Entraron tomados de la mano, directamente hasta el comedor, en donde el señor McLaughlin desayunaba apaciblemente. Al entrar los jóvenes, se sorprendió de ver cuánto habían madrugado, y les recibió con una sonrisa
— Buenos días, hijos, y feliz Navidad— les saludó
— Buenos días padre
— Buenos días, señor
—¿ Habéis desayunado ya ? Habéis madrugado mucho
—Si, papá, ya hemos desayunado. He llevado a Adela hasta el refugio. Quería enseñarla unas fotografías de ya hace algún tiempo
— Buenos días, hijos, y feliz Navidad— les saludó
— Buenos días padre
— Buenos días, señor
—¿ Habéis desayunado ya ? Habéis madrugado mucho
—Si, papá, ya hemos desayunado. He llevado a Adela hasta el refugio. Quería enseñarla unas fotografías de ya hace algún tiempo
Adela, sonrojada, miraba de soslayo a Anderson, y mentalmente le reprochaba la mención a ella.
— Discúlpeme señor, voy a preparar mi maletín
— ¿ Os vais ya? ¿ Tan pronto?
—No aún no. Nos quedaremos a comer contigo y partiremos después—apostilló el hijo— No quiero irnos muy tarde y se nos haga de noche en la carretera. No en estos días en que la gente se desplaza de un lugar a otro visitando a sus familias.
—Tienes razón, no obstante, en cuanto lleguéis me llamas para quedarme tranquilo
Adela salió de la estancia, y cuando creyó que no podía escuchar, el anciano, dijo a su hijo:
— Anderson... Yo también he tenido tu edad, no creas que nací así de viejo. Se perfectamente que habéis pasado la noche juntos, y no me importa, es cosa vuestra, pero sólo te voy a pedir que no hagas daño a esa chica. Has sido un corre caminos, pero ella es distinta. Ha sido dulce y buena conmigo y me dolería mucho que no la tomaras en serio. Si te vas a comprometer con ella, adelante, pero si no te pido por favor que lo dejes ahora.
— Padre ¿ Es que no me escuchaste anoche, lo que dije? La quiero, papá, y pienso casarme con ella. Y efectivamente, lo que ocurra entre nosotros, es cosa nuestra. Pero quédate tranquilo, para mi no es un juego. Pienso seriamente viajar a Madrid en este fin de semana, si sus padres han llegado, porque creo que han tenido que adelantar su vuelta a Madrid, por problemas en el trabajo de su padre.
— Bien, me alegro hijo mío. Nada me satisfaría más que os unieseis. También parecía que iba en serio lo tuyo y esa otra chica española... Luego resultó que sólo era amistad. Bien, dicho esto, me voy a dar mi paseo habitual. ¿ Cómo está el pavimento?
— Deberías esperar a ver si sale el sol. La helada de esta noche ha sido fuerte y está todo el verde escarchado. No vayas a caer de un resbalón.
— Tienes razón. Leeré el periódico entretanto.
Al subir a la habitación destinada a ella, Adela tomó su móvil y se puso en contacto con sus padres
— Papá ¿ cómo estáis?
—Hija, qué alegría oírte. Feliz Navidad, cielo. Oye ahora llamo a tu madre. ¡ Menuda alegría vas a darle!
— Papá, papá... — Espera. Antes quiero decirte algo. Cuándo volvéis a casa?
— ¿ Os vais ya? ¿ Tan pronto?
—No aún no. Nos quedaremos a comer contigo y partiremos después—apostilló el hijo— No quiero irnos muy tarde y se nos haga de noche en la carretera. No en estos días en que la gente se desplaza de un lugar a otro visitando a sus familias.
—Tienes razón, no obstante, en cuanto lleguéis me llamas para quedarme tranquilo
— Anderson... Yo también he tenido tu edad, no creas que nací así de viejo. Se perfectamente que habéis pasado la noche juntos, y no me importa, es cosa vuestra, pero sólo te voy a pedir que no hagas daño a esa chica. Has sido un corre caminos, pero ella es distinta. Ha sido dulce y buena conmigo y me dolería mucho que no la tomaras en serio. Si te vas a comprometer con ella, adelante, pero si no te pido por favor que lo dejes ahora.
— Padre ¿ Es que no me escuchaste anoche, lo que dije? La quiero, papá, y pienso casarme con ella. Y efectivamente, lo que ocurra entre nosotros, es cosa nuestra. Pero quédate tranquilo, para mi no es un juego. Pienso seriamente viajar a Madrid en este fin de semana, si sus padres han llegado, porque creo que han tenido que adelantar su vuelta a Madrid, por problemas en el trabajo de su padre.
