domingo, 4 de julio de 2021

El día que nunca existió - Capítulo 20 - Dudas

 A esa misma hora Alejandro, dejaba instrucciones en el rancho, quizá tardaría un día o dos en volver. No dio más explicaciones cuanto menos se supiera mejor. Andaba muy preocupado; las cosas no iban todo lo bien que ellos esperaban. En este momento estaban en un callejón sin salida. Los chicos dependían en gran manera, de lo que él dispusiese, entre otras cosas porque, al estar aislados del mundo no tenían ni idea de lo que se estaba ocurriendo. Él tampoco, pero los días pasaban y nada se sabía, pero de lo que sí estaba seguro era de que había que tomar decisiones.  Vivian con muchas incomodidades y ansiosos por normalizar su vida.

La idea de tener que exiliarse en el extranjero tomaba vida. Aunque también tenían el camino de informar a la policía de lo que  ocurría en el burdel de Madame Margueritte. Esto último no le gustaba en absoluto. En la remota idea de que ella no supiera nada, porque ¡vaya a saber el cuento que la contarían con esas chicas, entre las que se encontraba el amor de su hijo! No quería perjudicarla. Su amistad databa de muchos años., pero estaba en la disyuntiva de hablar claro con ella, o correr el peligro de que estuviera enterada de todo y lo echara  a perder.


Daba vueltas por la habitación sin saber lo que hacer, pero de lo que si estaba seguro era de que se reuniría con la pareja aportando alguna solución. Además de sus condiciones de vida, estaban en el filo de la navaja. Estaba claro que se querían. Nunca había visto a su hijo tan pendiente de una mujer, ni de mirar a alguien con tanta ternura. ¿ Y ella...? Más de lo mismo. Estaban a merced de él y con la tristeza de estar pendiente del padre. No podía ni imaginar la angustia que  Danka sentiría, e igualmente su padre por no tener noticias.

No. Decididamente sería él quién tomara las riendas de todo. Ellos no podían desde donde estaban escondidos. Miró su reloj y vió que era muy temprano, pero acababa de tomar una decisión: Tenían que irse del pais. A donde fuera, lo más cerca posible, pero en América, ni en el norte ni en el sur, podrían vivir. Los tentáculos de esa gente son largos y poderosos. Tenían que elegir un pais en el que además hubiera leyes de extradición para determinados delitos. Buscó en internet y vió que en Europa había esa ley. O la otra alternativa: ir directamente a la policía explicando lo ocurrido.

Debido a su origen, pensó en  España. Allí podrían vivir en algún lugar apartado de las clásicas rutas de turismo, o también en una gran ciudad en la que quizá pasarían más desapercibidos.

 Pero antes debía hablar  con su enlace para el pasaporte de ella y, cuando estuvieran lejos, pasaría la información a la policía y, sería de ellos el descubrir la trama. Quizá él tuviera que viajar a la republica Checa, hablar con el padre, explicarle someramente lo que ocurría y  ambos viajarían hasta el lugar en que ellos vivieran.

A largo plazo, cuando todo estuviera en manos de la ley, regresarían a Sacramento y allí empezarían de nuevo todos juntos. 

Tendrían que estudiarlo detenidamente para que no hubiera ningún resquicio por el que se colase algún error. Por ello es que debían estudiar los tres el plan que había trazado, y por eso es que tardaría más de la cuenta en regresar al rancho. "Negocios", diría. Dado que algunas veces viajaba y a nadie extrañaría que estuviera ausente por varios días.


Preparó la mochila con lo que creía necesitarían. Estaba nervioso y preocupado. No quería tener ningún fallo, ya que, al tratar con enemigos tan peligrosos a los que nada importaba la vida de las personas, se sentía responsable si algo fallase.

De nuevo volvió a consultar su reloj y buscó un número de teléfono. Respondió una voz bronca y áspera que conocía perfectamente. Sin identificarse, simplemente dijo:

— Adelante, a la Unión Europea. Ella lo es. Urgente

— Si, todo eso ya lo sé. Necesito fotos

— ¿ Valdrán con el móvil? ¿Te las apañarás?

— No es lo idóneo, pero valdrán. Déjalo en mis manos

— Te repito: es urgente.

— Te llamaré

Colgaron el teléfono. Todo dependía de la decisión de ellos, pero el primer paso estaba dado.

