El taxi se detuvo frente a la entrada principal del internado. Cuando Eugenia se apeó del vehículo, se quedó algo sobrecogida ante la mole arquitectónica y bella del edificio de piedra que tenían ante si.
— ¡ Ay, Álvaro ! ¿ Qué vamos a hacer ? No imagino a la niña aquí metida ¡Se ve tan severo...!
—Mujer, es por su bien. Aprenderá un correcto inglés y además la enseñarán disciplina, que buena falta le hace. Además, ella se lo ha buscado. Le avisamos en repetidas ocasiones y no ha hecho caso, No podíamos hacer otra cosa, compréndelo.
— Pero es tan... lóbrego...
—Venga, vamos a entrar. Nos están esperando.
La monja que les franqueó la entrada, les condujo hasta el despacho de la Rectoría. Allí les aguardaba la madre superiora, sor Consolation. Una monja de aspecto severo que rondaba los sesenta años. Era alta, pero a pesar de su rigidez, esbozó una sonrisa mientras estrechaba las manos del matrimonio.
La conversación se desarrolló, en un principio alabando la formación que se dispensa en el internado y los buenos resultados obtenidos en las jovencitas que, como Adela, son rebeldes en principio, pero que transcurridos unos días son más dóciles. Poco más de una hora permanecieron en el despacho de la superiora ultimando los detalles del traslado de la muchacha
— Bien entonces les esperamos el 5 de Septiembre. El curso no comienza hasta el día 7, pero es bueno que empiecen un par de días antes de iniciar sus estudios, para ir conociendo las instalaciones y a sus compañeras.
—Muy bien, sor Consolation. Estaremos aquí puntualmente. Buenos días — dijo Álvaro, al tiempo que volvía a estrechar la mano de la sor. Caminaron hasta el pueblo cercano al internado, Iban en silencio y cada uno de ellos pensaba si estaban acertados en dejar a su hija en ese colegio, tan lejos de casa.
— ¡ Ay, Álvaro ! ¿ Qué vamos a hacer ? No imagino a la niña aquí metida ¡Se ve tan severo...!
—Mujer, es por su bien. Aprenderá un correcto inglés y además la enseñarán disciplina, que buena falta le hace. Además, ella se lo ha buscado. Le avisamos en repetidas ocasiones y no ha hecho caso, No podíamos hacer otra cosa, compréndelo.
— Pero es tan... lóbrego...
—Venga, vamos a entrar. Nos están esperando.
La monja que les franqueó la entrada, les condujo hasta el despacho de la Rectoría. Allí les aguardaba la madre superiora, sor Consolation. Una monja de aspecto severo que rondaba los sesenta años. Era alta, pero a pesar de su rigidez, esbozó una sonrisa mientras estrechaba las manos del matrimonio.
La conversación se desarrolló, en un principio alabando la formación que se dispensa en el internado y los buenos resultados obtenidos en las jovencitas que, como Adela, son rebeldes en principio, pero que transcurridos unos días son más dóciles. Poco más de una hora permanecieron en el despacho de la superiora ultimando los detalles del traslado de la muchacha
—Muy bien, sor Consolation. Estaremos aquí puntualmente. Buenos días — dijo Álvaro, al tiempo que volvía a estrechar la mano de la sor. Caminaron hasta el pueblo cercano al internado, Iban en silencio y cada uno de ellos pensaba si estaban acertados en dejar a su hija en ese colegio, tan lejos de casa.
— Álvaro ¿ No estamos siendo demasiado severos con ella?—susurraba Eugenia con alguna duda
-—No, no te preocupes. Estará extraña durante unos días, pero luego se acostumbrará. Tendrá amigas y al cabo de poco tiempo estará encantada de la vida
Álvaro expresó su pensamiento para tranquilizar a su mujer, pero dudaba que eso fuera posible. Conocía el carácter vivaracho y rebelde de su hija, y creía que le costaría aclimatarse a la rigidez del carácter anglosajón.
Descansaron ese día en un pequeño hotel familiar y, al día siguiente, saldrían rumbo a casa nuevamente, desde el aeropuerto de la cercana Inverness según les informaron en el hotel. No tendrían que desplazarse hasta Edimburgo para ello, como hicieron cuando llegaron. Se levantaron pronto en un día lluvioso, lo que hizo que Eugenia se lamentara por ello
—¡ Dios mío...!
—¿Qué te ocurre? — la preguntó su marido
—Está lloviendo. ¡ Qué día tan triste !
