Y al día siguiente de su fallecimiento, el cuerpo de Anna María, regresó a casa. En el despacho de Lyan , fué instalada la capilla ardiente. Unas flores cortadas por su hija y su nieta encima del ataúd, y una fotografía de ella cuando llegó a Australia, coronaban la decoración de la estancia. Un candelabro con velas encima de un mueble, y a los pies, una pequeña bandera italiana, que Bella depositó, después de haberla sacado de la mesita de noche de la abuela, y que recordaba haberla visto siempre. A pesar de los años de ausencia de Italia, nunca lo había olvidado, aunque ahora fuese otro país su tierra, a la que siempre estuvo agradecida porque le dio la riqueza mayor que podía tener: su familia.
Cercana la tarde, comenzaron a llegar vecinos y amigos, atendidos por las tres mujeres de la casa: Florence, Bella y la fiel Celyn. Las tres de riguroso luto, demacradas y tristes, atendieron a todos lo mejor que pudieron. Los llegados aportaban comida. Unos, llevaban dulces, otros, guisos... para que ellas no tuvieran que estar pendientes de nada
- Ha sido un golpe terrible - comentaban unos- No era tan mayor ¿ cuántos años tenía ? - preguntaban curiosos
Florence, por cortesía, respondía con una leve sonrisa, aunque lo que menos deseaba era comentar nada referente a su madre, pero contestaba una y otra vez
- Tenía sesenta y cinco, pero desde que murió papá, no tenía ganas de seguir viviendo. Su salud se resintió mucho, y nos costó Dios y ayuda sacarla adelante. Ahora cuando mejor estaba...
-Claro, hija. Eso no lo espera nadie. Era joven todavía. Y Bella ¿cómo lo ha tomado ?
-Ella me preocupa. Estaba muy unida a Anna. Creo que todavía no se da cuenta de su falta. Lo peor está por llegar- Celyn la reclamó, lo que agradeció, y de esta forma se excusó con la vecina que quería indagar en la vida de la difunta.
Y así trancurrió ese día y el siguiente. Al tercer día de su fallecimiento, la comitiva que portaba el féretro, se encaminó hacia el cementerio en donde Anna María sería sepultada junto a su marido Lyan y a su pequeño hijo Patrick. Se cerraba la página de un libro escrito a fuerza de sacrificios y sufrimiento de las personas que, ahora reposarían juntas.
Después de que todos los asistentes las dieran el pésame y , todos regresaran a sus casas, Bella, quiso quedarse un momento a solas con su abuela. Florence y Celyn se apartaron respetando los momentos de intimidad de la joven
- Abuelita- comenzó Bella- ¿ Por qué te has ido? ¿ No querías seguir viviendo ? Yo te necesitaba, todas te necesitábamos. Deseaba regresar contigo a Italia; conocer el lugar donde naciste, compensarte en algo de todo lo que hiciste por nosotras. No me ha dado tiempo. Prometo cuidar de mamá y de Celyn. Ellas te echarán de menos tanto como yo. Te quiero abuela. Siempre, siempre te llevaré en mi corazón. Descansa en paz; ahora estás con el abuelo y con el tio, a quién no conocí, pero hablabas ¡ tanto de él ! ...Tu vida no fue fácil. Hubiera querido que me la contaras tú misma, pero no pudo ser, y es algo que me pesará siempre. Sólo estaba preocupada por qué vestido ponerme, por salir con mis amigas, por gustar a los chicos..., y no pensaba que podías irte tan pronto. Volveré por aquí otro día. Siempre tendrás flores, las que a ti te gustaban. Adiós abuelita. Te querré siempre.
Cuando se hubo retirado, Florence, abrazó a su hija y las tres se metieron en el coche y regresaron al hogar vacío, en total silencio, pero en el aire, aún flotaba la presencia de Anna Marita Filiberto Parici, nacida en Taormina Italia, el 19 de Marzo de 1925.
Nuevamente esa sería una noche sin sueño,a pesar del cansancio acumulado en los tres últimos días pasados. Florence no podía dormir. La responsabilidad de sacar adelante el pequeño negocio hotelero del que vivían era algo para lo que no estaba preparada. De siempre lo había llevado su madre: lista e inteligente como pocas. Por otro lado debía hacer frente a la situación; tenía que seguir con la vida adelante y la responsabilidad de Bella y el bienestar de Celyn. No podía desfallecer. Sería su homenaje a Anna Maria.
