viernes, 18 de diciembre de 2015

Leyes - Capítulo 4 - El fiscal

Robert Hatcher llegó a fiscal siguiendo los pasos que en su familia le habían marcado. Su abuelo había sido abogado al igual que su padre, y por tanto él estaba destinado a seguir ese camino.  Fué un chico estudioso y le gustaba la carrera que su familia le había impuesto. Era ambicioso y por tanto no se conformó con ser un abogado más; él sería fiscal y quién sabe si llegaría a juez...

Nació en Albany en el seno de una familia bastante acomodada que gozaba de gran prestigio en la localidad en donde vivía.  Estudió en la universidad de Harvard y se licenció en Derecho con unas notas extraordinarias. 



En los primeros años después de terminar su carrera, trabajó en el bufete que su padre poseía, adquiriendo la experiencia que necesitaba. Se hizo cargo de algunos casos que le proporcionaron cierto predicamento, pero él quería establecerse en Nueva York, en donde no le sería tan fácil adquirir un cierto renombre.  No le importaba, y trabajó duró. Siguió estudiando hasta conseguir un puesto de fiscal en un distrito relativamente pequeño, pero sus miras estaban altas y no paró hasta conseguirlo: fiscal de uno de los juzgados más importantes de la ciudad, desde donde el siguiente paso lo daría para la judicatura o quizás entraría en política.  De momento quería afianzarse en ese puesto junto a uno de los jueces más prestigiosos: Desmond.

Era un chico que en la universidad causaba estragos entre sus compañeras. Era apuesto, educado, simpático y nada aburrido. En cada curso tenía una nueva novia, pero a ninguna le prestaba excesiva atención.  Era sabedor de su atractivo y le gustaba que las chicas anduvieran detrás de él, pero les advertía que no pasarían de una excelente relación como amigos, aunque con alguna de ellas sobrepasó ese límite, teniendo una relación más intima hasta el final del curso.

A su graduación acudieron  sus padres y su hermana Paulette.  Hubieron algunas lagrimillas por parte de féminas que habían tenido relación con él. Se dieron los números de teléfono y las direcciones con la promesa de tener contactos y de que todos los años se reunirían  al menos un día para cenar o comer todos juntos.  Hubo una especial despedida con Ruth, la chica con la que había intimado durante el último curso.  ¿Estaba enamorado de ella?  Al menos se sentía atraido hacia aquella belleza morena y simpática que había "encadenado" su corazón.  La llamó aparte de donde estaba reunida con su familia y ambos se miraban fijamente a los ojos sin articular palabra, pero se lo decían todo.  Se abrazaron y se despidieron con la promesa de que se llamarían por teléfono.  Ella vivía en Nueva York ciudad,  él en Albany, pero la distancia no era impedimento: contactarían y se verían de vez en cuando.





Así transcurrieron los primeros años de abogacía.  Hablaban por teléfono, se vieron algunas veces, pero poco a poco se fueron distanciando.  Su "amor", había sido un espejismo y se había convertido en una buena amistad en la lejanía.

Robert vivia para su trabajo y le agradaba prestar servicio a su comunidad en algunos casos en que los clientes tenían dificultades para abonar su minuta; él les ayudaba de igual manera no cobrando sus servicios. En definitiva no le hacía falta el dinero, tenía todos sus gastos cubiertos.

Cuando se desplazó a Nueva York se instaló en una zona residencial de la ciudad. Trató de contactar con Ruth y quedar con ella para saludarla, pero en un principio no le fue posible por estar ella fuera de la ciudad: se había casado y residía en San Francisco. 



Le desilusionó la idea, pero era lógica: no había sido más que una nube de verano, un amor juvenil de universidad.  Quizás si él no hubiera estado tan metido en su trabajo tendría una novia.

Después de unas oposiciones, ganó su primer puesto de fiscal, y posteriormente llegó al que estaba en la actualidad y allí de la forma que hemos descrito conoció a Ann.  Robert llevaba en su puesto más de dos años mientras que ella acababa de llegar a su profesión, pues solamente llevaba unos pocos meses de trabajar en el pequeño despacho de Walter, el abogado modesto que ayudaba a gentes desfavorecidas.

Robert seguia siendo el joven atractivo que gustaba a las mujeres, por eso salía de vez en cuando con alguna abogada compañera, o pasante del despacho, pero nunca llegaba a nada serio. Había empezado a gustarle la soltería ya que podía disfrutar de la vida plenamene, sin ataduras ni  responsabilidades, pero nunca salía con alguien cercano a su trabajo, no quería complicaciones.



Sin saber por qué esa mañana se había levantado de mal humor. El cielo estaba encapotado avisando de que antes que acabara el día la lluvia llenaría las calles. Después de haberse duchado y mientras desayunaba, se asomó a la ventana contemplando la calle y pensando en el día de trabajo que le esperaba.  Un juicio de atraco y agresión, uno de tantos.  Era un juicio de un hispano que había delinquido  en una tienda. 

Se acordó de cuando él,  en Albany,  ayudaba a gentes pobres, sin recursos, pero entonces era abogado y ahora era fiscal y tenía la obligación de acusar aunque  no viera claro el cargo a imputar.

Entró en la antesala de su despacho buscando a su ayudante  y lo que vio le extrañó. Miró a su alrededor : Terry no estaba. Había  una joven bastante estrafalaría y a ella se dirigió preguntando por su asistente.  A continuación supo que había acudido a una emergencia y la susodicha joven era la abogada que había de enfrenarse a él en el juicio.




Lo que pensó de ella en su interior fue indescriptible. ¡ Cómo podía alguien presentarse así a un juicio !.
Se dirigió a su despacho y a continuación después de recoger la documentación encaminó sus pasos hacia la sala ; ya no tardaría mucho en empezar.

Se sentó en su sitio y comenzó a sacar los documentos y a ponerlos sobre la mesa.  A poca distancia  estaba la del abogado defensor, y en ella se acomodó Ann, muy nerviosa por la situación vivida con su atuendo y por ser el primer juicio al que asistía como abogada defensora.  Robert la miró de soslayo sin prestarle demasiada atención.

La voz del ujier resonó en la sala a tiempo que todos se ponían de pié. Comenzaba el juicio contra Santiago.

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