viernes, 25 de septiembre de 2015

La carta - Capítulo 3 - Un hotel, una cama ... y un adiós

El viaje le había sentado muy bien. Llegaba con energías renovadas y con ganas de hacer cosas.  Aquella mañana bajó temprano a pasear.  Recorrió el mismo camino que hacía siempre, pero se encontraba animosa.  Echaba de menos la compañía de Piedad, que había sido su inseparable en todos aquellos días.  También recordó a Fernando, pero no tanto.  Los días pasaban veloces y Consuelo ya había regresado también de su tiempo de descanso.  Pasó Agosto, Septiembre, y Octubre se anunciaba algo revuelto y con abundantes lluvias. Miraba el calendario y comprobaba que las Navidades se acercaban veloces

- Otro año más - se dijo

Las dos amigas se reunían los fines de semana y alguno que otro, Fernando también las acompañaba.  Piedad y él salían de vez en cuando y parecía que se habían decidido a tener algún tipo de relación, aunque él seguía pensando en Azucena.  Poco a poco la amistad entre los tres se iba consolidando, y cada vez Piedad confesaba a su amiga que se había enamorado de Fernando, pero que él no había cambiado en absoluto.

El 28 de Octubre, Azucena cumplía años, treinta exactamente.  Para celebrarlo preparó una cena especial para sus amigos.   Fue espléndida y la sobremesa muy cordial. Recibió originales regalos y al menos en esa noche, el recuerdo de Luis no fue tan persistente.  Por la mañana sus cuñados y suegros, la habían enviado flores y bombones.  Sus padres, desde su residencia en Marbella, la llamaron a primera hora de la mañana y  le enviaron un cheque por 10.000 € para que se comprara lo que quisiera.

Cuando se marcharon sus invitados, ya acostada, recordó el último cumpleaños que celebró con Luis. Hacía poco que se habían casado e hicieron un romántico fin de semana a Paris.  Se hospedaron en el hotel Ritz, y vivieron unos intensos días de amor. Poco a poco, el sueño la venció, y dormiría de un tirón hasta bien entrada la mañana.
Hotel Ritz, París
La pareja formada por Piedad y Fernando se afianzaba , y las salidas de las dos amigas se fueron espaciando.  Pero estaba contenta por Piedad, era lo que deseaba, quería a Fernando y era feliz con él.  De veras se alegraba por ambos.  Hacían buena pareja y  tenían la edad adecuada.  No pensaban en casarse, pero sí en vivir bajo el mismo techo.

Los adornos navideños, los comercios, las calles, poco a poco cambiaban su fisonomía con las cercanas fiestas.  Faltaban pocos días para Nochebuena, cuando recibió una llamada de Fernando

- ¿ Podemos vernos ? - preguntó a la chica

- Si, claro ¿ Ocurre algo ?

- No, no, tranquila.  Sólo deseo hablar contigo

- Bien, pues cuando quieras. ¿ Referente a qué ?

- Ya te lo diré cuando nos veamos

- Estás muy misterioso.  ¿ Se refiere a Piedad ?

- No exactamente

- Muy bien, pues tú dirás cuándo y dónde

- ¿ Te parece bien el viernes?

- Si, muy bien

- Pasaré a buscarte como a las ocho, cenaremos y en la sobremesa hablaremos

- ¿ No nos acompañará Piedad?

- No, no, en este momento no.  Primero quiero hablar contigo

-Bueno, pues a las ocho, el viernes. Adiós

- Adiós, querida

- ¡ Qué extraño !- pensó Azucena

No le dio demasiada importancia.   Pensaba que se trataría de dar una sorpresa a su pareja, o quizá quería hacerla algún regalo por Navidad.

Con puntualidad británica, Fernando,  llegó a su casa.  Venía algo más acicalado que de costumbre y llevaba algo de perfume,  caro,  de calidad, agradable y suave.  Después de saludarse, se encaminaron a recoger el coche que Fernando había aparcado en la puerta.  Entraron en uno de los restaurantes más caros de la ciudad, de los más refinados y selectos.  Azucena ya lo conocía, pero le extrañó tanta solemnidad.  Eligieron el menú y,  al finalizar la cena, él pidió una botella de Cava, cosa que extrañó sobremanera  a Azucena.

