Corría una suave brisa, después de un día caluroso, húmedo y pesado. El mar llevaba hasta su porche el rumor del atardecer en un día de verano en Noosa Leads. Había dejado sobre la cesta de labores el petit point que bordaba desde hacía tiempo. Ya no tenía las mismas ganas que antaño de hacer labores. De vez en cuando miraba al horizonte, como buscando a alguien, a alguna figura conocida y añorada. Su casa estaba lejos, y a eso se debía que sus amistades la visitaran de tarde en tarde.
Contempló el atardecer, y sonrió ante la belleza que se mostraba a sus ojos. Una caída de la tarde de las muchas que había contemplado desde que fijaron su residencia en la costa del Pacífico, hacía ya muchos años. Tuvo la sensación de que Lyan la sonreía y tendía sus manos hacia ella llamándola. Anna se llevó la mano al pecho, y con una dulce sonrisa, entornó los ojos.
Así tranquila y dulcemente la encontró Bella, su nieta querida. Le acarició suavemente la mejilla, pero un sobresalto hizo que la tocara en el hombro suavemente, creyendo que estaba dormida.
- Abuela, abuela. Vas a coger frio. Vamos dentro
Pero la abuela no se movió, y entonces la muchacha asustada y alarmada comenzó a llamar a su madre a gritos
- Mamá, mamá. Ven corriendo. La abuela …
No pudo continuar. La realidad había calado en su mente y comprendía que la nonna Anna, se había reunido con el abuelo Lyan, algo que deseaba desde hacía tiempo. Ya no estaba a su lado, ya no quería vivir, “ sólo espero que llegue mi hora…”, decía a menudo, cosa que exasperaba a su hija Florence, que había trasladado su residencia allí para no dejarla sola. Salió alarmada a los gritos de su hija y comprobó que su madre había muerto. En paz y serena como ella había vivido y deseaba morir. La besó en la frente llorando quedamente y abrazó a su hija que de rodillas, rodeaba con sus brazos las piernas de la abuela.
Debían avisar al médico, y así lo hicieron, aunque sabían de antemano que ya todo sería inútil. Lo que siguió a continuación fueron trámites, dolorosos. El peor de todos cuando en una ambulancia se llevaron el cuerpo inerte de Anna Maria. Bella, por más que suplicó a su madre que no lo hicieran, la Ley lo imponía y nada podía hacerse
- Mamá no quiero que le hagan la autopsia. Por favor, mamá. No lo permitas
-Bella, hija. No lo hagas más difícil. Lo manda la Ley, y no podemos hacer nada contra eso. Es la órden de un juez.
- Pero… estará sola. Mamá…
-Schsss. Cálmate cariño. Ella ya no está aquí. ¿ Crees acaso que a mi no me duele? Era mi madre. Mi mamita del alma -. Ambas mujeres se abrazaron. Estaban solas con la mujer que sirvió de compañía a la abuela en todos esos años.
-Ven, vamos dentro. Hay muchas cosas que hacer. Hay que tener todo lista para cuando mañana regrese a casa. Tengo que hablar con la funeraria y preparar el funeral… su entierro.
Florence hablaba, no con su hija, sino en voz alta expresaba sus pensamientos y su angustia. Tenía que ser fuerte por ella, pero estaba muy lejos de serlo. Acababa de perder , no sólo a su madre, también a su compañera de angustias. A su confidente cuando tuvo los problemas con su ex marido Tom. Su defensora, cuando se enfrentó a él defendiéndola de una de las muchas palizas que la propinaba cuando se emborrachaba los fines de semana. La que consiguió que le denunciara y se divorciara de esa mala bestia. Fue entonces cuando ambas mujeres decidieron vivir juntas, para dar a Bella el hogar estable que merecía, lejos de los insultos y golpes que el padre propinaba a la madre ; y ya no se separarían. Anna adoraba a esa nieta y ella a su abuela.
Bella |
Le gustaba cuando la contaba, como si fuera un cuento, su llegada a aquella isla-continente desde tierras europeas muy, muy lejanas. Se reian juntas cuando supo que tardó en llegar hasta Australia más de veinticuatro horas. Con múltiples escalas en distintos países, interminables horas perdidas en distintos aeropuertos. Bella la escuchaba embelesada y pedía una y otra vez, que repitiera la historia, cosa que hacía riendo la abuela.
Fue una noche larga, muy llarga. Bella se encerró en su habitación y Florence trataba de que durmiera, cosa que no conseguía. La dio una taza de tila y regreso a la tarea de avisar a las amistades y coordinar todo lo que después vendría. A pesar de la ingrata tarea, de su inmensa tristeza, mantenía su mente ocupada, sin tiempo para pensar en todo lo vivido junto a su madre.
