lunes, 28 de septiembre de 2015

La carta - Capítulo 6 - Luis

Introvertido, silencioso, con una exquisita educación, Luis se mostraba abatido cuando al finalizar el curso, perdió el contacto con sus compañeros, más exactamente con  Azucena.  Sabía su número de teléfono, pero quería dejarla espacio. Ella tenía una intensa relación con su mejor amigo, Pablo, y no se interpondría entre ellos.

Su esperanza era el coincidir en la misma universidad.  Para entonces Pablo estaría cursando la suya, en otra diferente, y el contacto con Azucena no sería tan  habitual.

Cada uno se fue de vacaciones a lugares diferentes. Luis deseaba ardientemente, que se acabara el periodo estival y volvieran a reanudar las salidas con los amigos de la pandilla.

Era ya Octubre cuando comenzaron las clases y parte de los amigos se dispersaron por distintos lugares, pero Azucena y Luis, coincidieron.  Encontró a la chica más desmejorada y la dulzura de su cara se había tornado en melancolía.  Habían pasado unos días desde que se iniciara el curso, cuando Luis se atrevió a preguntarla el motivo de su tristeza






- He roto con Pablo y no volveremos a vernos nunca más

- Eso es demasiado tajante.  Cuando regrese reanudaréis vuestra relación, ya lo verás

- No, no.  Es definitivo...  Ni siquiera sé dónde está

Luis sintió como campanillas dentro de sí.  Aún podía conquistarla, pero debía tener calma, que ella se acostumbrara a su presencia

- Si deseas hablar, sabes que puedes contar conmigo

- Gracias, Luis. Lo sé y así será.  Gracias

Quería darla tiempo, no debía apresurarse, pero cada vez estaba más impaciente.  El contacto con ella se le hacía insufrible.  Pero debía esperar a que olvidara ese amor roto.

Comenzaron a salir los fines de semana, cuando sus estudios se lo permitían.  Preparaban los exámenes juntos y reían juntos.  Poco a poco Azucena iba superando la ausencia de Pablo, y comenzó a seguir la recomendación que le hiciera en su carta de despedida. " Vuelve los ojos a Luis"...  Comenzó a mirarle de otra manera. Era agraciado aunque algo mayor que ella, pero cada vez que la miraba, podía adivinarse que estaba loco por esa muchacha.  Pasó ese curso, llegó otro  verano,  y comenzaron  el segundo año de carrera.  Luis estaba a punto de perder las esperanzas.  Azucena le trataría siempre , como a un amigo.

Una tarde, mientras estudiaban en la biblioteca de la facultad, se le cayó el bolígrafo a Azucena.  Ambos se agacharon a recogerlo a un tiempo.  Por unos segundos sus rostros permanecieron  muy cerca.  Luis sin poderse contener, juntó su boca a la de ella en un largo beso.  No quedó sorprendida.  Conocía desde hacía mucho tiempo los sentimientos que le inspiraba.  Puso su mano en la nuca de él y devolvió el beso, suavemente.  Luis la miraba a los ojos, buscando una respuesta a lo que acababa de suceder, y la halló en la dulce sonrisa de Azucena.



Cerraron los libros y salieron de la biblioteca.  La condujo hasta su coche y dentro se besaron apasionadamente.  Luis estaba en Babia.  No podía creerse que ella le amase. No le importaba si no era de la misma forma que a Pablo. El estaba allí, en el momento oportuno,  recogiendo los pedazos del corazón que le había roto.

No podía dormir pensando en el beso de ella. Lo había deseado tanto y desde tanto tiempo, que ahora al ocurrir, no lo creía.  Siguieron su relación, y cada vez ella se sentía más a gusto con Luis. Sabía que la protegería de todo, que la amaría por encima de todo.

La  pidió que formalizaran sus relaciones, a lo que Azucena contestó:

- Verás Luis, es algo complicado.  Yo te quiero, y mucho, pero no debo engañarte. Mi amor no es igual al que sentí por Pablo.  Éste es más reposado, más tranquilo, sin inquietudes.  No debo guardar ningún secreto.  Has sido demasiado bueno y has tenido tanta paciencia, que ahora me es doloroso decirte lo que debo contarte, pero es necesario... No quiero secretos entre nosotros.  Si después de esto decides otra cosa, lo entenderé y mi cariño no cambiará y seguiremos siendo buenos amigos. Escucha, yo ...

Bebió un sorbito de agua.  Tenía la boca seca y no podía casi hablar, pero siguió adelante:

-  Yo tuve relaciones con Pablo ...,  una vez...- no pudo seguir, Luis la interrumpió

- ¿ Crees que no lo imaginaba?  Lo supe siempre, no porque alguien me lo dijera, sino porque amándote como me consta que él te quería era lo más lógico.  Yo en su lugar hubiera hecho lo mismo

- ¿ Y ?.... Te repito que entendería tu rechazo. Sé que eres muy conservador, y de los que piensan que se debe ir virgen al matrimonio, y yo no lo soy

- Soy conservador, pero vivimos en el siglo veintiuno y eso ya no tiene tanta importancia.  Yo te quiero igual, y así será hasta que me muera. Sé que tu también me quieres y con eso me basta.  Has sido muy valiente al decirlo.  Otra en tu lugar se hubiera callado

- Pero has sido tan bueno conmigo, que no podía ocultártelo

- Entonces ¿ quieres casarte conmigo?- le preguntó ansioso el muchacho- Nadie tiene necesidad de saberlo, si es que eso te incomoda. Es nuestro secreto, nos pertenece sólo a nosotros

- Luis ¡ eres tan bueno !

