lunes, 28 de junio de 2021

El día que nunca existió - Capítulo 14 - Moviendo los hilos

 La noche se hacía eterna. El amanecer nunca llegaba. Alexander no podía conciliar el sueño pensando en cómo estaría Danka. ¿ Le estaría echando de menos? Seguro que sí lo mismo que él a ella. Sabía que contaba con la ayuda de su padre, en un principio furioso, pero a medida que iba conociendo la aventura vivida, se fue calmando hasta que, al final, se mostró preocupado por la pareja.

Alejandro tenía muy buenos amigos en la policía pero no se atrevía a denunciar lo ocurrido por temor a  echar a perder la trama que habían creado. Cuando ella estuviese en casa y en un refugio seguro, sería cuando en persona hablaría con ellos, es decir con el inspector de la comisaría correspondiente a ese distrito. Se conocían desde hacía tiempo y estaba a punto de jubilarse, aunque aún le quedaban algunos meses. Thomas O´Cleary, era compañero de alguna que otra timba de cartas, o de la bolera. Tenía confianza con él, la suficiente para contarle la aventura de Alex, pero primero conocer a la muchacha, y tratar de averiguar si es tan inocente como su hijo le había contado.


Daba vueltas y más vueltas buscando algún refugio que fuera seguro. Que nadie lo conociera o alguien que fuera de su absoluta confianza. Porque también en la seguridad de las personas que les ayudasen tenían que pensar. Gentes de esa calaña no dudaban en tirar de gatillo antes de perder su botín, máxime arriesgándose a que fueran delatados.  Le extrañaba mucho la actitud de Margueritte. Pese a su profesión, tenía buen corazón y miraba por sus chicas, a no ser que la codicia la cegase.

Sentía la tentación de ir a verla, pero ahora, en ese momento no era oportuno, hasta que estuviera a cubierto ya que podría sospechar algo.  Era muy suspicaz e inteligente.

Los primeros rayos de sol, les sorprendieron despiertos. La noche había sido interminable. Alexander no podía dejar de pensar en ella ¿Estaría bien? ¿ Habrán cumplido con lo pactado? Se vistió y bajó al salón. La casa estaba en silencio. Miró el reloj y vió que era muy temprano, las cinco de la mañana. Todos dormían aún. Se dirigió a las cuadras, ensilló un caballo y partió a un trote moderado. Necesitaba aislarse un poco para pensar con claridad los pasos a seguir. Se había quitado un peso de encima al explicar a su padre la situación creada. No lo tenía muy seguro de que lo comprendiese, porque era todo tan extraño, que no le faltaba razón para la duda. Y sin embargo, así había sucedido y contado a groso modo como ocurrieron las cosas. Aunque sin mucho detalle, le comentó su primer encuentro con ella, porque  precisamente, en eso estaba la clave para su liberación.

Hubiera querido guardarlo para él, aunque confiaba plenamente en su padre, pero había sido algo tan íntimo que  deseaba guardarlo para ellos dos, porque sólo a ellos pertenecía. Estaba seguro que si Margueritte conociera el suceso, no hubiera tenido inconveniente en venderla al mejor postor. Sabe Dios lo que la hubiera pasado entonces. Seguro que no habría tenido tantos miramientos como los tuvo él.

Y es que desde el primer momento que la vio ocurrió esa conexión que tuvieron ambos, mutuamente, y esa confianza por parte de ella, en tranquilizarse en su presencia segura de que el la protegería y no le haría daño. Fueron horas imborrables en sus vidas que les unirían para siempre pasase lo que pasase. Sería su secreto de por vida.


Se tumbó en la hierva que, a esas horas, estaba salpicada por pequeñas gotas de rocío por la madrugada. Miraba al cielo, sin ver más que las ramas de los árboles moviéndose lentamente, como si danzaran a un compás sólo seguido por ellos. No podía dejar de pensar en ella. Se volvería loco si no consiguiera el plan que había trazado.

Tardó mucho en regresar a la casa, y cuando lo hizo, su padre estaba desayunando. Le miró y pensó que él tampoco había dormido bien. Debajo de los ojos se le habían formado unas bolsas por la falta de descanso.

Se acercó a él y le dio un apretón en los hombros mientras le deseaba un buen día. 

Alejandro comprendió la angustia por la que estaba pasando su hijo. Sabía que Alex estaba intranquilo, mal. Le conocía muy bien y desde hacía mucho no demostraba su afecto como hijo porque pensaba que ya era mayor para esas ñoñerías, y sin embargo hoy, le había dado esa especie de abrazo en el que le agradecía la ayuda que seguro iba a prestarle, y su apoyo incondicional.

Alexander siempre había contado con su padre, y comprendía el sufrimiento y dolor que sintió al morir su madre. Era un amor profundo y verdadero que le rompió el corazón cuando ella faltó. Recordó los paseos que daba por las noches en la habitación matrimonial, y hasta creyó escuchar que algunas veces gemía.

Sin embargo, ante él, nunca se desmoronó. Siempre creyó que al morir la madre él quedó tranquilo y hasta indiferente, pero hoy entendió que no era así que lo hacía para que su hijo, demasiado joven para perder a la madre, no se refugiara en su cuarto a solas . Carmela, la buena mujer que no le dejó en ningún momento, desearía que atendiera a Danka, que la consolara, que la abrazara para tranquilizarla como había hecho con él.

— Siéntate, Alex y desayuna. Tenemos que hablar; he hecho algo sin contar contigo, pero no he parado en toda la noche de idear algo para cubrirnos las espaldas. Creo entender que tendremos algunas horas  antes de regresarla a esa casa. Bien, he alquilado una habitación en la zona vieja de Sacramento a nombre de Thomas O´Cleary. Es buen amigo y además policía. Hable anoche con él y le expliqué muy por encima lo que ocurre .

— Si todo sale bien, te llevarás la exclusiva de todo — le dije, y él se prestó. Cuando todo esté en marcha será él quién intervenga en la detención que, espero y deseo se produzca. Le comenté lo del pasaporte y habrá que hacer un atestado como extravío, para conseguir otro nuevo

— Gracias papá. Sabía que podía contar contigo.


— Siempre podrás contar con tu padre. Y ahora desayuna y prepárate. Irás tu solo, pero uno de los chicos os seguirá de lejos. Iría yo, pero soy conocido por allí, ya sabes. Julián es un buen hombre y os protegerá.

Se arregló mitad nervioso, mitad esperanzado. La iba a ver dentro de poco y quizá esta misma noche dormirán juntos y a salvo, si toda salía como lo habían previsto.

Tenía miedo de que los nervios le jugaran una mala pasada y su propio interés le delatara. Se asombraba de lo fuerte de ese amor que sentía por una desconocida, aunque no lo fuera tanto, porque en esos días que estuvieron juntos fue tanta la comunicación mutua, que pareciera de toda la vida. No hacía más que dar vueltas a su cabeza. Lo que más nervioso le ponía es que no había sabido nada desde hacia un día, con su noche y su interminable mañana. 

Por el bien de Danka, porque pudiera abrazar a su padre de nuevo, deseaba con todos sus fuerzas que sus planes no fracasaran. En esas lides eran novatos contra unos delincuentes entrenados para engañar y cometer fechorías. Pero en su mano tenían la verdad y la ley. Por ello no podían fracasar.

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