martes, 6 de julio de 2021

El día que nunca existió - Capítulo 23 - Visita en el rancho

 Se encontraban a gusto en San Francisco y poco a poco fueron bajando la guardia. Confiaban en que pasarían desapercibidos entre aquel heterogéneo barrio. De todas formas y, por si acaso. Alex era prudente. Cada quince días recibían la visita de Alejandro, que les animaba a volver al rancho, ya que él estaba siempre intranquilo. Nadie había pasado por allí, nadie había preguntado, pero ese silencio no le gustaba. Estaría más tranquilo teniéndoles cerca.

Ellos eran prudentes y evitaban al máximo dejarse ver. Alquilaron un apartamento amueblado y pequeño. No les importó, ya que estaban de paso. No tenían amigos.

 Y así de esta forma el tiempo, los meses pasaban y,  la hora de que el vástago de Alex y Danka llamara a las puertas de este mundo, cada vez estaba más cerca  Los días habían pasado lentos para ellos. No habían tenido ni un sólo día en que no estuvieran alertas a cualquier movimiento extraño a su alrededor. Era una tortura lenta, siempre alerta.


La atendió en el parto el mismo médico que había llevado su embarazo. No hubo complicaciones, por tanto en tres días estaban de regreso en su hogar. Habían tenido un niño precioso y lamentaban no mostrárselo a los obreros y empleados del rancho, y poder celebrar su bautizo con todos ellos.  Estaban nerviosos alterados por todos los acontecimientos surgidos en sus vidas en pocos meses.

 El encierro voluntario incrementaba el mal humor y las tensiones entre ellos. No habían vuelto a hablar de futuro, o es que quizás asimilaron que toda su vida transcurriría de esta forma, errante, huyendo de  ese enemigo invisible que no les dejaba vivir.

Y surgió la primera discusión seria. Los reproches  se hicieron presentes, los de una y los del otro. Sus desacuerdos con el tipo de vida que llevaban, cuando lo mejor hubiera sido marcharse del pais y formar su vida en otro, como lo habían dispuesto en un principio.

Ya había pasado el tiempo suficiente para que se hubieran olvidado de ellos y, a veces, Danka llamaba desde un locutorio a su padre. La echaba de menos y, el buen hombre no entendía el porqué no había regresado a casa. Argumentó que había conocido a alguien y se habían enamorado. Que la intención era la de casarse y efectuar el viaje de novios a Praga, así le conocería.

Seguía sin comprender los razonamientos de su hija, pero los daba por buenos, aunque en su cabeza había muchos interrogantes que no comprendía.


Alex, sabía que toda su felicidad se estaba esfumando. Echaban de menos el calor humano que tenían en el rancho, y comenzó a pensar que seguramente ya era hora de regresar. Por otro lado allí estaría  segura su familia y sería hora de empezar a pensar en su boda.

A pesar de los desacuerdos, de las discusiones, se querían. Estaban viviendo una situación anómala desde el comienzo de su relación, y eso hacía que estuvieran siempre en tensión. Procuraban zanjar sus diferencias en el mismo día en que se producían, pero poco a poco hacía que su carácter cambiase.

Una mañana se levantó y después de arreglar al pequeño, decidieron regresar a casa. No lo anunciarían al casero, de momento, era su válvula de escape si acaso debieran regresar a toda prisa. Ahora tenían una responsabilidad mayor con el bebe; ya no estaban solos y su deber era proteger a la madre y a su hijo. Ese hijo no buscado pero si querido y deseado desde el mismo momento en que supieron la noticia.

Todo había sido más difícil, pero por nada del mundo renunciaría a su pequeña familia. Lo afrontarían juntos, pasase lo que pasase.


Hacía tanto tiempo que faltaron de allí que, antes de llamar con la bocina, se detuvieron un momento frente a la puerta del rancho. Vivirían una nueva etapa. Quizá la definitiva o la más complicada. El tiempo lo diría.

Y al fin, Alex hizo notar el claxon. Fue Carmela extrañada, la que abrió la puerta y sonriendo, corrió hacia ellos. Por lo inesperado fue una sorpresa doble. La mujer enternecida, abrió sus brazos para tomar en ellos al pequeño. La emoción se hacía latente en todos.

En el dintel de la puerta apareció Alejandro con cara de sorpresa ante la visita inesperada. Abarcó en un abrazo a los tres miembros de su familia.

Tenían mucho de lo que hablar, pero lo harían, padre e hijo, cuando Danka estuviera ocupándose del niño.

Ese sigilo no satisfizo para nada a Alex, que escudriñaba el rostro de su padre buscando respuestas a las miles de preguntas que tenía en mente. Mientras tanto, sostuvieron una charla procurando no desvelar nada de lo que Alejandro había averiguado referente al contencioso con Margueritte. Por la solemnidad de su rostro, presumía que no eran buenas noticias.

Estaba rígido, expectante y, deseando quedarse a solas con su padre y conocer los motivos que tenía para estar tan pesimista. Debían procurar que Danka no supiera nada de lo que fueran malas o buenas noticias, al menos de momento. Un disgusto en ella, repercutiría en el pequeño al ser amamantado por su madre.

Todos en el rancho sabían que debían permanecer con la boca cerrada. Imaginaban algo, pero, por respeto a su patrón, ni siquiera se les ocurrió averiguar nada. Mejor así, cuanto menos supieran, menor peligro de irse de la lengua en el bar ante una cerveza con los amigos.


Aprovecharon que ella atendía al bebe, para que pudieran hablar, al menos explicarle lo más importante. Ya encontrarían una oportunidad para hacerlo más ampliamente, pero sobre todo que Danka no se enterara. Ya estaba bastante alterada como para incrementar más su ansiedad.
Entre padre e hijo, hubo confidencialidad, sin prejuicios, hablando claramente. Alejandro dijo que habían recibido ciertas visitas, pero que no les dijo nada para no preocuparles.

 Se fueron igual que vinieron, pero fue motivo para que él se entrevistara con Margueritte  y averiguar de una vez, cuál era verdaderamente la situación.
Si fuera por dinero, la pagarían la deuda que tuvieran, y ella aceptó el trato, pero también les avisó que los "rusos" eran muy quisquillosos y no lo verían bien con tanta normalidad como ella lo hacía.

Buscaban "venganza", y por mucho que ella les dijera que no merecía la pena, puesto que estaba dispuesto a saldar con creces la deuda, se sentían humillados y eso no se lo perdonarían. 

Se habían reído de ellos y la noticia se sabía en los cuatro puntos cardinales del mundo. Atañía a su "honor" personal. Nunca nadie les había burlado como ellos lo habían hecho. Merecían un escarmiento y así lo harían. Solamente de esa forma, darían el caso por cerrado.

No sabía cómo sería su venganza y eso es lo que les daba miedo. No querían sólo el dinero, que también, sino escarmentar, no sólo a ellos, sino también para el futuro. Que nadie se atreviera a reírse de su organización.


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