Alex estaba muy preocupado. Danka no terminaba de mejorar. La veía pálida y desganada, claro que en las condiciones en que vivían, en nada favorecía. Sabía que estaba preocupada por su padre, débil en salud. El tiempo corría en su contra y cada vez había más distancia entre el día que habló con él por última vez para anunciarle su marcha por unos días y, hasta ahora, en que nada se sabía de ella.

Las condiciones en las que vivían en nada favorecían para que se sintiera mejor. No todas las necesidades las tenían cubiertas. No sólo el miedo a que alguien anduviera por allí y les viera, sino la incomodidad para su higiene personal, su incomunicación con el exterior, y el miedo de ella cada vez que anochecía y los ruidos del bosque se acentuaban con la nocturnidad. 

A veces tenía pesadillas y hablaba en voz alta de sus temores, y le nombraba como si fuera a perderle. Alex no comentaba nada al despertarse, pero la veía demasiado inquieta. Y ahora, hoy, había amanecido mal. No quería ni pensar si se enfermara alguno de ellos, principalmente ella, que la veía más vulnerable.


Ni siquiera se le ocurrió pensar en que sus encuentros sexuales tuvieran consecuencias, no los de ahora, que tomaban precauciones, pero durante sus primeros días no los habían tenido.

— No, no es posible. Requiere su tiempo, pero... ¿Y si fuera eso lo que tiene? 

Sería una preocupación más añadida a las que ya tenían. Esperaba nervioso y con impaciencia a que llegara su padre. La pila del móvil se había terminado hacía días y allí no podían recargarla, por lo tanto estaban totalmente incomunicados con el exterior.

La situación era agobiante, estresante y angustiosa. Debían hacer algo, pero ¿qué? ¿Salir y exponerse a que les encontraran?

Paseaba por la pequeña habitación que les servía de salón para no inquietar más a Danka, que dormitaba tendida en la cama. De vez en cuando entraba y miraba su rostro pálido y desmejorado. Quería a esa persona que ahora yacía en la cama aquejada a no se sabía qué cosa. ¿ Cómo había sido posible? Sencillamente, la amaba con todas sus fuerzas. No importaba cómo se produjo, ni el cómo, ni el por qué. Sólo que la quería y tenía el deber de protegerla.


Encendió el infiernillo. Haría un caldo para que la entonase el cuerpo. Había pasado la noche inquieta, pero al menos no había tenido náuseas. Pero se revolvía inquieta en la cama. Fue hasta ella. Posó suavemente su mano sobre la frente y observó que no tenía fiebre. Al menos eso le tranquilizó un poco. Se movía en la cama muy agitada, dando vueltas y más vueltas.

De repente se incorporó bruscamente, llevándose las manos a la boca y agitándose. Conocía esos síntomas, preludio de náuseas. Eso le llenó de alarma de nuevo. No tenía nada en el estómago y, por tanto, eran más agudas. Se puso una toalla en la boca con una mano y con la otra se apretaba el estómago como si pudiera calmar el terrible malestar que sentía.

Alex no sabía qué hacer, pero estaba  seguro que debía verla un médico. Irían al pueblo más cercano. No podían vivir con esta incertidumbre sin saber lo que pudiera ocurrirla. Una idea bailaba en su cabeza, pero lo desechaba de inmediato. No podía ser verdad, pero si así fuera, lo aceptarían y resolverían el problema como mejor pudieran. Deseaba ardientemente que viniera su padre, o quizás el amigo. Pero suplicaba al cielo que les diese la oportunidad de poder salir de allí y que alguien les explicara lo que la estaba ocurriendo. Ella tampoco lo sabía. Pensó que, ella, menos que nadie, por la inexperiencia de su juventud, pero Alex, había escuchado alguna que otra conversación sobre el tema y creyó que lo pensado era lo que la ocurría. Decidido se vistió más formalmente, cogiendo las llaves del coche. Pero antes la explicaría lo que iban a hacer. No podían esperar más.

Iría hasta donde tenían el coche camuflado. Tendría que ir a pie. Se lo estaba explicando cuando, el ruido de un motor se escuchó en el exterior. Se abrazaron mutuamente esperando a que alguien llamara a la puerta, o la abriera violentamente. Respiraron aliviados al ver que era Alejandro quién llegaba.


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