El viejo Durham se había levantado esa mañana con pocas ganas de hacerlo. Había estado toda la noche nevando y el paisaje que veía desde la ventana de su habitación era parecido a una postal. El mayordomo,como hacía todas las mañanas, había entrado temprano a encender la chimenea, para cuando se levantase el señor, estuviera la habitación con temperatura suficiente para no pasar frío. Le daba pereza hacerlo, pero era persona de costumbres fijas y, a pesar de no encontrarse muy bien, había de cumplir con el rito diario de llevarle flores a la tumba de su amada esposa Plhoebe, fallecida hacía muchos años, pero siempre recordada. Se vistió y bajó hasta el comedor, en donde Patrick, su nieto, tomaba el desayuno mientras leía la prensa diaria. Se levantó solícito cuando oyó entrar al abuelo dando los buenos días
- Supongo que hoy no iras a ver a Phoebe- dijo Patrick
- Supones mal. . No voy a hacer modificaciones en mis hábitos por unos pocos copos de nieve caídos esta noche, que seguro estarán derretidos antes de media hora
- Abuelo. La nevada ha sido copiosa, y no voy a dejarte ir
- ¡ Claro que me dejarás ! Hoy hubiera cumplido ochenta años. ¿ Te imaginas ? ¡ Ochenta años ! ¿Sabes cuántos tenía cuando nos casamos ? Ella a punto de cumplir los dieciocho, y yo los veinticuatro. Era una preciosidad de niña, porque era una niña, y yo un viva la virgen, que no supo apreciar la joya que iba a tener como esposa. Pero eso ya lo sabes; no quiero aburrirte con mis nostalgias. Voy a ir. Aunque se oponga el mundo entero. Sean, ya me ha cortado unas flores del invernadero. ¿ Sabes que ese rosal lo sembró ella ? Era su preferido y lo mimaba lo mismo que a Pusy, el gatito de angora que se trajo de casa de sus padres.
Yo le miraba de mala manera; no me gustan los gatos, y ella le hacía mimos constantemente. Quizá se refugió en el pequeño Pusy, al no tener otro apoyo, ni a nadie que le diera cariño.
- Todo eso ya lo sé abuelo. Me lo has contado millones de veces.
- Lo sé hijo, lo sé.-
Terminó de tomar su té y se levanto. Sean ya le esperaba con el abrigo; era un ritual diario desde hacía años, desde que Phoebe abandonara este mundo dejándole en la más absoluta tristeza.
Como había prometido, Patrick acompañó a su abuelo muy a su pesar. No hacía un día apropiado para visitar un mausoleo, aunque no estaba muy lejos de la mansión Durham. Y como siempre hacía, el anciano, se sentó sobre la tumba de su esposa y comenzó a charlar con ella , igual que hiciera en la sobremesa de la comida o en el té de las cinco que ambos compartían. Patrick se reitró unos pasos y se dirigió hasta el coche para coger una manta con que abrigar las rodillas de su abuelo.
En ese momento recibió la llamada de un amigo, y se entretuvo apenas cinco minutos de charla. Colgó porque quería llevarse al abuelo pronto de regreso a casa. Hacía un viento helador y temía cogiera un enfriamiento. Cuando llegó a la tumba , el anciano estaba en la misma posición que le había dejado.
- Vamos abuelo, ponte, al menos, esta manta por las piernas, y nos vamos a casa en un minuto. Hace muchísimo frío.
Le extrañó que al colocar la manta, no se moviera, muy al contrario, al movimiento para echársela, su cabeza se ladeó. Patrick se alarmó y comenzó a llamarle, pero Steve no respondía, y sus labios se habían vuelto morados. Tomo un brazo y comprobó que caía inerte sobre las rodillas. Comprendió en el acto que el anciano Steve acababa de morir, como él, quería junto a su amada Phoebe. Dió un grito de desesperación y se abrazó a él llorando. De repente se dio cuenta de la situación y llamó a una ambulancia, a pesar que sabía que ya no había nada que hacer.
