sábado, 17 de octubre de 2015

Los silencios - Capítulo 4 - Divorciados

No pudieron dormir en toda la noche ninguno de los dos.  Apenas la luz del día se vislumbraba en el horizonte, Miranda  decidió arreglarse para ir a su trabajo.No quería pensar más; le dolía la cabeza hasta estallarle y la angustia y el dolor le atenazaban el pecho.  Decidió tomar una ducha rápida, vestirse y se marcharía; desayunaría en la calle, no quería estar con él en la misma habitación.

Se pondría en contacto con sus abogados y a poder ser en esa misma mañana trataría de solucionar su situación matrimonial. Entró en la ducha bajando su cabeza y dejando que el agua golpeara sobre su nuca.Sintió un poco de alivio y que la tensión de los hombros se relajaba un poco, pero al mismo tiempo la tristeza subió a su garganta y un sollozo apagado salió de ella. Permaneció bajo el agua durante bastante rato y no percibió que la puerta del cuarto de baño se abría, ya que lo compartía con la habitación de al lado, que era donde Robert había pasado la noche: se olvidó de cerrar con llave.
El  dirigió la mirada hacia la mampara que cerraba la ducha, la miraba fijamente reflexionando:

-He cambiado el oro por ...¡ Dios mio ! Debía estar loco, ¿qué me pasó por la cabeza, por qué decidí tener una aventura, si ni siquiera me siento atraído por esa mujer?¿ En qué estaba pensando, qué fue lo que paso?

En ese momento la puerta de la ducha se abrió y Miranda apareció ante el . Sin inmutarse, ella recogió su albornoz y se envolvió en el dándole la espalda. El la abrazó dejando su cabeza recostada sobre la de ella, y entonces sollozando exclamó:

-Perdón, perdón. Por favor, escúchame. No significó nada, nada en absoluto. No entiendo lo que pasó; no me estoy excusando, estoy tratando de no perderte.

Ella se volvió desasiéndose de sus brazos, y mirándole le dijo:

-Mi sangre es distinta a la tuya; la nuestra está permanentemente viva, es visceral, muy celosa de lo que es nuestro. No nos gusta compartir con nadie al ser que amamos, y cuando eso ocurre, cortamos por lo sano aunque en ello se nos vaya la vida, aunque se nos rompa el corazón y perdamos la confianza en el ser humano. Vuestra sangre es distinta, más calmada, más fría. Por eso no lo entiendes. Cariño, no hay marcha atrás, debiste pensarlo antes de embarcarte en esa aventura. Y ahora, sal por favor, tengo que vestirme y no deseo tenerte presente.

Robert salió dándose cuenta de que su decisión no tenía vuelta atrás.

El abogado la recibió rápidamente y la consulta no duró mucho

- No deseo ninguna compensación, de ningún tipo. No quiero nada; solamente me importan mis hijos. Si quiere contribuir en algo  a su educación, que les abra una cuenta en un banco y se la deposite hasta su mayoría de edad, entonces ellos decidirán lo que quieren hacer con lo que su padre les asigne. ¿Es posible que yo me vaya de casa ahora, o tengo que esperar a la sentencia?

El abogado la miró pensativo, tratando de disuadirla para que no renunciase a su subvención, pero ella firme se negó

-No quiero tener ningún vínculo con él, ninguno

-Bien, pero no podrá marcharse de su casa. Podría alegar abandono del hogar y obligarla a vivir en él. Mejor espere a que se resuelva el contencioso, y convivan lo mejor que les sea posible.

Abandonó el despacho después de firmar el documento para iniciar los trámites de separación. Lo que sí le pidió al abogado, es que agilizara al máximo las gestiones. Ya era bastante doloroso todo lo que ocurría. Se dirigió a su trabajo. Al llegar se abrazó a  Maggie llorando

-Hoy es el día más triste de mi vida.¿Te das cuenta?, en cinco minutos con una firma sobre un frío papel, he roto con lo que hasta ahora era mi vida.  He roto con el hombre al que amo por encima de todo,   Pero me ha hecho ¡ tanto daño....!

Maggie abrazada a ella, acariciaba su cabeza al tiempo que la introducía en el interior del recinto, para que nadie pudiera contemplar el llanto de su amiga.

Pasaron dos meses y recibió la llamada de su abogado citándola para acudir al despacho. El divorcio estaba concluido y había que ratificarlo por ambas partes.

-¿Le viene bien mañana a las once? De acuerdo,  se lo notificaré a l otro letrado.¿Está segura de lo que va a hacer?, todavía está a tiempo

-No, no. Lo tengo muy pensado. Adelante. Mañana estaré a las once. Muchas gracias por todo, hasta mañana.

La noche fue larga, angustiosa y pensó preparar su equipaje porque quería salir de aquella casa inmediatamente después de haber firmado la sentencia de divorcio. Había alquilado un apartamento cerca de la galería. Ganaba un extraordinario sueldo y podía permitirse pagar su alquiler. Era bonito, alegre y no muy grande. Tenía tres dormitorios (para sus hijos, por si alguna vez venían a pasar algún día con ella) un salón, un pequeño despacho,. el cuarto de baño y una pequeña cocina.

-Hasta es grande, para mi sola

Lo que más le gustaba era una pequeña terraza, que al ser el último piso del edificio le permitía disfrutarla en soledad. La llenó de plantas, de flores y hasta pensó en comprarse un perro

-Así tendré alguien que se alegre cuando llegue a casa.

Lentamente revisó lo que se quería llevar en el momento y el resto lo dejaría para que la agencia de transportes lo embalase y se lo llevara. Cogió un retrato de Robert y lo metió junto con el de sus hijos en el bolso que llevaría a mano. Paseó la mirada por la habitación y finalmente en la cama en donde había dejado un montón de vestidos que ni siquiera tenía claro quererse llevar.

A las ocho bajó al salón y estuvo hablando con Pierre, el mayordomo, dándole instrucciones de lo que la agencia tendría que llevarse. Arriba de la escalera, un apenado Robert la observaba. Su cara descompuesta hacía presagiar el momento por el que estaba pasando. Bajó lentamente la escalera y se cruzó con ella a la mitad. Robert suavemente la detuvo por el brazo.

- Quiero que sepas que esta casa estará siempre abierta para tí. No cambiará nada, seguirá siendo tu casa, y aunque un papel diga lo contrario, yo siempre me consideraré tu marido. Siempre estaré cerca de ti y si alguna vez me necesitas llámame, esté donde esté, acudiré a tu lado. Siempre te amaré, siempre y siempre serás mi esposa, aunque tu no lo quieras.


La mirada de ella se clavó en la de él y no supo o no pudo qué decirle. La angustia le impedía que le saliera alguna palabra y subiendo la escalera desapareció de la vista de Robert. Recogió su pequeño equipaje y se fue, cerrando la puerta suavemente, dejando a un Robert totalmente angustiado.

Puntuales todos llegaron al bufete del abogado. Sentados uno frente al otro firmaron con decisión los papeles que les  presentaron, con lo cual al estar todo en orden, la ceremonia fue breve.
En un aparte Robert la condujo a un rincón y le dijo:

-  Te deseo la mayor felicidad del mundo. Que consigas la paz que yo involuntariamente te he robado, y recuerda que siempre estaré contigo, siempre. Recuerda solamente los ratos felices que pasamos, que fueron muchos, y olvida si puedes, esta última etapa de nuestra vida porque de esta manera alcanzaré tu perdón.



Depositó un beso en su frente y se marchó rápidamente con su abogado.

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