— Aquí no tienen el sol que tenemos nosotros, nena. Se tendrá que acostumbrar al clima. ¿ Por qué crees que está todo tan verde? Porque llueve y no hace el sol tan fuerte que tenemos en España
Esbozaba una sonrisa para restar importancia al clima.
— Bueno, dame tu opinión — dijo su padre sacándola de su ensimismamiento
— ¿ Qué quieres que te diga ? Vosotros habéis hecho todo sin mi consentimiento. Sabed que va a ser una tortura y seréis responsables si me enfermo de tristeza
— ¡ Adela ! No digas eso, hija mía -—respondió la madre compungida— Lo hemos hecho por tu bien, aunque ahora no te des cuenta
— No vais a convencerme, pero ¿ puedo hacer ora cosa ? Desearé con toda mi alma que ese curso pase pronto, cosa que no creo, porque se me hará interminable. ¡ Oh mamá ! ¿ Qué voy a hacer sin ti ?
— Nena, no digas eso, por favor—lamentaba Eugenia a punto de saltársele las lágrimas.
Cuando entraron nuevamente en su domicilio de Madrid, Adela les recibió con cara de pocos amigos. Sabía a qué obedecía ese desplazamiento y, a pesar de sus muchas protestas, no había conseguido disuadir a sus padres de suspenderlo. La hicieron sentarse en la sala, frente a ellos y la expusieron todo lo que habían hablado con la superiora. A medida que transcurría la conversación, la cara de la jovencita se iba contrayendo más. Sabía que no había marcha atrás, que su partida sería irremediable después de las vacaciones veraniegas. Sumida en sus pensamientos apenas escuchaba a su padre lo que la decía. Sólo sabía que no vería a sus amigas en una larga temporada, que no iría a cines, ni a cafeterías, ni de compras con ellas, en todo un año. Tampoco vería a Víctor, un primo de Clara, su mejor amiga, que la gustaba y, por supuesto, tendría que hablar todo el día en inglés, idioma que no se la daba bien, y ahora odiaba con toda su alma
— Bueno, dame tu opinión — dijo su padre sacándola de su ensimismamiento
— ¿ Qué quieres que te diga ? Vosotros habéis hecho todo sin mi consentimiento. Sabed que va a ser una tortura y seréis responsables si me enfermo de tristeza
— ¡ Adela ! No digas eso, hija mía -—respondió la madre compungida— Lo hemos hecho por tu bien, aunque ahora no te des cuenta
— No vais a convencerme, pero ¿ puedo hacer ora cosa ? Desearé con toda mi alma que ese curso pase pronto, cosa que no creo, porque se me hará interminable. ¡ Oh mamá ! ¿ Qué voy a hacer sin ti ?
— Nena, no digas eso, por favor—lamentaba Eugenia a punto de saltársele las lágrimas.
— Bueno chicas, una vez solucionado lo del colegio, plantearemos nuestras vacaciones, que se acercan rápido—comentó Álvaro
—Yo me quedo en Madrid— dijo enfadada Adela
— Eres una niña consentida y por supuesto que no va a ser así. No hay discusión posible. Vendrás con nosotros te guste o no, es así de sencillo. Cuando cumplas tu mayoría de edad, podrás hacer lo que quieras, pero ahora... No hija mía. No. Caso cerrado —dijo enfadado Álvaro.
—Vosotros lo que queréis es que sea muy desgraciada — dijo llorando la joven
—Seguro. Estás en lo cierto. Es eso lo que queremos— replicó Álvaro enfadado por momentos.
Y se fueron de vacaciones a Cantabria, concretamente a Santander. Era un lugar fijo en sus escapadas, aunque algunas veces se acercaban a Donostia. En ambas ciudades tenían amistades hechas a lo largo del tiempo. Y así como los padres eran amigos, también los hijos lo eran.
— Al menos tendré a mis amigos —pensaba la inconformista Adela— Sólo espero que el tiempo nos acompañe.
Pasaron la mayor parte del mes de Agosto en el norte de España.
Álvaro, reservó unos días de vacaciones para ir a Escocia y hacer turismo hasta la fecha en que su hija quedara interna en el colegio. Recalaron en Edimburgo y, en el hotel, les dieron información de los lugares más turísticos que debían visitar. Adela tenía permanentemente el ceño fruncido. No es que no le gustase Escocia, es que cada día la acercaba más al internado.
Visitaron las Islas Orcadas, las de Skye, el Reino Fife, etcétera. Recorrieron Edimburgo de arriba abajo, pero poco a poco, se acercaba el día cinco.
