Guardaron silencio. Carmen reflexionaba sobre lo que acababa de escuchar; Sean recordaba nuevamente los años de sus comienzos con Lucía. El tiempo que había transcurrido desde entonces, y su larga ausencia. Ella se había convertido en el centro de su universo, desde siempre y, ahora, cuando estaba cercano el día de su reunión, imaginaba lo que sería su vida nuevamente como marido y mujer, y no como extraños.
Estaba en paz consigo mismo; había solucionado su relación con Moira, y ya nada les impedía volver a ser felices. Se habían convertido en personas más adultas, más comprensivas y sabía que los motivos por los que se separaron, no se repetirían nunca más. Ya no. Ahora se conocían bien y sabían lo que significaba renunciar al amor. Eran jóvenes todavía, ya que no llegaban a la cuarentena, pero habían vivido cosas que ocuparían toda una vida. A pesar de todos los sinsabores, recelos y dudas, volvería a unirse a Lucía nuevamente si la vida le presentara otra ausencia. Todo había merecido la pena con tal de tenerla.
Y llegó el gran día. En el aeropuerto Sean y Carmen, aguardaban impacientes el aterrizaje del avión que les traía a Lucía. Ella aguardaba nerviosa que tomaran tierra. Estos pocos momentos se habían convertido en interminables para ella; mucho más largos que las horas que llevaba metida en el avión. Por fin se fundieron en un abrazo, largo, intenso..., como el beso que se dieron bajo la emocionada mirada de su hija. Luego los tres, se fundieron en uno solo.
Sus conversaciones de regreso a casa, eran entre risas y preguntas atropelladas, apenas contestadas con impaciencia. Y a la revuelta del camino, apareció su casa. Aquella casa que Sean mandó construir para formar una familia en ella y, que tan poco tiempo disfrutó y si albergo otra pareja. Pasaron de largo, pero el silencio se hizo entre ellos. Lucía miró de soslayo la casa y a su marido. Este intuyó lo que con la mirada le dijo, y respondió a ello:
— Todo se ha solucionado. No estés preocupada. No se qué haré con la casa. Ya lo pensaremos
—No te preocupes por mi. Ya no importa. Ya todo está bien entre nosotros.
Cuando llegaron a la entrada principal de la Casa Grande, todos los empleados les aguardaban. Lucía era querida por ellos y la alegría con que la saludaron, se lo demostró. Fue un día intenso de cariñosas palabras y dulces miradas entre ellos, como si aún no se creyeran que estaban juntos, y esta vez sería para siempre. Discretamente, después de cenar y, con la excusa de que estaba cansada por las emociones Carmen, se disculpó y se retiró a su habitación. Sabía que sus padres necesitaban intimidad, y aunque permanecían con ella de sobremesa, sabía de sobra que era protocolaria, pues lo que ansiaban era encontrarse a solas en su habitación. Sería como una segunda luna de miel.
En la intimidad de su dormitorio, Lucía recordó el juramento que se hizo así misma: "fuera timidez, es mi esposo, y yo además de su esposa he de ser su amante... "
Estaba en paz consigo mismo; había solucionado su relación con Moira, y ya nada les impedía volver a ser felices. Se habían convertido en personas más adultas, más comprensivas y sabía que los motivos por los que se separaron, no se repetirían nunca más. Ya no. Ahora se conocían bien y sabían lo que significaba renunciar al amor. Eran jóvenes todavía, ya que no llegaban a la cuarentena, pero habían vivido cosas que ocuparían toda una vida. A pesar de todos los sinsabores, recelos y dudas, volvería a unirse a Lucía nuevamente si la vida le presentara otra ausencia. Todo había merecido la pena con tal de tenerla.
Y llegó el gran día. En el aeropuerto Sean y Carmen, aguardaban impacientes el aterrizaje del avión que les traía a Lucía. Ella aguardaba nerviosa que tomaran tierra. Estos pocos momentos se habían convertido en interminables para ella; mucho más largos que las horas que llevaba metida en el avión. Por fin se fundieron en un abrazo, largo, intenso..., como el beso que se dieron bajo la emocionada mirada de su hija. Luego los tres, se fundieron en uno solo.
Sus conversaciones de regreso a casa, eran entre risas y preguntas atropelladas, apenas contestadas con impaciencia. Y a la revuelta del camino, apareció su casa. Aquella casa que Sean mandó construir para formar una familia en ella y, que tan poco tiempo disfrutó y si albergo otra pareja. Pasaron de largo, pero el silencio se hizo entre ellos. Lucía miró de soslayo la casa y a su marido. Este intuyó lo que con la mirada le dijo, y respondió a ello:
— Todo se ha solucionado. No estés preocupada. No se qué haré con la casa. Ya lo pensaremos
—No te preocupes por mi. Ya no importa. Ya todo está bien entre nosotros.
Cuando llegaron a la entrada principal de la Casa Grande, todos los empleados les aguardaban. Lucía era querida por ellos y la alegría con que la saludaron, se lo demostró. Fue un día intenso de cariñosas palabras y dulces miradas entre ellos, como si aún no se creyeran que estaban juntos, y esta vez sería para siempre. Discretamente, después de cenar y, con la excusa de que estaba cansada por las emociones Carmen, se disculpó y se retiró a su habitación. Sabía que sus padres necesitaban intimidad, y aunque permanecían con ella de sobremesa, sabía de sobra que era protocolaria, pues lo que ansiaban era encontrarse a solas en su habitación. Sería como una segunda luna de miel.
