viernes, 2 de julio de 2021

El día que nunca existió - Capítulo 18 - La sinceridad de Danka

 Bien entrada la mañana llegó Alejandro portando más ropa, mantas y alimentos. Les notó demasiado contentos con la situación por la que estaban pasando, y el padre, como perro viejo, se dio cuenta que la noche, quizá, había sido demasiado corta para ellos. Llamó aparte a su hijo y le hizo varias recomendaciones para que el tema no se les fuera de las manos. No tenían noticias de nada, ni a favor ni en contra, algo que les extrañó, pero no comentaron nada delante de Danka.

Estaban desayunando los tres. Ella cabizbaja y tímida. Los dos hombres charlaban. Ella debía hablar con Alejandro. Tenía que darse a conocer, porque Alex lo sabía todo, pero el padre , pensó ella, que debía saber cómo sucedió todo. Tenía derecho a saberlo, e incluso a dar su opinión fuera o no favorable. Se había implicado mucho para protegerles, y era justo que supiera de su boca cómo comenzó todo, incluso desde antes de viajar a América. Cómo la captaron y el por qué ella no vió lo fácil del trabajo ofrecido. No tenía mundo. Era muy joven. Ese fue su fallo.

— Aunque el agua estará fría, si lo deseas puedes bañarte. Nosotros vigilaremos entre tanto — la dijo Alex

— No. Estará como el hielo, tal y como ha sido la noche. Más tarde. Ahora deseo hablar con tu padre, a solas. Él y yo — respondió ella.

—¿ En verdad crees que la noche ha sido fría?

 — ¡Alex! Cállate de inmediato si no quieres avergonzarme


Ambos hombres se sorprendieron por la resolución tomada por la muchacha para hablar con el padre, y Alejandro aceptó la invitación. Él también deseaba hablar con ella, y profundizar más en la relación que estaban manteniendo, y a poder ser, averiguar si el amor declarado por ellos, era verdadero y duradero, o simplemente una novedad en sus vidas. Le pareció bien la iniciativa de ella. Pensó que era una chica juiciosa, noble y sensata. 
Esa forma de comportarse le vendría muy bien a su hijo, que hasta ahora había sido un cabeza loca. Pero ciertamente le notaba cambiado en esos pocos días transcurridos. ¿ Sería verdad que el amor sentido por la joven, sería para toda la vida? Ojalá y así sea, ya que se estaban jugando hasta la vida, si los malhechores dieran con ellos.

Se había dado un plazo prudencial, y si en ese tiempo  no había noticias, recurriría a su amigo policía, pero sería cuando otro amigo, le tuviera listo un pasaporte falso.

Paseaban en dirección al lago y allí , sentados en la hierba y recostados en el troco de un árbol, Danka abrió su corazón a Alejandro.

— Nací en el seno de una familia de clase media. Mi madre murió y mi padre hizo todos los esfuerzos posibles para que yo estudiase. Y lo hice. Mi ilusión era ir a la universidad, pero mi padre no estaba bien de salud y le aconsejé que se jubilara. Yo buscaría un empleo que me permitiera seguir con los estudios, al menos terminar el bachillerato.

—Buscaba en los anuncios del centro de mi ciudad porque,  en la zona turística, se solicitan camareras y eso entraría dentro de mis planes. Y así fue como me topé con Yuri, un testaferro de la red que nos llevó, a dos chicas y a mí hasta Sacramento.

—Nos tuvieron encerradas y, cuando lo creyeron conveniente, nos llevaron para  entrar en el salón. La fortuna estuvo de mi parte. Al final de la escalera estaba Alex, y me eligió entre todas las chicas que había. No sentimos nada especial en un primer momento. Fue cuando, ya en la habitación, él se acercó a mí, y...Puede imaginarse a qué. Estaba aterrorizada; nunca había estado con ningún hombre y además iba a estar con un desconocido y en un burdel. Me esperaba lo peor, pero él fue tierno y dulce, hasta que descubrió que...  De inmediato se separo. Lejos de armar un escándalo fue cariñoso y considerado conmigo. Maldecía a todos los infames que proceden de esa forma. Estuvimos esa noche y medio día del siguiente. Estuvo hablando con Margueritte, y al despedirnos que dijo que me volvería a ver.

Poco a poco iba narrando su peripecia  y el amor que inesperadamente había surgido como una magia entre ellos, aún hoy, inexplicablemente.


