viernes, 18 de junio de 2021

El día que nunca existió - Capítulo 4 - Con destino desconocido

 En el puente de San Carlos se encontraron y fueron hasta un café cercano para ultimar los detalles. Él partiría al día siguiente, pero regresaría diez días después. En ese tiempo tendría que dejar instalado a su padre en una residencia y,  arreglada la casa que sería atendida por la portera del edificio. Para todos esos gastos pidió un anticipo, que le fue concedido ampliamente. Yuri volvería en el tiempo previsto y le dio instrucciones para que tuviera el pasaporte listo y la documentación que precisase. También habría de firmar un contrato por el importe de los adelantos monetarios obtenidos.

Iría con ella a las mejores boutiques de Praga y a una buena peluquería para su presentación ante su socio. Había borrado de su cabeza la desconfianza. Hasta ese momento había cumplido con todo lo que le había prometido. 

Y así, poco a poco, se convenció de que era cuestión de suerte el estar en el lugar adecuado en un determinado momento. Debería tener todo listo para cuando regresase. No admitiría demoras, así que en ese corto espacio de tiempo tenía que realizar todas las gestiones. 


Visitó a su padre en la residencia que, efectivamente era a todo lujo y lo más importante:  él estaba contento en ella. Se despidió de él con la promesa de que en tres o cuatro días estaría de regreso y volvería a visitarle.

—¿Adónde vas? — la preguntó

— No lo sé aún, hasta que mi jefe no llegue. Pero en dos o tres días estaremos de regreso. Pienso que será a algún pais vecino.

— ¿Dónde puedo llamarte?

— No lo sé, papá. Yo te llamaré.

Se abrazaron la dio un beso y salió de la residencia. Al día siguiente llegaría su jefe y pasarían el día de tienda en tienda eligiendo ropa. Poco tiempo tendría libre. El suficiente para hacer el equipaje y luego tomar un avión con rumbo desconocido.

Sesión de peluquería y compra de trajes, tanto de salida, de tarde, como de noche. Fina lencería y por último los zapatos de tacón altísimos a los que no estaba acostumbrada.

Algunas veces la  incomodaban las miradas que Yuri la dirigía. No eran miradas de admiración sino más bien lascivas, y eso no la gustaba nada. Lo cierto era que se había convertido de cenicienta a princesa antes de chasquear los dedos. Estaba desconocida. Aparentaba mas edad debido a la ropa elegida y al maquillaje empleado, pero en realidad seguía teniendo dieciocho años.    

Permanecerían en Praga dos días más y sería presentada a uno de sus socios . Les acompañó esa noche en la cena, pero a los postres se disculpó ya que, quizá por el vino, al que no estaba acostumbrada, no se encontraba muy bien. Le habían reservado una habitación en el mismo hotel. Tardó menos de media hora en caer rendida por el sueño.


Conocía el hotel, pero sólo su fachada. Quedó deslumbrada cuando entró en la habitación. Nunca imaginó pernoctar en un lugar tan lujoso. ¿ Qué clase de trabajo tenían para tanto derroche? No terminaba de encajar las piezas. Se hacía mil preguntas y ella sola las respondía.

Era casi mediodía, cuando el teléfono interior de la habitación la despertó:

— Danka, soy Yuri. Mi socio te ha dado el visto bueno, así que debutarás en el empleo. Os adelantaréis. Iréis en avión hasta América. Yo me reuniré con vosotros en un par de días.

— ¿América? No me hablaste de ir tan lejos. Dijiste que sería cuestión de un par de días y si vamos a América serán más  

— No lo sabía, pero no creo te importe. Te he dado todas las facilidades del mundo. Ahora no empieces con remilgos.  Si no te gusta, en cuanto terminéis puedes largarte. Es así de sencillo, pero ten en cuenta que tienes contraída una deuda, con nosotros, bastante importante. Si te despides, deberás saldarla antes de irte

—  Esto no es lo que me dijiste

— Haz este trabajo y después puerta. Así de sencillo. Pero ahora no me puedes dejar en mal lugar. No después de las recomendaciones que he hecho por ti.

— Está bien, por esta vez pase. Pensaré, con arreglo a lo que vea, si continúo o me voy cuando regresemos.

— No me hagas quedar mal. Hasta que nos veamos—se despidió

— Adiós Yuri. 


El nuevo jefe la esperaba en la puerta del hotel vigilando que el equipaje estuviera dentro del taxi que había  llamado. Echaba de menos a Yuri , era más simpático y hablador. Con éste apenas había cambiado hola y adiós. Su gesto era huraño y ni siquiera sabía de dónde era ni en que idioma se expresarían. Seguramente en inglés, que ella dominaba. Pero no se sentía a gusto en presencia de este hombre. No le inspiraba confianza. Se sentía muy tímida ante sus miradas que recorrían su cuerpo casi constantemente. Le daba miedo. 

