había vuelto a su lugar y ellos serían nuevamente una familia feliz.

— Siéntate hija— dijo Sean señalando a Carmen una silla para que ella también desayunara— Como imaginarás, mamá y yo, hemos solucionado nuestros problemas, de modo que nos reuniremos otra vez en Sunset. Yo he de arreglar  lo mío con Moira y mamá su trabajo. Cuando hayamos solucionado todo, que espero sea pronto, de nuevo estaremos juntos.
— He pensado — dijo Lucía — que como el nuevo curso empieza en poco tiempo, te traslades con papa a América, para que puedas inscribirte en el instituto.  Yo no creo que tarde mucho, a lo sumo una semana ¿ Te parece bien ?

— Si, si, si.  Os quiero, os quiero, os quiero

  Y levantándose como un torbellino se abrazó a sus padres, y los tres rieron felices.


Tal y como lo habían planeado padre e hija partieron hacia Sunset Valley, pero esta vez no fue una despedida amarga y triste, sino alegre y plena de esperanzas en el futuro.  Marido y mujer se abrazaron y besaron largamente, porque a pesar de que la separación sería corta, habían descubierto que estar juntos era lo más maravilloso del mundo, y aunque fuera por poco tiempo les era triste tener que separarse.

Lucía arreglo los asuntos de trabajo, y se dispuso a organizarlo todo para su marcha a USA.  Sean no volvió a vivir con Moira; ahora vivían en la casa grande, que volvería a ser su hogar.

 Cuando llegaron, Sean llamó a Moira y dijo que se acercaría a verla, puesto que tenia que hablar con ella. Sabía que sería un amargo trago, pero que debía apurar,  para que todo quedase claro entre ella y Sean de una vez por todas.  Lucía regresaba a su lado en pocos días, y antes debía dejar zanjado el asunto Moira.

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