viernes, 25 de junio de 2021

El día que nunca existió - Capítulo 11 - Ese no es mi nombre

 Saludó al guardia y se dirigió hacia el salón y al bar. Tenia que calmarse y al mismo tiempo disimular el alivio que sentía por el acuerdo. Se sentó en la barra y pidió un whisky al tiempo que le preguntó dónde podría encargar unas flores. Debía hacer gala del entusiasmo que sentía por ella, aunque fuera una navaja de doble filo. Contaba que la codicia les cegase y al ver que sentía interés especial en ella, aumentasen la tarifa desmesuradamente. Contaba con ello, pero no retrocedería ante eso; lo importante era salvarla de las garras de esa gentuza a como diera lugar. 

Pensaba detenidamente si Margueritte era conocedora de la trata de las muchachas, y lo lamentaría porque, cuando todo estuviera en su poder, pensaba denunciarles por tráfico ilegal de seres humanos. Lo sentía por ella, pero pagarían por el daño que hacían a personas ingenuas, necesitadas e inocentes y encima secuestradas en una casa de la que no tenían permitido salir, sino fuera con una venta como la que acababa de hacer.


Le repugnaba la sola idea de haber cedido a su petición, pero, al pensar en Adeline, acurrucada en la cama, aterrorizada, pensando que en cualquier momento entrarían para que fuese a trabajar, hacía que la sangre le hirviera. Nunca había sentido por nadie lo que sentía por ella, pero claro, nunca se le había dado el caso que estaban viviendo. 

 Apuró su whisky y se dirigió de nuevo a la habitación, habiendo encargado lo que comerían ese día, especial, en definitiva. 

Esperaba que las flores llegasen al mismo tiempo, dado que la dijo que no abriera a nadie. Además era temprano. Él estaría en la habitación cuando las llevasen.

Las flores serían reflejo de lo que lamentaba, de la situación por la que estaba pasando. Era como compensarla de algo de lo que él no tenía culpa, aunque se culpaba de lo sucedido en aquella habitación. Deseaba, de alguna forma, compensarla aunque no sabía cómo. Tenía que hacer verdaderos esfuerzos para no abrazarla. Nunca había vivido algo semejante y eso  que había estado con muchas chicas, pero...ella era especial

— Te estás enamorando, Alex. Eso es lo que te ocurre — le dictaba su conciencia.

No quería pensar en eso. Estaba sometido a presión muy fuerte, y sabía que podría caer en la tentación a la menor insinuación. ¿A ella le estaría ocurriendo lo mismo? Le había lanzado algunas indirectas. Lo rechazó de plano. Eso no era posible. Lo que ambos estaban sintiendo era motivado por la fuerte tensión a la que estaban sometidos. Sólo eso.

Sentía impaciencia por llegar a la habitación. Lo achacó al temor de que surgiera algún imprevisto y ella se asustara y hubiera cambio de planes. No, eso no ocurriría. En la cuenta de la madame había una suculenta cantidad de dinero con la que no contaba y la codicia cierra muchas mentes.

Puso la tarjeta en la cerradura y automáticamente, la puerta cedió. Adeline estaba en la misma posición fetal en que la dejara. Seguramente estaría dormida. Apenas lo había hecho, ninguno, en esa noche pasada. Esta sería más tranquila y relajada, ya que contaba con la palabra de la madame y solía cumplirla, sobre todo a él. Había abierto una suculenta puerta que no dejaría escapar. Pero lo que ignoraba es que en cuanto saliese de aquella casa, todo sería diferente y no volverían a ver a la muchacha.


Ella permanecía fuertemente agarrada a la sábana que la cubría. Su respiración era calmada, pausada. Tenía los labios ligeramente entreabiertos. Se fijó precisamente en ellos. Se sentó despacio en un lado de la cama y comenzó a observarla. Hasta ahora no se había fijado bien en ella.

