miércoles, 30 de junio de 2021

El día que nunca existió - Capítulo 16 - Una cabaña perdida en el bosque

 En constante alerta iban cumpliendo el plan de despiste trazado por Alejandro. A su hijo le extrañó tanto detalle en la huida; no conocía en su padre esa habilidad. Tendría que preguntarle, pero ahora no era el momento.

 Siguiendo las instrucciones observaron las recomendaciones hechas, al pie de la letra. Todo se desarrollaba según lo previsto. Todo tenía su importancia si acaso decidieran seguirles. Uno a uno los pasos a seguir  se cumplían. 

En un coche gris con matrícula de Texas se introdujeron de nuevo, saliendo del aparcamiento, pero esta vez el camuflaje sería diferente: Alejandro volvería a conducir, y la pareja acostada en el asiento de atrás.

Observaba de vez en cuando si alguien les seguía. Tomaron una carretera secundaria . En cualquier gasolinera, repostarían y comprarían lo suficiente para asearse. Lo mismo podían estar unas horas, que varios días, y tenían que tener todo previsto.


Delante de Danka, Alex no quería preguntar a su padre por la documentación de ella; eso lo haría cuando estuvieran a buen recaudo. 

 Uno a uno iban cumpliendo el plan previsto. No tardarían mucho en llegar al sitio elegido: Roseville, pero no sería exactamente a ese lugar, sino que se adentrarían en el bosque hasta una cabaña derruida en la que no podrían dar señales de vida.

En el  supermercado de alguna gasolinera entrarían por separado y, cada uno de ellos compraría lo que necesitase. Mientras Alejandro elegiría un teléfono de prepago. Tabaco, alguna que otra chuchería, galletas, agua mineral, cervezas... Entre los tres se repartieron las compras, Alex y Danka pagarían con la tarjeta de él, ya que ella no tenía ni tarjeta ni dinero.

Tardaron más de dos horas en llegar a su destino. No había carretera. Todo estaba cubierto por la maleza pero era un paisaje extraordinario, de una belleza impresionante. La cabaña era una ruina envuelta en vegetación. Ni siquiera había una huella de que en su día hubiera algún camino hasta su entrada. A unos diez metros de ella, por la parte posterior, había un gran lago. Al menos se podrían bañar si nadie  descubriera el refugio.


Tenían que camuflar el coche, ya que sería su escape si alguien les descubriera. Mientras ,Danka, dentro de la cabaña, adecentaba algo la que sería su vivienda. Padre e hijo se dedicaron a cortar ramas y maleza para tapar el vehículo que estaría alejado de la cabaña y en dirección contraria al que por lógica debiera estar. Nada ni nadie debía indicar que en ese  lugar había personas viviendo.

Poco a poco, ella iba colocando los alimentos que Alejandro había traído. Casi todo eran latas, ya que ni fuego podían encender. Una linterna a pilas sería su lámpara. Pasarían la mayor parte del tiempo tumbados y en silencio, por si a alguien se le ocurriera pasar por allí. Todo signo de vida debía ser borrado.

Alex cada vez se asombraba más de los recursos de su padre. Haciendo un alto en el camino, cuando el coche ya estaba casi cubierto, le preguntó:

— Papá no sabía que tuvieras tantos recursos de defensa ¿Alguna vez tuviste necesidad de ellos?

— Hijo...Nací en Méjico. Fui emigrante sin documentación. Pasé hambre e hice cosas que desapruebo, pero se trataba de sobrevivir, ser deportado o muerto de un tiro por la policía fronteriza. Crucé el Rio Bravo hace años. Pasé de Tejas a California. Ahora el tiempo se ha detenido, y todo sigue igual. A la desesperación de las personas no se le puede poner freno. Ahora es todo más complicado, pero es el mismo escenario. He de confesar que, al principio hice cosas no legales, pero tenía que comer y hacer frente a los brabucones que sólo buscaban camorra.

— Anduve por esas tierras de Dios. Dormía al raso de la noche, comía lo que pillaba en el campo o lo que pudiera coger de algún huerto. Y sí, viví en esta cabaña durante tres meses, hasta que decidí levantar el vuelo de nuevo. Echaría de menos el lago, la Naturaleza salvaje y agreste, pero hermosa.

— Durante las largas caminatas, me encontré con un muchacho que buscaba paz y comida al igual que yo y nos ayudamos mutuamente. Parecíamos dos delincuentes, desarrapados y sucios. En una Misión nos dieron techo y comida y nos buscaron un trabajo. Mi amigo siguió su camino y yo me quedé. Trabajé duro, ahorré un poco de dinero vendiendo en los mercados la fruta que robaba por las noches en los huertos cercanos y escatimando en comida. Pero conseguí lo que anhelaba.

— Primero fue un pequeño terreno. Después una casita. Al cabo del tiempo construí una casa más grande, amplié la compra a terrenos colindantes y poco a poco hemos llegado a día de hoy: nuestro rancho Mulligan. Hoy nadie me vería como al vagabundo que fui. Lo pasé mal, muy mal, pero me hice un propósito: no volvería a Méjico fracasado y, cumplí lo que me prometí a mí mismo, sólo que aún no he regresado a Méjico.

— No siempre fui rico, no siempre sacié mi hambre, y sí, también huía de algunos malhechores a los que había hecho alguna mala jugada. Así que, hijo mío, se puede decir que las sé todas, aunque los tiempos que corren se han vuelto mas sofisticados, pero  los sinvergüenzas lo siguen siendo y lo serán siempre.

Y ahora volvamos a la cabaña, hemos de hablar de muchas cosas y planificar bien lo que vendrá después. Tenemos unas horas por delante, pero mañana, cuando se cumpla el plazo de su entrega y, comprueben que no  devuelves a la muchacha, comenzará la cacería. Tendré que dejaros solos un par de días. He de hacer gestiones para conseguir el pasaporte de ella y establecer comunicación con la policía. A ser posible que manden alguna patrulla camuflada para protegeros, pero a partir de mañana a mediodía, habréis de valeros por vosotros mismos hasta que yo regrese. La gestión no va a ser fácil. Sé que pondrán impedimentos ."Pruebas, necesitamos pruebas". Es lo que me dirán. Pero en fin, no perdamos la calma.

— ¿Qué te ha parecido Danka?—preguntó Alex

— Hijo... Es muy joven, preciosa, educada, inocente y asustada. ¿Estás seguro de la responsabilidad que has echado a tus espaldas? ¿La amas lo suficiente para correr con la seguridad de su vida?

— Si papá. Estoy seguro. Prefiero correr riesgos a su lado, que tener la vida relajada que tenía antes. Si me preguntas el por qué, no te sabría responder. Fue desde que la vi en lo alto de aquella escalera, tímida, mirando asustada a todos lados y comprendiendo a un mismo tiempo para lo que estaba allí. Sentí como un latigazo del que ni siquiera me di cuenta, hasta que la abracé por primera vez y  comprobé como temblaba . Es demasiado joven para vivir esta aventura, pero ¿Qué hacer? Ya no puedo retroceder, no lo haré nunca, pase lo que pase con nosotros. La amo tanto que me cuesta hasta respirar.

— Bien hijo. Ha sido un camino difícil  para iniciar una relación. Puedo asegurarte que en sus ojos se ve el amor y la esperanza con que te mira. No la defraudes si llegáis a unir vuestras vidas. Recuerda la angustia y la incertidumbre que está viviendo. 

— Si ella acepta, cuando todo pase, deseo hacerla mi esposa. De su virtud soy testigo, yo la quebré, fui el primero en su corta vida, si es que tienes alguna duda de su honradez.

