Encontró un empleo como acompañante de una señora mayor con movilidad reducida. La ayudaría a vestirse y la sacaría de paseo todos los días. Alguna noche, cuando los hijos salieran, tendría que quedarse con ella hasta que regresaran. Ganaba un buen sueldo y comidas. No era a lo que estaba acostumbrada, pero la vida de ahora era también distinta, y era lo que menos importaba. La señora, era una anciana dulce y cariñosa que gustaba la leyese algún periódico o alguna novela romántica de las que era ferviente seguidora. En las mañanas templadas de primavera, salían al Jardín Botánico, mientras charlaban tomaban los primeros rayos de sol acariciadores de la primavera que lucía en el verdor de las plantas y de los árboles.
Cinthia estaba algo callada, y la buena mujer notaba que algo la preocupaba. Normalmente era jovial y simpática con ella, charlatana y amena en sus conversaciones, pero esa mañana estaba demasiado silenciosa. No sabía si preguntarle o quedarse callada. Era muy joven y las explicaciones que dio sobre su marcha de Londres, sabía por experiencia que fueron una excusa, que algo más ocultaba . Tenía la misma edad que una de sus nietas, y se ponía en su lugar. Quizá le vendría bien desahogarse con alguien que la comprendiera, y que por edad, estaba de vuelta de todo.
Trató de entablar una conversación en que, sin darse cuenta, le explicase a lo que se había dedicado en Londres, y aunque en un principio comentó que deseaba cambiar de aires y conocer otros lugares, poco a poco fue relatando el verdadero motivo de su marcha de la capital londinense. Esa anciana era como hubiera deseado fuese su abuela, a la que no tuvo oportunidad de conocer. La bondad se reflejaba en su rostro e incitaba a las confidencias. Y sin saber muy bien por qué, y sin tener en cuenta que esa confesión le podría costar el empleo, abrió su corazón y la hizo partícipe de la angustia que la atenazaba.
— ¿Qué te ocurre, querida? Puedes sincerarte conmigo. Por mi edad estoy de vuelta de muchas cosas y puedo comprenderte. Creo que necesitas hablar con alguien que sepa escuchar y comprender.
Cinthia estaba algo callada, y la buena mujer notaba que algo la preocupaba. Normalmente era jovial y simpática con ella, charlatana y amena en sus conversaciones, pero esa mañana estaba demasiado silenciosa. No sabía si preguntarle o quedarse callada. Era muy joven y las explicaciones que dio sobre su marcha de Londres, sabía por experiencia que fueron una excusa, que algo más ocultaba . Tenía la misma edad que una de sus nietas, y se ponía en su lugar. Quizá le vendría bien desahogarse con alguien que la comprendiera, y que por edad, estaba de vuelta de todo.
Trató de entablar una conversación en que, sin darse cuenta, le explicase a lo que se había dedicado en Londres, y aunque en un principio comentó que deseaba cambiar de aires y conocer otros lugares, poco a poco fue relatando el verdadero motivo de su marcha de la capital londinense. Esa anciana era como hubiera deseado fuese su abuela, a la que no tuvo oportunidad de conocer. La bondad se reflejaba en su rostro e incitaba a las confidencias. Y sin saber muy bien por qué, y sin tener en cuenta que esa confesión le podría costar el empleo, abrió su corazón y la hizo partícipe de la angustia que la atenazaba.
— ¿Qué te ocurre, querida? Puedes sincerarte conmigo. Por mi edad estoy de vuelta de muchas cosas y puedo comprenderte. Creo que necesitas hablar con alguien que sepa escuchar y comprender.
— Verá señora Isabel, no tengo en mi vida nada de lo que pueda arrepentirme. Soy honrada, puede creerme
—Ya lo sé, niña. Presumo de conocer a las personas, a fuerza de observar a la gente desde mi silla de ruedas, y sé que lo que quiera te ocurra, no es nada que tu hayas provocado.
—Mi delito ha sido enamorarme de un hombre, es decir, lo estoy desde que fui al instituto puesto que era un compañero del mismo...