- No amor, ¡ te amo tanto !






El enlace se realizó tres años más tarde. Luis quería terminar la carrera, y para ello estudió noche y día.  Realizaba dos cursos al mismo tiempo.  Estaba impaciente porque se convirtiera en su esposa, y cada vez le resultaba más difícil contener sus deseos de tenerla.  Las ideas respecto a eso, eran chocantes.  Católico de misa los domingos, no admitía las relaciones pre-matrimoniales, sin embargo   disculpó el romance con su mejor amigo.

Compraron un chalet en una urbanización de alto standing, a las afueras de Madrid. Azucena le pidió tiempo para tener hijos.  Deseaba disfrutar con él  al menos los dos primeros años de matrimonio.  Luis no podía negarla nada, y eso tampoco se lo negó.

Se casaron en la Catedral de La Almudena y sus invitados eran de alto copete.  Después del banquete de bodas,  en la primera oportunidad,  se escaparon. Irían directos a su casa, allí pasarían su noche de bodas.  Lo mantuvieron en secreto para que nadie les molestase.  Todos creían que irían a un hotel

 Solos en la habitación, Luis sentía el azoramiento de ella, y trataba por todos los medios que se sintiese menos incómoda. La desabrochó el vestido, besando su cuello y su espalda.  Ella entornaba los ojos recordando otras caricias en una situación semejante. La ´despojó de la ropa, la tumbó en la cama y agarró las manos de ella que había puesto encima de la almohada, sobre su cabeza.  De sus labios brotaban ardientes palabras de amor, y sus besos primero fueron suaves, después  más persistentes, al tiempo que consumaban su matrimonio.  La noche fue larga y la mañana del nuevo díales recibió con ardientes caricias de amor y posesión   Y en estos momentos vividos junto a Luis,  ella supo, que lejos de molestarla, recibía con agrado las caricias de su marido.  Le quería, y por fin olvidó a Pablo.

Luis adivinaba lo que su mujer sentía. La entrega de ella era total, sin reservas y respondía a las caricias que él propiciaba.  Luis había cumplido su sueño y era correspondido de igual manera por ella.  Agotados, se quedaron dormidos al mediodía.

Se querían, Luis más, que ella a él, lo sabía, pero le bastaba. La había conquistado, se había casado con ella y eran felices.  Tenían una vida tranquila y feliz. El,  cada vez que tenían intimidad, aventuraba el deseo de tener un hijo, y ella mimosa le respondía

- Es muy pronto, mi amor. Dentro de unos meses, por favor

Ante los mohínes de ella,  no podía resistirse y besándola, decía

- De acuerdo cielo, de acuerdo.  Pero no esperemos mucho, por favor

Menos de tres años, les duró la felicidad. Un aciago día, Luis contó a su mujer las muestras de sangre en su orina y la dificultad que tenía para realizar la función fisiológica.. Pruebas, biopsias, lavados, revisiones dolorosas, ....  Luis murió de cáncer de vejiga, dejando a su mujer sumida en la más absoluta desesperación.  Había tenido la suerte de ser amada por el hombre más generoso y bueno que existía, y la orfandad que le dejó, la sumió en una fuerte depresión.  No volvería a querer a nadie más, nunca más podría amar a otra persona.  Luis permanecería dentro de su corazón por siempre.  Un hondo pesar la invadió.   Luis se había marchado con las ganas de haberla engendrado un hijo... ella no lo deseó y ya no podía ser.

Cuando recordó esto, corrió a la mesita de noche del lado de su cama, y abrió con tanta fuerza el cajoncito que cayó al suelo.  En el contenido del mismo, había unas cajas de anticonceptivos.  Los cogió con desesperación y tirándolos al suelo, los pisoteaba con furia, con una rabia que nunca había sentido.  Rota de dolor y desesperación se acurrucó en un rincón cubriéndose la cara con las manos.  Consuelo,  acudió presta a su lado y la abrazó dándole golpecitos en la espalda como si se tratara de un niño.  No sabía qué hacer para calmar tanto dolor.  Estuvo llorando largo rato, o quizá horas. Sólo llamaba a su marido con desesperación.  No quería ver a nadie, ni siquiera su madre pudo verla.  Braulio, el hermano mayor de Luis, fue quién la hizo reaccionar. Al llegar a casa y verla en ese estado, se sentó a su lado en el suelo y rodeó su hombro con el brazo.  Ella, sin dejar de llorar, reclinó su cabeza, mientras él suavemente acariciaba su mejilla empapada por el llanto.  Permanecieron en silencio. Braulio comprendía la desesperación que sentía su cuñada.  Habían sido un matrimonio ejemplar, siempre juntos, felices y amándose.   Pero el destino cruel sintió envidia de ellos, llevándose a Luis prematuramente.  No les dio tiempo a celebrar su tercer aniversario de bodas. Ella tenía en mente darle una sorpresa: tendrían ese hijo que tanto deseaba Luis.   Pero no llegó a tiempo, y ese pensamiento martillaba su cabeza atormentándola.  Sólo pudo reaccionar pasado mucho tiempo, y fue ahí cuando decidió volver a vivir la vida que le había tocado, aunque no fuera la misma que tenía al lado de Luis.




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