viernes, 27 de enero de 2017

Keira y el Dr. O'Reilly - Capítulo 8 - Aidan O'Reilly

Aidan O'Reilly, el solitario doctor que había enamorado a más de una enfermera, pero ninguna de ellas obtuvo ni siquiera una mirada.  Todos conocían la verdad sobre ese comportamiento taciturno y reservado.  Esa manera de ser cortante y seco en su tratamiento con los subalternos, y sin embargo era compasivo y cariñoso con sus pacientes.  Atendía a las familias de los enfermos con toda la paciencia del mundo, dándoles toda clase de explicaciones para dejarles tranquilos, referente a la recuperación del allegado que estaba ingresado.  Sin embargo, para él mismo, no tenía tregua. Su única alegría era estar con su hija que ya tenía cinco años y se cumplían cuatro de la desaparición de su mujer, continuamente recordada.


En la fecha del aniversario de su fallecimiento, con la niña de la mano, acudía al cementerio donde reposaba y depositaba un ramo de flores.  Stella no recordaba siquiera el rostro de su madre, a no ser por la fotografía que tenía a la cabecera de su cama.  A menudo su padre le hablaba de cuando ellos eran más jóvenes, cuando se casaron y cuando llegó al mundo.  Pensaban tener cuatro o cinco hijos, pero el destino quiso que sólo ella  alegrara su hogar.

Y se acercaba un nuevo aniversario, y como tenía por costumbre, organizaba sus guardias de forma que pudiera estar unos días fuera de casa, en la cabaña, que a penas disfrutaron en vida de ella.  Allí se recreaba en recordar las horas felices que vivieron juntos. Clamaba con desesperación su ausencia y lloraba.  Se habían casado muy enamorados, por eso fue un gran mazazo cuando le avisaron al hospital del trágico accidente sufrido por su mujer.  No podía creérselo, era un error.  Ella no podía haber muerto.  Pero cuando llegó al lugar de los hechos, comprobó con horror el rostro ensangrentado de ella y su cuerpo inerte tirado en la calle, cubierto con una manta.  Trataba de desasirse de los brazos de los agentes que deseaban  evitar que se acercara a verla.

Sentado en la sala de la Morgue, repasaba mentalmente los días vividos  cundo unieron sus vidas, su luna de miel, apasionada, la llegada al mundo de su pequeña y...  el horror vivido en esa mañana.  Llevaba todo el día allí sentado, y nadie pudo hacerle desistir de ello.  Habían vivido juntos muy poco tiempo, y su pequeña hija, un bebe, ya sin madre. ¿ Qué iba a hacer ?  Se mesaba los cabellos, pero no derramaba ni una sola lágrima, se habían secado en sus ojos.


Se centró totalmente en su trabajo, en facilitar la vida de las personas y aliviarles en sus dolencias.  Trabajaba más horas de las debidas, con tal de no estar en su casa.  Sabía que tenía un bebe al que atender y sentía una inmensa piedad por aquella criatura que era su hija, a la que no le dio tiempo a disfrutar de su madre.  Y recordaba una y otra vez, la alegría que sintieron cuando les fue confirmado el embarazo de ella.

El tiempo había pasado, pero él seguía sin encontrar una salida a su vida.  Deseaba darle un hogar estable a su hija, que no estuviera tan sola cuando él trabajaba, pero la sola idea de meter en su cama a otra mujer, le crispaba.  Nadie ocuparía el lugar de ella, nunca.  Pero en este aniversario, algo había cambiado.  Un día de hacía un año, lo que debería haber sido un servicio rutinario, se convirtió en algo especial en su vida.

No había vuelto a saber de ella;  ni siquiera habían coincidido en algún sitio. No se desenvolvían en los mismos círculos.  Ella en la docencia, él en la medicina.  Posiblemente esté  casada y esperando algún bebé.  ¿ Se habrá  olvidado de Stella?  En verdad quería a su hija, y hubiera sido perfecto que su proposición de matrimonio  no la hubiera tomado a broma.

Pero la idea era descabellada: casarse con alguien y no darle más espacio que el de educadora.  No era justo para ella, ni para él.  La relación con Moira había fracasado.  Sencillamente no se entendía con su hija, que la rechazaba de plano.  Stella seguía recordando a Keira, aunque cada vez menos, acostumbrada sin duda a su permanente ausencia.

Era el cuarto aniversario, y decidió, por el bien de su hija, dar un giro a su vida.  Sentía la ausencia de su mujer, pero el dolor no era tan desgarrador como al principio, y la idea de volver a organizar su vida y la de Stella, comenzó a abrirse paso en su cabeza.  Lanzaba al aire sus lamentos, hablaba con la fallecida como si pudiera escucharle buscando una respuesta a todo lo que estaba viviendo.  Una imagen giraba y giraba a su alrededor:  Keira.  ¿ Por qué ella ?  El poco trato que habían tenido, era siempre de enfrentamientos.  Sus caracteres chocaban por cualquier cosa, no era lógico, pero también recordaba lo cariñosa y paciente que se mostraba con su hija, y por ella haría cualquier sacrificio.  Era hora de que al menos la niña fuese feliz.

La buscaría nuevamente, trataría de atraerla de nuevo, pero ¿ y si estaba casada ? Sería lo más probable.  Es una mujer preciosa y muy agradable, aunque de fuerte carácter. Al menos lo intentaría; trataría de averiguar lo que fue desde que se separaron.  También sabía, que, si en la más remota idea ella aceptara nuevamente su proposición,  tendría que ofrecerle algo más que ser simple tutora de su hija. Tendría que reconsiderar la idea de ser una pareja normal y lo que ello conllevaba.  Y lo que tantas veces había rechazado, empezó a tomar forma: relaciones sexuales.



- No, ni hablar.  Eso no.Dormiríamos separados.  Sería como traicionar su memoria. Ella muerta y yo..., yo..."Aidan, estás construyendo castillos en el aire.  Ninguna mujer acepta una proposición como la que pretendes.  Ya te lo dijo una vez, no insistas.  Ninguna mujer va a aceptar el papel que vas a destinarla".

Pero la idea no fue  rechazada como al principio.  Era algo lógico y razonable, y él tendría que sacrificarse y cumplir como marido, ausente, pero marido al fin y al cabo.  Cuando iba de regreso hacia Londres, no dejaba de trazar un plan que pudiera satisfacer sus pretensiones y las de ella, si es que conseguía llevarla a su terreno, que eso estaba por ver.

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