El teléfono sonaba insistentemente en casa de Kyra, que de mal humor se incorporó en la cama y atendió la llamada. En el visor del teléfono estaba el nombre del interlocutor, y supo de quién se trataba. Ella hizo un gesto como diciendo " por favor son las siete de la mañana". Aunque la hizo gracia y la gustó, contesto escueta para que se diera cuenta que no estaba loca por él, cuando era todo lo contrario, y contaba hasta los minutos para reunirse nuevamente.
- ¿ Quién ? - respondió alzando la voz
- ¿ Cómo que quién, esperas otra llamada?
Ella se tapó la boca con la mano para no soltar la risa:
- ¡ A las siete de la mañana , por amor de Dios ! ¿ Qué demonios quieres ahora ?
No quería nada en especial, sólo escuchar su voz y saber que estaba ahí y decirla que estaba contento, tanto como hacía tiempo no lo estaba. Deseaba saber si ella estaba igual de nerviosa que él. Hoy era un día importante: conocería a sus suegros y su opinión contaba mucho para Aidan. Quería a esa pareja que se habían quedado solos después de la muerte de su única hija, y procuraba que Stella no perdiera su contacto : era su única familia y el recuerdo vivo de quién fuera su hija, y ambos lo necesitaban.
-Aidan, estoy nerviosa y preocupada. He dormido fatal esta noche y dentro de unas horas voy a enfrentarme al examen más duro que pasaré en mi vida. Acababa de conciliar el sueño, y vas y me llamas... ¿ Cómo quieres que esté?
- Lo siento, pero es algo nuevo también para mí. No quería molestarte, perdóname
- Perdonado estás. Y ahora déjame dormir
- A las doce. Sé puntual - la dijo cortando la comunicación.
Ella se echó a reír en cuanto colgaron. Había sido una broma, pero él se lo había tomado en serio. Tan en serio que hasta las doce en punto no tocó el timbre de la puerta, a pesar de que permaneció dentro del coche desde menos cuarto. Así de estricto y contundente era el doctor, seguramente debido a la disciplina impuesta por su trabajo. Estaba inquieto, nervioso, pero contento. Todos sus planes se cumplirían en breve espacio de tiempo. El mismo lunes pediría a su abogado que realizase todas las gestiones en el juzgado para casarse a la mayor brevedad posible. Deseaba hacerlo cuanto antes, salir de esta constante angustia que mantenía desde hacía un año.
La ansiedad que sentía, no era solamente por el estado de Stella, que él mantenía para justificarse así mismo. No quería reconocer que su sangre joven y fuerte y durante tanto tiempo en calma, hervía en sus venas por una sola persona. Aunque se lo negase, aunque no deseaba admitirlo era la verdad pura y dura. Lo definía como atracción, que también lo era, pero la base era más sólida que todo eso. Se puede sentir atracción ante un paisaje, un color, un cuadro, pero ante una mujer, y si era bella, la atracción daba paso a otro sentimiento: el enamoramiento. Y es lo que no quería, es decir, lo negaba, que ese fuera el motivo de que haya durado tanto tiempo sin relación alguna durante el último año.
Ese pensamiento a veces le amargaba la vida, pero automáticamente trataba de desecharlo de su cabeza. Iría paso a paso y la rutina sería la forma de vida que tomaría desde el principio, aunque también sabía que por eso precisamente, por verla constantemente, necesitaría un suplemento extra matrimonial, y justo eso, es lo que no quería.
No quería hacerla de menos, pero ¿ qué solución tenía? Pues lo normal, la más sencilla, amar y desear a su mujer que por eso no ofendía a nadie.
Ese era su debate constante y le proporcionaría en el futuro algún disgusto que otro, precisamente por su empecinamiento en faltar a su palabra dada. Pero ¿ a quién se la había dado? Sus suegros le habían dicho miles de veces que buscara otra mujer, que la niña lo necesitaba. Y ellos eran los padres. Pero la mente de ellos, no estaba enquistada en algo imposible de cumplir. Lo de él era una forma de sentir el duelo y no había nada ni nadie que lo apartarse de esa forma absurda de pensar.
Al llamar a la puerta, su sonrisa partía su cara en dos, y ante él tenía a la mujer más bonita que deseara. Estaba vestida con un traje de chaqueta, sencillo pero de buen corte. Llevaba el cabello suelto, pero retirado hacia atrás en una coleta con un pasador de carey. Un ligero maquillaje en el que resaltaban aún más sus preciosos y expresivos ojos. Si no estuviera enamorado de ella, se enamoraría en ese preciso instante.
Había comprado una caja de bombones para obsequiarla. Sabía que la gustaba a rabiar el chocolate y pensó que sería una buena forma de limar asperezas. Se la comía con los ojos pero ninguno de los dos se daba cuenta de eso. Si estuviera alguien ajeno a ellos, lo vería de inmediato, pero ellos, enquistados cada uno en su postura, en lugar de dar rienda suelta a sus sentimientos, lo ocultaban, como si eso fuera posible.
La primera que salió a recibirles delante de sus abuelos, fue Stella, que al ver que su padre venía con Kyra, corrió desenfrenada hacia ellos. El abrazo entre la alumna y la tutora, fue lo suficientemente expresivo, para que los abuelos, se miraran uno al otro con miradas de complacencia. Saludaron efusivamente a su yerno y lo mismo con quién sería la futura mujer de Aidan.
Les pasaron a un salón y enseguida dispusieron un aperitivo para entrar en una conversación intrascendente. Kyra estaba bastante cortada, y de vez en cuando Aidan apretaba su mano para infundirle confianza. Los abuelos lo miraban todo con lupa, pero disimuladamente. Tardo en incorporarse a la charla de la familia bastante rato. Sólo quería desaparecer del mapa. Sabían que examinaban todos sus gestos y sólo pedía que pudiera estar a la altura de lo que ellos esperaban.
Poco a poco y con algún sorbo de vino que otro, los nervios de todos se fueron calmando. A Stella se la veía contenta y parlanchina, muy distinta al comportamiento que había tenido en los últimos tiempos, y de eso también tomaron nota los abuelos y su padre. Que mirándose se lo transmitían.
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