— Si al menos Yuri estuviera aquí...— Pensaba.

Y llegaron al aeropuerto, allí supo que su destino sería California . Demasiado lejos. Un viaje ocultado ¿Qué de particular tendría que se lo hubieran dicho? ¿Guardaban algo? Pero el caso era que al pasar las aduanas, el equipaje no escondía nada. Los pasaportes eran auténticos, es decir no se trataba de malhechores que quisieran ocultar algo. Su pasaporte obraba en manos de este jefe poco hablador que la acompañaba en el viaje.

— Quizá sea su costumbre: no dar explicaciones de nada; sólo las justas —se dijo.

Ya instalados, observó que otras dos muchachas ocupaban asientos detrás de ellos, y que era el mismo jefe quién también estaba al mando, aunque las acompañaban otros dos sujetos bien vestidos, pero con cara de pocos amigos. Ni siquiera saludaron. Le preguntaría si serían compañeras. Se sintió más tranquila al saber que ellas también viajaban con ellos, pero no pudo averiguar qué clase de trabajo desempeñarían. En los asientos detrás de las muchachas, iban los hombres con quienes había hablado su jefe antes de entrar al avión.

Los motores comenzaron a escucharse. Los asientos en vertical y los cinturones abrochados. Poco a poco, el avión comenzó a rodar por la pista. Danka se aferraba fuertemente al brazo de su asiento; la daba miedo el despegue. Lo cierto es que no había viajado en avión. No tenía dinero para hacer un viaje largo y, este sería su primera vez.  El jefe, sentado a su lado, notó  el temor de ella y puso una de sus grandes manos sobre las de ella, al tiempo que la decía:

— No tengas miedo, enseguida tomaremos altura y después ni te enterarás de que vamos en este trasto metidos.

Ella le sonrió suavemente y asintió con la cabeza. Una vez tomada la altura correspondiente,  reclinó hacia atrás el asiento e intentó, o fingiría dormir. Su jefe la intimidaba y no tenía ganas de entablar conversación con él. Si es que lo hiciera. No sabía de qué podrían hablar.


Harían escala en San Francisco, pero tardarían casi quince horas en llegar a la ciudad y después  casi otra hora en llegar a su destino. Había fingido estar durmiendo. Las otras chicas y sus acompañantes también lo hacían, pero su jefe de al lado, hablaba por teléfono con alguien y por él supo que su destino final sería Sacramento al que llegarían en casi una hora desde San Francisco.

   Y se repetía mentalmente ¿por qué tan lejos y con tanto secretismo? Algo había que no terminaba de convencerla. Y su alarma interior se encendió, pero ya no había arreglo. Estaba a miles de kilómetros de su casa y sin conocer a nadie. Los únicos, eran estos  hombres tan  extraños y, por supuesto a ellos no podía pedir ayuda y con sus propias fuerzas, porque tampoco de Yuri podía fiarse. Trataría de hablar con las otras chicas en la primera ocasión que tuviera, a ver si ellas la sacaban de sus sospechas.                                                                        


     Ya estaban en el aeropuerto de Sacramento ¿Sería su destino final? Posiblemente, porque se dirigían a recoger el equipaje, que extrañamente el de ellos era una pequeña maleta, mientras que las de ellas, las de las tres, eran maletas grandes y lo menos seis.

Danka trataba de encontrar respuesta a todas las preguntas que se hacía, y  todas   tenían sus conclusiones lógicas, pero la ignorancia, la incomunicación con quienes viajaban hacían que levantara los pies más altos que la cabeza. Y eso la intranquilizaba. 

También encontraba extraño el que las prohibieran hablar entre ellas, cuando lo más natural del mundo es que al juntarse las mujeres, comentaran las incidencias del viaje, el destino al que habían llegado... etcétera. Pero ellas lo tenían prohibido, es más ni siquiera habían tenido oportunidad de saludarse y saber sus nombres.

Y ahora ¿Dónde irían a parar? ¿A algún hotel? Tomaron un coche grandísimo, como nunca había visto que, les aguardaba a la salida del aeropuerto. Lo tenían todo previsto. 

— Así de organizados son éstos del este — pensó en voz baja. Había deducido que eran rusos.

Algo más tranquila pararon delante de una casa de dos plantas de estilo colonial, pero en lugar de entrar por la  fachada principal, lo hicieron por la trasera, también bonita pero...  

— ¡Qué extraño es todo esto !

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