Había discutido con su novio el día anterior. Una pelea seria, una que había roto el frágil equilibrio de su relación. No fue una explosión repentina, sino el resultado de algo que había estado creciendo en silencio durante mucho tiempo. Se habían vuelto irritables por cosas triviales, la tensión aumentaba poco a poco hasta que finalmente estallaron, gritándose palabras que nunca podrían retractar.
Esa noche, decidieron terminar definitivamente.
Él se alejó sin mirar atrás, dejándola de pie en la entrada de su casa. No la acompañó a su apartamento como solía hacer. Su ausencia lo hizo todo más real. Contuvo las lágrimas al entrar en el ascensor, esperando llegar a su apartamento sin cruzarse con su vecina entrometida, que siempre estaba al acecho tras su puerta.
Una vez dentro, instintivamente se acercó a la ventana, aún con el abrigo puesto, buscándolo abajo. Pero él ya no estaba. Un sollozo escapó de su garganta mientras la realidad la golpeaba—era el final.
Su mente se aceleró. ¿Había otra chica? La duda le oprimió el pecho. Por un momento, la ira la consumió, pero no duró. Lo que quedó fue la pérdida.
Había conocido a Paolo toda su vida. Crecieron juntos, asistieron a la misma escuela, jugaron los mismos juegos, incluso aquellos que supuestamente eran solo para niños. Siempre habían sido inseparables. Pero el amor no es algo que se pueda controlar, y su historia había tomado un giro inevitable.
Siempre creyó que lo amaba más de lo que él la amaba a ella. Tal vez no era cierto, pero así lo sentía. Paolo siempre había sido su protector, defendiéndola de peleas en el patio de la escuela y discusiones infantiles.
Pero había alguien más.
Carlo.
Dos años mayor, la había estado observando desde que llegó a su escuela. Al principio, solo era otro chico, un amigo de Paolo. Pero sus miradas se demoraban demasiado, su presencia era demasiado constante. Paolo se dio cuenta. No quería verlo, pero lo hizo.
— “Es mi novia, ¿sabes? No me gusta la forma en que la miras.”
— “Estás siendo ridículo. Es mi amiga, igual que tú. Nunca haría lo que estás pensando.”
Carlo lo negó todo, y Paolo lo dejó pasar… por un tiempo.
Pero Elizabetta también lo sentía. La tensión silenciosa. La manera en que ambos parecían girar a su alrededor, protectores pero cautelosos el uno del otro. Le gustaba la atención, aunque fingiera no notarlo.
Y así, sin que nadie lo dijera en voz alta, comenzó la rivalidad no declarada.
Se conocían desde chicos. Habían ido al mismo colegio, al mismo curso y juntos habían jugado en los recreos. No importaba que los juegos fueran para varones: ella, también participaría en ellos. junto a Paolo, su novio desde que recordase. Aunque esa palabra sonase tan fuerte en boca de una criatura de a penas doce años.
Pero al amor no hay fuerza humana que le contenga y ella era temperamental por naturaleza. Su sangre era netamente mediterránea: de fuerte carácter, apasionada y enamoradiza.
Estaba enamorada de él hasta los huesos. Siempre decía que le amaba más que él a ella, aunque no fuera cierto. Porque ambos, desde niños, él la protegía de alguna pelea que emprendiera por cualquier chiquillada, a lo que era muy aficionada.
Había otro muchacho dos años mayor que nuestros protagonistas que la seguía con la mirada casi constantemente desde que entrara en ese colegio por primera vez. Estaba en diferente clase. Pero se hizo el encontradizo con la pareja durante uno de los recreos. Tenía grabado en su memoria el rostro de ella, de Elizabetta. Le extrañaba la protección que ejercía sobre ella el otro chico que la acompañaba, cuyo nombre atendía al de Carlo. Pese a la encubierta rivalidad establecida entre ellos, no tardaron en hacerse amigos. Eran simpáticos y abiertos de carácter.
Elizabetta, se dio cuenta de que el nuevo amigo de "su novio", la dirigía algunas miradas, a veces, con insistencia reflejando en sus ojos, extrañas miradas en los de ella.
