miércoles, 7 de julio de 2021

El día que nunca existió - Capítulo 24 - Margueritte

 Pareciera que la vuelta al rancho les había dado seguridad. Habían dormido durante toda la noche; hasta el chiquitín lo hizo de un tirón ¿ Sería posible recobrar su vida sin zozobra? Alex no confiaba en ello. Era como la paz que precedía a la tormenta, y no quería ni pensar en cómo sería. En su cabeza bailaba una idea fijamente, que desde hacía tiempo tenía: personarse en el burdel y hablar con Margueritte. Ella sabía bien el dineral que había pagado por Danka, pero claro,  argumentará que era por una situación muy concreta, no por casi un año entero.

Si los rusos fueran sus socios, estaba claro que ellos no lo pasarían por alto, así que esperaba alguna sorpresa. Lo increíble era que hasta ahora no sabía nada de ellos. Y eso, en lugar de tranquilizarle, le puso más sobre aviso.


Nada comentó ni con Danka ni con su padre, de los planes que tenía en mente. Seguro que si lo supieran se lo quitarían de la cabeza por lo peligroso que podría llegar a ser. Esos personajes no entienden de componendas, sólo que habían perdido a una preciosa muchacha que les podría haber dado pingües beneficios y no los obtuvieron por su escapada. 

Se preparaba mentalmente para ello. Pero debía proteger a su familia y no habría nada ni nadie que le hiciera desistir de ello.

Desayunó como si tal cosa y hablaron de lo bien que habían descansado, algo que no hacían desde hacía muchos meses. Dejó caer como sin importancia, que daría una vuelta por la oficina del rancho a ver si podía ayudar en algo, y cuando lo hiciese, le apetecía mucho cabalgar un rato a caballo, recorriendo la estancia.

De inmediato su padre protestó para impedir que lo hiciera, ya que el peligro no estaba conjurado. Guardó silencio para no insistir, pero tenía muy claro que no se quedaría a esperar a verlas venir. Necesitaban aclarar su situación cuanto antes, porque también cuanto antes debía regularizar su vida. La estancia de Danka estaba a punto de expirar al cumplirse el plazo de estancia en el pais. Y el pasaporte lo tenían ellos, y sin él no podían hacer nada.

Pediría a su padre que se pusiera en contacto con ese amigo que los falsificaba para estar prevenidos en caso de que tuvieran que salir corriendo de allí de nuevo.

Su cabeza era un caos buscando la solución a, lo que justamente no estaba en sus manos. Como último recurso, estaba el denunciar a la policía la trata de personas, pero ¿cómo justificarlo? Todos los papeles que lo acreditaban estaban en posesión de ellos. 

Por cualquier lado que  buscara una salida, encontraba una puerta que se cerraba. Decidido: no había otra solución más que dar la cara.


Aprovecharía la última hora de la tarde, cogió el coche y lo más discretamente posible, puso rumbo a Sacramento y una vez allí, a entrevistarse con Margueritte. Aún no estaba abierto al público, pero él solicitó al guardián de la puerta, y por ser conocido, que le llevara ante la madame:

— Tengo una cuestión urgente que hablar con ella.

— Tendrá que esperar a las diez de la noche. Antes no se abre

— Lo sé, pero haga el favor de pasarla esta nota. Ella me conoce y estoy seguro que me recibirá de inmediato.

— Aguarde un momento

Cerró la puerta y Alex permanecía en el exterior, esperando impaciente que Margueritte le recibiera. Pero el caso es que se retrasaba más de la cuenta y, eso no era buena señal. O quién sabe si estuviera dudando en recibirle, escuchar lo que tenía que decirla, o no y, hacer oídos sordos a lo que deseaba de ella.

Estaba muy enfadada con él. La había mentido y arguyó una mentira que desde el principio tenia en mente, y ella había caído en la trampa como una inexperta. 
También había tenido una buena pelea con los rusos al reclamarles la jugarreta que la habían hecho exigiéndoles la devolución de lo que había pagado por "Adeline". Algo que ellos rechazaron de plano y, todo lo que les pudo sacar era que la encontrarían y les darían un buen escarmiento.

Lentamente jugaba con el trozo de papel que Alex le había enviado. No tenía el menor interés por volverle a ver, pero en el fondo deseaba saber qué mosca le había picado con esa chica. Alex no era un santo y no era la primera vez que acudía a "su casa", pero en cuanto vió a la chica, perdió los papeles.
¿Qué se traía entre manos?  Si al final decidiera recibirle, no se quedaría callada, ni mucho menos. Le tendría esperando en la puerta hasta que ella quisiera; quería hacerle sufrir, porque lo cierto era que debía tratarse de algo importante, al haber desaparecido del lugar en el que había nacido.


