domingo, 4 de octubre de 2015

La carta - Capítulo 12 - Más que ayer..., menos que mañana

Los días pasaban veloces, más de lo que ellos hubieran querido que pasaran.  La situación no había cambiado, ni el pensamiento de Azucena, tampoco.  Pablo se desesperaba al no poder convencerla que desistiera en irse.  Había tocado el cielo con las manos, y nuevamente todos sus sueños se desvanecían.  Pero, además, era distinto:  ella tenía un hijo suyo,  en su vientre, que se hacía visible poco a poco.

Ahora,  cuando más cuidados y cariño necesitaba, se marchaba de su lado.  Las cosas nunca volverían a ser igual.  Aunque él viajase siempre que pudiera, ella estaría sola la mayor de las veces.  Le atormentaba el pensamiento de no poder estar cuando el niño naciera;  aunque corriera a su lado lo más rápido posible,  no podría, al menos, tomar su mano, secarle el sudor y ayudarla en ese momento supremo de la maternidad.




Sus hijas, es decir, María, no cambiaba " es terca como una mula", solía comentar su padre, pero Azucena siempre encontraba una palabra de disculpa.  En dos días ella se marcharía.  Nuevamente encontraría el silencio al llegar a su casa. Había perdido al amor de su vida y a sus hijas.  Solamente la esperanza en el que venía de camino, le mantenía.

La noche anterior a su partida, apenas cenaron, ni hicieron nada. Sólo querían estar uno junto al otro.  Les quedaban pocas horas y quién sabe lo que tardarían en volver a verse.

- Prométeme que me llamaras a diario, sea la hora que sea-,  decía Pablo

- Te lo prometo.  Contaré las horas para que eso llegue.

- Por favor, mi vida, no te vayas. Yo te necesito, quiero tenerte a mi lado. Ver tu cara lo primero  cada mañana.  Cuidarte y protegerte a ti y al niño. No te vayas

- No insistas, no puedo quedarme.  Quizás cuando de a luz y el niño sea un poquito mayor, venga a verte de nuevo

- Pero ¿ no comprendes que para eso falta mucho tiempo? ¿ Qué voy hacer mientras tanto?

- Intenta organizar tu vida de nuevo, tienes una familia que te quiere. No les des de lado, aférrate a ellos y sobretodo no dejes de querer a las niñas

- No me hables de las niñas...

- Eres injusto.  Liz te llama con frecuencia...

- Si, es cierto, pero se han comportado mal, muy mal.  No entienden que soy un hombre joven y necesito que estés a mi lado.  Necesito un hogar, necesito paz y tranquilidad, que hace años no tengo
- Calla, calla.  Aunque no lo creas, todos ellos están pendientes de ti

- Pero hacen que renuncie al amor de toda la vida. Son egoístas sólo piensan en si mismos.  Llegará un día en que se vayan de casa, se enamoren, ó vayan a la universidad, en una palabra hagan su vida, y entonces no pensarán que yo renuncié a lo que más quería precisamente por ellas.

- Anda, anda.  No divagues. No pensemos en esas cosas y aprovechemos el tiempo que tenemos para estar juntos.  Te quiero cielo mío, te quiero muchísimo.  Quiero que me hagas el amor una y otra vez, todo lo que sea posible.  Deseo sentir tu calor, tu amor, tus caricias porque todo ello me hará sentir que la espera es menos dura.  Piensa que no es un adiós definitivo, sólo un paréntesis hasta que puedas ir a vernos.  Y entonces ya seremos tres.  En la próxima ecografía, seguramente sabré el sexo de nuestro bebe. Me da igual niño o niña. Es tuyo y con eso me basta.

Se besaron largamente con la angustia de la despedida.  Permanecieron despiertos toda la noche. Querían aprovechar hasta el último minuto para estar juntos.  El amanecer llegó y esa era la señal de que su historia de amor, acababa allí y en aquel instante.  Se habían amado durante la noche, con desesperación, como si fuera la última noche de sus vidas.  De nuevo iban a separarse, pero después de haber pasado ese tiempo viviendo como una familia, era doblemente dura la separación.

Se despidió de Ingrid por teléfono, no quería, no podía hacerlo en persona. La dijo:

- Dile a las niñas, que no teman, no me volverán a ver. Pero, por favor, que no dejen de ver a su padre que lo está pasando mal.  Las necesita y deben estar a su lado

- Descuida, se lo diré y seguro que volverán a la relación de antes.  Llámame, no dejes de estar en contacto conmigo. Cuídate mucho y vuelve algún día, cuando todo se haya calmado

- Descuida Ingrid, así lo haré. Hasta pronto.