Alejandro guardó silencio y pasando un brazo por el hombre del hijo volvieron lentamente a la cabaña. 

martes, 29 de junio de 2021

El día que nunca existió - Capítulo 15 - Te quiero, me quieres

 Alex miraba el reloj constantemente, impaciente, preocupado, intranquilo.Su padre le miraba de soslayo en silencio; no quería preguntarle para que no se alterase más. Faltaba poco para llegar a Sacramento y al burdel. 

 Alejandro hacía mucho tiempo que no venía por esta zona, en realidad hacía mucho que no había viajado a la ciudad. Recordó otra época en que al morir su mujer, necesitaba liberar su alma de tanto dolor, y en su casa no podía hacerlo: estaba su hijo que también echaba de menos a su madre.

 En aquellos tiempos Margueritte era una meretriz que se estaba creando cierta fama. Tenía una especie de cabaña en mitad del campo, en mitad de la nada. Ella también ejercía la prostitución con otras dos mujeres. Un cartel luminoso en rojo con un nombre eufemístico "Hotel". 

Margueritte le escuchaba en silencio. La pagaba no para trabajar, sino para consolarle de tanto dolor sentido por el amor de su vida perdido irremediablemente. Alguna que otra vez, pasado el tiempo del duelo, si se acostó con ella, creando una fuerte amistad que, poco a poco se alejó de sus vidas.


Quienes conocían el lugar se reían de la ironía de ella, pero no era prudente ser tan descarada para poner "burdel", y hotel no llamaría excesivamente la atención de la policía. Era rigurosa en el tratamiento tanto de las chicas hacia los clientes y viceversa.  Poco a poco fue prosperando, ahorrando hasta el último céntimo. Y por fin pasado unos pocos años, compró una casa y la acondicionó a todo lujo. Sus chicas la decían que era una locura, que invertiría sus ahorros y tardaría siglos en recuperarse.

Tenía una buena visión comercial. Se empeñó hasta las cejas, pero lo decoró con todo el lujo permitido. No se equivocó. A su salón comenzaron a llegar hombres de buena posición que pagaban sin rechistar los servicios que les ofrecían. En sólo dos años, había cubierto los gastos y empezaba a ganar dinero.

El negocio del sexo se diversificaba y a su administración llegaban ofreciéndole "mercancía" nueva, exótica, bella y atrayente. Las tarifas serían más altas puesto que lo que ofrecían era de primerísima calidad. Pero dicen que la avaricia rompe el saco, y algo parecido le ocurrió a ella. Desoyó las voces que la decían que no se metiera en ese barrizal, pero la cuenta corriente la tentaba constantemente.

Y entonces llegó la novedad s su salón. Hasta entonces sólo había chicas de piel oscura y mestizas. Preciosas, exóticas, pero eran siempre las mismas, aunque algunos de los clientes no deseaban cambiar.

A su despacho entró un hombre con un acento extraño, de mirada inquisitiva que la ofrecieron novedades muy atractivas. Y la mostraron unas fotografías de chicas normales, sacadas deprisa y corriendo, por una calle de Europa. Rubias como el oro, de ojos azules y sonrisa envolvente.

— Esto será la bomba — la dijo

No quiso saber más. No preguntó nada; imaginaba el sistema y no la gustaba, además era muy comprometido. No terminaba de convencerla, pero por probar nada se perdía.


— No me gusta el sistema y no lo quiero saber. Tráeme una para probar, sólo una. Y no quiero saber nada

— Margueritte. Para una no merece la pena hacer el desembolso. No hay trato

— Tengo el salón bien surtido. No necesito más novedades

— Al menos tres. En cuanto las vean, te las quitarán de las manos. Inténtalo. Si no te resultan en el próximo viaje nos las devuelves

— Sencillamente no me gusta. Pero bueno. Baste por esta vez.

Y así fue como Danka, Mirka y Anezka fueron a parar a manos de Madame Margueritte.

Alejandro paró el coche cerca de la entrada principal. El tiempo se había agotado, todo se cumpliría. Se giró al asiento del copiloto en el que se sentaba su hijo y tocándole el hombro le dijo:

— Ha llegado el momento. Que los nervios no te delaten. Ahora más que nunca has de dar la impresión de serenidad. Entra y tráete a la chica. Espero con el coche en marcha para salir zumbando en cuanto os subáis.

Alex no dijo nada, sonrió levemente y salió del coche. Aspiró aire antes de pulsar el timbre que le daría entrada. El corazón parecía que iba a estallarle dentro del pecho. Las sienes le latían con fuerza. Las manos le sudaban. Pero no fallaría. Pensó que ella estaba al otro lado esperándole. Sólo era cuestión de minutos para poder abrazarla de nuevo. Pulsó el timbre  y se alzó aún más con firmeza.

Le acompañaba un guardaespaldas hasta el despacho de Margueritte. Era la hora indicada. Apretaba los puños que tenía metidos en los bolsillos del pantalón. No quería dar la impresión de impaciencia, sino mostrarse como la más natural. El guardaespaldas dio unos golpes suaves, y la voz conocida de la madame respondió

— Pase

Abrió decidido paseando la mirada por la habitación hasta detenerla en Margueritte: Danka no estaba allí. El corazón le dio un vuelco. Se tragó la impaciencia y con tranquilidad fingida, se sentó frente al sillón de la madame.

— ¿ Está todo bien? Ando un poco justo de hora, y me gusta ser puntual

— No te preocupes, querido.

Hizo una seña al guardián que se había quedado en la puerta y al cuarto de hora, se abría la puerta nuevamente. Y allí estaba ella. Elegantemente vestida, nerviosa y desconcertada. Él la dirigió una mirada en la que expresaba toda su admiración, pero que nadie más que ellos entendió.


— Mañana de regreso — ordenó tajante Margueritte

— Tan puntual como nuestro acuerdo. Ni un minuto de más, pero tampoco de menos. Ha sido increíble hacer negocios contigo. No será la última vez. ¿Nos vamos?

Dijo dirigiéndose a Danka. Estaba impaciente por tomarla de la mano, pero tenía que controlarse si no quería echar a perder toda la operación. La abrazaría cuando entrasen en el coche. Allí la explicaría todo el plan y conocería a su padre. Creían que todo estaba atado  y bien atado, pero tratando con esta clase de gentes no se podía bajar la guardia.

Ya estaban en carretera. Nadie les seguía. Iban en el asiento de atrás. El padre desvió la mirada del retrovisor mientras ellos se abrazaban emocionados.

— ¿ Estás bien? ¿Te han tratado bien?
— Si. He estado todo el tiempo encerrada, salvo media hora que me permitían salir al jardín. Pero no ha habido problema.

— Te quiero Danka. Te he echado de menos muchísimo ¿Me quieres aún?

— Siempre Alex. Toda mi vida te querré y si tuviera cien vidas te seguiría amando.

—Es mi padre. Te lo presentaré formalmente cuando estemos a salvo— dijo señalando con la barbilla a quién conducía.

Alejandro sonreía, quizá recordando sus inicios  con la relación de su mujer. Ahora no tenía tiempo que perder. Miraba por el retrovisor  lateral del coche, y temía que les siguieran los pasos a corta distancia. No podía ser menos. Además de crueles y despiadados no se fiaban de nadie.