— Bien, me alegro hijo mío. Nada me satisfaría más que os unieseis. También parecía que iba en serio lo tuyo y esa otra chica española... Luego resultó que sólo era amistad. Bien, dicho esto, me voy a dar mi paseo habitual. ¿ Cómo está el pavimento?
— Deberías esperar a ver si sale el sol. La helada de esta noche ha sido fuerte y está todo el verde escarchado. No vayas a caer de un resbalón.
— Tienes razón. Leeré el periódico entretanto.
Para Anderson fue un poco violento el modo con que su padre había abordado el tema. Nunca había tenido necesidad de explicarle nada, pero ahora, comprendía la preocupación del anciano. Se había encariñado con Adela y no quería que su relación la tomase como un juego. Por otro lado, se quedó más tranquilo al haber descargado su conciencia. Le dolía haberle mentido. Era mejor así.
Al subir a la habitación destinada a ella, Adela tomó su móvil y se puso en contacto con sus padres
— Papá ¿ cómo estáis?
—Hija, qué alegría oírte. Feliz Navidad, cielo. Oye ahora llamo a tu madre. ¡ Menuda alegría vas a darle!
— Papá, papá... — Espera. Antes quiero decirte algo. Cuándo volvéis a casa?
— ¿ Por qué lo preguntas? Mañana tomamos un avión. Estamos en Atenas. Han surgido problemas en la oficina y tengo que volver. Pasaremos el 31 en Madrid ¿ Por qué ? ¿ Qué ocurre ?
—No ocurre nada, es decir, si pasa. Pero bueno. No te preocupes. Tenemos que viajar a Madrid. Pensábamos hacerlo pronto, a vuestro regreso, pero me alegro de que sea en esta semana
— Me preocupas, hija ¿ Te pasa algo?
— Es largo de contar, pero te diré que soy muy feliz. Deseo casarme con Anderson, el hermano del que fuera mi antiguo jefe aquí, y queremos vuestro consentimiento
—Pe...Yo... No te entiendo ¿ Quieres decirme que vas a casarte?
— Exactamente. Quería asegurarme de que ibais a estar en casa, porque tenemos que hacerlo en fin de semana, ya que el día 31 debemos estar aquí en el hotel. Anderson tiene los salones del nuevo hotel comprometidos para celebrar el Año Nuevo
—Si, si, estaremos en Madrid. Ya te lo dije la última vez que hablamos: que adelantábamos el viaje dos o tres días por motivos laborales, sin importancia, pero que requieren mi presencia allí. ¿ Lo has pensado bien ? Eres muy joven.
—Si papá lo he pensado, y él es la persona con la que quiero compartir mi vida
— Está bien. Esto no es cuestión de hablarlo por teléfono deprisa y corriendo. Ya lo haremos cuando lleguéis. Te paso con mamá
A solas en su habitación, al tiempo que ponía sus cosas en el maletín, Anderson comenzó a planificar su próximo viaje a Madrid. Sabía que tendría que enfrentarse a los padres de ella, que regresarían a Madrid después de viajar en un crucero. Pasarían el día 31 en casa, dado que el trabajo de Álvaro requería su presencia en Madrid. y que posiblemente le dieran una total y rotunda negativa. ¿ Qué debía hacer en ese caso? No quería poner a Adela en la disyuntiva de elegir entre sus padres y él. Confiaba que ella le apoyase. De veras se querían, pero las dudas asaltaban su pensamiento. Quizá no querrían que su hija permaneciese tan lejos de ellos. Mientras ella estaba estudiando, sabían que tarde o temprano regresaría a casa, pero casada con él.. Luego quedaba otro problema: Sara ... Sospechaba que no iba a sentarla nada bien la noticia, por más que había dejado claro su situación respecto a ella, aunque imaginaba que su corazón estaba ocupado por Adela, como así lo insinuó la última vez que se vieron. Pero no sabía cómo sería su reacción, y estaba seguro de que no iba a gustarla.