No quería llorar, pero no podía evitarlo.  Los altavoces llamaban para el embarque. Era definitivo.  El abrazo fue largo, intenso y desgarrador.  Pablo lloraba en silencio y Azucena, se hacía la fuerte, pero al final no pudo contenerse, y le besaba una y otra vez, con rabia,  con desesperación.

El la vio alejarse por el túnel y desaparecer en el interior del avión.  Todo cuanto estaban viviendo era verdad, estaba ocurriendo.  En la figura de Azucena había signos evidentes de su embarazo.  En su forma de andar, en el bajo color de su semblante, aunque esto último era producido por su noche en vela,  más que por el embarazo.  Las azafatas diligentes, al verla entrar, se ocuparon de acomodarla en un sitio en que nada ni nadie la molestase.  Pablo había sacado un billete VIP.  Iría cómodamente.

Cuando entró nuevamente en su casa, tan silenciosa, tan sola, miraba la habitación como si fuese la primera vez. Cogió el teléfono y marcó el número del móvil de Pablo. A esa hora aún estaría trabajando

- ¿ Eres tú, mi vida?

- Si, cielo.  Ya he llegado a casa

- ¿ Cómo te encuentras?

- Bien, estoy bien.  He hecho un viaje muy bueno.  Las azafatas estuvieron pendientes de mi.  Todo perfecto

De repente ambos quedaron en silencio.  No querían que su emoción les traicionase.  Tras un rato de conversación colgaron.  Ella le imaginaba ante un tablero de dibujo descifrando las rayas y los números del proyecto. Según le había comentado, iba más lento de lo deseado. Las rectificaciones se sucedían ante la impaciencia de Pablo, que deseaba terminar cuanto antes para reunirse con ella.  Lo había pensado bien:  las niñas son mayores y Azucena y su hijo le necesitaban allí, a su lado.  Dejaría el trabajo y se buscaría la vida en España, pero no renunciaría a ellos.  Nada dijo a Azucena, no quería preocuparla, pero estaba decidido a llevarlo a cabo.

Era media noche cuando llamó a la puerta de la habitación de Consuelo

- Consuelo, Consuelo, por favor, ayúdeme- una asustada Azucena reclamaba su presencia

- Ya voy, ya voy- una adormilada Consuelo la respondió tirándose de la cama

- ¡ Oh Dios mio, niña !
- Consuelo, llame por favor a mi médico. Creo que he roto aguas

- Enseguida, no se preocupe

Llamaron por teléfono a un taxi, y en diez minutos, entraba por la puerta del hospital.  Estaba asustada y muy nerviosa.  Se sentía muy sola y nunca había echado tanto de menos a Pablo, como en esos instantes.  Las contracciones se sucedían frecuentes.  Al ser examinada por el ginecólogo que la atendería, comentó

- Hay que monitorizarla, rápido. El niño viene con prisa.
Recordó cómo a los pocos días de llegar de América, la hicieron una ecografía, en la que se veía claramente, que el bebe era del sexo masculino.  Y recordó también la emoción que sentía y lo que hubiera dado por haber vivido junto a Pablo aquel maravilloso momento, en que su hijo iba tomando la forma humana.
 La pusieron el suero.  Inmediatamente la pasarían a la sala de partos.  Aún habría de tardar tres horas en alumbrar a un niño, moreno de pelo y piel, idéntico a su padre.  En la habitación cuando le subieron del nido,  y el niño sintió el calor materno, movía su cabecita como buscando algo

- Busca el pecho - dijo una enfermera- Pero hasta la tarde no te lo pondré

Consuelo estaba emocionada.  Había vivido con ella los momentos más terribles de la viudedad, y ahora cuando la miraba con en el bebé en brazos, sentía una infinita ternura .  Azucena, marcó el número de Pablo

- ¿ Quién ?- le respondió su voz

- Pablo... Pablo

- ¿ Qué te pasa, qué ocurre?