Fernando comenzó a hablar exponiéndola sus medios de vida.  Ya los sabía. Recordaba que nada más conocerse, los había relatado.  Presentía que la conversación no sería sobre un regalo a Piedad ni nada parecido.  Le dejaba hablar, mientras ella daba sorbitos a la copa de Cava como para " ir pasando" lo que él la contaba.
Sin darse cuenta, sorbo a sorbo, había bebido media botella, y sin embargo Fernando no llegaba a una copa.  Por no tener costumbre de beber,   llegó un momento que su cabeza comenzó a flotar y dejó de oír las palabras de él. 

 No supo cómo habían llegado hasta allí,  ni en qué momento Fernando solicitó que le acompañara.  Comenzó a reaccionar cuando se dio cuenta de que estaba en una habitación que no conocía, en una cama que no era la suya, y que una especie de quemazón recorría su cuerpo desnudo bajo la presión de una ardorosa mano que lo recorría.  Sólo entonces  supo que estaba en la cama con Fernando.  Con el novio de su mejor amiga.
De un fuerte empujón le echó a un  lado y buscando deprisa su ropa, se la puso y salió de allí ante la estupefacción del hombre que no entendía su reacción.

Nerviosa llamó a un taxi que la llevara hasta su domicilio, no lejos de allí.  Llegó sofocada y nerviosa.  A las preguntas de Consuelo sobre lo que la ocurría, no sabía contestar, no podía contestar.  Fue a su cuarto, se quitó la ropa y se metió en la ducha.  Se frotaba el cuerpo con fuerza, como si con ello pudiera borrar lo ocurrido en la habitación del hotel con aquél hombre del que nunca hubiera imaginado se comportara de ese modo.

El teléfono repiqueteó en la salita  y fue atendido por Consuelo.  Aún estaba secándose cuando la mujer le acercó el aparato

- Es don Fernando- anunció

- Dile que no he llegado, dile que no estoy- pidió a Consuelo

- Pero le he dicho que sí estaba- replicó la mujer confundida

- Dámelo, dame el teléfono- pidió nerviosa

Consuelo no entendió nada, cuando al alargar el brazo para alcanzárselo, Azucena se lo arrebató de la mano cortando la comunicación sin hablar con él

- Si vuelve a llamar, no estoy ¿ me oyes?  Nunca más estaré para ese hombre-ordenó a Consuelo

Fue a la cocina y se hizo una taza de tila muy cargada.  Podía habérselo preparado la sirvienta, pero no quería dar explicaciones, y sabía que Consuelo la preguntaría lo que la ocurría.

Pasó unos días de máxima tensión.  Pedía mentalmente que no la llamara su amiga, no podía hablar con ella...  Pero sí tenía que tener una conversación.  Debía explicarle lo ocurrido y la dolía porque sabía lo enamorada que estaba de él, aunque no se lo mereciera.  Se había comportado como un canalla.  Ella nunca le había dado pié para aquella agresión.  No recordaba casi nada, no entendía nada ¿ Qué había ocurrido, qué le había dicho para que la condujera hasta ese hotel y ella diera su aprobación?  No recordaba haberse quitado la ropa en presencia de Fernando.  A penas si recordaba unos labios besándola y unas manos dibujando con ellas  su cuerpo.  Sí sabía que aquellas caricias no habían representado nada para ella.  No había sentido nada, ninguna emoción, ningún estímulo, era igual que un témpano de hielo. Recordaba las protestas de él por no ser correspondido de la misma forma.  No paraba de decirla que la amaba, que la había deseado desde el primer momento que la vio y la reprochaba que no saliera de su boca ninguna palabra de amor.  Estaba ausente, mareada por el alcohol ingerido, sólo así comprendía el porqué de lo sucedido.  Estaba avergonzada y no sabía cómo solucionar aquello.

Piedad la llamaba en vísperas de Nochebuena.  Quería que pasase ese día con Fernando y con ella.  No quería dejarla sola en fechas tan especiales

- No Piedad, no iré, en estos días no.  Ha pasado mucho tiempo, pero aún recuerdo a mi marido.  No deseo salir, pero te agradezco tu atención.  Cuando pase el día de Navidad deseo verte.  Tengo que hablarte de algo importante que ha ocurrido

-  No me irás a decir que has encontrado a alguien que te interesa ¿ verdad?

- No, no. Pero es importante, muy importante

-. Bien, ven a casa y charlamos

- Pero quiero que estemos las dos solas, que no esté Fernando

- Tranquila, sale de viaje el 25 por la noche.  Una de sus hermanas está enferma.  Hace tiempo que no la ve y aprovechará estos días para visitarla.  A propósito, hablando de él, está muy extraño, no habla casi y se muestra huraño.  Seguramente estará preocupado por su hermana. En fin, que me lo diga,  si quiere

Estaba deseando ver a Piedad , y al mismo tiempo tenía miedo.  Sabía el duro golpe que iba a recibir de ella, de quién menos lo esperaba.  Se sentía culpable, a pesar de no haber dado motivos para ese comportamiento.  La duda se instalaba en su mente 

-Pero una persona no actúa así de buenas a primeras. ¡ Dios mio ! ¿ qué hice para que ocurriera ? 