Emprendieron el viaje hacia España el viernes a mediodía. Tenían la noche del viernes y el sábado para solucionar los problemas que surgieran. De cualquier forma estaban decididos a llevar a cabo sus planes. Para Anderson era una cuestión prioritaria. Nada ni nadie le haría retroceder en sus planes. Pero Adela le preocupaba. Aún no tenía muy claro de si el amor que ella le había confesado, era verdadero o simplemente otro espejismo. Tenía pruebas de que no era así, pero al mismo tiempo le daba miedo. No quería perderla y haría todo lo que estuviera en su mano para que permaneciera a su lado. Si sus padres le daban su consentimiento, nada más llegar a Inverness, a su regreso, arreglaría todo para su enlace y consultaría con ella el lugar en donde vivirían. No quería pensar en si los planes trazados fracasaban ante la negativa de los padres. La llevaba cogida de la mano, como quién lleva a una niña pequeña, y es que en realidad era muy joven. El también lo era, aunque algunos años mayor que Adela. El había tenido experiencias que le habían hecho madurar. Ella en cambio, aún no había salido del "cascarón ".
Un fuerte timbrazo, sobresaltó a Eugenia que leía en la sala. La chica que atendía la casa, tenía la tarde libre y su marido aún no había llegado de la oficina. Abrió la puerta y frente a frente encontró a su hija, acompañada por un atractivo muchacho de pelo rojizo, fuerte de complexión, aunque con el rostro algo crispado.
— ¡ Pero... hija !
—No ocurre nada, es decir, si pasa. Pero bueno. No te preocupes. Tenemos que viajar a Madrid. Pensábamos hacerlo pronto, a vuestro regreso, pero me alegro de que sea en esta semana
— Me preocupas, hija ¿ Te pasa algo?
— Es largo de contar, pero te diré que soy muy feliz. Deseo casarme con Anderson, el hermano del que fuera mi antiguo jefe aquí, y queremos vuestro consentimiento
—Pe...Yo... No te entiendo ¿ Quieres decirme que vas a casarte?
— Exactamente. Quería asegurarme de que ibais a estar en casa, porque tenemos que hacerlo en fin de semana, ya que el día 31 debemos estar aquí en el hotel. Anderson tiene los salones del nuevo hotel comprometidos para celebrar el Año Nuevo
—Si, si, estaremos en Madrid. Ya te lo dije la última vez que hablamos: que adelantábamos el viaje dos o tres días por motivos laborales, sin importancia, pero que requieren mi presencia allí. ¿ Lo has pensado bien ? Eres muy joven.
—Si papá lo he pensado, y él es la persona con la que quiero compartir mi vida
— Está bien. Esto no es cuestión de hablarlo por teléfono deprisa y corriendo. Ya lo haremos cuando lleguéis. Te paso con mamá
Emprendieron el viaje hacia España el viernes a mediodía. Tenían la noche del viernes y el sábado para solucionar los problemas que surgieran. De cualquier forma estaban decididos a llevar a cabo sus planes. Para Anderson era una cuestión prioritaria. Nada ni nadie le haría retroceder en sus planes. Pero Adela le preocupaba. Aún no tenía muy claro de si el amor que ella le había confesado, era verdadero o simplemente otro espejismo. Tenía pruebas de que no era así, pero al mismo tiempo le daba miedo. No quería perderla y haría todo lo que estuviera en su mano para que permaneciera a su lado. Si sus padres le daban su consentimiento, nada más llegar a Inverness, a su regreso, arreglaría todo para su enlace y consultaría con ella el lugar en donde vivirían. No quería pensar en si los planes trazados fracasaban ante la negativa de los padres. La llevaba cogida de la mano, como quién lleva a una niña pequeña, y es que en realidad era muy joven. El también lo era, aunque algunos años mayor que Adela. El había tenido experiencias que le habían hecho madurar. Ella en cambio, aún no había salido del "cascarón ".
Un fuerte timbrazo, sobresaltó a Eugenia que leía en la sala. La chica que atendía la casa, tenía la tarde libre y su marido aún no había llegado de la oficina. Abrió la puerta y frente a frente encontró a su hija, acompañada por un atractivo muchacho de pelo rojizo, fuerte de complexión, aunque con el rostro algo crispado.
— ¡ Pero... hija !
Madre e hija se abrazaron emocionadas.
En los ojos de ambas mujeres, había ese brillo especial que hacía que las lágrimas se asomaran, pero que no llegan a derramarse. Adela estaba feliz de volver a ver a sus padres, y feliz porque intuía que iban a apoyarla. Estaba segura de ello en cuanto conociesen a Anderson y se dieran cuenta de que estaba ilusionada con ser su esposa.
