sábado, 12 de junio de 2021

El día que nunca existió - Capítulo 1 - Alexander Jiménez Mulligan

 Nota de la autora: Los personajes, lugares y situaciones, son ficticios #1996rosafermu

Era alto, fuerte, atlético, simpático y... un juerguista empedernido. Muy amigo de sus amigos, por lo que siempre estaba rodeado de ellos. A menudo pagaba las copas de todos, así que tenía una "corte" de  adeptos a él, y prestos a alcanzar cualquier capricho que se le antojara.

Vivía en Sacramento, lejos del rancho de su padre. De oficio: nada. De vez en cuando pasaba alguna que otra temporada en casa tratando de calmar la ira paterna  que en nada estaba conforme con su modo de vida. Había ido a la universidad, pero de nada valió. A trancas sacó los estudios, pero se dedicó a la gran vida a costa de papá.


El señor Jiménez, lo intentó todo para reconducirle al buen camino. No terminaban de conectar y discutían con más frecuencia de la debida, por eso Alex, decidió tener piso por su cuenta y hacer de su capa un sayo lejos de las miradas reprobadoras del señor Alejandro Jiménez.

Regentaba el rancho él solo, ayudado por buenos empleados desde hacía años. De origen mejicano, se casó con una neoyorkina que pasó por California haciendo turismo. Se le rompió el coche en la carretera y él acertó a pasar por allí, quedando prendado de ella. 

La ofreció su casa y el arreglo del coche por su mecánico. Pero la estancia, que debería ser corta, se prolongó más días de lo debido y terminaron enamorándose y un tiempo después casándose. 

Ella dejó su vida de chica acomodada en la gran ciudad, para instalarse en el campo entre ganado, caballos, sol abrasador y días monótonos. Pero no la importó en absoluto. Amaba a aquel mejicano de piel morena, ojos negros y carácter amable, pero muy seguro de sí mismo. Como regalo de bodas, el rancho Jiménez, pasó a llamarse Mulligan, como homenaje a su mujer. A los dos años de casados nació Alexander, nuestro chico rebelde.

La salud de Amanda, se resentía desde que diera a luz, algo que inquietaba a su marido que no sabía qué hacer. Consultó a varios médicos y todos coincidían en el mismo diagnóstico:

— Su corazón está débil. Sólo podemos medicarla y recetarla tranquilidad. Quién sabe, si con el tiempo tendríamos que pensar en un trasplante. De lo contrario, mucho me temo que...

Alejandro, removió Roma con Santiago en consultas médicas en Nueva York, en San Francisco... pero todos le decían lo mismo. Se dedicó por entero a ella. A amarla y a rodearla de comodidad y caprichos, pero ella iba lentamente perdiendo fuerzas. Sólo deseaba ver crecer a su hijo. Cuando el chico tenía doce años, la madre falleció sumiendo en la desesperación al padre y en la rebeldía al hijo.

A remolque sacó los estudios adelante y, obligado acudió a la universidad. A duras penas se hizo ingeniero agrónomo, carrera que no le gustaba nada en absoluto, pero su padre se la impuso para que en su día, él gobernara el rancho, algo con lo que discrepaba con su progenitor.

En realidad no sentía interés por nada; sólo la diversión. El fallecimiento de su madre, le dejó marcado, ocurrido en esa edad difícil preámbulo de la adolescencia.  Estaba muy unido a ella, y por ese motivo, a veces, el padre, hacía la vista gorda, aun a sabiendas de que no iba por buen camino.


A los dieciocho años, sus amigos le llevaron a un burdel y allí se "hizo hombre", y al mimo tiempo se hizo muy buen cliente del lugar. Había descubierto otra cara de la vida mucho más placentera que encerrarse en el rancho y oler todo el día a vacas y caballos. 

El capataz, Anselmo que, llevaba toda la vida en el rancho, fue quién informó a Alejandro de los pasos que daba el muchacho, algo que le hizo montar en cólera. Fue en su búsqueda y le encontró liado con una prostituta algo que le enfadó sobremanera porque le había dejado en ridículo delante de la mujer que reía a carcajadas.  Pensó que había llegado el momento de hablar seriamente con él, hablarle de los pros y los contras del tipo de vida que estaba llevando y, las consecuencias que le acarrearían si él no modificaba su conducta.

— Has de saber dónde te metes. Debes tener mucho cuidado de que no contraigas una enfermedad irremediable  ¿te enteras?  El placer dura poco, pero si enfermas lo llevarás toda la vida, y no podrás tener contacto con mujer alguna para evitar el contagio, así que en tu mano está elegir los lugares y con quién vas. Seguro que tus amigos te hablarán de que no debes hacer caso de todo esto que te digo, seguro, pero piensa en quién tiene más interés en tu vida, si ellos o yo. Te has convertido en un hombre y a partir de ahora, serás dueño de tus actos, pero has de hacer algo productivo, al menos ayúdame un poco. Me voy haciendo viejo y el interés por vivir me abandona. El rancho lleva el nombre de tu madre, y por ella, te pido que cuides de tu vida.

Esa reflexión le duró poco y de nuevo volvió a divertirse, pero tenía en cuenta los consejos y advertencias de su padre. Así que cambió de lugar a otro más seguro y discreto que, al menos tenía fama de ello. Tomó precauciones, pero siguió en sus trece: los fines de semana eran para él y haría lo que le viniese en gana.


Los viernes por la tarde, abandonaba el rancho y se dirigía a la ciudad de Sacramento. Regresaría el domingo, pero esos dos días serían de absoluta libertad para él. 

Su padre le había hablado de la casa de Madame Margueritte, de toda "confianza". Se imaginó que él hablaría con justificada causa. Adoraba a su madre mientras vivió, pero se fue joven, así que imaginó que él también la frecuentaba después de guardar el luto por su mujer.

Sería la primera vez que acudiría y su primera impresión fue de su agrado, pero faltaba la segunda parte el trato "amable" con la clientela.  Lo que vió al entrar le gustó, así que esbozó una sonrisa  cuando la Madame, llegó hasta él para presentarse y tratando de ganar un nuevo cliente. La planta del muchacho, no tan muchacho ya, le recordó otro rostro que hacía tiempo no llamaba a su puerta, que había sido un buen cliente, pero... los años no pasan en balde.


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