— Chicos, posiblemente nos sigan, así que cambiaremos de asiento. Yo me esconderé  atrás y os iré indicando a dónde debemos ir:  directos  al hotel. Reservaréis habitación y mesa en el restaurante, después de dejar el coche en el aparcamiento. Subiréis a la planta de vuestra habitación y pondréis el cartelito consiguiente en la puerta. Al final del pasillo hay una puerta que conduce a la escalera de servicio, bajad hasta el aparcamiento y allí volveremos a tomar otro coche totalmente distinto al que hemos traído, que de nuevo yo lo conduciré. Pararemos en algún pueblo de camino y compraréis lo que  podáis necesitar para vuestro aseo. Yo llevo la comida en el segundo coche y, de nuevo, emprenderemos la marcha hasta llegar a nuestro destino. Tardaremos poco en llegar, y allí nos presentaremos y os daré instrucciones. Ahora vayámonos. Tendremos tiempo de analizar todo cuando estemos a salvo.


lunes, 28 de junio de 2021

El día que nunca existió - Capítulo 14 - Moviendo los hilos

 La noche se hacía eterna. El amanecer nunca llegaba. Alexander no podía conciliar el sueño pensando en cómo estaría Danka. ¿ Le estaría echando de menos? Seguro que sí lo mismo que él a ella. Sabía que contaba con la ayuda de su padre, en un principio furioso, pero a medida que iba conociendo la aventura vivida, se fue calmando hasta que, al final, se mostró preocupado por la pareja.

Alejandro tenía muy buenos amigos en la policía pero no se atrevía a denunciar lo ocurrido por temor a  echar a perder la trama que habían creado. Cuando ella estuviese en casa y en un refugio seguro, sería cuando en persona hablaría con ellos, es decir con el inspector de la comisaría correspondiente a ese distrito. Se conocían desde hacía tiempo y estaba a punto de jubilarse, aunque aún le quedaban algunos meses. Thomas O´Cleary, era compañero de alguna que otra timba de cartas, o de la bolera. Tenía confianza con él, la suficiente para contarle la aventura de Alex, pero primero conocer a la muchacha, y tratar de averiguar si es tan inocente como su hijo le había contado.


Daba vueltas y más vueltas buscando algún refugio que fuera seguro. Que nadie lo conociera o alguien que fuera de su absoluta confianza. Porque también en la seguridad de las personas que les ayudasen tenían que pensar. Gentes de esa calaña no dudaban en tirar de gatillo antes de perder su botín, máxime arriesgándose a que fueran delatados.  Le extrañaba mucho la actitud de Margueritte. Pese a su profesión, tenía buen corazón y miraba por sus chicas, a no ser que la codicia la cegase.

Sentía la tentación de ir a verla, pero ahora, en ese momento no era oportuno, hasta que estuviera a cubierto ya que podría sospechar algo.  Era muy suspicaz e inteligente.

Los primeros rayos de sol, les sorprendieron despiertos. La noche había sido interminable. Alexander no podía dejar de pensar en ella ¿Estaría bien? ¿ Habrán cumplido con lo pactado? Se vistió y bajó al salón. La casa estaba en silencio. Miró el reloj y vió que era muy temprano, las cinco de la mañana. Todos dormían aún. Se dirigió a las cuadras, ensilló un caballo y partió a un trote moderado. Necesitaba aislarse un poco para pensar con claridad los pasos a seguir. Se había quitado un peso de encima al explicar a su padre la situación creada. No lo tenía muy seguro de que lo comprendiese, porque era todo tan extraño, que no le faltaba razón para la duda. Y sin embargo, así había sucedido y contado a groso modo como ocurrieron las cosas. Aunque sin mucho detalle, le comentó su primer encuentro con ella, porque  precisamente, en eso estaba la clave para su liberación.

Hubiera querido guardarlo para él, aunque confiaba plenamente en su padre, pero había sido algo tan íntimo que  deseaba guardarlo para ellos dos, porque sólo a ellos pertenecía. Estaba seguro que si Margueritte conociera el suceso, no hubiera tenido inconveniente en venderla al mejor postor. Sabe Dios lo que la hubiera pasado entonces. Seguro que no habría tenido tantos miramientos como los tuvo él.

Y es que desde el primer momento que la vio ocurrió esa conexión que tuvieron ambos, mutuamente, y esa confianza por parte de ella, en tranquilizarse en su presencia segura de que el la protegería y no le haría daño. Fueron horas imborrables en sus vidas que les unirían para siempre pasase lo que pasase. Sería su secreto de por vida.


Se tumbó en la hierva que, a esas horas, estaba salpicada por pequeñas gotas de rocío por la madrugada. Miraba al cielo, sin ver más que las ramas de los árboles moviéndose lentamente, como si danzaran a un compás sólo seguido por ellos. No podía dejar de pensar en ella. Se volvería loco si no consiguiera el plan que había trazado.

Tardó mucho en regresar a la casa, y cuando lo hizo, su padre estaba desayunando. Le miró y pensó que él tampoco había dormido bien. Debajo de los ojos se le habían formado unas bolsas por la falta de descanso.

Se acercó a él y le dio un apretón en los hombros mientras le deseaba un buen día. 

Alejandro comprendió la angustia por la que estaba pasando su hijo. Sabía que Alex estaba intranquilo, mal. Le conocía muy bien y desde hacía mucho no demostraba su afecto como hijo porque pensaba que ya era mayor para esas ñoñerías, y sin embargo hoy, le había dado esa especie de abrazo en el que le agradecía la ayuda que seguro iba a prestarle, y su apoyo incondicional.

Alexander siempre había contado con su padre, y comprendía el sufrimiento y dolor que sintió al morir su madre. Era un amor profundo y verdadero que le rompió el corazón cuando ella faltó. Recordó los paseos que daba por las noches en la habitación matrimonial, y hasta creyó escuchar que algunas veces gemía.

Sin embargo, ante él, nunca se desmoronó. Siempre creyó que al morir la madre él quedó tranquilo y hasta indiferente, pero hoy entendió que no era así que lo hacía para que su hijo, demasiado joven para perder a la madre, no se refugiara en su cuarto a solas . Carmela, la buena mujer que no le dejó en ningún momento, desearía que atendiera a Danka, que la consolara, que la abrazara para tranquilizarla como había hecho con él.

— Siéntate, Alex y desayuna. Tenemos que hablar; he hecho algo sin contar contigo, pero no he parado en toda la noche de idear algo para cubrirnos las espaldas. Creo entender que tendremos algunas horas  antes de regresarla a esa casa. Bien, he alquilado una habitación en la zona vieja de Sacramento a nombre de Thomas O´Cleary. Es buen amigo y además policía. Hable anoche con él y le expliqué muy por encima lo que ocurre .

— Si todo sale bien, te llevarás la exclusiva de todo — le dije, y él se prestó. Cuando todo esté en marcha será él quién intervenga en la detención que, espero y deseo se produzca. Le comenté lo del pasaporte y habrá que hacer un atestado como extravío, para conseguir otro nuevo

— Gracias papá. Sabía que podía contar contigo.


— Siempre podrás contar con tu padre. Y ahora desayuna y prepárate. Irás tu solo, pero uno de los chicos os seguirá de lejos. Iría yo, pero soy conocido por allí, ya sabes. Julián es un buen hombre y os protegerá.

Se arregló mitad nervioso, mitad esperanzado. La iba a ver dentro de poco y quizá esta misma noche dormirán juntos y a salvo, si toda salía como lo habían previsto.

Tenía miedo de que los nervios le jugaran una mala pasada y su propio interés le delatara. Se asombraba de lo fuerte de ese amor que sentía por una desconocida, aunque no lo fuera tanto, porque en esos días que estuvieron juntos fue tanta la comunicación mutua, que pareciera de toda la vida. No hacía más que dar vueltas a su cabeza. Lo que más nervioso le ponía es que no había sabido nada desde hacia un día, con su noche y su interminable mañana. 