Sentados en la sala, madre e hija, una al lado de la otra con las manos enlazadas. Anderson frente a ellas expectante. Adela iba desgranando a su madre todo lo ocurrido en su vida y lo feliz que se sentía por ello. Eugenia la escuchaba atentamente y miraba de vez en cuando a Anderson. Le dirigía una sonrisa como para decirle " gracias por hacerla feliz".
En los ojos de ambas mujeres, había ese brillo especial que hacía que las lágrimas se asomaran, pero que no llegan a derramarse. Adela estaba feliz de volver a ver a sus padres, y feliz porque intuía que iban a apoyarla. Estaba segura de ello en cuanto conociesen a Anderson y se dieran cuenta de que estaba ilusionada con ser su esposa.
Sentados en la sala, madre e hija, una al lado de la otra con las manos enlazadas. Anderson frente a ellas expectante. Adela iba desgranando a su madre todo lo ocurrido en su vida y lo feliz que se sentía por ello. Eugenia la escuchaba atentamente y miraba de vez en cuando a Anderson. Le dirigía una sonrisa como para decirle " gracias por hacerla feliz".
Cuando terminó, Anderson comenzó a darle toda clase de garantías de que amaba a su hija por encima de todas las cosas, y desde hacía mucho tiempo.
Álvaro había llegado a su casa y en silencio, y sin que ninguno de los tres se diera cuenta, escuchaba con atención lo que Anderson prometía a su mujer. Adela le miraba con emoción, lo que le hizo comprender, que verdaderamente su hija estaba ilusionada con ese matrimonio. Cuando el chico termino de hablar con Eugenia, Álvaro carraspeó suavemente como para advertir de su presencia. Anderson se levantó de un salto. Estaba nervioso, y al mismo tiempo esperanzado por la sonrisa relajada que veía en su futura suegra. Adela al ver a su padre, se levantó rápida y le estrechó en un cariñoso abrazo.
—Bien, Anderson. He escuchado lo que has dicho a mi mujer, pero quiero tener una conversación contigo a solas. Tengo mis dudas, serias dudas de que lo vuestro salga bien. Quiero que me lo aclares
—Como usted crea conveniente, señor. Quiero a su hija y haré todo lo que esté en mi mano para tranquilizarles y asegurarles que ésta no es una decisión repentina, sino muy madurada, al menos por mi parte, porque Adela no tenía ni idea de que yo la amaba desde hacía tiempo.
—Bien, pues si eres tan amable, mientras ellas preparan la cena, vamos a mi despacho, si no te importa
—En absoluto, señor. Estoy deseando explicarle lo que crea oportuno
Álvaro seguido por Anderson, se encaminaron hacia el despacho. Tendría la conversación más seria y trascendental que nunca había imaginado. Defendería su amor por Adela. Encontraría los argumentos que tranquilizaran al matrimonio. Anderson explicó, con pelos y señales, todo lo que había sido su vida hasta que encontró a Adela. La amistad que había surgido entre ellos, su ruptura y el motivo que la produjo y su reencuentro y noviazgo.
El padre, muy atento escuchó hasta el final lo relatado, y carraspeando ligeramente, una vez hubo terminado Anderson, replicó:
— Bien, Anderson, Has sido muy explícito y sincero. Creo que en realidad estás enamorado de ella y valoro en su totalidad los deseos que tenéis de formalizar vuestra vida, pero... tengo mis serias dudas, respecto a mi hija. Ella, ya lo habrás notado, es insegura y siempre la hemos solucionado cualquier contratiempo que tuviera. Siempre nos ha tenido a su lado, siempre apoyamos sus caprichos, y ahora no quiero ni pensar si esto fuera uno de tantos. He escuchado tu versión, pero he de hablar con ella. La conozco lo suficiente como para comprobar si verdaderamente te ama, o sufre un espejismo. Si ella me convence, tendréis mi bendición.
— Estoy de acuerdo, señor. Me parece lógico. Se trata de dar un paso muy importante y es comprensible que así sea. Se trata de su hija.
Padre e hija se reunieron a continuación. El padre, reticente. La hija, argumentando que Anderson era el amor de su vida, la persona que le daba la seguridad que ella no tenía, y con la rotundidad de saber que iban a ser felices deseaba dieran su consentimiento
—Papá, soy mayor de edad, y podría casarme con él sin necesidad de pediros permiso, pero yo no quiero eso. Deseo y necesito, que tengáis la seguridad de que voy a ser feliz junto al hombre que he elegido para ser mi esposo. Por favor, papá.. yo le amo de verdad. No es juego, ni una imaginación de la jovencita que partió hacia Escocia para estudiar en un colegio de monjas. Soy una mujer y se que lo que deseo está ahí fuera, hablando con mama
— ¿ Estás segura de que eso es lo que quieres?
