Y allí estaba. Frente al imponente edificio que sería su empleo si todo saliera bien en la entrevista que iba a realizar. Pensaba que sería el último trámite y después ya podría respirar tranquila. Era como si sus pies permanecieran anclados en el suelo. Interrumpía el constante entrar y salir de las personas que allí acudían a diversas gestiones. No se dio cuenta de ello, ya que miraba permanentemente hacia arriba, haciéndose visera con la mano, mientras pensaba en todo aquello. En el salto que significaría para ella. Bajo de su ensimismamiento cuando alguien la empujó ligeramente al tropezar con ella. Volvió en sí cuando escuchó que alguien la pedía disculpas. Y fue entonces cuando, aterrizó definitivamente en la tierra.
Se excusó lo mejor que pudo y, al fin, se decidió a dar los
primeros pasos, adentrándose en aquél enorme vestíbulo de uno de los edificios
más importante del mundo. Hizo un barrido con la mirada y al fondo, encontró un
mostrador que indicaba “Información” en un rótulo.
Llevaba a mano su carta de presentación, pero en recepción no la
pidieron nada, tan sólo la interrogaron a qué planta se dirigía. Brevemente,
les contó lo de su presencia allí, y la señorita que, amablemente la atendía,
sonrió al tiempo que la entregaba un cartel pequeño, con una cinta para que se
la pusiese colgando del cuello visible a todo el mundo que mirara de qué se
trataba “Visitante” ponía en letras relativamente grandes y en negrilla. Tras eso, la indicó a la planta a la que
tenía que dirigirse:
-
Diríjase a la décima planta. Allí la recibirá el
director y la indicará a donde ha de ir.
-
Gracias. Ha sido muy amable.
Las piernas la temblaban a cada paso que daba. Se aproximaba hacia
lo que sellaría su destino. Aún estaba a tiempo de dar media vuelta y
marcharse. Pero ella no era una cobarde. Había luchado mucho para conseguir, no
el resultado por el que se encontraba allí, sino por otro de menos categoría,
pero igualmente importante. Seguramente menos que éste, pero al menos no le
habría producido tanto sobresalto como el que estaba sintiendo. Se dio ánimo ella misma y se dirigió a los
ascensores que, constantemente estaban en funcionamiento. Aquel vestíbulo era
todo un mundo y eran aquellas personas, o al menos lo hacían sus jefes, quienes
manejaban los hilos de todas las vidas humanas desperdigadas por el mundo. Bien es
verdad que ellos trataban de evitar lo inevitable en algunos casos, cuando los países
están manejados por manos incompetentes que manejan los hilos y las vidas de
todos ellos bajo su mandato. ¿Se daba cuenta de la importancia que tendría su
papel? Hasta ese momento no se había parado a pensarlo, pero de repente supo
que de sus traducciones dependería la interpretación que hiciera su jefe más
inmediato, es decir el congresista que, a su vez debía transmitir a su
presidente lo acordado y éste, decidir si seguía adelante con lo que
proyectaban o debía prepararse para una guerra inmediata resultara lo que
resultara.
Y entonces comprendió la importancia de lo que ella dijera o
transmitiera y lo que la persona que la escuchaba a través de unos auriculares,
entendiera bien lo traducido. Y fue, ese descubrimiento, como si una losa la
cayera encima. Ya no había tiempo de retroceder y salir corriendo de allí. Al
otro lado de la puerta una voz la ordenaba que pasase. Ya no tenía escapatoria.
Tenía que dar la cara, pero lo primero, sería calmarse y pensar muy bien las
respuestas que diera porque estaba segura de que sufriría también otro
interrogatorio.
Con una amplia sonrisa la recibió levantándose de su sillón y
dándola la enhorabuena por lo conseguido. Tas las palabras de salutación la
indicó con un gesto que tomara asiento frente a él e inició la conversación
extrayendo de entre los documentos que tenía sobre su escritorio una carta con
el membrete tan conocido por ella y pensó que sería la recomendación de sus
profesores.
Inmediatamente fue puesta en antecedentes de lo que sería su misión
a partir de aquel mismo momento, aunque no empezaría a desempeñar su puesto
hasta dos días después, en que se celebraría la primera, para ella, de las
asambleas de Naciones Unidas. Debió
poner cara de susto porque, de inmediato y sonriendo, su jefe la indicó que no
se preocupara y para acostumbrarse al ritmo y por tanto a su trabajo, tendrían
dos días para realizar ensayos. Que no debía preocuparse porque lo haría bien….
