miércoles, 20 de abril de 2016

El susurrar del viento - Capitulo 14 - En un recodo del camino

Ya estaba en su quinto mes de embarazo, y era inmensamente feliz.  A veces le daba miedo sentir tanta felicidad; pensaba que la vida no regalaba nada y, temía que aquella  tranquilad, sosiego y  tanto amor, se quebrara por algún motivo que estuviera fuera de su control.  Se levantó esa mañana con un estado de ánimo algo decaído.  Se lo comentó a Sean, pero él no le dio importancia.

— Seguro que es por el embarazo.  Ya no nos acordamos del de Carmen, pero seguro que te ocurriría algo por el estilo, aunque dicen que ninguno es igual.  No te preocupes, verás que en el transcurso del día se te pasa. ¿ Dormiste bien esta noche ?
— Si dormí perfectamente, cuando me dejaste
— Ja, ja, ja— rió Sean feliz— ¿Vas a decirme que no te gustó?
—Haz el favor de callarte,  me vas a sacar los colores— replicó ella fingiendo rubor. Como hacían casi constantemente, se abrazaron y besaron.

Carmen estaba en el instituto. Sean se dirigió al trabajo y ella decidió ir a dar un paseo.  Llevaría unas flores a la parte de su familia que reposaba en aquel pequeño cementerio, a las afueras de la finca.  Las cortó del jardín, e hizo con ellas tres ramilletes.  Subió al coche y puso rumbo al cementerio.  Sean hacía rato que había salido hacia  la cooperativa, cuyas oficinas las habían instalado en la ciudad; ahora era más grande.  Se había convertido en una de las más importantes del lugar, todo bajo la dirección de su marido. Y al recordarlo, sonrió satisfecha. Dejó las flores en la sepultura de aquellos tres seres que representaron tanto en su vida, pero en la de Nancy, se detuvo un momento y, como si la escuchara, le dedicó unas palabras.



—Mi querida Nancy.  Descansa tranquila y en paz; ya todo está bien y somos felices. Amo a tu hijo como nunca pensé poder amar a alguien y él me ama tan profundamente como yo. Traeré al bebe para que le conozcáis, porque es un chico.  Le pondré el mismo nombre que lleva su padre; se lo merece,  ¡deseó tanto éste hijo ...! Nancy te debo tanto, que espero estés complacida donde quiera que te encuentres.  Hubiera querido tenerte a mi lado.  Eras una abuela increíble y seguro que te alegraría mecer entre tus brazos a este nuevo inquilino de la Casa Grande.  Volveré. Adiós mi querida Nancy.


Subió al coche y puso rumbo a su casa.  Hacia una mañana preciosa, y se desvió del camino.  Pasaría un rato en el sitio preferido de Sean y de ella.  Había magia en él, paz y una belleza increíble.  Allí había ido muchas veces antes y después de casados, e incluso una vez, tumbados en la hierba, Sean la hizo el amor.  Bajó despacio la pequeña cuesta del camino hasta llegar a la charca y se sentó en unas piedras que habían puesto como asiento.  Paseó la mirada por el bello entorno y sonrió satisfecha: era un día bueno.  Bueno en todos los sentidos; se sentía tranquila y en paz. Se levantó una ligera brisa que agitaba sus cabellos y rozaba su cara.

 Era como recibir un suave beso. Le pareció un leve susurro, pero al mismo tiempo y sin saber por qué, algo la impacientó.  Sintió algo desagradable en su interior, y no comprendía muy bien lo que la ocurría. La brisa se sentía  levemente; levantó la vista hacia los árboles y comprobó que las hojas no se movían.  Sólo ella recibía la brisa.  Se levantó presta con esa sensación extraña.  No creía en premoniciones, pero algo la inquietaba y decidió regresar apresuradamente.