La chica, rendida por el cansancio y las emociones,al fin pudo quedarse dormida, al igual que Celyn. En la casa reinaba la paz y el silencio. Florence, no pudiendo permanecer más en la cama, decidió levantarse. Se puso una bata y salió hasta el porche. Las primeras luces del día ya se oteaban en el horizonte. Se preparó un té y sentada en la terraza, dejó volar su imaginación hasta el día en que llegaron a Noosa Leads para establecer un pequeño negocio, después de la ruina de la finca de cultivo que habían arrendado en el interior. Aquella era zona turística, y con un crédito otorgado, con altos intereses, iniciaron la aventura de un pequeño hotel turístico que les permitiera poder vivir dignamente. Recordaba el entusiasmo de un joven y fuerte Lyan y una bella y embarazada Anna María, a punto de dar a luz a su hermano, cosa que ocurrió a los tres meses de haberse establecido.
No fue un parto sencillo, más de dieciocho agotadoras horas para que Patrick saliera a este mundo. Anna María sólo tuvo fuerzas para abrazar a su hijo y a su marido antes de sumergirse en un profundo sueño, del que no podía disfrutar, ya que las enfermeras hacían que permaneciera despierta por temor a una hemorragia. Incómoda, con el cuerpo dolorido, sin almohada, debía permanecer boca arriba con las piernas juntas, es decir en una postura que distaba lejos de ser la suya preferida para estar en la cama. Se resignó y como pudo siguió las instrucciones de la matrona, y un atento Lyan mojaba su cara para despabilarla. Lo recordaba todo como en una película, sin embargo fue real. Cinco días estuvo hospitalizada; tenía muchos puntos en la vagina y gran propensión a tener complicaciones, lo que hizo que los médicos la dejasen retenida unos días más de lo normal, por si acaso surgieran complicaciones. Pero Patrick no nació con mucha salud, y al año de su nacimiento moría de una meningitis, lo que sumió a los esposos en una profunda tristeza. Anna tenía la depresión post-parto, a la que se unió la mala salud y preocupación por el bebe. La costó mucho recuperarse de su pérdida. No tuvieron más hijos. Ignoraba si fue decisión tomada por ambos, o sencillamente, ella, después del parto, no quedó en condiciones.
La luz del día estaba plena en el firmamento. Había que ponerse en marcha. Pronto los huéspedes bajarían a desayunar, y aunque tenían la ayuda de los camareros, era ella la encargada de la cocina, ayudada por Máxim un cocinero experto que habían contratado hacía ya cinco años. Era un hombre mediando los cuarenta, algo grueso, pero de rostro agradable, simpático y cariñoso, que bebía los vientos por Florence. Ella sabía de su admiración, pero no deseaba tener pareja, y menos ahora en las actuales circunstancias. De vez en cuando tenían algún contacto sexual, pero no deseaba comprometerse más allá. No quería darle un padrastro a su hija, era todo lo que tenía en la vida.
La vivienda de las mujeres estaba separada del hotel, aunque prácticamente anexa a él. Durante los días de duelo, fue Maxim, junto a los pocos empleados del hotel, los que gobernaron el negocio a fin de que ellas estuvieran centradas en el sepelio. Por eso, cuando Florence, se incorporó a su trabajo, llamó a todos los empleados a su despacho a fin de agradecerles la ayuda prestada, y muy especialmnte a Maxim, que en esos días se había esmerado en preparar platos diferentes con los que entusiasmar a los clientes, que no paraban de alabar el cambio que habían experimentado sus desayunos y comidas.
Cuando Florence entró en el comedor, como tenía por costumbre, para revisar si todo estaba en orden, se encontró con la enhorabuena de algunos clientes, que no paraban de preguntarle si habían cambiado de cocinero
- Éste que tienen ahora, es excelente- repetían entusiasmados
Ella no se atrevía a decir que no, que el antiguo chef era ella misma, y estaba claro que debía dejar sitio a Maxim que la superaba. Le llamó en un aparte y le anunció que de ahora en adelante sería él solo el que estaría en la cocina
- ¿ Y eso, por qué ese cambio? - replicó extrañado
-Ahora no está mama. He de encargarme de la dirección y administración del hotel; así que serás tú quien lleve la cocina. Por supuesto si quieres, porque de momento no tendrás subida de sueldo. No me lo puedo permitir
-Sabes que eso no importa. Estaré encantado en ayudarte. Y si quisieras casarte conmigo todo el trabajo lo llevaríamos entre ambos. Te lo he dicho muchas veces
-Basta. Sabes que no quiero compromisos. Estamos bien como estamos.