Bla bla bla. Pero si estaba preocupada. Tras unos momentos a modo de
introducción, la indicó que la presentaría a sus compañeros y la explicó que,
todos sin excepción, habían tenido los mismos comienzos que ella. Que eran
simpáticos y solidarios. Después la condujo hasta su cubículo y, dando un
repaso rápidamente comprobó que era una habitación no demasiado grande,
insonorizada. En el frente un cristal panorámico que comunicaba con el salón de
conferencias. Rápidamente repasó en una sola mirada y vio los asientos vacíos y
una especie de pupitres delante de cada asiento con una placa en la que
señalaba el nombre de cada interviniente y el país al que representaba. En un
lado del escritorio, un pequeño micrófono que sería para el congresista y junto
a ello, unos diminutos auriculares, que seguramente sería su cordón de contacto
con el intérprete correspondiente. El traductor, se sentaría frente a la
cristalera diáfana y en su mesa habría una serie de aparatos, sobradamente
conocidos por ella que grabarían en tiempo real la traducción y a un mismo
tiempo las preguntas y respuestas tanto del traductor como del representante en
el hemiciclo. Folios, bolígrafos, rotuladores de colores y una botella con
agua. A su mano izquierda, un pequeño teléfono que la conectaría con el mando
central por si fuera necesario rectificar la traducción. Se tendría que hacer
con su puesto en el plazo de un mes como máximo, teniendo en cuenta que las
sesiones importantes son cuestión de dos o tres días. Las auxiliares, es decir
las que ordenan lo vivido en el hemiciclo, era cuestión de los secretarios de
cada secretario. Posiblemente tendría que los traductores también interviniesen
por si tuvieran que rectificar algo antes de sacarlo en limpio y entregarlo al
ministro o secretario de turno de cada uno de ellos.
No era un trabajo tan sencillo como imaginaba y que tanto le
alababan. Nadie regala sueldos a la ligera, tendría que “sudarlo”, pero eso no
la asustaba. Nada la asustaba ya que, a medida que avanzaba el día, la toma de
contacto con sus compañeros la iban tranquilizando. Le daban ánimos y contaban
anécdotas de lo que cada uno de ellos vivió en sus primeros días en la Sede.
Poco a poco, la hora del almuerzo llegó y todos estuvieron de
acuerdo en ir juntos a una cafetería cercana a la Sede y, que frecuentaban con mucha asiduidad. Todos estaban alegres y joviales y cada uno de ellos no ha mucho que
se habían incorporado a ese puesto que ahora era su referente para Elizabetta.
Tenían el aplomo y la experiencia de quién ya conocía su misión y la dominaba.
Trataban de infundir a las nuevas la seguridad de que ellos hacían gala y
restaban importancia para infundirlas valor de lo que a ellos les costó
asimilar del mismo modo que a ellas, ahora les faltaba. Las ayudarían en todo
lo que pudieran y trataban de restar importancia al primer día. A la primera
vez que se enfrentó a unos auriculares y un micrófono que transmitiera el
resultado de su traducción a la persona que, nerviosa aguardaba en el hemiciclo
pendiente de escuchar por el audífono lo que desde un lugar alejado de allí le
estaba transmitiendo. Eran dos extraños que tenían que conectarse con afinidad.
Que no se conocían físicamente, pero esperaban que todo saliera bien. Estaban a
años luz de distancia una del otro y ni siquiera con esperanzas de hacerse
visible. Quizás con suerte pudiera echar una mirada al hemiciclo cuando
estuvieran interviniendo y, al menos saber cómo era “su jefe”. El tipo de voz
la diría si era mayor o joven. Había cultivado su oído y afinaba mucho en el
reconocimiento de las voces. Ese era un tanto más a su favor, además requisito
indispensable dentro de su profesión.
Entre risas y bromas, sus compañeros trataban por todos los
medios de que se relajara tanto ella como la otra chica nueva que había
entrado. Existía el buen compañerismo. Podían contar con ellos si
en algún momento su voz se quebrara o alguna traducción se les
atragantara. Esas concesiones de sus
compañeros la tranquilizaban y a un tiempo la ponían nerviosa, porque
narraban unas situaciones que podían darse. No se imaginaba quedarse sin voz en
la mitad de una alocución e imaginó que el parlamentario giraría de inmediato
su cabeza buscando la cabina acristalada desde la cual le transmitieran la
traducción al idioma oficial de Naciones Unidas. Pero También pensó que, si sus
compañeros lo daban como posible accidente, es porque se había dado. Y ese
pensamiento la dejó aún más intranquila. La sacó de su aislamiento la voz de
uno de sus compañeros al notar que su cabeza no estaba allí con ellos, e
imaginó en lo que pensaba, puesto que a él mismo le pasó algo parecido el primer día.
Apretó una de sus manos que descansaba sobre la mesa y con un guiño, la dio a
entender que no ocurriría, que solo era un ejemplo para prevenirlo si se diera:
— No te preocupes no suele ocurrir, pero por si acaso. En los
años que llevó aquí, jamás me ha sucedido. No vas a ser tu la primera y, además
nos tienes a nosotros para echarte una mano si se diera el caso. Aprovecha tu comida y
al menos hasta mañana olvídate de este edificio
No hay comentarios:
Publicar un comentario