El tiempo había pasado demasiado rápido para ellos. Cada uno, por separado y, en distint0s destinos, habiendo forjado otras amistades, aunque no tan profundas como las que habían tenido en su etapa juvenil. Pero todo tiene un principio y un final y el de sus estudios también lo tuvo. En contadas ocasiones se habían visto en algunas vacaciones por Navidad, y unos pocos días en verano. Pareciera que la firmeza de su amistad se hubiera diluido en el aire y, ahora, ocupaban sus vidas otras, llegadas desde distintos puntos. Carlo y Elizabetta, habían coincidido en un par de ocasiones en sus respectivos hogares, habiendo ido hasta allí para ver a sus familias y disfrutar de la placidez de la costa amalfitana. De Paolo nada habían sabido y, eso que se prometieron enviarse, siquiera una postal. Pero se ve que la distancia influye grandemente en la calidad de lo que verdaderamente es una amistad. Tan solo una postal por Navidad, felicitando las Pascuas, y nada más.
Los padres de Paolo les facilitaban dónde se encontraba y cómo iban de bien sus estudios. Tan bien, que iba a hacer una oposiciones para alguna embajada, a poder ser americana. Carlo iba a exponer por primera vez en una galería de arte de mediana calificación, pero sería un comienzo y eso le satisfacía. Tendría paciencia con la fama y, por resultado su cotización, ya que recién estaba comenzando a pintar y a fotografiar. La fotografía se le daba bien.
No deseaba convertirse en un fotógrafo de celebridades. Deseaba algo más artístico aunque, de momento, tampoco desechaba la idea de retratar a gente famosa que pasara por allí.
. Esos trabajos fáciles para él, le procurarían el vivir bien y abrirse paso, poco a poco entre el mundo de los famosos. De su cabeza habían desaparecido sus sueños que, desde la adolescencia mantenía en su cabeza..
Guardaba en una carpeta bocetos de figuras femeninas más o menos ligeras de ropa. Habían sido sus trabajos de la academia de arte. Se forjó el propósito de que, al terminar el curso, tiraría a la basura dichos trabajos, pero la reflexión del profesor le hizo desistir del empeño y decidió que, quizás, para algo le servirían. Y quiso conservarlos junto a los bocetos que guardaba de toda esa época. Había olvidado que, entre los mismos, había varias láminas y bocetos de una sola persona: Elizabetta. Se sabía de memoria el rostro de su amiga, dibujándola en distintas poses.
Estaban finalizando el curso y repasaba los apuntes y examinaba los bocetos para plasmar en sus pupilas los defectos en que había incurrido para no repetirlos frente al tribunal. Eso por parte de Carlo, porque además de no estar los tres en la misma facultad, no habían coincidido más que un par de días en las fiestas locales.
El último año, fue el más complicad0, ya que, además de no verse, el propósito de ellos era no regresar a su antiguo domicilio, sino buscarse la vida lejos de Amalfi que era demasiado pequeño para la grandeza que imaginaban alcanzarían, según sus propias reflexiones. Se sabía de memoria el rostro de su amiga, dibujándola en distintas poses. Hacía poco más de un año cuando, se vieron la última vez. Y, es que cada uno de ellos se había hecho el propósito de no repetir ningún curso y, ahora llegaba el fin de sus respectivas carreras.
Tan solo pasaron juntos los dos amigos un par de días con motivo de la fiesta de la patrona de Amalfi. Fue uno de los últimos veranos, pero no llegaron a coincidir en la localidad con la muchacha, ya que ella se preparaba para unas oposiciones importantes que deseaba ganar. De eso dependía su futuro que sería volver a Amalfi, o quedarse en Roma, ya que para la capital era el puesto que se ofrecía.
Sería como guía turístico ya que la famosa capital italiana, máxime en verano, recibía a muchos visitantes.
En solitario y, a modo de preparación para opositar, ella hacía el recorrido que normalmente se realizaba. Un recorrido que imaginaba, puesto que aún no las habían convocado. Pero consideraba que sería el que ella creía: El Coliseum, Trastevere, Piazza di Spagna... Alguna que otra trattoria y, seguro que algún cabaret, sin pasar por alto La Fontana de Trevi y la Cara de la verdad. Todo muy básico, todo muy turístico.
Pero entre aquellas reliquias se encontraba a gusto, lo disfrutaba como si nunca hubiera escuchado hablar de ello. Lo contemplaba todo con satisfacción y se imaginó con un grupo de gente a su alrededor escuchando embelesada lo que iba narrándoles. Lo que tenía ante su vista era grandioso imposible de imaginarlo ahora, rodeándose de coches y bocinas.