Por el bien de Danka, porque pudiera abrazar a su padre de nuevo, deseaba con todos sus fuerzas que sus planes no fracasaran. En esas lides eran novatos contra unos delincuentes entrenados para engañar y cometer fechorías. Pero en su mano tenían la verdad y la ley. Por ello no podían fracasar.

domingo, 27 de junio de 2021

El día que nunca existió - Capítulo 13 - Explicar lo inexplicable

 Pasarían ese día juntos y sería preludio de su separación. Hacían proyectos, aunque cada uno de ellos sabía que se jugaban mucho, tanto como la felicidad y el futuro. Pero no pasaría ese último día pensando en que todo podría fracasar.

Y tras la noche, llegó un nuevo día. Sólo tendrían unas horas para estar juntos.Y esas horas también llegaron a su fin. Cogidos de la mano, se encaminaron hasta el despacho de  Margueritte. A ella haría entrega de Danka. La despedida fue dolorosa y por mucho que pensaran que en tan sólo unas horas volverían a estar juntos, les costaba separarse.

 Hasta que no estuviera segura en casa, tendría el alma en vilo. Tendrá para recordar, entre tanto, las noches y los días que pasaron juntos encerrados en aquella habitación, sobre todo el último día en la que dieron rienda suelta a todo el amor recién nacido que llevaban dentro.

Alexander la vió alejarse junto a la madame. Iría a su habitación como habían acordado, pero no dejaba de ser una cárcel.

— Sólo es un día cariño. Aguanta veinticuatro horas. Después estarás libre y todo será distinto — la susurraba bajito para que nadie, más que ellos, escuchara su adiós.

— ¡Oh Alex! ¿Por qué me acostumbraste a ti ?

Se dieron el último beso largo, mortificante. Se echarían de menos; más de lo que ellos pensaban. Ella permanecería encerrada, sin ver ni hablar con nadie, tal y como habían prometido. En cambio él, tenía miles de cosas por hacer. Y la primera de ellas sería hablar con su padre. De modo que nada más salir del burdel, cogió la carretera que le conduciría a casa, al rancho.

Temía la reacción de Alejandro, y no era para menos. Una cosa era la historia que habían vivido y otra muy distinta escucharla desde fuera. Por mucho que le recalcara que era una víctima, en su dura cabeza no entraba que hubiera sucedido como se lo contaba el hijo, que, por cierto, fue muy escueto en los detalles. Probablemente si se hubiera sincerado con su padre, lo entendería, pero escuchando lo ocurrido y omitiendo la mitad de las cosas, difícilmente se haría cargo de lo narrado.

Alejandro deseaba que su hijo encontrara una buena muchacha, que sentara la cabeza y dejara de meterse en casas ajenas, por muchas precauciones que tomara. Estaba seguro que cualquier día de estos le plantearía que iba a ser abuelo. Y no le importaba, sólo que Alex es una cabeza loca y se metería en


 líos. ¡No tenía ni idea lo que tendría que escuchar!

El rugido del coche hizo que se anunciara su llegada. Salió a recibirle  con los brazos abiertos Don Alejandro.

 A sus cincuenta y pocos años, aún mantenía su cuerpo erguido y sus pectorales en forma. Seguía teniendo el brillo intenso del carbón en sus ojos, esos ojos negros que enamoraron a la que poco tiempo después sería la madre de Alex: Amanda, su siempre recordada esposa.

Padre e hijo se abrazaron con emoción, más el hijo que el padre, ya que el primero llevaba una papeleta de difícil digestión. Por ser una visita inesperada fue más festejada

Ya estaba la mesa preparada para la cena, cuando Alexander llegó al rancho. Tomaría una copa antes de cenar. Tenía que reaccionar con fuerza y tratar de que su padre lo entendiera, harto difícil con los pocos datos que quería contar.

— Carmela, pon un cubierto más en la mesa. Ha venido mi hijo.

Carmela era una mujer mejicana medio pariente de Alejandro,  que estaba con ellos desde muy joven. Fue amiga, confidente, y ayuda de Amanda hasta que falleció. Después tomó las riendas de la casa y ayudó al señor a educar al hijo huérfano de madre. Los dos primeros años  de la muerte de la señora, fueron difíciles para Alex, pero en ella encontraba consuelo, consejos y cariño incondicional, hasta que fue a la universidad. A su regreso, comenzó a ser independiente, pero siempre le trataba como si fuera su hijo.

Alexander fue recibido con una explosión de alegría y también con reproches por no haber celebrado el día de su cumpleaños con el padre. Carmela se lo echaba en cara, y él carraspeó, diciendo para sus adentros "si tú supieras".

Cenaron los dos hombres alegremente, como si hiciera un siglo que no se vieran. El padre no paraba de contarle lo bien que marchaba el rancho y si algunos de los peones había sido padre y otros proyectaban casarse.

 Estaba nervioso porque no sabía cómo interrumpirle y empezar de una vez a explicar lo sucedido en su vida en apenas dos o tres días. Hasta que no pudiendo más aguantar la tensión, le cortó y le dijo:

— Papá, he de contarte algo. Una historia difícil de explicar pero que debes saber y... seguramente necesitaré tu ayuda.


— A ver ¿En qué lío te has metido esta vez? Te advierto que estoy tan contento con esta visita que, no vas a conseguir que me enoje contigo

—No es fácil, así que escucha con detenimiento lo que he de contarte. El día de mi cumpleaños...

Poco a poco, Alex fue desgranando su aventura, pero omitiendo al máximo los momentos más escabrosos, o al menos suavizándolos. 

—¿Me estás diciendo que te has enamorado de una p...?

— No lo digas siquiera. No lo es. Es una chica honrada que ha sido engañada con una panda de sinvergüenzas, y entre ellos está tu Madame

— Ella no es mi Madame. Hace mucho que no la frecuento. Pero, lo que no entiendo es ese empeño tuyo por liberarla de esa vida. Ella sabría a lo que venía ¿no?

— No, papá. Vino engañada desde Europa, creyendo que tenía un trabajo digno. Pero no era así. Doy gracias a Dios que dió conmigo, de lo contrario...

— A ver. Sigo sin encontrar el empeño en ella. Hay, por desgracia muchas mujeres en su condición.

— Lo sé. Pero el caso es que ella era virgen y yo... Sería su primera vez. No lo supe hasta que...

Estaba aterrorizaba. La única forma que se me ocurrió para poder liberarla, es hacer que me entusiasmaba su sexo, aunque después de saberlo, no la toqué. He ideado la forma de librarla de esas cadenas, pero para eso necesito un lugar donde esconderla, porque hasta el pasaporte la quitaron. He quedado con Margueritte en que mañana la iré a buscar para una reunión que tendré con unos clientes. Como puedes comprender es una excusa, pero es la única forma que se me ocurre para que no vuelva a ese antro malvado. No se me ocurrió nada mejor para sacarla de allí

— ¿Sabes a lo que te arriesgas? Te exigirán grandes sumas de dinero.

— Ya les he pagado, pero mucho me temo que me pedirán más. Y para eso también necesito ayuda .

— Si es así como me cuentas, por supuesto que te ayudaré y en ocultarla también. Ahora no se me ocurre lugar alguno en el que esté segura. Margueritte nos conoce, y sabrá dónde buscarnos. Pero ese es el menor de las preocupaciones. Tenemos recursos. 