Vivian cerca unos de los otros y, por tanto, juntos salían del colegio y juntos se dirigían a él; inclusive había veces que, las tareas, las hacían los tres juntos en la casa de cualquiera de ellos. Se llevaban bien e intercambiaban los deberes encomendados por los profesores. Carlo, al estar en un curso más adelantado que ellos, les servía de gran ayuda. Pese a todo, no tardó en surgir la primera discrepancia entre los chicos a cuenta de las miradas que Paolo había sorprendido en Carlo fijo en el rostro de Elizabetta, surgiendo así su primera discusión al imaginar el porqué lo hacía, a pesar de que negara la causa de la fijación en ella, que fuera la causa de su encubierta admiración.
— Es mi novia ¿sabes? No me gusta que la mires así ¿Entendido?
— Debes haberte vuelto loco. Es mi amiga y tu también. Nunca se me ocurriría hacer lo que insinúas— fue su disculpa.
Nunca jamás volvieron a discutir por ello. A partir de ese momento, tendría un escudero más que la protegiera. Pero, a veces, la mirada de Carlo se dirigía a una parte de la anatomía de ella que se iba convirtiendo, poco a poco, en una increíble jovencita. Pero Paolo seguía la mirada de su amigo, aunque no le dijera nada. Lo entendía, aunque no le gustara observarlo. A él mismo se le iban los ojos tras ella observando los cambios que se notaban cada vez más en el cuerpo de la ya, próxima adolescente. Por esa rivalidad Paolo se enfadaba con más frecuencia, pero seguía sin dar ni pedir explicaciones. Ella también se había dado cuenta, pero le halagaba la admiración que despertaba en ellos. A veces debía intervenir en algún desacuerdo que tuvieran para que no llegase a mayores consecuencias que, deshiciera la enorme amistad y cariño que, entre los tres, se había creado.
Estuvieron a punto de romper con la amistad. De no ser por la intervención de Elizabetta que, admiraba y quería a ambos muchachos ya que sin su protección volvería a ser, nuevamente asediada por los chicos mayores que la pretendían aunque no tuviera edad para ello.
A partir de aquel día las cosas cambiaron para ellos gracias a la intervención de la chica. Se sentía halagada por las atenciones que ambos muchachos habían creado en torno a ella. Ambos eran como una guardia pretoriana a su alrededor. No volvieron a tener más discusiones formando un tándem de buenos amigos, con sus diferencias entre ellos, pero dejando fuera a la muchacha de sus peleas.
Los tres juntos fueron creciendo al mismo tiempo. Se estaban haciendo mayores y que, por diferentes razones no seguirían unidos educativamente.
Paolo iría a la universidad y estudiaría Ciencias Políticas. Su padre, volaba muy alto. Ella buscaría trabajo y Carlo entraría en la escuela de Bellas Artes, en cuanto terminara el último curso de formación profesional. Ahí sus caminos se separarían y, lo tres, acusaban ese distanciamiento obligado por el sendero que cada uno había tomado.
Llegó el último día de curso. Al próximo, ya no estarían juntos, aunque se vieran, pero no sería lo mismo. Tenían que tomarse muy en serio las profesiones elegidas.
Excepto la familia de Paolo, las otras dos, se desenvolvían con algunas estrecheces y, no podían permitirse el lujo de desperdiciar el dinero que sus padres, sacrificándose, pagarían por sus estudios. Caso distinto sería el de la muchacha. Confiaba en encontrar un trabajo en el que, con suerte conociera a alguien, se enamorase de él y se casarían. En definitiva: el cuento de la lechera. Lejos estaba de imaginar su destino y, los cambios que se producirían en la vida de los tres.
La víspera de su separación, decidieron celebrar que habían dejado atrás la niñez para convertirse en adultos responsables y soñadores enamorados perdidamente de su compañera de colegio y de juegos. Cada uno de los chicos, ocultaba los sentimientos que les inspiraba aquella inocente, pero inteligente jovencita que sabía manejar, diestramente los sentimientos de sus dos amigos. Nunca supieron si alguna vez supo lo que ambos chicos sentían por ella o, por el contrario, le halagaba esa adoración de protegerla y, al mismo tiempo que ella dirigiese su admiración por cualquiera de ellos. O quizá hubiese ocultado la enorme inteligencia que había demostrado tener al no insinuar nunca que estaba enamorada de uno de los dos. En el fondo, la encantaba verles cómo se disputaban el sentarse a su lado, porque sólo había un asiento libre junto a ella y los chicos, sin percatarse de la jugada iniciaban la consabida discusión de a quién prefería, cuando lo cierto es que eran la diversión de la cruel enamorada. Porque, en realidad, al comprobar que se salía con la suya y, ellos, lejos de percatarse, se dejaban hacer de escuderos, sin notar que, ambos, eran objeto de diversión de la veleidosa Elizabetta. Ella amaba en silencio a uno de ellos y al otro le quería fraternalmente. Se negaba a separarse de cualquiera de ellos.