La ambulancia llegó enseguida pues Bibury, en donde vivian, no es muy grande. Los paramédicos, certificaron su muerte, pero tuvieron que aguardar a que el juez ordenase el levantamiento del cadáver. Después vino todo lo que acontece a una muerte como la de su abuelo. La autopsia, el avisar a sus padres y tios, la llegada de vecinos y amigos, las visitas... y al cabo de tres días el sepelio.
Encerrado en su habitación, no podía creer todo lo ocurrido en tan poco espacio de tiempo, y lloró amargamente la pérdida de ese ser tan querido por él e inesperado suceso. Se había criado junto al anciano, y podía asegurar que le amaba más que a su propio padre. Había sido testigo de sus vivencias narradas incesantemente por él. A penas recordaba a su abuela que murió siendo aún joven. Recordaba la amargura y depresión del abuelo cuando tuvo que seguir la vida adelante sin ella.
No quería estar presente en la reunión familiar. No quería presenciar el reparto que todos harían de las pertenencias del abuelo aún caliente y sin enterrar. Detestaba a aquella familia; no le importaba que fuera la suya, no les quería. Eran egoístas y avaros, y principalmente causantes de algunos años de desdicha entre sus abuelos. Pero hoy se cerraba ese capítulo de la historia de su familia, de aquella familia que se le antojaba extraña , a pesar de llevar su misma sangre.
La casa se llenó de gente para expresar sus condolencias a la familia, un pesar que algunos distaban mucho de sentir. Bajaba de vez en cuando, de su habitación para cumplimentarlas, pero la mayor parte del tiempo, permanecía en el jardín o en su habitación. Hacía frío en el exterior,. El mismo frío que sintió al escuchar el responso del vicario mientras el féretro del abuelo era introducido en el mausoleo junto a Phoebe..
El mayordomo, Sean, transcurridos unos días,entregó a Patrick el diario de su abuelo. Creia, que de toda la familia, era el más afín a Steve; había convivido con él y el fallecido adoraba a su nieto. Creia de todo corazón que él debía ser el depositario de las vivencias desconocidas de Steve Durham.
Acariciaba las pastas de ese viejo libro en el que estaban depositados los dias vividos por sus abuelos. "Una reliquia de familia", pensó. No se atrevía a abrirlo por la reciente pérdida de su abuelo, y le parecía que aún podía escuchar su voz narrando sus batallitas , que serían posiblemente las mismas que estaban escritas en él. Lejos estaba de imaginar de todo lo que alli había escrito. Quizás algún día, cuando todo se hubiera serenado, se decidiera a leerlo.
- Supongo que hoy no iras a ver a Phoebe- dijo Patrick
- Supones mal. . No voy a hacer modificaciones en mis hábitos por unos pocos copos de nieve caídos esta noche, que seguro estarán derretidos antes de media hora
- Abuelo. La nevada ha sido copiosa, y no voy a dejarte ir
- ¡ Claro que me dejarás ! Hoy hubiera cumplido ochenta años. ¿ Te imaginas ? ¡ Ochenta años ! ¿Sabes cuántos tenía cuando nos casamos ? Ella a punto de cumplir los dieciocho, y yo los veinticuatro. Era una preciosidad de niña, porque era una niña, y yo un viva la virgen, que no supo apreciar la joya que iba a tener como esposa. Pero eso ya lo sabes; no quiero aburrirte con mis nostalgias. Voy a ir. Aunque se oponga el mundo entero. Sean, ya me ha cortado unas flores del invernadero. ¿ Sabes que ese rosal lo sembró ella ? Era su preferido y lo mimaba lo mismo que a Pusy, el gatito de angora que se trajo de casa de sus padres.
Yo le miraba de mala manera; no me gustan los gatos, y ella le hacía mimos constantemente. Quizá se refugió en el pequeño Pusy, al no tener otro apoyo, ni a nadie que le diera cariño.
- Todo eso ya lo sé abuelo. Me lo has contado millones de veces.
- Lo sé hijo, lo sé.-
Terminó de tomar su té y se levanto. Sean ya le esperaba con el abrigo; era un ritual diario desde hacía años, desde que Phoebe abandonara este mundo dejándole en la más absoluta tristeza.