— Hay algo más, papá

—¿Más?

— No tiene pasaporte. Es decir se lo quedaron. Mi idea es sacarla inmediatamente del país y meterla en un avión hacia su pais

—¿De dónde es?

— De Chequia, de Praga.

— ¿Crees que allí estará segura?  No hijo, allí estará a la merced de esos hombres. No. Será mejor que permanezca con nosotros. Dime algo ¿Te has enamorado de ella?

Alex le miró fijamente y permanecía callado ¿ Por qué ocultarlo?  Era de lo más normal, aunque la situación lo tenía todo menos normalidad. Y respondió muy seguro de lo que decía:

— Si, papá. Nos hemos enamorado. No me tiene más que a mí y su miedo. ¿Cómo ocurrió? No lo sé. Pero la vi tan desesperada, tan sola, tan desamparada confiando en mí como si fuera su única salvación... Si, ocurrió. La quiero papá, quizás te parezca un absurdo pero pienso que las cosas ocurren por algún motivo que se nos oculta y ella estaba destinada a que yo hiciera lo imposible para salvarla. Su padre vive en una residencia y ni siquiera la permitieron despedirse de él. Y eso es una tristeza añadida, ya que no tiene a nadie más que a ella.

— A mi no me hables de absurdos. Yo me enamoré de tu madre arreglando un coche. Si es cierto todo lo que dices, te ayudaré. Moveré algunos hilos, pero será cuando ella esté a salvo, cuando estéis a salvo, porque tú también estás en peligro. Con esa gente pocas bromas. Ahora comamos y déjame pensar en todo ello.



sábado, 26 de junio de 2021

El día que nunca existió - Capítulo 12 - El futuro

 Tendría que hablar con su padre. Debía hacerlo. Tenía su dinero propio, pero temía que esa gentuza le exigiera más pagos y cada vez más altos. Necesitaba el respaldo paterno. Pero para obtenerlo, debía explicarle todo lo ocurrido. Sabía que no lo entendería, que se llevaría las manos a la cabeza, pero si conseguía sus fines, y llegase a  conocerla, la adoraría como a él le había ocurrido.

¿La adoraba?¿En serio? Pues sí, se había enamorado de ella como un colegial, como si fuera su primera experiencia. Y lo cierto era que había corrido muchas juergas, pero nunca como la que estaban viviendo.

— ¿En qué piensas?— la voz queda de Danka  le devolvió a la realidad.



Tenía uno de sus brazos bajo la nuca, con el otro la abrazaba jugueteando con su cabello. Tenía la cabeza reclinada en su pecho. Sabía que ya nunca, nada, sería lo mismo. Había ocurrido por esos extraños designios del destino. Había estado allí a una determinada hora, en un día determinado y ella le fue presentado por un determinado motivo. Y eso había sido  todo. Algo les había unido y, sería definitivo.

 Había sido suya por entero, al igual que él a ella. Su destino estaba firmado y rubricado, sin retroceder, por muchas palabras que, seguro escucharía. Por mucha furia que su padre soltara por su boca. Por muchos consejos dados por sus mejores amigos, Si, esos que siempre están a las buenas y a las malas. Le dirían que se había vuelto loco. Liarse con una chica de un burdel.

Ellos no sabían lo que juntos habían vivido esa noche y la siguiente. Tampoco lo diría: su intimidad sólo a ellos pertenecía. Sabía que tendría con su padre un disgusto monumental y que posiblemente dejará de hablarle, pero ya se las arreglaría. Trabajaría en el rancho sin descanso. Vendería su apartamento de Sacramento, si acaso necesitara dinero. Haría todo cuanto fuera necesario, pero ella no volvería a esa casa horrible.

Pero aún quedaba otro asunto pendiente: su pasaporte. Se le ocurría miles de pretextos para conseguir uno nuevo. Según le había dicho se lo quedó los hombres que la trajeron aquí. Se lo insinuaría a Margueritte . También pensó que ella estaba en el ajo por mucho disimulo que tuviera. En cuestión de dinero, no se casaba con nadie por mucha amistad que tuviera

Llamaron a la puerta. Miró el reloj El tiempo se les había ido sin sentir, era mediodía. La comida, las flores. El cartelito de "no molestar" aún seguía colgado en el exterior de la puerta, y a eso se debía la llamada: no querían interrumpir nada.

— Ve al baño. Ahora  y, deja el agua correr.

 La dijo con voz firme. No sabía muy bien porqué la hizo esconderse. Probablemente tuviera miedo. Hasta que no la viera fuera de allí siempre estaría en alerta.

El salió también de la cama y se puso a prisa los pantalones. Abriría mostrando señales de "euforia": pelo revuelto y a medio vestir. Lo cierto es que le importaba un rábano lo que pudieran pensar, pero era el attrezzo de la comedia que estaban representando. No se les podía escapar ningún detalle. Efectivamente era el camarero con el carro del almuerzo y sendo ramo de rosas.


Al ver las flores Danka abrió sus ojos hasta el límite. Eran las primeras flores que alguien la enviaba. Los ojos se le llenaron de lágrimas y corrió a abrazarle de nuevo. Escondió su cara en el cuello de él. Había tenido mucha suerte al conocerle. Era bueno. Bueno de verdad y lo demostraba a cada minuto. Estaba luchando por ella, pero no sabía lo que "rumiaba" mientras guardaba silencio.

Le echaría mucho de menos cuando se marchase. Porque tarde o temprano es lo que haría. En dos días sus vidas se separarían. Alex proseguirá a su ritmo y ella... ¿Qué le depararía el futuro? Sólo dolor y vergüenza, añorando constantemente sus brazos y sus caricias. No le diría nada. No quería que la despedida fuera más amarga de lo que ya sería. 

Había conocido una cara de la vida: la del amor puro e incondicional, y a él se aferraría durante la oscuridad que la aguardaría nada más traspasar la puerta de esa habitación.

 ¿Por qué no se conocerían en otras circunstancias? Cuando ella era pura, intocable. Porque aunque fuese él quién rompió su pureza, fue en una situación más que discutible. Y ese pensamiento es el que más la perturbaba. Cuando saliera de su vida, no le volvería a ver más. Sabía que eso la destrozaría, porque sin él no era nada. Y nada importaba. Aguantaría lo que la tocase vivir.. Lo que la dolía también, era su padre. No haberse podido despedir de él. 

Mejor que no se enterara en lo que había terminado, porque ese dolor le mataría. Las lágrimas anegaban sus ojos. No quería que él la viera llorar y con un pretexto se dirigió al cuarto de baño. para terminar de desahogarse.

De repente se había aislado de ese lugar, de esa habitación, y de esos brazos que la abrazaban. Estaba como en una burbuja, ella sola, porque ella sola tendría que seguir adelante. Pero nada sería igual. La esperaba sólo la tristeza. Echaría mucho de menos estos días que había pasado con él y ese sería su refugio para el resto de su vida.


Tras darle la propina, cerró la puerta, tomó aire y esperó unos segundos a que ella saliera del cuarto de baño. Lo hizo envuelta en el albornoz, con el cabello mojado: se había duchado. Y la vió más linda que nunca. Sin maquillar, sólo con su inocencia. Porque lo era y lo sería siempre, a pesar de que la había perdido con él.

