martes, 13 de octubre de 2015

Los silencios - Capítulo 1 - Él y Ella

Robert y Miranda  constituían el típico matrimonio americano con mucho poder adquisitivo. El era un prestigioso abogado y ella una galerista de arte de la Quinta Avenida de Nueva York.

Llevaban casados varios años y habían tenido dos hijos: la chica, la mayor, por nombre Meredith y el chico Mario tres años más pequeño que su hermana. Estaban en la universidad .  Robert y Miranda, sus padres,  disponían de mucho tiempo para dedicarlo a sus respectivos trabajos.



Se habían casado muy jóvenes y enamorados. Estaban entrando en esa edad algo conflictiva en que a medida que vas cumpliendo años te aferras a la juventud con todas tus ansias. Él era un hombre muy atractivo con una madurez espléndida y bastante éxito entre las mujeres. Ella,   algo más joven que él,  era descendiente de emigrantes mejicanos y su sangre latina asomaba a veces en forma de celos, lo que desembocaba en alguna que otra pelea con su marido.

¿ En qué momento la pareja empezó a distanciarse? No lo sabían, fué sin darse cuenta. Quizás  una cena fuera de casa con algún compromiso inaplazable referente a algún caso que Robert tenía entre manos. Una comida con algún marchante,..



Los desayunos empezaron a hacerse silenciosos y la falta de ruido en el hogar se hacía cada vez más pesado. Cuando los chicos estaban siempre había risas, discusiones, había vida, pero desde que ellos se fueron los silencios se hicieron más prolongados, hasta llegar a no pronunciar palabra alguna.

Robert mientras tomaba su café leía alguna noticia destacada en el diario; Miranda, en silencio se preguntaba si su marido aún la encontraría atractiva. Nunca se daba cuenta si había cambiado de peinado, o el color del tinte de su cabello era diferente, o si llevaba un vestido nuevo

Algunas veces harta de esperar que Robert le dirigiera la palabra, se levantaba de improviso sin desayunar y con un ligero beso en la mejilla se despedía de él rumbo al trabajo
Robert la miraba extrañado por esa repentina forma de irse, pero apenas le daba importancia:

-¡ Es que tiene un genio!...- repetía para si

Es todo lo que se le ocurría decir. Ni siquiera se paraba a pensar que ella le había estado esperando la noche anterior hasta muy tarde, hasta que el sueño de madrugada la venció. Esperaba que por lo menos le contara cómo había ido la reunión con el cliente, pero dedujo que el periódico era más interesante que lo que pudiera comentar con su mujer.

Llegó a la galería enfadada y dolida. Comentó con su compañera el comportamiento de Robert y lo enfadada que estaba con él. Hacia las 11 de la mañana llegó un recadero de una floristería con un magnífico ramo de rosas blancas y una tarjeta en la que se leía: Perdón. ¿Comemos juntos? Te quiero. Robert
A ella se le pasó el enfado imediatamente y pulsó el teléfono para contactar con él. Al otro lado se oyó la voz de la secretaria que a modo de saludo recitaba el nombre del bufet.

-Por favor Lucy ¿puede pasarme con mi marido ?

-Oh señora Morgan, buenos días. Espere un momento por favor

Instantes después sonó la voz de Robert

- A ver fierecilla ¿se te ha pasado el enfado? ¿Comemos juntos?

-Bueno, no del todo. Te estuve esperando hasta muy tarde y hoy yo esperaba que me contaras algo, y ¿qué has hecho?, enfrascarte en el periódico. Ni siquiera te has acordado del día de hoy

-¿Qué tiene de especial el día de hoy?

-Lo ves, ni te acuerdas. Tal día como hoy nos conocimos.

-Ya lo se mujer, ¿cómo me iba a olvidar? Anda que tengo mucho trabajo. Pasaré a buscarte a la una. Te quiero mi latina.

Y lanzándole un beso por el teléfono colgó. Evelyn sonrió complacida al tiempo que suspiraba. Comentó con su compañera y amiga

- Tengo el marido más guapo y simpático del mundo. Le quiero, le quiero, le quiero.

La amiga se echó a reir y le dijo

-Estás loca, pero tienes razón es muy guapo y te quiere mucho. ¡ No sé de qué te quejas!- ella eflexionó para sus adentros pensando:

- Es que hay algo que no funciona, no sé lo que es, pero presiento algo que no me gusta.

Un rato antes de que Robert llegara, retocó su maquillaje y vertió unas gotitas de perfume que tanto gustaba a su marido en el reverso de las muñecas y en el escote.

-Bueno pues ya estoy lista

Robert llegó y se saludaron dándose un beso. Era completamente feliz

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