Como había prometido, Patrick acompañó a su abuelo muy a su pesar. No hacía un día apropiado para visitar un mausoleo, aunque no estaba muy lejos de la mansión Durham. Y como siempre hacía, el anciano, se sentó sobre la tumba de su esposa y comenzó a charlar con ella , igual que hiciera en la sobremesa de la comida o en el té de las cinco que ambos compartían. Patrick se reitró unos pasos y se dirigió hasta el coche para coger una manta con que abrigar las rodillas de su abuelo.
En ese momento recibió la llamada de un amigo, y se entretuvo apenas cinco minutos de charla. Colgó porque quería llevarse al abuelo pronto de regreso a casa. Hacía un viento helador y temía cogiera un enfriamiento. Cuando llegó a la tumba , el anciano estaba en la misma posición que le había dejado.
- Vamos abuelo, ponte, al menos, esta manta por las piernas, y nos vamos a casa en un minuto. Hace muchísimo frío.
Le extrañó que al colocar la manta, no se moviera, muy al contrario, al movimiento para echársela, su cabeza se ladeó. Patrick se alarmó y comenzó a llamarle, pero Steve no respondía, y sus labios se habían vuelto morados. Tomo un brazo y comprobó que caía inerte sobre las rodillas. Comprendió en el acto que el anciano Steve acababa de morir, como él, quería junto a su amada Phoebe. Dió un grito de desesperación y se abrazó a él llorando. De repente se dio cuenta de la situación y llamó a una ambulancia, a pesar que sabía que ya no había nada que hacer.
La ambulancia llegó enseguida pues Bibury, en donde vivian, no es muy grande. Los paramédicos, certificaron su muerte, pero tuvieron que aguardar a que el juez ordenase el levantamiento del cadáver. Después vino todo lo que acontece a una muerte como la de su abuelo. La autopsia, el avisar a sus padres y tios, la llegada de vecinos y amigos, las visitas... y al cabo de tres días el sepelio.
Encerrado en su habitación, no podía creer todo lo ocurrido en tan poco espacio de tiempo, y lloró amargamente la pérdida de ese ser tan querido por él e inesperado suceso. Se había criado junto al anciano, y podía asegurar que le amaba más que a su propio padre. Había sido testigo de sus vivencias narradas incesantemente por él. A penas recordaba a su abuela que murió siendo aún joven. Recordaba la amargura y depresión del abuelo cuando tuvo que seguir la vida adelante sin ella.
No quería estar presente en la reunión familiar. No quería presenciar el reparto que todos harían de las pertenencias del abuelo aún caliente y sin enterrar. Detestaba a aquella familia; no le importaba que fuera la suya, no les quería. Eran egoístas y avaros, y principalmente causantes de algunos años de desdicha entre sus abuelos. Pero hoy se cerraba ese capítulo de la historia de su familia, de aquella familia que se le antojaba extraña , a pesar de llevar su misma sangre.
La casa se llenó de gente para expresar sus condolencias a la familia, un pesar que algunos distaban mucho de sentir. Bajaba de vez en cuando, de su habitación para cumplimentarlas, pero la mayor parte del tiempo, permanecía en el jardín o en su habitación. Hacía frío en el exterior,. El mismo frío que sintió al escuchar el responso del vicario mientras el féretro del abuelo era introducido en el mausoleo junto a Phoebe..
El mayordomo, Sean, transcurridos unos días,entregó a Patrick el diario de su abuelo. Creia, que de toda la familia, era el más afín a Steve; había convivido con él y el fallecido adoraba a su nieto. Creia de todo corazón que él debía ser el depositario de las vivencias desconocidas de Steve Durham.
Acariciaba las pastas de ese viejo libro en el que estaban depositados los dias vividos por sus abuelos. "Una reliquia de familia", pensó. No se atrevía a abrirlo por la reciente pérdida de su abuelo, y le parecía que aún podía escuchar su voz narrando sus batallitas , que serían posiblemente las mismas que estaban escritas en él. Lejos estaba de imaginar de todo lo que alli había escrito. Quizás algún día, cuando todo se hubiera serenado, se decidiera a leerlo.
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