- De acuerdo. Puedes contar conmigo, ya lo sabes
-Gracias Maxim, lo sé.
Cuando salió de la habitación, Florence se le quedó mirando y reflexiono una vez más sobre el ofrecimiento del cocinero. Le encontraba atractivo y era un buen hombre, pero el recuerdo de su matrimonio, aún la perseguía. Le daba miedo repetir la experiencia, y menos ahora, en estos momentos, en los que debía centrarse en el hotel y llevar a cabo las enseñanzas que su madre la transmitió para su buen gobierno.
Cercana la tarde, comenzaron a llegar vecinos y amigos, atendidos por las tres mujeres de la casa: Florence, Bella y la fiel Celyn. Las tres de riguroso luto, demacradas y tristes, atendieron a todos lo mejor que pudieron. Los llegados aportaban comida. Unos, llevaban dulces, otros, guisos... para que ellas no tuvieran que estar pendientes de nada
- Ha sido un golpe terrible - comentaban unos- No era tan mayor ¿ cuántos años tenía ? - preguntaban curiosos
Florence, por cortesía, respondía con una leve sonrisa, aunque lo que menos deseaba era comentar nada referente a su madre, pero contestaba una y otra vez
-Claro, hija. Eso no lo espera nadie. Era joven todavía. Y Bella ¿cómo lo ha tomado ?
-Ella me preocupa. Estaba muy unida a Anna. Creo que todavía no se da cuenta de su falta. Lo peor está por llegar- Celyn la reclamó, lo que agradeció, y de esta forma se excusó con la vecina que quería indagar en la vida de la difunta.
Y así trancurrió ese día y el siguiente. Al tercer día de su fallecimiento, la comitiva que portaba el féretro, se encaminó hacia el cementerio en donde Anna María sería sepultada junto a su marido Lyan y a su pequeño hijo Patrick. Se cerraba la página de un libro escrito a fuerza de sacrificios y sufrimiento de las personas que, ahora reposarían juntas.
Después de que todos los asistentes las dieran el pésame y , todos regresaran a sus casas, Bella, quiso quedarse un momento a solas con su abuela. Florence y Celyn se apartaron respetando los momentos de intimidad de la joven
- Abuelita- comenzó Bella- ¿ Por qué te has ido? ¿ No querías seguir viviendo ? Yo te necesitaba, todas te necesitábamos. Deseaba regresar contigo a Italia; conocer el lugar donde naciste, compensarte en algo de todo lo que hiciste por nosotras. No me ha dado tiempo. Prometo cuidar de mamá y de Celyn. Ellas te echarán de menos tanto como yo. Te quiero abuela. Siempre, siempre te llevaré en mi corazón. Descansa en paz; ahora estás con el abuelo y con el tio, a quién no conocí, pero hablabas ¡ tanto de él ! ...Tu vida no fue fácil. Hubiera querido que me la contaras tú misma, pero no pudo ser, y es algo que me pesará siempre. Sólo estaba preocupada por qué vestido ponerme, por salir con mis amigas, por gustar a los chicos..., y no pensaba que podías irte tan pronto. Volveré por aquí otro día. Siempre tendrás flores, las que a ti te gustaban. Adiós abuelita. Te querré siempre.
Cuando se hubo retirado, Florence, abrazó a su hija y las tres se metieron en el coche y regresaron al hogar vacío, en total silencio, pero en el aire, aún flotaba la presencia de Anna Marita Filiberto Parici, nacida en Taormina Italia, el 19 de Marzo de 1925.
Nuevamente esa sería una noche sin sueño,a pesar del cansancio acumulado en los tres últimos días pasados. Florence no podía dormir. La responsabilidad de sacar adelante el pequeño negocio hotelero del que vivían era algo para lo que no estaba preparada. De siempre lo había llevado su madre: lista e inteligente como pocas. Por otro lado debía hacer frente a la situación; tenía que seguir con la vida adelante y la responsabilidad de Bella y el bienestar de Celyn. No podía desfallecer. Sería su homenaje a Anna Maria.