Esa noche no pudieron dormir ninguno de los tres, aunque por distintos motivos. Los padres luchaban con la ausencia de su hija durante tanto tiempo y, ella, porque no deseaba quedarse en el internado. Pero la cita era inexorable y cuando quiso recordar, se encontró sentada en el despacho de la madre superiora, sor Consolation. El corazón se le encogía por momentos y las lágrimas pugnaban por salir de sus ojos e hizo esfuerzos sobrehumanos, por no angustiar más a su madre.
Y llegó el momento de la despedida. Se fundieron en un abrazo madre e hija y, aunque muy emocionado, Álvaro, procuró tener entereza para no angustiar más a sus mujeres. Acompañada de sor Angels, Adela fue conducida hasta su aposento que debía compartir con otra chica, algo mayor, y de nacionalidad española, como ella. Clara era su nombre y la presentación entre ellas, fue cordial. Echó un vistazo por la austera habitación, pero cómoda, en la que permanecería todo un curso.
Ambas muchachas, después de preguntarse de dónde procedían, Clara la informó que ella era el segundo año que permanecía internada en ese colegio
— Al principio es un poco duro, hasta que te acostumbras, pero después... se hace más llevadero. Si nos toca sor Angels, todo irá mejor. Es más joven que sor Josephine. Esa si que es un hueso duro de roer— dijo Clara sonriendo—. Los fines de semana, el sábado concretamente, nos dejan salir a Inverness, que está cerquita de aquí. Nos llevan en autocar y después nos recogen. Tenemos que estar a la hora en punto, porque de lo contrario te cae un castigo y se te acaban las salidas por un tiempo
—Yo creo que no lo voy a soportar— decía Adela
—Verás que si, te acostumbras, porque además ¿ qué más puedes hacer? Mi madre murió cuando yo tenía cinco años, y mi padre se casó con Marisa. No me soporta y yo a ella tampoco. Así que lo mejor era mandarme lejos para no estorbar. Tengo un hermano pequeño al que adoro, pero que nunca le traen cuando vienen a verme: " Es por el viaje, es por el viaje. Todavía es pequeño". Es lo que dice mi madrastra— dijo Clara mientras imitaba la voz de Marisa, y ambas jóvenes rompieron a reír.
Cuando a las ocho de la noche apagaron las luces para dormir, Adela pensó que había tenido mucha suerte con la compañera que le había tocado. Era dulce y sería quién mejor podría orientarla de las costumbres que había de seguir, para no meter la pata y llevarse una regañina.
Visitaron las Islas Orcadas, las de Skye, el Reino Fife, etcétera. Recorrieron Edimburgo de arriba abajo, pero poco a poco, se acercaba el día cinco.
Y llegó el momento de la despedida. Se fundieron en un abrazo madre e hija y, aunque muy emocionado, Álvaro, procuró tener entereza para no angustiar más a sus mujeres. Acompañada de sor Angels, Adela fue conducida hasta su aposento que debía compartir con otra chica, algo mayor, y de nacionalidad española, como ella. Clara era su nombre y la presentación entre ellas, fue cordial. Echó un vistazo por la austera habitación, pero cómoda, en la que permanecería todo un curso.
Ambas muchachas, después de preguntarse de dónde procedían, Clara la informó que ella era el segundo año que permanecía internada en ese colegio
— Al principio es un poco duro, hasta que te acostumbras, pero después... se hace más llevadero. Si nos toca sor Angels, todo irá mejor. Es más joven que sor Josephine. Esa si que es un hueso duro de roer— dijo Clara sonriendo—. Los fines de semana, el sábado concretamente, nos dejan salir a Inverness, que está cerquita de aquí. Nos llevan en autocar y después nos recogen. Tenemos que estar a la hora en punto, porque de lo contrario te cae un castigo y se te acaban las salidas por un tiempo
—Yo creo que no lo voy a soportar— decía Adela
—Verás que si, te acostumbras, porque además ¿ qué más puedes hacer? Mi madre murió cuando yo tenía cinco años, y mi padre se casó con Marisa. No me soporta y yo a ella tampoco. Así que lo mejor era mandarme lejos para no estorbar. Tengo un hermano pequeño al que adoro, pero que nunca le traen cuando vienen a verme: " Es por el viaje, es por el viaje. Todavía es pequeño". Es lo que dice mi madrastra— dijo Clara mientras imitaba la voz de Marisa, y ambas jóvenes rompieron a reír.
Cuando a las ocho de la noche apagaron las luces para dormir, Adela pensó que había tenido mucha suerte con la compañera que le había tocado. Era dulce y sería quién mejor podría orientarla de las costumbres que había de seguir, para no meter la pata y llevarse una regañina.
-----------------------------------------
Fotografía< Internet
No hay comentarios:
Publicar un comentario