Pasarían ese día juntos y sería preludio de su separación. Hacían proyectos, aunque cada uno de ellos sabía que se jugaban mucho, tanto como la felicidad y el futuro. Pero no pasaría ese último día pensando en que todo podría fracasar.
Y tras la noche, llegó un nuevo día. Sólo tendrían unas horas para estar juntos.Y esas horas también llegaron a su fin. Cogidos de la mano, se encaminaron hasta el despacho de Margueritte. A ella haría entrega de Danka. La despedida fue dolorosa y por mucho que pensaran que en tan sólo unas horas volverían a estar juntos, les costaba separarse.
Hasta que no estuviera segura en casa, tendría el alma en vilo. Tendrá para recordar, entre tanto, las noches y los días que pasaron juntos encerrados en aquella habitación, sobre todo el último día en la que dieron rienda suelta a todo el amor recién nacido que llevaban dentro.
Alexander la vió alejarse junto a la madame. Iría a su habitación como habían acordado, pero no dejaba de ser una cárcel.
— Sólo es un día cariño. Aguanta veinticuatro horas. Después estarás libre y todo será distinto — la susurraba bajito para que nadie, más que ellos, escuchara su adiós.
— ¡Oh Alex! ¿Por qué me acostumbraste a ti ?
Se dieron el último beso largo, mortificante. Se echarían de menos; más de lo que ellos pensaban. Ella permanecería encerrada, sin ver ni hablar con nadie, tal y como habían prometido. En cambio él, tenía miles de cosas por hacer. Y la primera de ellas sería hablar con su padre. De modo que nada más salir del burdel, cogió la carretera que le conduciría a casa, al rancho.
Temía la reacción de Alejandro, y no era para menos. Una cosa era la historia que habían vivido y otra muy distinta escucharla desde fuera. Por mucho que le recalcara que era una víctima, en su dura cabeza no entraba que hubiera sucedido como se lo contaba el hijo, que, por cierto, fue muy escueto en los detalles. Probablemente si se hubiera sincerado con su padre, lo entendería, pero escuchando lo ocurrido y omitiendo la mitad de las cosas, difícilmente se haría cargo de lo narrado.
Alejandro deseaba que su hijo encontrara una buena muchacha, que sentara la cabeza y dejara de meterse en casas ajenas, por muchas precauciones que tomara. Estaba seguro que cualquier día de estos le plantearía que iba a ser abuelo. Y no le importaba, sólo que Alex es una cabeza loca y se metería en
líos. ¡No tenía ni idea lo que tendría que escuchar!
El rugido del coche hizo que se anunciara su llegada. Salió a recibirle con los brazos abiertos Don Alejandro.
A sus cincuenta y pocos años, aún mantenía su cuerpo erguido y sus pectorales en forma. Seguía teniendo el brillo intenso del carbón en sus ojos, esos ojos negros que enamoraron a la que poco tiempo después sería la madre de Alex: Amanda, su siempre recordada esposa.
Padre e hijo se abrazaron con emoción, más el hijo que el padre, ya que el primero llevaba una papeleta de difícil digestión. Por ser una visita inesperada fue más festejada
Ya estaba la mesa preparada para la cena, cuando Alexander llegó al rancho. Tomaría una copa antes de cenar. Tenía que reaccionar con fuerza y tratar de que su padre lo entendiera, harto difícil con los pocos datos que quería contar.
— Carmela, pon un cubierto más en la mesa. Ha venido mi hijo.
Carmela era una mujer mejicana medio pariente de Alejandro, que estaba con ellos desde muy joven. Fue amiga, confidente, y ayuda de Amanda hasta que falleció. Después tomó las riendas de la casa y ayudó al señor a educar al hijo huérfano de madre. Los dos primeros años de la muerte de la señora, fueron difíciles para Alex, pero en ella encontraba consuelo, consejos y cariño incondicional, hasta que fue a la universidad. A su regreso, comenzó a ser independiente, pero siempre le trataba como si fuera su hijo.
Alexander fue recibido con una explosión de alegría y también con reproches por no haber celebrado el día de su cumpleaños con el padre. Carmela se lo echaba en cara, y él carraspeó, diciendo para sus adentros "si tú supieras".
Cenaron los dos hombres alegremente, como si hiciera un siglo que no se vieran. El padre no paraba de contarle lo bien que marchaba el rancho y si algunos de los peones había sido padre y otros proyectaban casarse.
Estaba nervioso porque no sabía cómo interrumpirle y empezar de una vez a explicar lo sucedido en su vida en apenas dos o tres días. Hasta que no pudiendo más aguantar la tensión, le cortó y le dijo:
— Papá, he de contarte algo. Una historia difícil de explicar pero que debes saber y... seguramente necesitaré tu ayuda.
Estaba aterrorizaba. La única forma que se me ocurrió para poder liberarla, es hacer que me entusiasmaba su sexo, aunque después de saberlo, no la toqué. He ideado la forma de librarla de esas cadenas, pero para eso necesito un lugar donde esconderla, porque hasta el pasaporte la quitaron. He quedado con Margueritte en que mañana la iré a buscar para una reunión que tendré con unos clientes. Como puedes comprender es una excusa, pero es la única forma que se me ocurre para que no vuelva a ese antro malvado. No se me ocurrió nada mejor para sacarla de allí
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