Cada uno de ellos decidió ir a casa de sus respectivos padres para anunciarles, que la época de agonía, de sufrimiento, había terminado. Por fin habían hablado, y habían comprendido que se amaban. Que habían consumado su matrimonio y que ya nada ni nadie les separaría.
Al escuchar la confesión de Alberto, la madre y abuela, se abrazaron a él llorando. Le veían feliz y eso es lo que más fervientemente habían pedido a Dios. Era bueno y merecía ser feliz junto a la mujer que había elegido. Ella también era una buena chica. Quizás algo traumatizada por la época tan estricta que la tocó vivir. Joven e inexperta cayó en las garras de un hombre que no supo cuidarla ni merecerla.
- Pensamos que vengáis a casa a pasar todos juntos la Nochebuena. Almudena ha ido a casa de sus padres y les está relatando lo mismo que yo he hecho con vosotras. Os voy a pedir una última cosa. Cuando estemos todos juntos, no quiero malas caras, ni reproches ni indirectas, ni nada que le haga sentirse molesta ¿ entendido ? Ella también lo ha pasado mal
- Descuida, hijo. No tienes que indicarme nada. Si ella te quiere y te hace feliz, nosotras también lo seremos. Lo que quiera que fuese lo que ocurrió entre vosotros, eso es algo que os pertenece sólo a vosotros. Lo que deseamos es que seais felices, nada más, y nada más nos hace felices a nosotras también. Dame un beso, hijo mio
Y con toda la emoción y el amor de madre, se fundió en un abrazo con su hijo.
Almudena acudió al domicilio de sus padres, y sentada en el centro, teniendo a cada uno de ellos con sus manos cogidas, relató todo lo ocurrido con Alberto desde su llegada. Por fin don Rodrigo respiró tranquilo. Su hija estaba en buenas manos y se había solucionado todo el problema.
Sentada toda la familia ante la mesa navideña, no faltaron los chistes picantes, ni las risas, ni los brindis, ni la felicidad que se reflejaba en el rostro de los dos esposos, cogidos siempre de las manos. Necesitaban ese contacto físico, como para resarcirse del tiempo desperdiciado.
Ya en la madrugada, y mientras Almudena ponía todo en orden, Alberto llevaría a su madre y a sus suegros , a sus respectivos domicilios. Al dejar a cada uno de ellos en casa, recibió un entrañable abrazo en el que podía percibir la alegría que sentían ellos también porque al fín los chicos habían encontrado el camino para la felicidad.
No estaba dispuesta a volver a separarse de su marido y el primer día en que acudió al trabajo presentó su dimisión, aunque tuvo que esperar a que encontraran una substituta. Alberto hubo de marcharse después del día último del año, para reincorporarse a su puesto
--Mi amor, sólo serán unos pocos días para volver a estar juntos,- repetía Alberto a Almudena al despedirse en el aeropuerto., al ver cómo ella a duras penas podía reprimir unas lágrimas. Quería ser fuerte, deseaba ser fuerte, pero ahora que había conocido el ser amada de verdad, no podía separarse de Alberto, aunque sabía muy bien que tenían que hacerlo.
-Un sólo día es una eternidad, Alberto. No tardaré ni veinticatro horas en estar allí. En cuanto solucione lo del trabajo.
Y así fue. En menos de un mes Almudena estaba frente a su marido en Estados Unidos. Vivirían allí hasta que él terminara sus estudios. Regresarían a España y trabajaría en un hospital, tendría una consulta y vivirían felices.
Junio empezaba a ser algo caluroso en Madrid cuando ya estaban de regreso . Decidieron buscar una vivienda más grande que el piso en el que vivían cuando se casaron. Estaba embarazada y pronto en ese hogar las risas infantiles resonarían como música celestial. Alberto adoraba a los niños, y poco a poco se iban cumpliendo todas sus ilusiones: tenía la mujer de sus sueños y para las Navidades próximas, serían uno más en la familia, y nació un niño precioso y dos años más tarde tuvieron una niña.
Pasaron los años. Almudena no volvió a trabajar. Alberto, además de la consulta, daba clases en la Facultad de Medicina. Tenía un gran renombre en su especialidad e instruía a sus alumnos en la práctica de las intervenciones por laparoscopia que ya eran bastante frecuentes en España.
Los chicos crecieron rápido. Raúl, su primer hijo quiso ser médico como el padre y el abuelo, y cuando terminó la carrera en España, se trasladó a Estados Unidos para ampliar sus conocimientos. No quiso ser ginecóloco. Su especialidad fué la Oncología. Allí conoció a una chica americana, con los cabellos rubios como el oro, de la que se había enamorado y con quién pensaba casarse en cuanto terminara su especialidad.
Isabel, la hija, decidió estudiar psicología infantil y ya estaba en el último año de carrera.
Esperaban la llamada de los chicos para saber las notas de los exámenes el día que Almudena vió en el periódico la defunción de Luis
Almudena y Alberto eran ya cincuentones pero no se habían vuelto a separar nunca más y seguían tan enamorados como cuando eran jóvenes. Raúl esperaría a que su padre llegase de la consulta para llamar por teléfono y anunciarles el sexo de su primer hijo. Se había quedado en América y se había casado con la chica rubia de cabellos de oro a la que adoraba. Iban a tener un bebe y ese día le harían una ecografía a su mujer para saber si iba ser niño o niña. Almudena estaba loca de contenta y Alberto muy emocionado
Isabel, la hija, vivía en pareja con un compañero de gabinete, y aunque eran muy felices y se amaban, decidieron esperar a casarse y tener hijos hasta que tuvieran más rendimiento en el despacho. Tenían una vida estable y feliz.
Y ya hemos llegado al comienzo de la historia. Cuando regresaron del cementerio, Alberto acariciando la mejilla de su mujer, la dijo
--Mi amor, han pasado los años muy pronto, pero he sido¡ tan feliz !, me has hecho ¡tan feliz! que no descartaría de lo pasado ni un ápice. Por doloroso que fuera , no cambiaría nada. La vida ha sido generosa con nosotros, hemos creado una familia, vamos a ser abuelos, y nuestros hijos aman a sus parejas, y nosotros...
--Nosotros estamos juntos, siempre lo estaremos. Yo no podría vivir sin ti. Has sido el hombre, el amor de mi vida. He sentido unos celos horribles de las alumnas de la Facultad porque sé que había alguna que coqueteaba contigo, y es que¡ eres tan guapo..! Dicen que Dios escribe con renglones torcidos, y muchas veces he pensado en la forma en que llegamos a unir nuestras vidas para siempre.
--Ninguna, óyeme bien, ninguna podría ocupar el lugar que tú has ocupado en mi vida. Cada día desde que estamos juntos, te he querido más y cuando ya no creía que mi amor podía aumentar, cuando me despertaba por las mañanas y te veía durmiendo a mi lado sentía que mi corazón se desbordaba y volvía a tener la misma fuerza para quererte y desearte como cuando éramos jóvenes. Te lo repito no cambiaría nada de lo vivido.
Albertto besó a su mujer y ella le devolvió el beso, únicamente interrumpido por la entrada de Celia para anunciarles que la comida estaba dispuesta. Como dos adolescentes se ruborizaron y reían felices
En voz baja Alberto dijo a su mujer
--Después de comer, nos echamos una siesta.... al tiempo que le guiñaba un ojo.
--Calla, calla...fue la respuesta de ella apoyando su cabeza en el hombro de su marido
F I N
Autora: 1996rosafermu
Edición: Octubre de 2015
Ilustraciones: Archivo de 1996rosafermu
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