La niña no podía, no quería dormir, y sigilosamente, entró en el cuarto de su abuela. Desde la puerta paseaba la mirada por la estancia, sin atreverse a pisar el suelo, que hasta hacía pocas horas, había recorrido su abuela. Le parecía que cometía un sacrilegio si lo hacia. Pero al fin se decidió a entrar y con un llanto silencioso, recorrió la habitación. Se detenía en las fotografías que había sobre la mesita de noche, sobre la cómoda. Acariciaba todos los objetos que Anna tenía : sus gafas, su libro que siempre leía una y otra vez…Acarició el retrato en que ambos abuelos estaban juntos. Jóvenes, risueños, llenos de vida…, y ahora ninguno de los dos estaban ya allí. Con cuidado acarició la almohada y con respeto se sentó en el borde de la cama, como hacía cada noche al entrar a verla y desearle un feliz sueño. Despacio abrió un cajón de la mesilla y repasó lo que contenía. Un tubo de pastillas para el estómago, un tubo de crema para las manos, un rosario, cosa que le extrañó, pues no era muy religiosa. La cruz del mismo estaba desgastada, y a su memoria vino algo que había olvidado, y que nunca supo porqué cada noche, antes de dormir, besaba el crucifijo. Vió un libro muy usado, cuyo cierre era una goma elástica, y ante esto su curiosidad pudo más que nada. Lo tomó entre sus manos y contempló las pastas viejas y descoloridas del mismo.
- Será su libro de contabilidad – pensó. Sin dudarlo, quitó la goma y lo abrió, pensando curiosa en la forma en que su abuela llevaba las cuentas de su administración. Pero se sorprendió al comprobar que lo escrito allí, de su puño y letra, no era otra cosa que un diario. El diario de su abuela.
Sabía que no debía leerlo. Que era su intimidad, pero deseaba conocer más a la Anna Maria que no había conocido. Saber cómo era de joven, cómo conoció a su abuelo, qué es lo que la trajo hasta estas tierras, y que dejó atrás, en su país, que describía como hermoso, y recordó lo que la dijo una noche:
- Abuela ¿ lo conoceré algún día ¿
- Cielo, eso depende de ti. Nunca volví, pero no lo olvidé. Me apena que nunca regresé para poner unas flores en la tumba de mis padres. A tu bisabuela la encantaban las flores, las margaritas… Eran gentes sencillas, pero buenas… muy buenas… y me quisieron mucho. Pero la guerra me los arrebató-. Y recordaba que al llegar a ese punto, unas lágrimas rodaron por sus mejillas
Florence |
- No estés triste, abuelita- le decía la niña – Seguro que ellos te están viendo y no les gustaría saber que lloras
- Tienes razón. A ellos no les gustaría -. Interrumpió sus recuerdos, cuando sintió que la puerta de la habitación se abría dando paso a su madre
- ¿ Por qué no estás durmiendo? ¿ ¿Qué haces aquí ? - la dijo Florence
- Mamá, no podía dormir y quería venir a dar las buenas noches a la abuela, pero… no está, mamá. Se ha ido para siempre
- No cielo. Ella siempre estará aquí, en nuestro corazón. Seguro que desde el cielo nos ve y nos protege. Nos quería más que a nada. ¿ Qué has cogido ?
- Parece ser que es su diario. Necesitaba ver sus cosas y al abrir el cajón, lo vi. Pensé que era su libro de cuentas..
- ¿ Vas a leerlo ?
- No sé si debo, pero si me gustaría leer lo que ella ha sentido a lo largo de estos años. Cómo era de joven. Cuales fueron sus ideales, sus ilusiones. Su vida con el abuelo… todo. Me gustaría saberlo. Lamento no habérselo preguntado cuando estaba viva. Creo que no lo hice porque pensaba que nunca nos dejaría. ¿ Me lo contarás tu ?
- Claro, cielo. Yo te lo contaré. Te lo prometo, pero no esta noche. Cuando todo haya pasado y estemos solas en nuestra vida diaria, Nos sentaremos en el lugar que a ella le gustaba y te contaré cómo fue su vida. Ella no me contaba muchas cosas, pero Celyn si lo hizo. Se conocieron cuando ambas llegaron a estas tierras y no se separaron nunca. Ella es como de la familia. Me vió nacer y a ti también. La vamos a echar ¡ tanto de menos ¡ Parecía débil, y sin embargo era fuerte, muy fuerte. No tuvo una vida fácil, sobretodo cuando faltó el abuelo. Pero, anda, es muy tarde y estamos cansadas por tantas emociones. Duerme conmigo, así nos haremos compañía la una a la otra. Mañana tenemos mucho trabajo que hacer. Comenzará a llegar gente y hay que atenderles.. Anda deja el diario en su sitio. Ya tendrás tiempo de leerlo con calma. Vámonos a la cama.
Se levantaron. Dieron una última mirada a la habitación y apagando la luz salieron en dirección al dormitorio de Florence. Tratarían de dormir siquiera un par de horas.
Les costaba coger el sueño, pero Bella, rendida, al fin se durmió. Florence contemplaba la cara de su hija con infinito amor. ¡ Se parecían tanto !, sólo que Bella tenía el cabello oscuro como la abuela y ella el mismo color que el abuelo Lyan. Daba gracias al cielo de que no se pareciera a Tom, el que había sido su marido. Desde el divorcio no había sabido nada de él. Supo por algún amigo en común, que había emigrado a Suramérica y allí se había casado con una natural del pais. Mentalmente le deseo todo lo mejor, pero no quería ni recordarle. Acarició suavemente el rostro juvenil de Bella, y de esta forma vio el amanecer de un nuevo día, sin Anna Maria.
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