- Ya ha nacido, le tengo aquí en mis brazos.  Acaba de dormirse.  Es igual a ti

Pablo no podía responderla. Lloraba como un niño. Al fin no pudo estar con ella.  Aún tardaría tiempo para poder reunirse

- Mira te envío una foto por el móvil. Es precioso

-Mi vida, no sé qué decirte.  Se me han borrado las palabras. Sólo... que no tienes ni idea de cómo te quiero, y como quiero a ese pequeñajo. Os echo tanto de menos, os necesito tanto...

- Cálmate amor mío, y sé feliz.. Está muy sano y es perfecto. Ya no podría vivir sin él, le quiero tanto...- dijo Azucena a Pablo

- ¿ Sabes qué haremos?  En cuanto llegue nos casaremos, aunque en medio del Juzgado tengas que darle el pecho, nos casaremos.  No lo retrasaremos ni un minuto más.

- Tengo que registrarle en el Juzgado dentro de las primeras veinticuatro horas de su nacimiento.  Necesito ponerle un nombre ¿ cuál le pongo?

- Elígelo tú, mi amor. ¡ Ah ! y regístralo con mis apellidos

-Me gustaría ponerle Angel, porque ha sido mi ángel

- Es un nombre precioso.  Te quiero, te quiero muchísimo.  Te llamaré mañana. Es decir esta noche . En cuanto llegue a casa te volveré a llamar.

- Hasta luego, entonces. Cuídate

- Tú también. Ahora tienes que hacerlo por dos.  Tienes que alimentar una boca-, y riendo ambos se despidieron hasta la noche.
  
Los primeros días en casa fueron duros para Azucena.  Era madre primeriza, Consuelo era soltera, y no tenía a nadie cerca que la pudiera orientar.  Cada vez que Angel lloraba, pensaba que le ocurría algo malo, pero era sólo algún entuerto de recién nacido.  Pero aprendió a identificar cada llanto y porqué se producía.  Aprendió a darle masajitos en la tripita para calmar sus gases.  Poco a poco aprendió a ser mamá y a comunicarse con su hijo.  Cada vez que le daba de mamar, una corriente especial se establecía entre ellos.  Azucena le hablaba como si pudiera entenderla y el bebe ponía su puñito en el pecho de la madre. Después de sacarle los gases, siempre le dormía cantándole una nana, o hablándole de su padre y de sus hermanas.
Pablo se impacientaba porque cada vez se demoraba más el final del proyecto y por consecuencia su reunión con Azucena y su hijo.
¿ Fue una jugarreta del destino ?  Echando la vista atrás, es muy posible.  En vista de que ya habían pasado tres meses y aún no había podido viajar a España, se decidió a hablar con su jefe más inmediato para pedirle al menos una excedencia
- Lo siento, Pablo, pero ahora no puedo darte permiso- le dijo

-Pero hace tres meses que ha nacido mi hijo y aún no le conozco

- Lo sé, lo sé... como sé que el retraso que llevamos no es por tu culpa.  Pero las altas esferas presionan y hay en juego mucho dinero.  Lo siento pero ahora no puedes irte.  Tuyo es el proyecto y debes ser tú quién lo realice.  De veras que lo siento, pero compréndeme tú a mi, también

- Poner gente de refuerzo, si con los que somos en la sección no podemos...  Creo que no es tan difícil...

- No podemos.  Vamos muy pillados con el presupuesto.  No te lo pediría si no fuera necesario, créeme...
No hubo forma de que el jefe entrara en razones.  Pablo salió del despacho con un enfado fenomenal, y de esa forma llegó a casa de Ingrid, que aguantó el chaparrón con la mejor de sus sonrisas.  Detrás del quicio de la puerta, María escuchaba a su padre cómo se lamentaba de su situación. 
- Es injusto.  Nunca creí vivir una situación semejante.  Deseo conocer a mi hijo; ella me necesita.  Lo está pasando mal, y...  gracias a Consuelo... Inexperta, primeriza, imagino que se encontrará con cien mil situaciones difíciles que la agobiarán

- No te preocupes... El ser madre te desarrolla  un sexto sentido.  Seguro que a estas horas se ha hecho con la situación.
El conflicto entre María y su padre, aún tenía algún frente abierto; como dijera en una ocasión "era muy cabezota".  Sin embargo para Liz todo estaba como antes.  Pero lo que más le dolía a Pablo, es que ni siquiera preguntaran, no ya por Azucena, sino por el pequeño que ninguna culpa tenía. 
Azucena le enviaba por el móvil, a diario, fotografías del niño y algunas veces de ella junto al bebe.  Trataba de infundirle ánimo, aunque la verdad es que ella cuando terminaban de hablar estaba desmoralizada.
Al fin, un día, se dio por concluido el proyecto.  Con una alegría inmensa, esa noche llegó a casa de Ingrid para decirle
:
- Al fin puedo irme... Hemos terminado.  Mañana, cuando formalmente entreguemos la documentación, me ocuparé de hablar con mi jefe y presentar mi dimisión irrevocable. Lo tengo decidido : vuelvo a España para quedarme.  En definitiva, aquí tampoco hago nada...

