Cada vez su sangre corría más aprisa a medida que caricia tras caricia tomaba contacto con su impoluta piel. ¿ Qué la había llevado hasta esa clase de vida? Ella no era una vulgar ramera; merecía algo mejor. Pero él no estaba ahí para rescatar a nadie. Pagaría por un servicio y ella una trabajadora del sexo dispuesta a "complacerle en todo lo que necesitara", según las habían arengado antes de bajar al templo del placer.
Suavemente besó sus labios, y tomándola en brazos la condujo hasta la cama y allí la tendió. No tenía prisa y ella, al parecer era inmune a sus atenciones, por tanto tendría que convencerla de que era un excelente amante cuando se lo proponía.
Él se dio cuenta de que algo no cuadraba y tan bruscamente, como entró salió estupefacto. Ella lloraba y se tapaba la cara con las manos
— ¿Eras virgen? ¿Qué? Responde ¿Eras virgen?
— Si — no pudo decir más
Él se sentó al borde la cama y la miraba sin comprender lo ocurrido. Había algo que no encajaba. ¿Se refería la madame a lo "especial" de la situación a modo de regalo de cumpleaños? ¡Pero era un delito! No podía ser verdad. Ella nunca obraba con malicia. Quién trabajaba para ella sabía a lo que se comprometía. Entonces ¿Qué pasaba?
La chica no paraba de llorar. Se había puesto de lado y encogida , hecha un ovillo, seguía llorando con desesperación. Entonces comprobó en la ropa la señal de lo que había sucedido. No le había engañado ¡Era virgen! Un sentimiento de piedad, incredulidad y asombro, comenzó a abrirse paso en su cabeza. No quería dar crédito a lo que recordaba haber leído con demasiada frecuencia en los periódicos. Y una palabra saltó a su mente "trata de blancas".
Estaba claro que la chica era extranjera. Demasiado joven y...¡virgen! Esa palabra le machacaba la cabeza. Pero al fin se dio cuenta de que posiblemente la habían traído engañada a este pais. Era algo frecuente en las noticias, que a muchas les había costado la vida. Encontraban sus cuerpos inertes, pero nunca a los culpables de ello.
Pero ahora, tenía las pruebas delante de él. La miraba de soslayo y no sabía qué decirla ni cómo aplacar su dolor. Con movimientos mecánicos, extendió la sábana cubriendo el cuerpo desnudo de ella.
Fue hasta el cuarto de baño y la llevó un vaso de agua, para ver si así se calmase. Le rompía el corazón imaginando en qué situación se vería envuelta para llegar hasta aquí.
Acariciaba su cabeza y sus mejillas con ternura y la hablaba quedamente:
— Cálmate. No voy a hacerte nada. Ya te lo he hecho. Lo siento mucho, pero te aseguro que no lo sabía. ¿Por qué alguien no me lo advirtió? De haberlo sabido te hubiera rechazado. No voy por ahí violando chicas. No soy de esos. Pero no me explico nada de lo ocurrido. Margueritte no suele obrar así. Salvo que... ella no supiera nada. Bueno no te preocupes. No voy a tocarte. Espero que te calmes y me expliques de dónde te han traído y el por qué. Tenemos tiempo hasta mañana. ¿Quieres darte una ducha? ¿Comer algo? ¿Beber? No sé qué hacer contigo. Perdóname. Nunca te haría daño a sabiendas y, puedes creerme, ni por lo más remoto lo hubiera imaginado.
— Tenemos mucho de lo que hablar. Habrás de explicarme cómo has llegado a este oficio. Si has venido coaccionada y si quieres irte. Si es así pensaré de qué modo puedes lograrlo. Pero ahora, lo primero es que te calmes. Tenemos tiempo para que me cuentes todo. Estate segura de que no tomarán represalias contigo, porque nunca sabrán de mí que no cumpliste el trabajo. Por eso no debes preocuparte. Pero sé que si lo estarás. Cálmate y después hablamos. Voy a ducharme.
Y se adentró en el cuarto de baño cerrando la puerta. No terminaba de asimilar lo ocurrido. Bajo el chorro del agua, trataba de tranquilizarse. Como por arte de magia, sus deseos de ella, se habían esfumado, es decir no sería capaz de hacer nada ni con ella ni con otra. Trataba por todos los medios de acoplar sus ideas a lo que en realidad había ocurrido. Pero tendría que ser ella quién le contase la verdad, para ello, había que esperar a que se calmara.
— Daría cualquier cosa por deshacer lo hecho, pero por desgracia eso es imposible. Siempre llevaré lo ocurrido sobre mi conciencia, pero no saldrá de ella, nadie lo sabrá. Ni mis mejores amigos, se enterarán de lo pasado aquí esta noche.
Se puso la toalla anudada a su cintura y se asomó para ver si la muchacha se había calmado. Seguía llorando, pero más quedamente.
Lo primero que haría sería ganar su confianza. Hacerla ver que no la traicionaría, y que entre esas cuatro paredes se quedaría su secreto. Daba vueltas en su cabeza la manera de sacarla de allí. Pero no veía cómo. Ni hablar de confiar en la madame, pues sabría Dios si ella no estuviera compinchada en el tema.
¿Qué podría hacer? No quería ni imaginar si esta chica tuviera un hermano ignorante de lo sucedido. O que él fuera hermano de una muchacha en su misma situación. Era un juerguista, mujeriego y hasta bebedor, pero nunca haría algo fuera de la ley, y mucho menos violar a una pobre jovencita sin que ella otorgara su consentimiento. Mientras se vestía, se echó una copa de champán. Tenía la boca seca y ella parecía que se había dormido, seguramente exhausta por los nervios y las emociones vividas. Ni siquiera ahora, viéndola tan vulnerable posaría una de sus manos en su cuerpo. Nunca sin el consentimiento de una mujer, y estaba visto que a ella se lo habían impuesto no dándola oportunidad de decir no.
Sabía que era buen amante, ya que ninguna de las mujeres con las que había estado rechazaron nunca una segunda oportunidad, o una tercera en la misma noche. Pero con esta mujer, ni pensarlo. Se arrepentía de lo ocurrido, que jamás hubiera hecho de saberlo con antelación. Había muchas profesionales esperando clientes. ¿ La hubiera cambiado por una experta? No sabría decir, pero pensaba que no. Esa chica necesitaba ayuda y él, si pudiera, se la daría.
La observaba desde la puerta del baño. Parecía que se había dormido, o quizá ya no llorase y entornado los ojos, analizando la experiencia vivida aquella noche horrible, y no sólo para ella. También para él, inocente víctima de la confabulación de mentes perturbadas, ambiciosas de dinero y ciegas de poder.
No sabía como hacerla comer algo. Estaba seguro que en todo lo día no habría ingerido alimento alguno, sólo de pensar en lo que le aguardaba tras esa puerta. Repitió con el champan. Lo necesitaba. No para emborracharse, que no haría, sino para serenarse él también. Porque él también había sido una víctima. Imaginó la escena con alguno de los borrachos que frecuentan el burdel. La hubiera desecho por dentro. Él al menos retrocedió a tiempo de no hacerla más daño del que ya le había infringido.
Se tumbó a su lado, sin apenas rozarla y también se quedó dormido. Había sido una noche plena de emociones y no buenas precisamente. No olvidaría jamás ese cumpleaños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario