Estaban frente a la habitación. Ella temblaba de miedo, de vergüenza y de profundo dolor. No pensó nunca que llegaría a ser en lo que ahora iba camino de convertirse. Temblaba como una hoja. La cabeza le daba vueltas y un sabor acre subía hasta su garganta. Se iba a vender al mejor postor y ella ni siquiera recibiría, no sólo compensación a su sacrificio, sino que ataría aún más su prisión a esta gentuza sin escrúpulos ni sentimientos hacia ellas. Eran sólo un número en una puerta, un apunte contable en el siniestro libro de contabilidad de su asqueroso negocio. Estaban allí por secuestro, por obligación, pero eso a los clientes, les traía sin cuidado. Sólo buscaban carnaza para satisfacer sus necesidades que, en la mayoría de las veces, no tenían en sus casas, con sus mujeres.
Al contrario, exigían que sintieran placer al mismo tiempo que ellos,. Que les hicieran cosas vergonzosas fingiendo que a ellas también les gustaba, cuando estaban muy lejos de la realidad, y a veces sofocando las arcadas que les venían a la boca. Porque no todos eran señoritos limpios y atildados. También los había sucios y repelentes, oliendo a sudor y a alcohol, porque ni siquiera habían tenido la delicadeza de ducharse antes de ir a contratar a una esclava y que jugase con ellos.
Para eso estaban y, contrataban cosas que las repugnaban pero que estaban obligadas a ello, porque habían dado una suculenta propina precisamente para eso, para conseguir lo que en sus casas algunas veces , su propia esposa rechazaba. Para eso estaban "ellas." Eran consideradas como "servicio público", sin tener en cuenta los sentimientos que pudieran tener.
Como deferencia, en esa "casa", madame Margueritte las daba descanso en "esos" días, que ellas aprovechaban para descansar. Al menos las facilitaba control médico, pero , ni siquiera para eso pisaban la calle, sino que el galeno iba a "la casa".
Para tomar el sol, tenían su propio jardín al que no tenía acceso nadie excepto ellas.
— Recuerda, aquí eres Adeline. Nunca, bajo ningún concepto des tu verdadero nombre. Te evitarás problemas en la calle si alguna vez consigues tu libertad.
Era la primera vez que ese hombre trajeado de negro, la había dirigido la palabra. Fue a escondidas, como dándola un consejo. Quizá con un poco de suerte tendría un aliado dentro de aquella colmena de ilegalidad.
Dió unos golpes en la puerta y Alexander la abrió. Se la quedó mirando, probablemente admirando la belleza joven de la muchacha. Levantó la mirada de la chica y dijo al acompañante:
— Dé la orden de que suban una botella de champán, alguna fruta y chocolate. La chica lo merece. ¡ Ah! y ponga el cartel de no molestar. Creo que veré el amanecer. Su jefa ya lo sabe.
— De acuerdo señor. De inmediato doy la orden.
Se echó a un lado para que ella pasase.
Sentía sus ojos analizando su cuerpo, desde la cabeza a los pies. Sentía como si sus ojos fueran dos brasas que la quemaran por dentro. No debía llorar, no podía hacerlo si no quería sufrir un castigo al que tenía un tremendo miedo.
Alexander dio una vuelta a su alrededor comprobando que en verdad valía los halagos que le habían hecho. Acarició un mechón del cabello que caía libre sobre su espalda. Era suave y brillante, como hebras de oro.
Ella al sentirlo, tuvo un escalofrío que la recorrió el cuerpo. ¿Cómo sería aquel hombre? ¿La respetaría? Bueno... todo lo que en esos lugares se puede respetar. Era joven. Quizá no muchos años mayor que ella. No había levantado la vista del suelo, por tanto no sabía si era guapo, o no. Pero al menos olía bien, a perfume varonil con olor a roble y a hierbas. Era agradable. Esperaba que también sus modales lo fueran.
De nuevo unos golpes en la puerta la distrajeron de sus pensamientos. Él procedió a abrirla, dando paso a un camarero depositando encima de una mesa el pedido formulado.
Ese breve espacio de tiempo, ella lo aprovechó en inspeccionar el lugar en el que "trabajaría". Era una suite moderna, limpia y agradable. Pensó que debía ser un cliente muy especial, o quizás las habitaciones, todas, fueran así de acogedoras. Todas menos las de ellas.
—Estás muy callada. ¿Puedes decirme cómo te llamas? Te aseguro que no muerdo a nadie.
— Adeline es mi nombre
— Un nombre bonito para una chica preciosa.
— Gracias señor
— ¡Vamos! Déjate de tanto protocolo. Estamos aquí para una cosa muy concreta y espero no defraudes las expectativas que has levantado.¿ De dónde eres?
— Extranjera
— Eso ya lo sé — dijo riendo mientas abría la botella de champán y la ofrecía una copa.
— Al menos es educado — pensó para sí.
Ella permanecía de pie ante él. Alex se sentó en un butacón y la examinaba de cerca, embebiéndose en su rostro y en su cuerpo, algo que la violentaba mucho. Poco a poco, él sentía que la sangre se le agolpaba en determinado lugar de su anatomía, poco a poco. Pero no quería impacientarse. Probablemente no sólo la tendría toda la noche, sino que al día siguiente. Si fuera tan buena como es su físico, creía que nunca tendría otra oportunidad de disfrutar de tan bello cuerpo.
No duró mucho tiempo su contemplación. Notaba que minuto a minuto la deseaba más. Se levantó lentamente y se puso cerca de ella. La obligó a levantar la cabeza posando su mano en su barbilla con delicadeza, entonces vió reflejado en sus ojos el miedo y el nerviosismo que tenía. Nunca se había enfrentado a una situación semejante. Quizá con alguna chica "normal", pero nunca en un burdel, en ese burdel del que era cliente desde hacía tiempo.
— Qué extraño — se dijo. Pero el deseo podía más que cualquier otra cosa. Hizo que se girara, y comenzó a desabrochar el vestido.
Ella temblaba como una hoja y las lágrimas pugnaban por salir. El vestido se deslizó hasta el suelo, quedando su cuerpo con la ropa interior. Por eso habían insistido tanto en que fuera seductora.
Ella se tapaba el pecho con los brazos, mientras él daba vueltas a su alrededor. Comenzaba a sospechar que había algo que no cuadraba. Pero la madame, estaba seguro de ello, no le hubiera enviado a esta extraña chica si no hubiera algo justificado. Era exquisita. Su piel suave como la seda, aunque algo tímida, pero él se encargaría de que perdiera la vergüenza.
Depositó un suave beso en su hombro, y retirando el cabello hacia un lado, mordió suavemente el lóbulo de su oreja y depositó un suave beso junto a ella, en el inicio del cuello.
Adeline sintió un escalofrío. Era delicado y había elegido la dulzura en lugar de la posesión inmediata. No todos eran tan delicados como él. Al menos se estrenaría con alguien que merecía la pena.
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