sábado, 26 de marzo de 2016

Lucía - Capítulo 3 - Separación

Al separarse de su abrazo, ambos supieron que algo había cambiado en sus vidas.  Nada sería igual y, que inevitablemente sus destinos  caminarían unidos uno pendiente del otro.  Esta vez fue ella quien de nuevo le beso y de nuevo se sintió amada por aquel chico desconocido que había ganado su solitario corazón.

— Te veo mañana— la dijo a modo de despedida— Vendré temprano
—Eso si te lo permiten
—Aunque no me lo permitieran, vendría. Sé que haría cualquier cosa por ti
—Sigues tratando de seducirme con tus palabras. Eres un adulador
— ¿ De verdad soy todo eso? Me conformo con seducirte a ti. Sólo a ti
—No busques lo que no puedo darte, por favor. No puede ser
—No te estoy pidiendo nada más que me quieras. Sólo eso. Conozco las reglas que os habéis impuesto en este pais y las respeto hasta el final, hasta que nos casemos
—¿ Casarnos ? Definitivamente has perdido el juicio
— Eso mismo casarnos. Serás mía pase lo que pase, y cueste lo que cueste. Y ahora sube a tu casa, de lo contrario estaremos toda la noche debatiendo esto.

Ella rió y se despidieron



Su relación seguía adelante.  Se amaban por encima de todo y sólo deseaban estar juntos. Lucía sentía que era feliz completamente; cada vez estaba más enamorada de Peter y sentía que era correspondida de igual manera.  Pero pronto su alegría se truncó. Durante ese invierno, Eugenia cogió una gripe, que a modo de epidemia azotaba a los habitantes de Madrid, durante uno de los inviernos más crudos que se recordaba.  Su organismo debilitado no tenía defensas para combatirla.  Degeneró en neumonía y hubo de ser internada en el hospital.  Pero todos los esfuerzos médicos, fueron inútiles y una madrugada fallecía en los brazos de su hija, que inconsolable era reconfortada por la enfermera del turno de noche.  Se había quedado sola, ni siquiera Peter estaba a su lado por imperativo de órdenes superiores  Ni siquiera podía contactar con él ya que tenían prohibido recibir llamadas del exterior, y aunque él la llamase, tampoco podría hablar, ya que no se encontraba en su casa, sino en el hospital.

Pero Peter si la llamó y extrañado de que no respondiese, lo hizo al trabajo de Lucía, y allí fue informado de lo acontecido.  Habló con sus superiores, y por buena conducta y como una excepción, le dieron permiso para acudir al entierro de la que hubiera sido su suegra.  Cuando llegó a la morgue del hospital, se encontró a una Lucía que parecía otra persona.  Transida de dolor, toda vestida de negro, pareciera que hubiese envejecido diez años.  En cuanto le vio, corrió a sus  brazos buscando la fuerza y la protección que sólo él podría brindarle.  Y lloró, lloró desconsoladamente refugiando su rostro en el pecho de él.

A la Sacramental acudieron sus amigas y algún compañero de trabajo.  De regreso a su casa, ahora vacía y en silencio, Peter la tomó de la mano e hizo que se sentara frente a él.  Tenían mucho de lo que hablar.

—Tenemos que hablar, pequeña
— Peter, por favor, ahora no
-—Es ahora cuando tenemos que hacerlo. Voy a escribir esta misma noche a mis padres anunciándoles que vamos a casarnos y que te llevaré conmigo a América en cuanto me den la orden de regresar
—No puedo irme. No me conocen, no saben quién soy  ¿Cómo voy a dejar mi pais ?
— Escúchame, precisamente por eso porque aquí ya no tienes nada que te retenga y yo te quiero y te necesito. He hablado mucho de ti con mi hermano Sean, y en consecuencia, pienso que mis padres sabrán también de tu existencia. No obstante, hoy mismo se lo anunciaré.  Porque...  tu me quieres ¿ verdad ?
—¡ Peter...! ¿ Cómo puedes dudarlo ? Solo... que allí soy una extraña que va a invadir la vida de tu familia ¿ No lo comprendes ?
—No, no lo comprendo.  Vas a ser mi mujer ¿ Crees que no es suficiente ? Ahora debes acostarte: estás rendida y yo tengo que escribir una larga carta a casa

La dio un beso en la frente y la obligó a acostarse y dormir

Los días siguientes se sucedieron lentos, con ansiedad, nerviosismo y tristeza, mucha tristeza.  Le era insoportable regresar a casa después de trabajar y no escuchar ningún ruido, sólo su propia respiración.

  Así transcurrieron los meses, hasta tres.  Cuando en ese fin de semana Peter acudió al encuentro de su novia, no traía muy buenas noticias para ella

— Verás cielo,,, He de decirte algo
— ¿ Qué ocurre ? No me digas que estás enfermo, porque no lo soportaría
— No, cariño, no se trata de eso.  En tres días, mi división tiene que regresar a América, y otra ocupará nuestro puesto en la base.
—¿ Qué ? ¿ Tienes que irte ?
— Si cielo. He de marchar.  Pero no te preocupes. Cuando llegue comenzaré a preparar todo para nuestra boda y ya nada ni nadie nos separará

Nuevamente volvieron los llantos, las dudas, las indecisiones y sobre todo la ausencia del único apoyo que tenía.  Recibía carta todas las semanas en la que expresaba el inmenso amor que sentía por aquella jovencita, hecha ya toda una mujer en tan corto espacio de tiempo

Esperaba ansiosa el día en que solía recibir noticias de Peter, pero esa semana no las tuvo, ni en la siguiente tampoco. Los nervios, impaciencia y alarma, anidaban en su corazón desesperándola y pensando mil cosas distintas y, todas ellas malas.  Pensó en que la había olvidado, que ya no la quería, y que todos los proyectos hechos, resultaron papel mojado.  Nuevamente la decepción invadió su día a día.  No podía comunicarse con él, ni siquiera sabía donde vivía su familia.  ¿Cómo había sido tan estúpida para creer en las palabras de Peter?  No, no era posible.  Él la amaba. Quizás estuviera castigado en algún cuartel o le habrían destinado a otro lugar...

 Y así transcurrió una semana más, y otra, y otra.  Había perdido la cuenta del tiempo transcurrido.  Hasta que una tarde , al llegar de trabajar una persona aguardaba su llegada en la puerta de su casa.

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