Estaban viviendo los mejores días de sus vidas, al menos ella. Se la veía radiante, pero al mismo tiempo, un velo de tristeza se vislumbraba en sus ojos. Alex, para quitar hierro dijo:

— No sé tú, pero yo estoy hambriento

— Quiero que sepas que nunca voy a olvidar estos días que hemos pasado juntos. A ellos me aferrare cuando ya no estés conmigo. Nunca nadie en mi vida ha hecho lo que tú. Y puedo jurarte que no lo olvidaré nunca. Te has hecho dueño de mi corazón y de toda mi vida. Puedo asegurarte que nadie más entrará en ella, nunca.

Al escuchar esas palabras, Alexander avanzó hacia ella. Hablaba de separación definitiva ¿Es que no le había escuchado? ¿ Es que no creía que su plan saliera bien? Daría cualquier cosa por borrar esa sombra de tristeza que tenía en sus ojos. Un simple ramo de flores la había emocionado ¿Podía existir un alma más pura que la de ella? Sabía que su historia nadie la entendería, porque era difícil con el encuadre en que se había forjado. Pero se habían juntado por una carambola del destino y no lo dejará pasar.

— Ten paciencia sólo un día más, amor mío. Después todo será más sencillo

— ¿Me has llamado amor mío?¿Por qué?

— Pues porque lo eres. ¿Es que no te has dado cuenta?

Volvieron a besarse. La fuga ideada debía tener éxito. No quería ni pensar si fracasaran y tuvieran que separarse.

viernes, 25 de junio de 2021

El día que nunca existió - Capítulo 11 - Ese no es mi nombre

 Saludó al guardia y se dirigió hacia el salón y al bar. Tenia que calmarse y al mismo tiempo disimular el alivio que sentía por el acuerdo. Se sentó en la barra y pidió un whisky al tiempo que le preguntó dónde podría encargar unas flores. Debía hacer gala del entusiasmo que sentía por ella, aunque fuera una navaja de doble filo. Contaba que la codicia les cegase y al ver que sentía interés especial en ella, aumentasen la tarifa desmesuradamente. Contaba con ello, pero no retrocedería ante eso; lo importante era salvarla de las garras de esa gentuza a como diera lugar. 

Pensaba detenidamente si Margueritte era conocedora de la trata de las muchachas, y lo lamentaría porque, cuando todo estuviera en su poder, pensaba denunciarles por tráfico ilegal de seres humanos. Lo sentía por ella, pero pagarían por el daño que hacían a personas ingenuas, necesitadas e inocentes y encima secuestradas en una casa de la que no tenían permitido salir, sino fuera con una venta como la que acababa de hacer.


Le repugnaba la sola idea de haber cedido a su petición, pero, al pensar en Adeline, acurrucada en la cama, aterrorizada, pensando que en cualquier momento entrarían para que fuese a trabajar, hacía que la sangre le hirviera. Nunca había sentido por nadie lo que sentía por ella, pero claro, nunca se le había dado el caso que estaban viviendo. 

 Apuró su whisky y se dirigió de nuevo a la habitación, habiendo encargado lo que comerían ese día, especial, en definitiva. 

Esperaba que las flores llegasen al mismo tiempo, dado que la dijo que no abriera a nadie. Además era temprano. Él estaría en la habitación cuando las llevasen.

Las flores serían reflejo de lo que lamentaba, de la situación por la que estaba pasando. Era como compensarla de algo de lo que él no tenía culpa, aunque se culpaba de lo sucedido en aquella habitación. Deseaba, de alguna forma, compensarla aunque no sabía cómo. Tenía que hacer verdaderos esfuerzos para no abrazarla. Nunca había vivido algo semejante y eso  que había estado con muchas chicas, pero...ella era especial

— Te estás enamorando, Alex. Eso es lo que te ocurre — le dictaba su conciencia.

No quería pensar en eso. Estaba sometido a presión muy fuerte, y sabía que podría caer en la tentación a la menor insinuación. ¿A ella le estaría ocurriendo lo mismo? Le había lanzado algunas indirectas. Lo rechazó de plano. Eso no era posible. Lo que ambos estaban sintiendo era motivado por la fuerte tensión a la que estaban sometidos. Sólo eso.

Sentía impaciencia por llegar a la habitación. Lo achacó al temor de que surgiera algún imprevisto y ella se asustara y hubiera cambio de planes. No, eso no ocurriría. En la cuenta de la madame había una suculenta cantidad de dinero con la que no contaba y la codicia cierra muchas mentes.

Puso la tarjeta en la cerradura y automáticamente, la puerta cedió. Adeline estaba en la misma posición fetal en que la dejara. Seguramente estaría dormida. Apenas lo había hecho, ninguno, en esa noche pasada. Esta sería más tranquila y relajada, ya que contaba con la palabra de la madame y solía cumplirla, sobre todo a él. Había abierto una suculenta puerta que no dejaría escapar. Pero lo que ignoraba es que en cuanto saliese de aquella casa, todo sería diferente y no volverían a ver a la muchacha.


Ella permanecía fuertemente agarrada a la sábana que la cubría. Su respiración era calmada, pausada. Tenía los labios ligeramente entreabiertos. Se fijó precisamente en ellos. Se sentó despacio en un lado de la cama y comenzó a observarla. Hasta ahora no se había fijado bien en ella.

Los acontecimientos les habían sobrepasado. Cuando entró en esa casa para celebrar su cumpleaños, iba a algo concreto y, aunque la belleza femenina era buscada y celebrada, nunca se detenía mucho rato en inspeccionar el rostro de la mujer que compartiría su lecho. Acudía con la única idea de pasar el rato, un buen rato.
 Lo verdaderamente formal y definitivo, para su vida, no se le ocurriría buscarlo en un burdel.

Recorría su cara con la mirada y suave, muy suavemente, acariciaba los rizos de su cabello. No quería despertarla. Su tez era blanca y sonrosada, muy delicada. ¿ Eran azules sus ojos? Si, Alex son de un azul intenso. Su boca era perfecta, de labios gruesos, pero no en exceso. Su cuello, al menos lo que sobresalía de entre la sábana, se apreciaba largo y esbelto. Sus hombros cuadrados. Sus manos pequeñas pero firmes.

No quiso seguir analizando el resto de su cuerpo y carraspeó ligeramente. 
Para haber vivido una noche extraña, se había fijado mucho, en todos los detalles. "Es hermosa", se repitió en voz queda. Y algo surgió desde su estómago hasta la garganta queriéndole ahogar. Era una punzada extraña, pero firme.

— Haré cuanto haga falta para protegerla — se repitió en voz queda, pero lo suficientemente alta para que ella se removiera en la cama y se despertara sobresaltada.

—Eh. Soy yo ¿Te ocurre algo?

— Ella se incorporó y se abrazó a su cuello, sin pensar que estaba desnuda

—¡Has vuelto! ¡Estás aquí!

— ¿Dónde quieres que esté?  Tengo buenas noticias, pero primero cúbrete

— Perdón no me he dado cuenta. Ni me acordaba que no tenía puesta tu camisa

— No tiene importancia. Sólo que... Está bien, dejémoslo. Pasado mañana saldrás conmigo. Mañana estarás aquí, pero en tu habitación. Todo lo tengo hilvanado, pero de momento hemos de ser muy precavidos. Son muy listos, y podrían echarlo todo a pique.


Ella se abrazó fuertemente a él,  inesperadamente. Alex sentía unos deseos enormes. Una gran tentación y,  era demasiado fuerte después de haber vivido lo que vivieron. Por mucha fuerza de voluntad que tuvieran estaban ocurriendo cosas  inesperadas, que minaban la seguridad que debían mantener cada uno de ellos.