La chica, rendida por el cansancio y las emociones,al fin pudo quedarse dormida, al igual que Celyn. En la casa reinaba la paz y el silencio. Florence, no pudiendo permanecer más en la cama, decidió levantarse. Se puso una bata y salió hasta el porche. Las primeras luces del día ya se oteaban en el horizonte. Se preparó un té y sentada en la terraza, dejó volar su imaginación hasta el día en que llegaron a Noosa Leads para establecer un pequeño negocio, después de la ruina de la finca de cultivo que habían arrendado en el interior. Aquella era zona turística, y con un crédito otorgado, con altos intereses, iniciaron la aventura de un pequeño hotel turístico que les permitiera poder vivir dignamente. Recordaba el entusiasmo de un joven y fuerte Lyan y una bella y embarazada Anna María, a punto de dar a luz a su hermano, cosa que ocurrió a los tres meses de haberse establecido.
No fue un parto sencillo, más de dieciocho agotadoras horas para que Patrick saliera a este mundo. Anna María sólo tuvo fuerzas para abrazar a su hijo y a su marido antes de sumergirse en un profundo sueño, del que no podía disfrutar, ya que las enfermeras hacían que permaneciera despierta por temor a una hemorragia. Incómoda, con el cuerpo dolorido, sin almohada, debía permanecer boca arriba con las piernas juntas, es decir en una postura que distaba lejos de ser la suya preferida para estar en la cama. Se resignó y como pudo siguió las instrucciones de la matrona, y un atento Lyan mojaba su cara para despabilarla. Lo recordaba todo como en una película, sin embargo fue real. Cinco días estuvo hospitalizada; tenía muchos puntos en la vagina y gran propensión a tener complicaciones, lo que hizo que los médicos la dejasen retenida unos días más de lo normal, por si acaso surgieran complicaciones. Pero Patrick no nació con mucha salud, y al año de su nacimiento moría de una meningitis, lo que sumió a los esposos en una profunda tristeza. Anna tenía la depresión post-parto, a la que se unió la mala salud y preocupación por el bebe. La costó mucho recuperarse de su pérdida. No tuvieron más hijos. Ignoraba si fue decisión tomada por ambos, o sencillamente, ella, después del parto, no quedó en condiciones.
La luz del día estaba plena en el firmamento. Había que ponerse en marcha. Pronto los huéspedes bajarían a desayunar, y aunque tenían la ayuda de los camareros, era ella la encargada de la cocina, ayudada por Máxim un cocinero experto que habían contratado hacía ya cinco años. Era un hombre mediando los cuarenta, algo grueso, pero de rostro agradable, simpático y cariñoso, que bebía los vientos por Florence. Ella sabía de su admiración, pero no deseaba tener pareja, y menos ahora en las actuales circunstancias. De vez en cuando tenían algún contacto sexual, pero no deseaba comprometerse más allá. No quería darle un padrastro a su hija, era todo lo que tenía en la vida.
Cuando Florence entró en el comedor, como tenía por costumbre, para revisar si todo estaba en orden, se encontró con la enhorabuena de algunos clientes, que no paraban de preguntarle si habían cambiado de cocinero
- Éste que tienen ahora, es excelente- repetían entusiasmados
Ella no se atrevía a decir que no, que el antiguo chef era ella misma, y estaba claro que debía dejar sitio a Maxim que la superaba. Le llamó en un aparte y le anunció que de ahora en adelante sería él solo el que estaría en la cocina
- ¿ Y eso, por qué ese cambio? - replicó extrañado
-Ahora no está mama. He de encargarme de la dirección y administración del hotel; así que serás tú quien lleve la cocina. Por supuesto si quieres, porque de momento no tendrás subida de sueldo. No me lo puedo permitir
-Sabes que eso no importa. Estaré encantado en ayudarte. Y si quisieras casarte conmigo todo el trabajo lo llevaríamos entre ambos. Te lo he dicho muchas veces
-Basta. Sabes que no quiero compromisos. Estamos bien como estamos.
- De acuerdo. Puedes contar conmigo, ya lo sabes
-Gracias Maxim, lo sé.
Cuando salió de la habitación, Florence se le quedó mirando y reflexiono una vez más sobre el ofrecimiento del cocinero. Le encontraba atractivo y era un buen hombre, pero el recuerdo de su matrimonio, aún la perseguía. Le daba miedo repetir la experiencia, y menos ahora, en estos momentos, en los que debía centrarse en el hotel y llevar a cabo las enseñanzas que su madre la transmitió para su buen gobierno.
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