Decidió adentrarse entre las piedras quebradas del Coliseo. Por fin habían decidido comenzar la reconstrucción de aquél magnífico ejemplo de la gloria imperial de Roma. Se coló por una especie de pasillo que, a su vez estaba formado por grandes huecos a uno y otro lado de ese espacio, por el que retumbaban los martillos eléctricos y las voces de los obreros. Suponía que aquellos huecos serían en su tiempo las celdas de los gladiadores, o de los animales con quienes tenían que dilucidar su propia existencia. Con una sonrisa, contemplaba admirada aquél lugar con tanta historia entre sus piedras. Parecía escuchar el vocerío de la muchedumbre enardecida ante la pelea desigual que seguramente se disputaría entre el vivir o morir. Durante unos segundos cerró sus ojos y le pareció escuchar a la muchedumbre enardecida señalando la vida o la muerte de quienes estuvieran peleando en ese momento. Decidió que el día que lo abrieran al público ella estaría allí y, quién sabe si narrando a un grupo de visitantes lo que esas piedras vieron y escucharon.
Cada día le apasionaba más la profesión que había elegido para ganarse la vida. La Historia había sido su asignatura preferida y por eso eligió la profesión de guía turística. Andando el tiempo ya contemplaría la forma de convertirse en profesora de historia, ya que había sido la asignatura que más le gustaba.
Continuó su deambular entre aquél intrincado laberinto de ruinas que, poco a poco iban tomando su forma original. Estaba segura que el día que se diera por concluida la restauración de aquél símbolo inigualable de la grandeza de Roma se abriría un capítulo nuevo en la historia de la ciudad. Todo el orbe identificaba a la península en forma de bota, es decir a Italia, precisamente por aquél coliseo. Perdió la noción del tiempo y de repente la voz de un obrero preguntándola lo que hacía allí, la volvió a la realidad. Pidió disculpas y le explicó someramente que se preparaba para unas oposiciones y aquél era el mejor lugar para repasar la lección que, a buen seguro entraría en aquél examen. El obrero se rascó la nuca, echando hacía adelante ligeramente, el casco de obra que portaba. Una sonrisa distendió su cara comprendiendo lo que la muchacha le decía. También él tenía una hija de aproximadamente su misma edad que, también se preparaba para su examen final aunque sería para otra profesión.
Elizabetta se disculpó de palabra y con una sonrisa y, apresuradamente salió de allí totalmente satisfecha de su primera toma de contacto con aquél lugar tan importante de la historia de su país que le hacía ser reconocido desde cualquier rincón de la tierra.
Riendo tímidamente anduvo por aquellos pasillos hasta dar con el que la conduciría a la calle. Sin saberlo había sido transportada a la época de Nerón, aquél sanguinario e inútil emperador. Lo recordaría en el examen, si acaso les cayera aquella lección junto al incendio de la gloriosa Roma que escuchaba atónita y despavorida causado por el nefasto emperador para inspirarse en una oda a la ciudad. Se dio cuenta de que había permanecido allí más de lo que pensaba. Su estómago reclamaba comida. Parada frente a él, echó una última mirada al imponente edificio que fuera en su día. Hizo visera con su mano, ya que el sol le daba de pleno en el rostro, sonrió y miró hacia un lado y a otro, quizá para orientarse buscando un lugar en donde saciar el apetito.
Se paró junto a una trattoria y leyó pausadamente el menú que se ofrecía para ese día. Tenía bastante hambre y no tardó en decidirse comería ossobuco. Y recordó a su madre, y lo bien que le salía ese plato. De repente sintió nostalgia de ellos. Iría en un fin de semana, una vez hubiesen terminado las oposiciones. Deseaba de todo corazón visitar su casa, su hogar , en el que se sentía segura y a salvo. La calidez del abrazo de sus padres. Los interminables saludos de sus vecinos, de unos vecinos que la habían visto nacer. De repente sintió un oleada de emoción y los ojos se la empañaron. Deseaba visitar "su casa" de nuevo y lo haría con un título bajo el brazo.
Y con ese pensamiento, una vez saciado el apetito, encaminó sus pasos hacia la residencia en la que vivía desde hacía algún tiempo. ¡ Qué bueno sería volver a casa con su título como personal de turismo y como consecuencia un contrato como guía turístico. Nadie, aparte de sus padres, lo sabría. Sin saber porqué, de repente, a su memoria acudieron dos rostros juveniles, sonrientes, como la última vez que les vio. El tiempo había puesto una barrera entre ellos desde casi su separación. Absorta por el estudio, pocas veces había vuelto a recordarles. Sonrió porque sobradamente sabía que sólo uno de ellos, si había permanecido en su memoria, bastante más tiempo que el otro.
— Sería estupendo si coincidiéramos los tres de nuevo. Recordar viejos tiempos. Saber de sus andanzas...
Sacudió su cabeza deseando ahuyentar aquellos pensamientos tan lejanos ya en el tiempo, pero tan impresos en su memoria desde que recordara. Sería difícil volver a coincidir pero también estupendo si así sucediera.
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Autora< rosaf9494quer
Edición< Marzo 2023
Ilustraciones< Internet
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