— Te lo aseguro
— Bien... Ruego a Dios que no te equivoques, porque si eso ocurre, no sólo te harás daño a ti misma, sino a ese hombre que está seriamente enamorado de ti, y no se lo merece
— Gracias, papi. No te arrepentirás. Estaréis contentos al comprobar que habéis contribuido a mi felicidad.
Fueron a reunirse con el resto de la familia. Adela cogida del brazo de su padre, y mostrando una amplia sonrisa en su rostro, lo que hizo que Anderson exhalara un profundo suspiro entendiendo que daban su aprobación.
Aún faltaba Sara. Pero eso lo solucionaría al día siguiente por la mañana. Entendía que no sería una conversación fácil, pero era lo que menos importaba. Creía que debía decírselo en persona, dado que hacía tiempo habían tenido intimidad, pero nada más. Había sido leal y sincero con ella desde que se dio cuenta, que lo que les unía era sexo ocasional, pero no había amor en sus encuentros. Y así se lo hizo ver. El que ahora Sara lo entendiera, era cosa de ella, pero por mucho que le hiciera reproches, ambos sabían lo que realmente existía entre ellos. Se sentaron los cuatro a la mesa y disfrutaron de una cena distendida. Anderson, debido a sus viajes, tenía una conversación fluida e interesante. Era una de esas personas que conversan de cualquier tema. El hielo y la violencia, habían quedado rotos. Simplemente era una pequeña familia contando anécdotas divertidas. Pasada la medianoche, Anderson se despidió para irse al hotel. Habían convenido que por respeto a sus padres, Adela dormiría en su casa y él iría al hotel de siempre.
— Mañana, no sé a qué hora vendré. Tengo que hacer algo por la mañana— le dijo a su novia mientras la abrazaba al despedirse
-—Sé a lo que te refieres. Que tengas suerte, mi amor. No va a ser una conversación fácil. Aún recuerdo cómo te miraba en El Lago
— No te preocupes, y quédate tranquila. El cómo ella me mirase, es su problema, el mío eres tú únicamente. Duerme tranquila, vida. Hasta mañana
— Hasta mañana, y lo mismo te digo
Sara acababa de salir de la ducha, cuando el repiqueteo del teléfono la sobresaltó. Era aún muy temprano
— ¿ Quién podrá ser ? Dígame
— Sara. Buenos días soy Anderson
— ¡ Anderson ! Te he conocido inmediatamente ¿ Estás en Madrid?
— Si, si, he venido a solucionar unos asuntos, y quería verte, si ello es posible
— ¡ Claro ! Para ti siempre tengo tiempo
— ¿ Puede ser ahora, en un rato ? Lo que tarde en llegar desde el hotel
— ¿ Te ocurre algo? Te noto la voz algo alterada
— No, no ocurre nada. Bueno si..., pero te lo explicaré cuando llegue
— Bien, pues te espero. Me dejas muy intrigada
—Enseguida lo sabrás. Salgo ahora mismo
Anderson se encontró frente a la puerta de Sara. Tardó unos segundos en pulsar el timbre. Presentía que su charla no iba a ser fácil, pero pensó en el rostro de Adela, e inmediatamente llamó a la puerta. Sólo tardó unos instantes en abrirse y una sonriente Sara apareció ante él. Como siempre, impulsiva, avanzó , dándole un sonoro beso en los labios, beso que no fue correspondido, y pillando por sorpresa a Anderson, que inmediatamente, trató de zafarse de su abrazo
— Por Dios, Sara
— ¿ Qué pasa, no puedo recibirte como siempre?
— No, no puedes. Hace tiempo que eso quedó claro. ¿ Puedo pasar? Lo que vengo a decirte no es para comentarlo en la escalera
—Claro que puedes pasar. Por tu seriedad, tengo la impresión de que algo no va a gustarme. ¿ Has desayunado, quieres un café?
— Un café estará bien, gracias .
—Bien, Anderson. He escuchado lo que has dicho a mi mujer, pero quiero tener una conversación contigo a solas. Tengo mis dudas, serias dudas de que lo vuestro salga bien. Quiero que me lo aclares
—Como usted crea conveniente, señor. Quiero a su hija y haré todo lo que esté en mi mano para tranquilizarles y asegurarles que ésta no es una decisión repentina, sino muy madurada, al menos por mi parte, porque Adela no tenía ni idea de que yo la amaba desde hacía tiempo.