Fue débil al tenerla tan cerca y correspondió ansioso a las caricias que ella le dispensaba. Su cabeza estaba nublada, era incapaz de reaccionar e imponer su buen criterio ante la efusividad mostrada por ella. No la rechazó, no podía ni quería rechazarla. Había estado sometido a la contención desde la noche anterior, y ya no era capaz de decir no.

Así que correspondió a sus caricias cada vez más inquisitivas, más ardientes, más apremiantes. Sin pensárselo dos veces se quitó la camisa y los pantalones, la tumbó en la cama y con la mente nublada por lo que hacía la hizo suya. Pero esta vez no hubo sorpresas: todo estaba consumado. Pero sí fue cuidadoso teniendo en cuenta que posiblemente ella se resintiera. Pero no lo hizo. No le rechazó. Se abrazó a él buscando sus besos. 

 Como en un susurro, Alexander pronunciaba su nombre como si fuera una plegaria: Adeline, Adeline. Adeline...

Ella sólo suspiraba y respiraba profundamente. Cuando la tensión bajó algunos enteros. Tras besarle, le dijo sonriendo:

— Ese no es mi nombre...

— ¿Cómo dices?

— Que no me llamo Adeline. Me lo pusieron ellos, esos hombres horribles. Mi nombre es Danka Novák. Nací en Praga y de allí me trajeron hasta aquí. Mi padre vive en una residencia, y no creo que vuelva a verle.

La miró fijamente a los ojos sin soltar el abrazo. En su mirada había tristeza, furia, rabia, pero sobre todo admiración por aquella jovencita  que había depositado su vida en él.  Y volvió a besarla sin pensar en las repercusiones que aquél ataque de amor pudiera tener. Pasase lo que pasase, sabía que su vida en el futuro estaría ligada a ella.


jueves, 24 de junio de 2021

El día que nunca existió - Capítulo 10 - Truco-trato

 Alexander recorría la habitación como buscando algo, inquieto y con cara de mal humor. Lo que en realidad hacía, era preparar un escenario. Tenía en mente una representación en toda regla. No se le ocurría otra idea mejor que esa, y por ahora, su única salida. Pero debía atar muy bien todos los cabos para que fuera creíble.

No entendía lo que le estaba ocurriendo con esta mujer. La miraba de reojo y la veía inquieta, preocupada. Y no era para menos. En su cabeza estaba planteando algo que, además, aparentase ser cierto. Nunca imaginó verse en esta situación absurda por alguien a la que no conocía, con quién había intentado intimar, pero sin conseguirlo. Ahora se le estaba ofreciendo y ahora, a pesar de sus deseos, no la quería. Las contradicciones del ser humano: nos gusta lo difícil, lo inalcanzable y Adeline era fruta prohibida. No abusaría de su poder sobre ella, por muy desorientada y dolida que la viera.

— Necesito que me devuelvas la camisa — la dijo de improviso, al tiempo que repasaba la habitación.

Y prosiguió dándole explicaciones que debería seguir al pie de la letra.

— ¿Me pongo el vestido?— dijo ella inquieta e indecisa

— No. Te meterás en la cama, desnuda. Fingirás que estás exhausta y deseas dormir. Deja todo tal cual está. Seguramente entrará el camarero a recoger  el servicio. No hagas caso. Permanece quieta, en la misma postura en la que estés. El  baño ha de estar igualmente desarreglado, cuanto más mejor.

— ¿Te has vuelto loco? No entiendo nada.

— Tengo un plan. He de convencer a Margueritte de que deseo estar contigo, no sólo hoy, sino siempre. He de mostrarme apasionado como nunca, deseoso de tenerte en exclusiva ¿Entiendes a donde quiero llegar? Quiero comprar tu libertad. Anda métete en la cama. Cuanto antes empecemos, antes saldremos.

Ella se quitó la camisa de él. No llevaba nada debajo. Tímida se cubrió como pudo. Él se había dado la vuelta para no mirarla. Se acomodó en posición fetal, como era su costumbre, tapada hasta las orejas. Alex , sonrió al verla, se acercó lentamente, mientras se abrochaba la camisa y acarició su cabeza, depositando un casto beso en sus labios.

— Una última recomendación. No abras la puerta a nadie ¿Me oyes? A nadie. Me llevo la tarjeta de apertura de la puerta. No quiero dejarla por ahí. Si entrara el camarero a recoger, finge que duermes. Deja la puerta del baño abierta, como está ahora. Hemos de fingir que hemos tenido una noche borrascosa. Y aunque ha sido así, ellos no saben lo que ha ocurrido entre estas paredes. Procura que la mancha de la cama no se vea. Cuando regrese trataré de limpiarla. Y ahora me voy. Deséame suerte.


—Sería magnífico si te devolvieran mi pasaporte— dijo ella tímidamente

— ¿No tienes pasaporte?

—Se quedaron con él al subir al avión

— ¡Cabrones...! Lo tenían todo previsto. Bueno... Eso ya lo solucionaremos. Ahora es lo menos importante. Me voy

— ¿No vas a besarme de nuevo?

— No, no voy a hacerlo. Y no me tientes. No está el horno para bollos. Las cosas han de seguir como están ¿Me entiendes?

Danka asintió con la cabeza y le dejó ir. Tenuemente con sus dedos, acarició sus labios como reteniendo el beso de él. ¿Sería así como sus amigas habrían conseguido novio? ¿Cómo se le ocurría pensar ahora en esas cosas? Él estaba demostrando ser todo un caballero, pero de ahí a...

— Da igual. Él nunca será para mí. Pero no puedo evitar aprisionarlo en mi memoria. ¡Ojalá y todo hubiera sido más sencillo!

Se hizo un ovillo y lentamente los ojos se le fueron cerrando. Tenía duermevela y sintió como la puerta se abría, pero aún sin abrir los ojos, supo que no era Alexander, por tanto permaneció en la misma posición. De repente sintió miedo y entreabrió un ojo cuando el intruso estaba de espaldas. Llevaba una chaqueta blanca "es el camarero"— pensó y siguió en la misma posición.

A propósito habían devorado todo el desayuno. Tenían que demostrar que habían habido excesos y tenían hambre, aunque lo cierto es que comieron a la fuerza. La realidad era muy distinta a la ficción en la que estaban metidos. Todos los detalles, por insignificantes que fueran, serían importantes. Se trataba de engañar a unas personas muy listas, que se la sabían todas. Pero ellos tenían la fuerza, la verdad de su lado y no les vencerían.


Salió  con el cabello revuelto y la camisa por fuera del pantalón, Daba la impresión de descuido e improvisación y, justo eso, es lo que quería. Al final del pasillo, permanecía sentado uno de los "guardianes" y, a él se dirigió con paso firme.

— ¿Se ha levantado ya Margueritte?

— Creo que sí. Estará en su despacho, seguramente.

— Bien. Muchas gracias

Y hacia allí se dirigió con paso firme. El guardián le miró cuando le dio la espalda y rascándose la coronilla sonrió, mientras pensaba para sí

— ¡Madre mía! Qué noche han debido pasar...

El corazón palpitaba fuertemente, llegando sus latidos hasta el oído en el que resonaban aún más fuertes de lo que en realidad eran. Estaba nervioso e impaciente. Iba a afrontar una situación que iba, a medida que las horas transcurrían, cambiando constantemente y superándose así misma

— Quisiera saber lo que he visto en esta chica para meterme en esta situación tan disparatada y peligrosa al mismo tiempo. Con esta gente no se juega y yo estoy a punto de interpretar una obra de Shakespeare en toda regla. No  sé qué me ha dado, pero no puedo parar de hacerlo. No la puedo dejar abandonada. Es como si hubiera crecido dos metros. Me siento capaz de todo, y no es que no lo fuera hasta ayer, pero en mi interior ha brotado el instinto de protección. La veo ¡tan perdida, tan desorientada, tan...! Deseable, dilo de una vez. No, no es sólo deseo. Es algo que nunca he sentido.