Poco a poco fue relatando los avatares de su vida hasta llegar a Belfast. La anciana, la escuchaba atentamente tomando una de sus manos para infundirle valor para seguir y desahogarse de lo que la angustiaba.
—Hace tres meses que estoy aquí, pero... No podía creer lo que me estaba ocurriendo. En los primeros días pensé que sería un retraso, pero no es así.
—Hace tres meses que estoy aquí, pero... No podía creer lo que me estaba ocurriendo. En los primeros días pensé que sería un retraso, pero no es así.
—¿Estás embarazada, no es eso?
Cinthia bajó la cabeza y no pudo reprimir el llanto
— Cálmate niña, no eres la primera ni serás la última. ¿Qué vas a hacer?
— Sólo estoy segura de una cosa: voy a tenerlo
—¿Vas a decírselo a él?
— No, claro que no. Ni siquiera sabe donde estoy.
—Pues deberías hacerlo. Tiene derecho a saber que vas a ser mamá y ese niño tiene derecho a conocer a su padre.
—No puedo, señora. No puedo. Le abandoné por el mismo motivo
—¿Diste crédito a esa mujer?
-—Me enseño una foto de los tres.¿ Cómo no creerla?
—¿Has ido al médico
-—Aún no. Estoy confundida. Sé que dentro de poco no podré ocultarlo y mucho me temo que habré de abandonarles ¿ Qué voy hacer?
— Bueno, bueno. Ve poco a poco. Lo primero es acudir a un médico, que lo confirme y comenzar un seguimiento. Si deseas deshacerte de él, tendrás que volver a Londres. Aquí no podrás abortar, como no sea de tapadillo, algo que no te aconsejo. Es preferible que vuelvas. Pero ya has dicho que vas a criarle, bien, haces bien. No te preocupes por el empleo; si mis hijos te rechazan ya encontraras algo en lo que trabajar. Eres una muchacha inteligente y tienes estudios, no te será difícil encontrarlo. Pero lo primero has de ir al médico. Yo te acompañaré; así nadie se enterará de momento. Iremos con la excusa de que vamos a pasear, y nadie lo sabrá
— ¡Oh señora Nunca le agradeceré bastante su ayuda y el haberme escuchado.
— Hija... tengo una nieta de tu edad y quién sabe. Si ella se encontrase en una situación parecida, me gustaría que alguien la ayudase. Tienes que cuidarte. Haré gestiones para localizar un médico.
— Pero yo no me puedo pagar un médico particular. Tendrá que ser por la Asistencia Social
— Lo siento, ahí no puedo ayudarte. Mi cuenta en el banco esta a nombre de mi hija y mío, tendría que justificar las salidas, y no tendría más remedio que decirlo, así que de momento, tendrá que ser por la Asistencia Social. Son buenos también, no te preocupes. Y ahora regresemos a casa, comienza a refrescar. No te preocupes, todo se solucionará. Pero debes avisar al padre, díselo, hazme caso
— Posiblemente lo haga, pero de momento no. Perdóneme, señora, deseo valerme por mi misma. Aún no estoy preparada para verle ni escucharle
—Pero él te quería ¿No es cierto?
—Si, creo que si
—Bueno, por hoy dejemos las confidencias. Serénate y volvamos a casa.
En silencio, Cinthia empujó la silla de ruedas de la señora Crowley. Posiblemente algo pesarosa por haber descargado su alma con aquella anciana, que siempre se había mostrado cariñosa y cercana a ella.
Necesitaba hablar con alguien, y en Irlanda estaba sola, y por su tipo de trabajo tampoco le era fácil entablar amistades. La conversación mantenida, le había puesto melancólica. Echaba de menos a Alay. ¿Se acordaría de ella? Quizá hubiese sido cruel por su parte haberse marchado tan de repente, pero lo que Molly le había contado perturbaba su cabeza y creía que era adecuado: desaparecer de su vida cuanto antes.