Recorrió el desvió que la condujo hacia la charca y salió a la carretera general.  Cuando llevaba recorrido un largo trecho, divisó a lo lejos un coche estrellado contra un árbol.  No se divisaba apenas nada, pero a ella la dio un vuelco el corazón, y de pronto supo que era el coche de Sean, aceleró  y enseguida llegó junto al accidentado.  No se había equivocado, Sean estaba allí aprisionado por el volante del  coche, inconsciente y sangrando por el rostro, por un brazo, y una de sus piernas aprisionada entre hierros.  Desesperada le llamaba, pero él no respondía.  Puso su mano en su garganta para buscar un halo de vida

- No Dios mío, no.  Por favor, no lo permitas; él no puede morir.

 Dijo llorando buscando su pulso. Lo encontró débil, pero estaba vivo.  Por suerte y como un milagro, el teléfono del coche de Sean funcionaba.  Llamó desesperada buscando ayuda, y fue Santiago quién la contestó

— Señora cálmese.  Salimos inmediatamente para allá. Dígame donde está
— No lo sé, Santiago.  En la carretera general que lleva hasta casa. Soy incapaz de pensar
— No se preocupe. Llamo a una ambulancia y parto para allá rápidamente

No sabría calcular lo que tardaron en llegar los auxilios, pero a Lucía se le hizo eterno.  No se separó de su marido.  Le acariciaba la frente, las mejillas, le llamaba, pero él no respondía. Lloró amargamente; lo había pensado y la respuesta ahí estaba con toda su crudeza: ese era el precio de la felicidad de la que disfrutaban.

— Háblame amor mío. Háblame — lloraba sin parar

Ni siquiera se dio cuenta cuando la ambulancia se puso paralela a donde estaba, ni tampoco que unos brazos la levantaron y la llevaron fuera del coche de Sean. Los sanitarios intervinieron inmovilizando a Sean después de que los bomberos rescataran,  de entre la chapa,  el cuerpo inanimado de él. Tampoco fue consciente de cuando subió a la ambulancia acompañando a su esposo.  Sentada a los pies de su cuerpo para no estorbar, miraba sin ver, las maniobras de los médicos para estabilizar a Sean.  Era como si las palabras hubiesen huido de su cabeza: no podía articular ninguna.  Pero debía preguntarles cómo estaba, y sin embargo no podía.  Estaba como paralizada por el miedo a que la respuesta fuera la de la tragedia.

Cuando llegaron al hospital, ya esperaban a la puerta los médicos, a la ambulancia.  Rápidamente llevaron a Sean hasta el quirófano;  detrás iba Lucía desencajada, sostenida por Santiago, el fiel sirviente de toda la vida

— Lo siento, no pueden pasar.  Por favor esperen en esa sala.  En cuanto revisen a su esposo, los médicos la informarán
— Pero quiero estar a su lado
— No puede ser, señora. Déjenos hacer nuestro trabajo, por el bien del herido y el suyo propio. Está embarazada ¿ verdad?

 Lucía respondió afirmativamente con la cabeza- Bien, pues cálmese.  No la conviene estar nerviosa.  Y ahora perdone pero tengo que entrar.

Pasaron ¿ cuánto ? Lucía había perdido la noción del tiempo, pero ya la tarde iba cayendo y aún no habían salido del quirófano.  De repente se acordó que no había avisado a Carmen y estaría intranquila

— Santiago, he de llamar a casa.  Mi hija no sabe nada
—Tranquila señora, ya lo he hecho yo.  Está en camino con Luisa
—Gracias.  No sé dónde tengo la cabeza. ¡ Oh Dios mío, no lo permitas !.

 Y exhaló un sollozo que conmovió a Santiago que hizo que se sentara y le ofreció tomar algo

— No ha probado bocado en todo el día y ha de alimentarse, señora
—Santiago ¿ Crees que tengo hambre? Estoy desesperada por no saber nada
— Pero eso es buena señal.  Piense que si hubiera ocurrido algo malo, ya hubieran salido a comunicárselo

En ese momento se abrió bruscamente la puerta y Carmen llorosa y nerviosa corrió a refugiarse en los brazos de su madre

— Mama, mama ¿ Qué ha ocurrido ?
— No lo se cielo Cuando le vi, ya había ocurrido el accidente.  No pude hacer nada...

Aún transcurrió un buen rato, antes de que la puerta  se abriera y dos doctores se reunieran con ellos.



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