- ¡ Cómo que no haces nada !  Tienes dos hijas que te necesitan...

- ¿ De verdad lo piensas ?  Te tienen a ti, a su madre.  Respecto a mi, ya ves la situación que tenemos. Liz si me llama o me saluda, pero María... apenas si me da las buenas noches.  Allí tengo un hijo, lleva la misma sangre que ellas, y que por ellas aún no conozco

- Eso no es cierto- recriminó Ingrid- La demora es la causante

- ¿ Estás segura ?  Tenía la carta de dimisión en el bolsillo y fue Azucena la que prácticamente me obligó a quedarme, aunque ahora sé que no lo hizo por el trabajo, sino por las niñas.  Pero nuestro sacrificio ha sido inútil.  Así que.. me iré y volveré aquí en vacaciones, para verlas, para veros a todos, pero mi sitio está allí.  Las chicas no me necesitan


Sentadas en la escalera, estaban las dos muchachas escuchando la conversación de sus padres.  Al oír las últimas palabras de Pablo, ambas se miraron y decidieron al unísono hacer acto de presencia en la conversación
- Papá, papá... -, corrió María a abrazarse a su padre, seguida por su hermana





Tanto Pablo como Ingrid se asombraron de aquella reacción.  Ambos creían que las chicas estaban estudiando en su habitación.  Roger, entretanto bañaba al pequeño Jimmy,  haciendo tiempo para que ellos hablasen con tranquilidad.
Pablo no rechazó el abrazo de sus hijas, muy al contrario, los tres formaron una piña.  Las niñas lloraban y el padre emocionado estaba a punto de hacerlo.  Fue una emocionada Ingrid la que puso el punto para romper la tensión.   María  hablo, como siempre, en su nombre y en el de su hermana
- Papá, perdóname.  No creí haberos hecho tanto daño, lo siento.  Quiero decirte que si te marchas, quiero ir contigo, aunque luego tenga que volver sola.  Quiero hablar con Azucena, deseo que sea ella la que venga aquí, y todos vivamos en armonía , todos juntos.  Tengo ganas de conocer a mi hermano, te lo juro. Yo le quiero, y le conozco aunque tú no nos hayas enseñado su foto.  Mamá ha recibido alguna que le envía Azucena y es un bebe precioso...- dicho esto rompió en un desconsolado llanto, acompañado por el de Liz

- Venid aquí las dos - dijo a las chicas-  Sé que estáis arrepentidas, que no sabíais el alcance de todo porque sois muy jóvenes e inexpertas.  Pero lo importante es que estáis arrepentidas.  Ahora ya sabéis que vuestras acciones tienen consecuencias, por tanto antes de hacer algo,  pensadlo bien dos veces.  Tanto Azucena como yo, cometimos errores graves que repercutieron en nuestras vidas, pero tuvimos la suerte de tener una segunda oportunidad.   Pero no siempre se tiene.  De acuerdo os llevaré conmigo y sólo si Azucena  decide que nos establezcamos aquí volveremos todos juntos.  Si no es así, lo sentiré, pero  vendréis de regreso vosotras solas  ¿entendido?  Eso no significa que no os quiera y no os eche de menos. Sois mis hijas y siempre, siempre os querré y nunca dejaréis de serlo aunque tuviera doce hijos más.  Pero tenéis que pensar que Angel también lo es y también le quiero, aunque él no lo sepa.    Como todo ha cambiado, daré a mamá la carta de mi dimisión para que la retenga hasta que le avise.  Si todo sale bien, la romperá,  pero si Azucena decide quedarse en España, será cursada.  Sin protestas, ni malas caras ¿ estáis de acuerdo?

- Si papá-, dijeron las chicas secándose las lágrimas

- Ahora venid aquí y dadme una abrazo
Se había firmado la paz entre ellos. Ahora sólo faltaba que Azucena diera su visto bueno.



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