Ella también estaba inquieta sin saber el porqué. Daba vueltas por la habitación sin terminar de decidirse. Al fin llamó a su guardaespaldas y le dijo que hiciera pasar a ese cliente que aguardaba en la calle.

Alex entró en su despacho con paso firme, aunque por dentro tenía los nervios a punto de estallar. Ella tenía el labio superior fruncido, señal de que estaba de mal, de muy mal humor. Ambos se conocían desde hacía tiempo, tanto que ni siquiera Alex lo imaginaba, pero no eran los negocios los que les había unido

Siempre había sentido simpatía por ese joven atractivo, juerguista, adinerado y algo mujeriego. Seguramente fueron reminiscencias del padre, del que estuvo bastante enamorada desde antes de que se casara con su hermana, con Amanda.

Porque sí, la sangre de Alex y la suya, era la misma. Margueritte era la hija díscola de la familia Mulligan. Una cabeza loca que tuvo amoríos con un hombre que, después de conseguirla la despreció, y ella tuvo que salir de su casa y ganarse la vida como mejor pudiera. Su hermana iba a casarse con un ranchero mejicano del que ella se había enamorado, pero que él no tenía ojos más que para Amanda.

Así que viajó lo más lejos que pudo de casa de sus padres, pero no lejos del hombre que la enamoró sin saberlo. Y la mejor manera que encontró para ganarse la vida fue poniendo un bar de alterne que enseguida se hizo famoso, dado que el lugar era pequeño.

Fue al morir su hermana, cuando pasado el tiempo y, seguir viudo, Alejandro volvió los ojos hacia ella, pero no había amor por su parte sino buscaba alivio a su naturaleza. Ni siquiera recordaba que Margueritte era la hermana pequeña de su querida esposa. Por eso siempre ella le guardaba los mejores "planes", y por el mismo motivo lo hizo con su sobrino Alexander.
Era su secreto, nadie excepto ella lo sabía, pero no podía evitar tener consideraciones con aquellos dos hombres que habían irrumpido en su vida sin saber cómo y por qué.


Se miraron fijamente. Ella con gesto hosco, Alex firme, pero al mismo tiempo tratando de comportarse. Sabía que estaba en desventaja y,  mejor con buenas maneras, podría sacar algo positivo de aquella entrevista, que no por las malas.

— Bien, pues tú dirás. Porque pienso que tendrás algo que decirme. Me la jugaste bien, y además con alevosía. Te burlaste de mí, y eso no te lo perdono. Abusaste de la confianza que tenía con vosotros, pero está visto que la cabeza es la que debe regir y, no los sentimientos. Así que te escucho. Más te vale que lo que vayas a contar sea verdad, porque si me doy cuenta de que me vuelves a mentir, llamaré a los rusos y ellos darán cuenta de tí. Así que habla, porque tengo un trabajo que atender.

Alex, pensó que con la verdad le iría mejor, y relató lo ocurrido entre ellos y de qué forma se enamoraron ambos. Sólo buscaban amarse, y por ello no le importó pagarla un dineral, pero no tenían la documentación de ella y no podía salir del pais.

Por Alex, Margueritte se enteró de qué forma habían traído a " Adeline" y a las otras dos chicas. Los rusos la dijeron que no estaban a gusto en el burdel en el que trabajaban y por eso las llevaron allí. A ella también la habían mentido, y la ponían al borde del precipicio si la policía se enteraba de ello.

Alex vió el cielo abierto al conocer que la madame era inocente, al menos de la trata de personas. Por un lado fue un alivio para él, pero también ella estaba en peligro si llegaba a  oídos de los rusos. Trataría de denunciarles, pero si ellos lo descubrieran estaría doblemente en peligro no sólo ellos, sino el burdel también, con todos cuantos trabajaran en él.

Una preocupación más para Margueritte que era muy sensible en cuestiones de amor. Pero ambos tenían enfrente a un enemigo muy peligroso. No tenía plena confianza con los guardaespaldas. Lo más probable era que les untaran algunos dólares para tenerles al corriente de las novedades que ocurrieran en el burdel, y justamente, la novedad que se estaba produciendo en el despacho de la madame sería de lo más suculenta para ellos.

—Debes irte ahora mismo. Te llamaré si consigo algo nuevo. Pero sobre todo cuídate de esos sujetos. Son de los que no perdonan.

A la salida el mismo guardaespaldas que le recibiera, le aguardaba con una sorpresa.


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