—Bien, pues si eres tan amable, mientras ellas preparan la cena, vamos a mi despacho, si no te importa
—En absoluto, señor. Estoy deseando explicarle lo que crea oportuno
Álvaro seguido por Anderson, se encaminaron hacia el despacho. Tendría la conversación más seria y trascendental que nunca había imaginado. Defendería su amor por Adela. Encontraría los argumentos que tranquilizaran al matrimonio. Anderson explicó, con pelos y señales, todo lo que había sido su vida hasta que encontró a Adela. La amistad que había surgido entre ellos, su ruptura y el motivo que la produjo y su reencuentro y noviazgo.
El padre, muy atento escuchó hasta el final lo relatado, y carraspeando ligeramente, una vez hubo terminado Anderson, replicó:
— Bien, Anderson, Has sido muy explícito y sincero. Creo que en realidad estás enamorado de ella y valoro en su totalidad los deseos que tenéis de formalizar vuestra vida, pero... tengo mis serias dudas, respecto a mi hija. Ella, ya lo habrás notado, es insegura y siempre la hemos solucionado cualquier contratiempo que tuviera. Siempre nos ha tenido a su lado, siempre apoyamos sus caprichos, y ahora no quiero ni pensar si esto fuera uno de tantos. He escuchado tu versión, pero he de hablar con ella. La conozco lo suficiente como para comprobar si verdaderamente te ama, o sufre un espejismo. Si ella me convence, tendréis mi bendición.
— Estoy de acuerdo, señor. Me parece lógico. Se trata de dar un paso muy importante y es comprensible que así sea. Se trata de su hija.
Padre e hija se reunieron a continuación. El padre, reticente. La hija, argumentando que Anderson era el amor de su vida, la persona que le daba la seguridad que ella no tenía, y con la rotundidad de saber que iban a ser felices deseaba dieran su consentimiento
— ¿ Estás segura de que eso es lo que quieres?
— Te lo aseguro
— Bien... Ruego a Dios que no te equivoques, porque si eso ocurre, no sólo te harás daño a ti misma, sino a ese hombre que está seriamente enamorado de ti, y no se lo merece
— Gracias, papi. No te arrepentirás. Estaréis contentos al comprobar que habéis contribuido a mi felicidad.
Fueron a reunirse con el resto de la familia. Adela cogida del brazo de su padre, y mostrando una amplia sonrisa en su rostro, lo que hizo que Anderson exhalara un profundo suspiro entendiendo que daban su aprobación.
Aún faltaba Sara. Pero eso lo solucionaría al día siguiente por la mañana. Entendía que no sería una conversación fácil, pero era lo que menos importaba. Creía que debía decírselo en persona, dado que hacía tiempo habían tenido intimidad, pero nada más. Había sido leal y sincero con ella desde que se dio cuenta, que lo que les unía era sexo ocasional, pero no había amor en sus encuentros. Y así se lo hizo ver. El que ahora Sara lo entendiera, era cosa de ella, pero por mucho que le hiciera reproches, ambos sabían lo que realmente existía entre ellos. Se sentaron los cuatro a la mesa y disfrutaron de una cena distendida. Anderson, debido a sus viajes, tenía una conversación fluida e interesante. Era una de esas personas que conversan de cualquier tema. El hielo y la violencia, habían quedado rotos. Simplemente era una pequeña familia contando anécdotas divertidas. Pasada la medianoche, Anderson se despidió para irse al hotel. Habían convenido que por respeto a sus padres, Adela dormiría en su casa y él iría al hotel de siempre.
— Mañana, no sé a qué hora vendré. Tengo que hacer algo por la mañana— le dijo a su novia mientras la abrazaba al despedirse
-—Sé a lo que te refieres. Que tengas suerte, mi amor. No va a ser una conversación fácil. Aún recuerdo cómo te miraba en El Lago
— No te preocupes, y quédate tranquila. El cómo ella me mirase, es su problema, el mío eres tú únicamente. Duerme tranquila, vida. Hasta mañana
— Hasta mañana, y lo mismo te digo
Sara acababa de salir de la ducha, cuando el repiqueteo del teléfono la sobresaltó. Era aún muy temprano
— ¿ Quién podrá ser ? Dígame
— Sara. Buenos días soy Anderson
— ¡ Anderson ! Te he conocido inmediatamente ¿ Estás en Madrid?
