sábado, 27 de agosto de 2016

El brigadista de la Lincoln - Capítulo 11 - - Una vida en común

Y al igual que dos adolescentes, salieron cogidos de la mano corriendo en dirección al coche de Jeff. No querían perder ni un solo instante. Volverían a Nueva York y pasarían el día en el apartamento de Jeff.

- ¿ Sabes cómo te quiero ? - la decía acariciando su vientre y depositando un beso en él-. Ni en sueños, ni en mi mejor novela podría pensar en que ocurriría algo como lo que nos ha unido.  He pasado una temporada infernal. No entendía tu cambio tan radical de aquella noche, a tu inseguridad del día siguiente.  Por la noche eras sensual, cariñosa, dulce y te entregaste con la misma pasión que yo lo hice. En mis besos quería expresar la pasión sentida y reprimida por tus dudas. No terminaba de creerme lo que estaba viviendo y que hubieras sido tu la que tomaras la iniciativa.  Eso era impensable para mi



Todas esas palabras eran expresadas por Jeff, mientras acariciaba el rostro de Perla que fijamente le miraba sin pestañear.  La beso mil veces  entre palabras de amor, caricias  y deseo, al que ella correspondía de igual manera.  Se amaban, estaban enamorados y eso era lo único que importaba. Se pertenecían el uno al otro, sin reservas, sin barreras,  enteramente.


- ¿ Sabes que eres una mujer muy sensual ?- Le dijo Jeff con admiración.  Cumplido que ella recibió sonriendo, pero ésta vez sin rubor alguno, después de haber hecho el amor.


El despertador sonó cuando apenas habían conciliado el sueño. Se amaron durante toda la noche, pero no importaba la falta de descanso. Se sentían como nunca y al despertar comenzaron a  juguetear felices de estar juntos sin traumas, sin dudas…. Jeff comenzó a hacer cosquillas en los costados de Perla y ella le daba ligeros mordiscos en las orejas. Reían sin parar.

-Vamos, vamos provocadora. Tenemos que irnos de viaje y yo aún no tengo billete
-Oh Dios mío, ¡lo había olvidado por completo !
- No te preocupes. No hay problema



Marcó el número de su agente y le pidió gestionara un billete en el mismo vuelo que el de Perla; de no conseguirlo, dos para otro.  Asientos contiguos y para ese mismo día.  Y lo consiguió y viajaron uno al lado del otro.  Durante las muchas horas de vuelo, no se soltaron de la mano, más que para comer, y no dejaron de mirarse.

Comenzaban una nueva vida, una nueva etapa y harían todo lo posible porque la felicidad que ahora tenían , fuera eterna.  No importaba si algunas veces no estaban de acuerdo en algo, y discutían; casi lo preferían, porque luego la reconciliación era muy apetecible por ambas partes.  E iniciaron la vida cotidiana, pero distinta.

Jeff permanecía en casa de Perla, mientras ella acudía a la editorial a cumplir con su trabajo. Así sería mientras se cumplían los trámites para su enlace por el Juzgado. Se complementaban perfectamente. Jeff, que era buen cocinero por vivir solo desde hacía tiempo, siempre tenía la comida lista, cuando ella llegaba del trabajo, y él escribía durante la mañana y la tarde.  La noche era para ellos, aparcando ambos el trabajo respectivo.





Casi un mes después, se convirtieron en los legales señores. Spencer.  Sólo les acompañaron,   escasamente, unas diez personas, entre las que se encontraban  las amigas de Perla, que no pudieron evitar soltar alguna lágrima de emoción.  Nadie mejor que ellas, conocían  todos los problemas que había tenido desde que muriera Carlos. Todos juntos celebraron el primer  enlace, porque el segundo vendría una vez regresasen a América.

Una mañana , acompañada por Jeff, acudió al cementerio, y ante la tumba de Carlos contó todo cuanto guardaba en su corazón; era su despedida. Iba a comenzar una nueva vida. , Desde arriba, alguien movió unos hilos para que ellos se encontrasen, se amasen y unieran sus vidas para siempre.  


Fueron despedidos en  Barajas por las amigas de Perla, que no pudiendo contener la emoción; se abrazaron todas bajo la atenta mirada de Jeff




- Chicas, el próximo verano las vacaciones serán en Nueva York. Os esperamos en casa ¿ de acuerdo ? - dijo Jeff para rebajar la emoción del momento.  Con la última llamada para el embarque, tomó a su mujer por la cintura y dándole un beso en la mejilla, se perdieron en el túnel que les conduciría al avión, y a una nueva vida.


Y llegaron. Y celebraron la otra ceremonia.  A ella acudieron todos los amigos y vecinos de la familia Spencer.  Tan sólo las jóvenes admiradoras del escritor, mostraban cara de desilusión, aunque simpatizaban mucho con Perla, pero no pudieron evitar su pizquita de envidia.


Y la vida transcurrió tranquila.  Instalados en su nuevo hogar, aguardaban la llegada de su primer hijo.  Un niño que colmaría todas las ilusiones del joven matrimonio.  La creatividad de Jeff, se había multiplicado y a veces ella se sentaba junto a su mesa de despacho y corregía lo escrito por su marido durante el día. Reinaba el silencio entre ellos en las horas de trabajo, pero las risas los juegos y los besos, eran los protagonistas  al fin de su jornada laboral. Eran absolutamente felices.
 Y llegó el tan ansiado día.
Gena, Jeffrey y el abuelo aguardaban impacientes a la puerta del quirófano. Un Jeff fatigado pero inmensamente feliz portaba en sus brazos un pequeño envoltorio que apenas se movía, pero que estaba rebosante de vida. Había venido al mundo su primer hijo. Un chicote sano que para contentar a todos tenía el cabello oscuro, los ojos azules y un hoyuelo en la barbilla.  Dos años más tarde se volvió a repetir la misma situación.  De nuevo tenían otro hijo, y así repitieron hasta un tercero. Gena y Jeffrey fueron abuelos de dos chicos y una chica. Por deferencia al abuelo, la niña se llamó Lolita, en homenaje al principio de la historia.

Jeff, tenía bastante éxito con sus novelas, y a menudo había de ausentarse para promoción de ellas.  Cuando esto sucedía, siempre llamaba a su esposa que aguardaba impaciente su regreso.  Nunca hubieran imaginado que llegaran a amarse en la forma que lo hacían. A veces cuando los niños, ya estaban durmiendo, ellos se acurrucaban y comentaban las incidencias de sus vidas.  





Cientos de veces repetían la misma historia, pero cientos de veces encontraban algo nuevo que agregar. Se amaban, habían formado una familia preciosa y eran felices.  Ninguna sombra alteraba sus vidas.  Ella se había convertido en su mano derecha: no sólo era su traductora, también su correctora y secretaria.   Discutían, porque ambos eran de fuerte carácter, algo que Perla desconocía y que averiguó cuando recobró la estabilidad.


Con frecuencia salían a cenar o al cine, o al teatro.  Dejaban los niños con los abuelos, que encantados jugaban con ellos.  Gena estaba encantada con Lolita, y el bisabuelo brigadista, recordaba con nostalgia aquella época vivida en un lugar tan lejano de allí, pero tan cercano en su corazón.  Y reunía a los tres niños, que sentados frente a él en el suelo, escuchaban, como en tiempos lo hiciera Jeff, aquella historia de una tal Lolita, por la que la niña llevaba su nombre.  Una vida absolutamente normal.


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