No pudo evitar soltar unas lágrimas la noche de la separación. Recordaba toda su niñez acompañada por ellos. Los tres juntos e inseparables durante todos esos años de su educación secundaria que, ahora tocaba a su fin. Iniciaban un nuevo rumbo ignorando a dónde les conduciría.
Posiblemente tardarían en verse, si es que no fuera aquella, la ultima noche que permanecieran unidos.
A Paolo le esperaba la universidad, en Roma , ya que esos eran los mandamientos de su padre. Viajaría a la gran ciudad. Conocería nuevas gentes con quienes, posiblemente iniciaría una nueva amistad tan intensa como la que había terminado ese mismo día, siendo parte importante de su juventud. Elizabetta, estudiaría idiomas en la escuela oficial en el mismo lugar en donde vivían: Positano y Amalfi.
Carlo, en la escuela oficial de artes y oficios en Florencia.
Cada uno de ellos había marcado su rumbo futuro pero, quién sabe lo que el destino prepararía a cada uno de ellos.
A los chicos podría augurársele el que seguiría: juergas los fines de semana y posiblemente alguna noviecita que dejaría de serlo en cuanto, cada uno de ellos terminase sus estudios para, comenzar seriamente en su nueva vida. Quién contaba con más posibilidades de enamorarse era la chica quién seguramente encontrase a algún pretendiente y terminara casándose con él.
Todo era probable y posiblemente nada saldría como imaginaban. Pero en aquél momento, en aquellos días, nada era previsible. Tendremos que dejar correr el tiempo para saber en qué queda todo sobre nuestros jóvenes.
Ellos hacían planes, pero para desbaratarlos estaba la vida. Eran tres y llenos de ilusiones, pero el tiempo y el destino sería quién marcara los ritmos de todos. En poco tiempo, sabrían que una raya invisible sería quién marcara su tiempo y su lugar en donde realizar su vida. Trazar su futuro y encontrar su verdadero amor.
Esa noche, los tres dormirían inquietos, intranquilos, desvelados. La emoción de saberse mayores, e independientes y que, posiblemente estuvieran trabajando a no tardar mucho para, de este modo, forjar su propia vida hacía que estuvieran insomnes, dando vueltas en el lecho sin terminar de encontrar la postura adecuada.
Los tres pensaban en lo mismo: el tiempo que transcurriría tan largo hasta volverse a ver, si es que ello diera lugar. Habrían de pasar muchos meses y, en ese intervalo de tiempo quién sabe lo que sería de ellos. Sobre todo ella estaba algo alterada, no por el alcohol de alguna cerveza de más, sino porque ya no tendría el soporte de sus chicos y tendría que ser ella misma quién espantara a los moscones y, además, si se volverían a ver al terminar de estudiar. Porque sí; se había convertido en toda una mujer muy diferente a la chica de la que ambos muchachos estaban perdidamente enamorados.
Era una mujer adulta, bien formada en sus curvas que levantaba pasiones en la calle cuando se cruzaba con algún muchacho que volvía la cabeza para mirarla. Para sus adoradores amigos, ella se mantenía igual que cuando la conocieron, pero lo cierto era que se había convertido en una mujercita preciosa con simpatía a raudales y éxito entre sus compañeros de trabajo. Era azafata en uno de los edificios de la antigua Roma, dedicado en la actualidad a un museo de historia.
De ojos vivarachos, grandes y negros como la noche. Tirando a alta según los estándares italianos. Su cabello color castaño y rizado, aunque no en exceso. Su cintura pequeña. Andar gracioso, como graciosos eran los dos hoyuelos en sus mejillas al reír.
Simpática y cordial con los turistas que la asediaban a preguntas que ella respondía amablemente dando toda clase de detalles. Esquivando a alguna inquisidora mirada masculina de alguno de sus clientes que, con demasiada insistencia, detenía su curiosidad en determinadas formas de la muchacha.
A ella ese gesto inoportuno le fastidiaba, pero debía hacerse la desentendida para no provocar incomodidades en ella misma y, en el resto del grupo que, con alguna excepción se comportaba con la debida corrección.
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Aurora: rosaf9494quer
Edición < Enero 2023
Ilustraciones< Internet- Inma Cuesta
Con la inestimable colaboración de LJJ a quién va mi agradecimiento
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