jueves, 14 de abril de 2016

El susurrar del viento - Capítulo 8 - Indecisión

Fue una cena familiar, como las de antes, pero en el ambiente había algo especial.  Seguramente todo lo vivido desde hacía unas horas. La lectura del testamento, la carta de Nancy, el estar otra vez reunidos... todo ello influía en el ánimo de Lucía, que sentía una profunda emoción.  Las risas de Carmen y la conversación amena de Sean, no conseguían hacerla olvidar todo lo recomendado por Nancy.

— ¿ Por qué no volver a intentarlo ? No puede ser, está Moira.  Ella siempre estaría entre nosotros. Su sombra es demasiado alargada para obviarla— se repetía, mientras giraba el tenedor en el plato como si apartara el alimento.


Sean la miraba con disimulo ¿ En qué pensaría tan absorta ? No participaba en la conversación, no hablaba, tenía la mirada perdida en un punto de su plato.  Algo pasaba por su cabeza y a Sean no le gustaba nada en absoluto.  Lo que fuera que pensara, la tenía preocupada.  Esperaría a que Carmen se retirara a descansar, para hablar definitivamente con ella. La chica lo hizo temprano; se daba cuenta de que a sus padres algo les ocurría, y esperanzada con una excusa cualquiera se retiró a descansar. Una vez se hubieron quedado a solas, Lucía estaba incómoda.  No sabía de qué hablar 

 — ¡Por amor de Dios, es mi marido!

 Se repetía una y otra vez, pero algo había que no la dejaba traspasar la barrera imaginaria que tenía delante.  Sean se daba cuenta de que algo no funcionaba bien en la cabeza de su mujer.

—Quizá haya sido todo muy precipitado; no la he dejado respirar

Lo pensaba y decidió abordarlo. Veía que lo que creyó ser una oportunidad de arreglo, se le escapaba entre los dedos, y no deseaba regresar a América, sin tener el asunto zanjado, algo que creía hasta hace pocos momentos había solucionado.  Se habían besado con ardor, como entonces . ¿Qué significaba para ella ?  Hasta se hizo ilusiones: pensaba que esa noche la pasarían juntos, pero estaba visto que había ido más lejos de lo debido. Por eso mientras ambos recogían la mesa, decidió abordar el tema y salir de una vez de dudas.

— ¿ Puedo preguntarte algo sin que te enfades?
— Claro. Tengo fama de enfadarme enseguida ¿ verdad?
—Si te soy sincero, en los últimos tiempos... si
— Bien, dime lo que quieras
— ¿ Qué te ocurre ?  Antes de cenar, cuando... nos besamos... creí que todo había quedado claro, pero creo que no es así
-—No, no lo es.  Nos cegó el momento, pero hay que volver a pisar la Tierra; es un asunto delicado.  No es tan sencillo como creíamos
— ¿ A qué te refieres?  Yo lo tengo muy claro.  Se lo que he de hacer.  El asunto es si tú lo tienes claro también
— Verás Sean, tú tienes un compromiso con alguien y mientras eso esté así, creo que no debemos seguir adelante.  No me siento cómoda; soy como una intrusa.  Tengo la sensación de ser de esas rivales que tratan de quitar el marido a otra, aunque haya sido una relación a la inversa
—Te he repetido mil veces, que ella ha sido una compañera durante todo este tiempo.  Pero nunca he pensado llegar más allá con ella; nunca he pensado en el divorcio, y siempre he mantenido la esperanza de una reconciliación.  Este asunto lo resolveré en cuanto llegue. ¿ Qué he de hacer para convencerte ?

— No has de hacer nada.  Me parece una decisión arbitraria, y creo vas a tener muchos problemas.  Ella no es de esas personas que sueltan la "presa" fácilmente. Y mientras este asunto esté entre nosotros, lo siento si te he hecho concebir esperanzas, pero pienso que no debo volver.  Este asunto me trae de cabeza, créeme, para mi tampoco es fácil
— Pero tu me quieres ¿ verdad ?
—Siempre te he querido. ¿ Crees que hubiera respondido a tu beso si fuera de otra forma ? Pero he de pensar en todo ello.  Es mucho lo que nos jugamos, no sólo nosotros, también está Carmen, y creo que nos hemos precipitado al hacerla concebir esperanzas de que volveríamos a ser de nuevo una familia
—Me tienes desconcertado. Piensas una cosa, aceptas el planteamiento, y a los cinco minutos has cambiado de opinión
—Mi opinión es la misma, pero he de plantearme muchas cosas.  Por ejemplo, se que mi llegada, si se produce, va a ser la comidilla entre todos tus amigos.  Ella será la víctima y yo la usurpadora. Y eso, además de no ser cierto, me incomoda, porque sé que me van a hacer el vacío.  Al fin y al cabo, ella vive allí y yo soy la extranjera
— Pero también eres mi mujer, y fue ella la que extendió un bulo que no se corresponde con la realidad
—Lo sé, lo sé.  He de pensarlo Sean
—Pero yo salgo mañana de regreso a casa, y compruebo que todo sigue igual que cuando llegué. Sólo que tuve la esperanza de que algo cambió entre nosotros. ¿ Es a consecuencia de la carta de mi madre?
— No. Muy al contrario. No sé... Han pasado muchas cosas inesperadas en muy poco tiempo.  He de acostumbrarme a esa idea. Te ruego me des un respiro, por favor
— Está bien... Sea como tú quieras.  No es esa la impresión que me diste, pero lo entiendo.  Siempre te entenderé, aunque sepa que estás equivocada.  Eso es todo lo que quería saber; veo que estamos en el mismo punto de partida. No insistiré.  Cuando hayas tomado una decisión, la que sea, házmelo saber.  Y ahora he de irme; es muy tarde
—¿ A qué hora sale tu avión?
—A las diez de la noche, pero ya sabes, he de estar un tiempo antes. ¿ Nos vemos mañana ? Siquiera para despedirnos...  De Carmen, al menos
— Claro, claro .