Acudió al médico, y éste le confirmó lo que sospechaba, es decir de lo que no tenía duda. Eran más de tres meses los que no tenía la regla, y por tanto, sólo se debía a una cosa: su última noche juntos. Y el tiempo fue pasando y ella periódicamente acudía al médico a su revisión. Entró en el quinto mes, y ya fue difícil ocultar el embarazo. Su vientre estaba algo prominente, su cintura iba desapareciendo, y comía vorazmente, algo que en un principio apenas hacía. Y ante esa situación, la hija de Isabel, una mañana, le anunció que tendrían que prescindir de su servicio, puesto que habían notado su embarazo. A pesar de que lo esperaba, la sorprendió. La anciana protestaba tratando de ayudarla, pero su hija no era tan tolerante como la madre, y pensaba que una chica soltera y embarazada, no daría buena reputación al nombre de su marido que picaba bastante alto. Por más que intercedió ante su hija, no hubo nada que hacer y, Cinthia, se vió en la calle nuevamente.
Había conseguido ahorrar un poco de dinero, y con ello tenía que apañarse hasta que encontrara otro trabajo, y con su estado difícilmente lo encontraría. Encontró uno de sirvienta que a penas le daba para cubrir los gastos de la vivienda y de comida. Pero el problema más acuciante sería el momento del alumbramiento y éste estaba cercano
Nació una preciosa niña de un parto natural sin complicaciones. Al tenerla entre sus brazos olvidó su soledad y los problemas que tendría en cuanto la dieran el alta. Nadie, más que las enfermeras, estuvieron a su lado en el momento del alumbramiento, y nadie más que otra muchacha compañera de habitación estuvo a su lado. Ambas mujeres tenían problemas semejantes, por lo que ambas desnudaron su corazón, buscando soluciones y consuelo, que difícilmente hallaban.
Acudió al médico, y éste le confirmó lo que sospechaba, es decir de lo que no tenía duda. Eran más de tres meses los que no tenía la regla, y por tanto, sólo se debía a una cosa: su última noche juntos. Y el tiempo fue pasando y ella periódicamente acudía al médico a su revisión. Entró en el quinto mes, y ya fue difícil ocultar el embarazo. Su vientre estaba algo prominente, su cintura iba desapareciendo, y comía vorazmente, algo que en un principio apenas hacía. Y ante esa situación, la hija de Isabel, una mañana, le anunció que tendrían que prescindir de su servicio, puesto que habían notado su embarazo. A pesar de que lo esperaba, la sorprendió. La anciana protestaba tratando de ayudarla, pero su hija no era tan tolerante como la madre, y pensaba que una chica soltera y embarazada, no daría buena reputación al nombre de su marido que picaba bastante alto. Por más que intercedió ante su hija, no hubo nada que hacer y, Cinthia, se vió en la calle nuevamente.
Había conseguido ahorrar un poco de dinero, y con ello tenía que apañarse hasta que encontrara otro trabajo, y con su estado difícilmente lo encontraría. Encontró uno de sirvienta que a penas le daba para cubrir los gastos de la vivienda y de comida. Pero el problema más acuciante sería el momento del alumbramiento y éste estaba cercano
Nació una preciosa niña de un parto natural sin complicaciones. Al tenerla entre sus brazos olvidó su soledad y los problemas que tendría en cuanto la dieran el alta. Nadie, más que las enfermeras, estuvieron a su lado en el momento del alumbramiento, y nadie más que otra muchacha compañera de habitación estuvo a su lado. Ambas mujeres tenían problemas semejantes, por lo que ambas desnudaron su corazón, buscando soluciones y consuelo, que difícilmente hallaban.
Al tercer día, sin más equipaje que su hija en brazos y un pequeño bolsón con las cosas de la pequeña. abandono el hospital.
RESERVADOS DERECHOS DE AUTOR / COPYRIGHT
Autora< rosaf9494quer
Edición < Marzo de 2017
Ilustraciones< Internet < Dakota Johnson
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