En la intimidad de su dormitorio, Lucía recordó el juramento que se hizo así misma: "fuera timidez, es mi esposo, y yo además de su esposa he de ser su amante... "
Decidida por ello y porque amaba con locura a su marido, quería demostrarle lo importante que era para ella y la necesidad que tenía de ser suya nuevamente. Recordó el encuentro sexual que tuvieron aquella noche en Madrid, y nuevamente se repitió. El amor que sentían, la necesidad el uno del otro hizo que todo fuera descontrolado, ferviente, como dos chiquillos enamorados que hicieran el amor por vez primera. Aquella, era su noche, la del regreso al punto en donde lo dejaron años atrás. Pero ahora lo tenían más claro. La separación les había hecho madurar y daban importancia a lo que en realidad la tenía, y lo verdaderamente importante estaba ahí y en el ahora . Y era que al fin estaban juntos, y volverían a empezar de nuevo.
Se levantaron tarde. Carmen, con una excusa, se alejó de la casa, en la que sólo estaban los sirvientes. Sabía que a su madre le daría pudor encontrarse con ella a sabiendas de que habían tenido una noche de película. Sonrió y decidió reunirse en el centro comercial de Sunset y pasar la mañana con sus amigos. Dejó el encargo a Luisa de que les advirtiera que vendría a la hora de la comida, con el fin de que no se preocuparan. Mientras, ellos estaban felices, radiantes, como dos chiquillos, y decidieron dar un paseo a caballo
— Sean, yo no sé a penas montar. En todo este tiempo no lo he practicado
— No importa. Montaremos los dos en un mismo caballo y así puedo llevarte abrazada.
— Eso se considera abuso ¿ Lo sabes ?— le dijo bromeando
— Bueno... No importa. Me gusta abusar de mi mujer — y, riendo se dirigieron a las cuadras.
La normalidad se impuso en sus vidas. Cada uno de ellos acudía a su trabajo; Carmen a sus estudios y, el ambiente era más relajado. Se respiraba cariño en esa casa grande que había vuelto a cobrar vida después de tantos sinsabores.
Nuevamente llegó el acontecimiento mayor de todos: la fiesta de los cooperativistas. Lucía recordó aquella otra, de hace tanto tiempo, en la que Sean se la declaró y la pidió en matrimonio.
Se levantaron tarde. Carmen, con una excusa, se alejó de la casa, en la que sólo estaban los sirvientes. Sabía que a su madre le daría pudor encontrarse con ella a sabiendas de que habían tenido una noche de película. Sonrió y decidió reunirse en el centro comercial de Sunset y pasar la mañana con sus amigos. Dejó el encargo a Luisa de que les advirtiera que vendría a la hora de la comida, con el fin de que no se preocuparan. Mientras, ellos estaban felices, radiantes, como dos chiquillos, y decidieron dar un paseo a caballo
— Sean, yo no sé a penas montar. En todo este tiempo no lo he practicado
— No importa. Montaremos los dos en un mismo caballo y así puedo llevarte abrazada.
— Eso se considera abuso ¿ Lo sabes ?— le dijo bromeando
— Bueno... No importa. Me gusta abusar de mi mujer — y, riendo se dirigieron a las cuadras.
La normalidad se impuso en sus vidas. Cada uno de ellos acudía a su trabajo; Carmen a sus estudios y, el ambiente era más relajado. Se respiraba cariño en esa casa grande que había vuelto a cobrar vida después de tantos sinsabores.
Nuevamente llegó el acontecimiento mayor de todos: la fiesta de los cooperativistas. Lucía recordó aquella otra, de hace tanto tiempo, en la que Sean se la declaró y la pidió en matrimonio.
Faltaba algún granjero y, sus propios suegros. Recordó a Nancy con infinito cariño y el día en que acudieron a comprarla el traje de fiesta. Allí conoció a Moira. Ya no le molestaba pensar en su afair, sabía que su marido le pertenecía sólo a ella. Se preguntó si iría a la fiesta. Escuchó la conversación que Luisa mantenía con María, su hija, acerca de Moira y los rumores de boda que corrían por Sunset. parece que un australiano, ocupaba ahora su corazón.
—Mejor— pensó al escucharlo— No la quiero cerca de nosotros. Si se va a vivir a Australia será mucho mejor para todos. No me fio de ella. Y de Sean ¿ me fio ?— se dijo— Tuvieron algo muy fuerte, difícil de borrar de su vida. Fue mucho tiempo. ¡ Bah ! deja ya de pensar en tonterías. Él está loco por ti ¿Es que no lo sabes?
—Mejor— pensó al escucharlo— No la quiero cerca de nosotros. Si se va a vivir a Australia será mucho mejor para todos. No me fio de ella. Y de Sean ¿ me fio ?— se dijo— Tuvieron algo muy fuerte, difícil de borrar de su vida. Fue mucho tiempo. ¡ Bah ! deja ya de pensar en tonterías. Él está loco por ti ¿Es que no lo sabes?
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