Pero la respuesta de Lucía fue triste y melancólica.  Se iba. No le había dado más opciones. Le había rechazado rotundamente; después no debería quejarse si ocurriera todo lo contrario a como lo habían planeado.  Nuevamente la beso en los labios y salió de la casa rápidamente sin mirar atrás, sin ver siquiera que ella estaba en el dintel de la puerta esperando ¿Qué? .  Quizá que volviera sobre sus pasos, la abrazara intensamente y decirle que iría pasase lo que pasase.  Sean tomó el ascensor sin siquiera volver la cabeza

Lucía entró de nuevo en el piso, y dio un repaso con la vista a la estancia en donde habían estado cenando los tres. Una oleada de nostalgia la invadió, y moviendo negativamente la cabeza, se dirigió a su habitación para preparar la ropa que habría de ponerse al día siguiente.  Iría a trabajar y hablar con su jefe; dejaría el trabajo e iniciaría su proyecto de vida junto al hombre que amaba, en el  lugar que no le era extraño, porque hasta hacía unos años, fue su hogar.

Dejó correr el agua en la bañera y vertió  unas sales relajantes.  Necesitaba  estar tranquila, relajarse y tratar de no pensar en la discusión que acababa de tener con su marido. ¿ Se comportó debidamente ?  La frustración en el rosto de Sean era patente y a ella le dolía.  Hubiera querido que las cosas no hubiesen estado tan complicadas y poder abrazarle y amarle intensamente: Dedicarle palabras de amor, esas palabras sentidas que salen del corazón; pero en lugar de eso, él se había  marchado enfadado ante su indecisión, y una vez  más,  su rechazo.

Sean llegó a su hotel totalmente desconcertado ante la negativa de ella, pero había algo que no le encajaba en el rompecabezas en que su vida se había convertido. Si no quería nada con él ¿ a qué venía esa cara de tristeza que había visto en ella ? . Que le seguía amando, lo tenía claro, de lo contrario no habría respondido a sus besos y a sus caricias; conocía a su mujer y sabía que no era falsa en su demostración de amor.  ¿ Entonces?  No lo entendía.  Daba vueltas y más vueltas a la habitación; miraba el teléfono como si en el aparato estuviera la respuesta. Su impaciencia iba en aumento y su rabia también. No quería calmarse, era su desahogo después de las horas vividas en que los tres habían vuelto a ser los de antes.

Se puso la chaqueta y decidido salió de su fría habitación de hotel. Tenía que aclararlo o se volvería loco. Solicitó al portero le buscase un taxi, y de nuevo volvió a casa de Lucía.  Esta estaba ya con el pijama puesto y a punto de meterse en la cama.  No sabía muy bien porqué no lo había hecho ya. Se hizo una taza de poleo, y esperó a que surtiera efecto.  Esta sería una noche en que le sería difícil conciliar el sueño.  Había sido un día intenso y de muchas emociones.



Entornaba ya los ojos, cuando un timbrazo la despertó sobresaltándola.  Se puso una bata y salio a ver quién era a esas horas, no muy tarde, pero sí lo suficiente para recibir visitas.  Levantó la mirilla y vio que Sean había regresado, y en su rostro había un gesto que no le conocía. Abrió la puerta.

—¿ Qué haces a....?

No la dio tiempo a terminar la frase. Unos labios ansiosos de furia, de rabia y de amor se cerraron sobre su boca. Sean cerró la puerta de una patada, y unos brazos fuertes y decididos , la empujaron contra ella.  Su beso era desgarrador y en sus ojos había una luz extraña que no conocía, pero que la embargaba de felicidad.  Había vuelto, la besaba y acariciaba con codicia y desesperación.  Al cabo de unos instantes, en los que ninguno de los dos habló, Sean la tomó en brazos y con paso resuelto la llevó hasta el dormitorio.  Allí.acabarían las dudas.

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