—  Le estaré agradecida siempre, aunque él dejara de quererme. Siempre le querré. Pero también entenderé que no lleguemos a buen puerto juntos. Está corriendo grandes riesgos por mi culpa y, si a él o a usted les pasara algo no podría vivir con ello. Todo lo que ansío, además de su amor, es volver a ver a mi padre. Se preguntará por qué no le llamo, ajeno a todo el drama que estamos viviendo.

— Danka eres muy joven y a penas has empezado a vivir. La vida no es fácil, pero también piensa que, a día de hoy, estáis juntos por algún motivo. Porque el desatino, o llámalo como quieras, designó que tenía que suceder así. Que debíais encontraros. Confío en ti plenamente, y siempre serás bien recibida en casa, que será la tuya también. Cuando esto se calme y solucionemos todo, sería mi deseo que tu padre también estuviera con nosotros. Tendría un compañero de charlas

Alejandro, rió y apretó ligeramente la mano de la muchacha. Era un buen hombre que había abierto su corazón y su casa a una desconocida.  También él estaba corriendo grandes riesgos y eso no lo olvidaría nunca.

Antes de regresar al rancho llamó a su hijo:

— Alex, confío en ti. Ella es una muchachita inocente. Ten  cuidado. Ella es inexperta, pero tú no. No agregues un problema más al que ya tenemos. En el bolsón de la ropa, hay una caja. Úsalo.

— Papá, no te preocupes

— Si. Si me preocupo. Estáis solos,  estáis enamorados . sois jóvenes y... mucho tiempo libre. Yo he tenido también mis veinte años. Por favor, ten cabeza.

Vieron con nostalgia como Alejandro se perdía en la distancia. Ni siquiera podían acompañarle hasta donde dejara el coche. No podían arriesgarse a que alguien les espiase. Estaban extrañados de que Margueritte no hubiera reclamado por cualquier conducto la ausencia de Alex. Claro que sabía que ya no vivía con el padre, pero aún así, era de extrañar que no hubiera ni una llamada para averiguar lo que pasaba. Por eso no podían bajar la guardia, y aunque recibieran alguna visita, ellos no podían dejar verse.

Sería un día y una noche interminables. Se decidió a abrir el bolsón que le trajera su padre. Extrajo de él un grueso jersey, otro pantalón, alguna camiseta y... un par de cajas de preservativos. Sonrió al verlos. Nunca imaginó que su padre estuviera tan al tanto de lo que podía ocurrir, de lo que había ocurrido su primera noche. Reconoció que tenía razón, lo que menos necesitaban ahora era que se quedara embarazada. Sin embargo lo deseaba, pero en otra situación más favorable.


Lo ocultó rápidamente antes de que Danka terminara de colocar su ropa y comenzase con la de él. Buscaba un lugar en donde guardarlo. Estaba segura de que la avergonzaría saber que había sido el padre quién estuviera  pensando en esos detalles. La daba vergüenza que pensase lo que hacían cuando se quedaban a solas, lo que ciertamente ocurría. ¡ Cómo no se iba a dar cuenta!, se dijo. Es un hombre, conoce nuestra verdad y a su hijo. Lo absurdo sería que no ocurriese nada, brindándose esa oportunidad tan especial que estaban viviendo.

Había estado casado y, por lo que sabía, muy enamorado de su mujer. Puede hacerse cargo perfectamente de lo que hay entre ellos. Pero a ella le avergonzaba que pensaran siquiera en que lo hacían al caer la noche.
Era algo íntimo entre ellos y sólo para ellos.

Danka entro en lo que habían acondicionado como dormitorio, que en la época en que la choza fue construida, posiblemente ese fuera el uso dado. Ella había extendido una sabana limpia que había traído Alejandro y, la manta a modo de colcha. Poco a poco iba tomando la forma de un hogar. A pesar de las circunstancias y de lo que aún les quedaba por vivir, sabía que lo recordaría siempre, estuviera donde estuviera y pasase lo que pasase.

Siempre sería esa cabaña desvencijada su primer hogar vivido junto a él. Y que él sería el amor de su vida por todo lo que en pocos días habían vivido juntos. Aunque él la olvidara, no se borraría de su cabeza las escenas pasadas en aquel suelo duro e inhóspito de su primera noche en la cabaña. Quedarían marcados por ello, y quién sabe, si algún día, sería una anécdota para contar a sus hijos.


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