— Si, si, he venido a solucionar unos asuntos, y quería verte, si ello es posible
— ¡ Claro ! Para ti siempre tengo tiempo
— ¿ Puede ser ahora, en un rato ? Lo que tarde en llegar desde el hotel
— ¿ Te ocurre algo? Te noto la voz algo alterada
— No, no ocurre nada. Bueno si..., pero te lo explicaré cuando llegue
— Bien, pues te espero. Me dejas muy intrigada
—Enseguida lo sabrás. Salgo ahora mismo
— Por Dios, Sara
— ¿ Qué pasa, no puedo recibirte como siempre?
— No, no puedes. Hace tiempo que eso quedó claro. ¿ Puedo pasar? Lo que vengo a decirte no es para comentarlo en la escalera
—Claro que puedes pasar. Por tu seriedad, tengo la impresión de que algo no va a gustarme. ¿ Has desayunado, quieres un café?
— Un café estará bien, gracias .
Ella se dirigió a la cocina, y él entretanto miraba en torno a la habitación. Todo seguía igual, nada se había movido, claro que no hacía tanto tiempo que estuvo aquí por última vez
— Verás... He querido venir personalmente a comunicarte que voy a casarme...
—¿ Cómo dices ?
— Lo que has oído. voy a casarme con...
— Adela
—Lo sabía, lo sabía— interrumpió ella.— Desde que la vimos aquel día has estado raro y distante conmigo ¿ Por qué Anderson , por qué con ella?
— ¿ Quieres decir por qué con ella y no contigo? ¿ Es eso lo que quieres decir ?
—Por ejemplo — contestó ella alterada. Se había puesto de pie como un resorte ante el anuncio de él
— Creo que te dejé bien claro que lo nuestro era sólo amistad
— Pero nos hemos acostado juntos y creo, si no me falla la memoria, estuvo bastante bien
— Si, lo estuvo. Pero no es sexo lo que busco ahora y que es lo que teníamos nosotros. Yo amo a Adela, y deseo hacerla mi esposa
—¿ A qué has venido, a restregarme tu matrimonio con esa mosquita muerta, insulsa y sosa niñata?
— Por favor Sara. Te ruego que no la faltes. Ella no tiene la culpa de que no te quiera. Tu ya lo sabías antes de que ella volviera a aparecer en mi vida. Sabes de sobra que siempre estuvo presente en ella.
— Pero ella no te quiere. Sólo es un capricho de niña mimada
— Por favor, Sara. No hagas esto más difícil. Vine porque creí que debieras enterarte por mi, por respeto a lo que tuvimos hace tiempo. Pero ha sido voluntad mía el hacerlo, porque no tengo ninguna obligación ante ti. Creo que te lo dejé bien claro. Deseo que seamos amigos, pero si te empeñas en esta actitud, creo que será mejor que me vaya
— Pues vete al infierno y llévate a tu mujercita. Arded los dos en él
— Está bien Sara. Es lo más acertado que puedo hacer. Aquí y ahora se termina nuestra amistad. Será mejor para ambos. Me voy. Deseo que logres lo mejor en la vida. Adiós.
El, conocedor del piso, salió hacia la puerta, dejando tras de si a una Sara descompuesta, despotricando contra todo y contra todos. Al cerrar la puerta, se reclinó un instante en ella. La situación había sido muy violenta, aunque no le pillaba por sorpresa y esperaba que fuera en ese tono, conociendo a Sara. Se sintió aliviado. No esperó al ascensor. Estaba deseando marcharse de allí, y hasta se notó eufórico. Se había quitado un gran peso de encima. Ahora nada ya le impedía ser feliz al lado de su bien amada Adela.
Muy distinto era el viaje de regreso. Álvaro y Eugenia, se despedían de ellos en Barajas, dándoles un fuerte abrazo
— No estéis preocupados. Os llamaremos con frecuencia para teneros al corriente de todos los trámites. Gracias por todo Álvaro, Eugenia— se despedía Anderson
— Papá, mamá. Cuidaros mucho. Os llamo cuando lleguemos. Nos veremos pronto. Adiós
Y tomados de la mano, como siempre, se encaminaron hacia el túnel que les conduciría hasta el avión de regreso a Inverness
— ¿ Estás contenta? — le preguntaba Anderson sonriente y relajado
— Si, cariño, mucho. Y tranquila de haberlo solucionado todo, y bien
— Cierto. Tus padres han sido encantadores y muy comprensivos. Ahora que ya ha pasado todo, he de confesarte que no las tenía todas conmigo. Pensaba que me rechazarían
— ¿Por qué ? Eres un tipo muy atractivo
— ¡ Vaya ! Es la primera vez que me lo dices
— Hay dos cosas que me gustan mucho de ti, entre otras, claro
—¿ Y cuáles son ?