 No creía haber dado pié para ello, no por la ausencia de sensaciones, a pesar de que habían transcurrido varios años desde que tuviera sexo con Luis.  Pulsó el timbre de la puerta del domicilio de Piedad. Fernando había ido a ver a su hermana como le había anunciado.  Estaban solas.  Piedad la notaba extraña. Se retorcía las manos que además la sudaban abundantemente ¿ qué le  ocurría a su amiga?  Estaba pálida y no tenía la conversación amena e interesante que acostumbraba.  Era sumamente extraño su comportamiento  y, así se lo hizo saber

- ¿ Quieres decirme lo que ocurre?  Estás empezando a preocuparme

- Verás... - no pudo seguir.  Se abrazó a su amiga llorando

A duras penas, Piedad, consiguió calmarla al tiempo que aumentaba su preocupación por momentos

- Dime lo que sea, por favor.  Me tienes angustiada- dijo Piedad

Azucena secándose las lágrimas, decidió comenzar el relato desde el principio.  No se la ocurría mejor forma de explicarle lo ocurrido.  Piedad la miraba fijamente perdiendo el color de su rostro a medida que el relato llegaba a su punto culminante, pero no decía nada.  Deseaba que Azucena concluyese de relatar lo ocurrido



Piedad
- Te juro amiga, que no  di pié para aquello. No hice nada, solo bebí más de la cuenta. Perdóname. Por nada del mundo hubiera deseado que ocurriera...


Azucena no esperaba aquella reacción, pero comprendía la indignación de su amiga y su desesperanza

- ¿ Sabes lo que creo? Que eres una zorra....  Desde el primer día coqueteaste con él. Te halagaba verle ir detrás de ti como un perrito faldero.  No te importó que yo te confesara que le quería.  Lo que buscabas era satisfacer unos instintos que tenías ya olvidados.  No te creo. Pienso que lo pasasteis estupendamente juntos y que tu conciencia te pedía me lo dijeras, pero que no piensas dejarlo. ..  Vete de mi casa. Me has traicionado cuando yo confiaba en ti.  Fuiste confidente mía.  ¡ Cuánto te habrás reído al escuchar lo que te contaba ! Vete, sal de aquí inmediatamente. No quiero volver a ver más en mi vida

- Piedad, por favor. Estás equivocada. No le provoqué, no quería estar con él. No es cierto que le buscase, y tú lo sabes. No me causó satisfacción, sino repugnancia.  De haber sido consciente, no me hubiera puesto sus manos encima, créeme, por favor, por favor

Piedad tomándola fuertemente de un brazo, con rabia a duras penas contenida, la condujo hasta la puerta y la soltó en la escalera, cerrando la puerta tras de sí.  Recostada en ella rompió a llorar con desconsuelo.  Su mejor amiga y su pareja, la habían traicionado.  No volvería a verles nunca más, a ninguno de los dos.

Cuando Fernando al cabo de unos días regreso a casa, se encontró en el vestíbulo una maleta que le era familiar.  Como si nada hubiera ocurrido, dijo en tono jovial, después de besar en los cabellos a Piedad, que volvió la cara rehuyendo la caricia
Fernando
- ¿ Nos vamos de viaje?

- No. Tú te vas de mi casa.  Ahí están tus cosas, en ´tu maleta.  Deseo que salgas inmediatamente de aquí. ¿ Cómo habéis tenido la poca vergüenza de haberos acostado? Mi novio y mi mejor amiga...

- Escucha, escúchame- respondía Fernando

- Ya la he escuchado a ella. Me ha dado pelos y señales de lo ocurrido en aquel hotel.  No deseo volverte a ver, ni a ella tampoco.  Os quiero fuera de mi vida .   Desearía no haberos conocido


Fernando sabía que tenía razón en lo referente a él, pero no con Azucena.  Ella no había tenido culpa de nada.  Su deseo por tenerla había aprovechado su exceso de bebida, inusual en ella, para abusar de su buena voluntad y conducirla hasta el hotel para saciar sus más bajos instintos.  Sería inútil hablar, explicar a Piedad que ella no había tenido culpa.  Cogió la maleta y salió para no volver nunca más.

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