Los acontecimientos les habían sobrepasado. Cuando entró en esa casa para celebrar su cumpleaños, iba a algo concreto y, aunque la belleza femenina era buscada y celebrada, nunca se detenía mucho rato en inspeccionar el rostro de la mujer que compartiría su lecho. Acudía con la única idea de pasar el rato, un buen rato.
 Lo verdaderamente formal y definitivo, para su vida, no se le ocurriría buscarlo en un burdel.

Recorría su cara con la mirada y suave, muy suavemente, acariciaba los rizos de su cabello. No quería despertarla. Su tez era blanca y sonrosada, muy delicada. ¿ Eran azules sus ojos? Si, Alex son de un azul intenso. Su boca era perfecta, de labios gruesos, pero no en exceso. Su cuello, al menos lo que sobresalía de entre la sábana, se apreciaba largo y esbelto. Sus hombros cuadrados. Sus manos pequeñas pero firmes.

No quiso seguir analizando el resto de su cuerpo y carraspeó ligeramente. 
Para haber vivido una noche extraña, se había fijado mucho, en todos los detalles. "Es hermosa", se repitió en voz queda. Y algo surgió desde su estómago hasta la garganta queriéndole ahogar. Era una punzada extraña, pero firme.

— Haré cuanto haga falta para protegerla — se repitió en voz queda, pero lo suficientemente alta para que ella se removiera en la cama y se despertara sobresaltada.

—Eh. Soy yo ¿Te ocurre algo?

— Ella se incorporó y se abrazó a su cuello, sin pensar que estaba desnuda

—¡Has vuelto! ¡Estás aquí!

— ¿Dónde quieres que esté?  Tengo buenas noticias, pero primero cúbrete

— Perdón no me he dado cuenta. Ni me acordaba que no tenía puesta tu camisa

— No tiene importancia. Sólo que... Está bien, dejémoslo. Pasado mañana saldrás conmigo. Mañana estarás aquí, pero en tu habitación. Todo lo tengo hilvanado, pero de momento hemos de ser muy precavidos. Son muy listos, y podrían echarlo todo a pique.


Ella se abrazó fuertemente a él,  inesperadamente. Alex sentía unos deseos enormes. Una gran tentación y,  era demasiado fuerte después de haber vivido lo que vivieron. Por mucha fuerza de voluntad que tuvieran estaban ocurriendo cosas  inesperadas, que minaban la seguridad que debían mantener cada uno de ellos.

Fue débil al tenerla tan cerca y correspondió ansioso a las caricias que ella le dispensaba. Su cabeza estaba nublada, era incapaz de reaccionar e imponer su buen criterio ante la efusividad mostrada por ella. No la rechazó, no podía ni quería rechazarla. Había estado sometido a la contención desde la noche anterior, y ya no era capaz de decir no.

Así que correspondió a sus caricias cada vez más inquisitivas, más ardientes, más apremiantes. Sin pensárselo dos veces se quitó la camisa y los pantalones, la tumbó en la cama y con la mente nublada por lo que hacía la hizo suya. Pero esta vez no hubo sorpresas: todo estaba consumado. Pero sí fue cuidadoso teniendo en cuenta que posiblemente ella se resintiera. Pero no lo hizo. No le rechazó. Se abrazó a él buscando sus besos. 

 Como en un susurro, Alexander pronunciaba su nombre como si fuera una plegaria: Adeline, Adeline. Adeline...

Ella sólo suspiraba y respiraba profundamente. Cuando la tensión bajó algunos enteros. Tras besarle, le dijo sonriendo:

— Ese no es mi nombre...

— ¿Cómo dices?

— Que no me llamo Adeline. Me lo pusieron ellos, esos hombres horribles. Mi nombre es Danka Novák. Nací en Praga y de allí me trajeron hasta aquí. Mi padre vive en una residencia, y no creo que vuelva a verle.

La miró fijamente a los ojos sin soltar el abrazo. En su mirada había tristeza, furia, rabia, pero sobre todo admiración por aquella jovencita  que había depositado su vida en él.  Y volvió a besarla sin pensar en las repercusiones que aquél ataque de amor pudiera tener. Pasase lo que pasase, sabía que su vida en el futuro estaría ligada a ella.


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