—Tu pelo y tus ojos. Pero lo que más me ha fascinado, ha sido el buen corazón que tienes
— ¿ Eso piensas? ¿Que tengo buen corazón?
— Lo pienso y estoy segura de ello
— Por favor señores ¿ Me dan el embarque ?— la voz de la azafata cortó la conversación entre ambos.
En poco más de tres horas, estarían en Escocia, y al día siguiente, comenzarían con los trámites que les convertirían en marido y mujer, lo antes posible.
— ¿ Quieres decir por qué con ella y no contigo? ¿ Es eso lo que quieres decir ?
—Por ejemplo — contestó ella alterada. Se había puesto de pie como un resorte ante el anuncio de él
— Creo que te dejé bien claro que lo nuestro era sólo amistad
— Pero nos hemos acostado juntos y creo, si no me falla la memoria, estuvo bastante bien
— Si, lo estuvo. Pero no es sexo lo que busco ahora y que es lo que teníamos nosotros. Yo amo a Adela, y deseo hacerla mi esposa
—¿ A qué has venido, a restregarme tu matrimonio con esa mosquita muerta, insulsa y sosa niñata?
— Por favor Sara. Te ruego que no la faltes. Ella no tiene la culpa de que no te quiera. Tu ya lo sabías antes de que ella volviera a aparecer en mi vida. Sabes de sobra que siempre estuvo presente en ella.
— Pero ella no te quiere. Sólo es un capricho de niña mimada
— Por favor, Sara. No hagas esto más difícil. Vine porque creí que debieras enterarte por mi, por respeto a lo que tuvimos hace tiempo. Pero ha sido voluntad mía el hacerlo, porque no tengo ninguna obligación ante ti. Creo que te lo dejé bien claro. Deseo que seamos amigos, pero si te empeñas en esta actitud, creo que será mejor que me vaya
— Pues vete al infierno y llévate a tu mujercita. Arded los dos en él
— Está bien Sara. Es lo más acertado que puedo hacer. Aquí y ahora se termina nuestra amistad. Será mejor para ambos. Me voy. Deseo que logres lo mejor en la vida. Adiós.
El, conocedor del piso, salió hacia la puerta, dejando tras de si a una Sara descompuesta, despotricando contra todo y contra todos. Al cerrar la puerta, se reclinó un instante en ella. La situación había sido muy violenta, aunque no le pillaba por sorpresa y esperaba que fuera en ese tono, conociendo a Sara. Se sintió aliviado. No esperó al ascensor. Estaba deseando marcharse de allí, y hasta se notó eufórico. Se había quitado un gran peso de encima. Ahora nada ya le impedía ser feliz al lado de su bien amada Adela.
— No estéis preocupados. Os llamaremos con frecuencia para teneros al corriente de todos los trámites. Gracias por todo Álvaro, Eugenia— se despedía Anderson
— Papá, mamá. Cuidaros mucho. Os llamo cuando lleguemos. Nos veremos pronto. Adiós
Y tomados de la mano, como siempre, se encaminaron hacia el túnel que les conduciría hasta el avión de regreso a Inverness
— ¿ Estás contenta? — le preguntaba Anderson sonriente y relajado
— Si, cariño, mucho. Y tranquila de haberlo solucionado todo, y bien
— Cierto. Tus padres han sido encantadores y muy comprensivos. Ahora que ya ha pasado todo, he de confesarte que no las tenía todas conmigo. Pensaba que me rechazarían
— ¿Por qué ? Eres un tipo muy atractivo
— ¡ Vaya ! Es la primera vez que me lo dices
— Hay dos cosas que me gustan mucho de ti, entre otras, claro
—¿ Y cuáles son ?
—Tu pelo y tus ojos. Pero lo que más me ha fascinado, ha sido el buen corazón que tienes
— ¿ Eso piensas? ¿Que tengo buen corazón?
— Lo pienso y estoy segura de ello
— Por favor señores ¿ Me dan el embarque ?— la voz de la azafata cortó la conversación entre ambos.
En poco más de tres horas, estarían en Escocia, y al día siguiente, comenzarían con los trámites que les convertirían en marido y mujer, lo antes posible.
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