Tamborileo en la puerta del despacho y, al otro lado escuchó la voz de Margueritte

— Pase.

—Buenos días Margueritte. Deseo hablar contigo de algo importante, muy importante para mi

— Pues tú dirás. Por tu aspecto pensaría que te has peleado con alguien

— No exactamente ha sido una pelea. Tenías razón en lo referente a ella. Ha superado todas mis expectativas; ha sido el mejor cumpleaños de toda mi vida


—¡Vaya! Me alegro de haber acertado. Pero creo que no has venido a verme por ese motivo, así que te escucho

—La quiero en exclusiva para mi. Y cuando digo en exclusiva es eso: sólo yo ¿Me entiendes?

—¿Qué mosca te ha picado? Tengo chicas preciosas y nunca has quedado descontento de ellas ¿Qué tiene esta de especial?

—Tú lo has dicho. El sexo con ella es especial. Es más, desearía que me acompañara en alguna ocasión a las cenas de rancheros. O más simple comprártela para que viviera conmigo

— Te desconozco muchacho ¿Qué te ha hecho esa chica que te ha vuelto tan loco? Si es tan especial, pienso que debería subir la tarifa por ella. A simple vista no parece tan extraordinaria. Te conozco desde hace tiempo y, nunca te había visto tan excitado por una mujer.

— Bien. Pon un precio

— Ja,ja,ja. Decididamente estás loco perdido ¿Deseas ser plato de segunda mano?

— Eso es cuenta mía. Dime ¿Cuánto pides?

— Sabes que te tengo aprecio, pero esto he de pensarlo.  Pagué un buen dinero por su traspaso. He de recuperarlo y obtener beneficios.

— Pero tu precio fue superado, y aún estoy dispuesto a incrementarlo más. Te repito ¿Cuánto pides?

— Veinte mil dólares por día que la saques para tu evento, y cinco mil aquí.

— Te estás pasando, pero acepto. Te pagué hasta el mediodía de hoy, así que será a partir de las doce que correrá la nueva tarifa porque pasaré esta noche de hoy también. La tendrás a mi disposición pasado mañana en que tengo una cena de negocios; deseo llevarla .¡Ah! Y facilítale ropa más adecuada que un vestido de noche.


— Bien. Si estás de acuerdo te llevaré la minuta a la habitación.

— De acuerdo cárgalo a mi cuenta. ¿O Prefieres una tarjeta Visa? Y piénsate en traspasármela definitivamente, pero sin exageraciones. Has recogido con ella en dos días más beneficios que en una semana con tus otras chicas.

— Un total de veinticinco mil dólares

— Has subido la tarifa en cinco minutos ¿Cómo puedo fiarme de que no la cederás a otro hombre cuando yo no esté?

— Te doy mi palabra. La mantendré en su habitación y cuando me avises estará preparada.

— Hoy estará conmigo y pasado vendré a recogerla a las doce. Acuérdate. 

— Está bien. Dame la Visa., y márchate de una vez. Tengo trabajo que hacer- dijo sonriéndole y despidiéndole con la mano.

— Entonces ¿Está cerrado? ¿Cuento con tu palabra?

— Sabes que sí. Que el trato va a misa.

— Bien, pues pasado mañana a las doce del mediodía, tenla lista. Pasaré a por ella. Mis socios se van a sorprender

— Anda, anda. ¡Estás rematadamente loco?

Recogió el duplicado de la Visa y salió del despacho. Se apoyó en la puerta al cerrarla y respiró aliviado. Hasta ahora su plan estaba en marcha, pero hasta el final nadie es dichoso. Aún quedaba mucho por hacer, y debía ser con lentitud y cabeza para que nada fallase que delatara sus planes.


miércoles, 23 de junio de 2021

El día que nunca existió - Capítulo 9 - Ante lo inesperado

 Sentados uno frente al otro, guardaban silencio. Tenían hambre y devoraban el desayuno que les habían preparado, demasiado copioso, pensando quizás que la noche había sido especial y que posiblemente estuvieran medio desmayados. Ella le miraba mientras llevaba el tenedor o la cuchara a su boca. Él sin embargo no lo hacía. Tenía una arruga en la frente y, aunque no le conocía, ese gesto denotaba preocupación.

La que debía estar preocupada era ella; tenía un porvenir no solo incierto, sino problemático. Pensaba que lo que fuera que él había pensado, no tendría éxito. Le hubiera gustado conocerle en otra situación, pero las cosas ocurrieron como ya sabemos. ¡Que distinto hubiera sido todo si se hubieran encontrado en otro lugar!


Debía ser alguien generoso, porque otro, ante lo ocurrido,  hubiera seguido hasta terminar lo que había iniciado sin importarle lo que la otra persona sentía. Sin embargo, él reaccionó en el acto. ¡Menuda sorpresa debió llevarse! Ella sabía cuál era su destino y se había resignado a él. Pero tampoco esperaba que fuera su "bautizo" como mujer con alguien tan atractivo, tan generoso, caballeroso y...tan guapo.  Desechó de inmediato la  idea que se abría paso en su cabeza. Era absurdo y, de todo punto descabellado, pero la imaginación era libre y después de verle anoche en toda su integridad, las hormonas se la disparaban. La situación no era como para pensar en "eso". Debía prepararse para lo que sería su día a día, tan distinto a aquella noche. Eso fue una casualidad, el dar con alguien tan sensible y generoso.

¿Qué la esperaría en lo sucesivo? ¿Se convertiría en una mujer vacía por dentro?¿Aprendería a fingir lo que no sentía? Al menos ahora tenía una referencia en la que invertiría el tiempo que estuviera con cualquier cliente, haciéndose a la idea de que estaba con él.

¡Qué cosas pensaba! En lugar de estar preocupada por su situación estaba pensando en quién tenía enfrente. ¿Se había vuelto loca? Nunca  lo hubiera imaginado, aunque saliera con algún chico que la gustase. Pero él se había comportado de un modo tan poco usual, en una situación extrema y, sin querer,  imaginaba lo que sería si se hubieran conocido en la calle, en algún semáforo esperando el cruce, o en una cafetería, o en el cine. En cualquier lugar menos en aquella casa. La había salvado, pero venían más noches y más clientes y lo normal es que solo pensaran en disfrutar por lo que habían pagado y ese importe se traduciría en algo en lo que no quería ni pensar.


Sin embargo con él se sentía segura, a salvo. Se había comportado como un caballero de siglos pasados, aunque en aquél burdel era conocido, señal que lo frecuentaba. Y lo normal hubiera sido que, pese a todo, él no se interrumpiera sin importarle la condición física de ella, sino el importe suculento que la madame había cobrado por pasar una noche con ella. Y de repente pensó que no la importaría ser su amante, aún a riesgo de que la magia ya no estuviera, porque seguramente fuera la sorpresa, con lo  que no contaba y sucediera. Le pillo fuera de órbita. Nunca lo hubiera imaginado, seguramente. Pero, lo que no se había preguntado, si sería un hombre comprometido. No lo creía, porque de ser así no hubiera estado y aún estuviese con ella. De tener novia no vendría a un burdel, sino que se irían a un motel u hotel, pareciendo una pareja normal.

Ahora ya daba lo mismo. Si acaso volviera a ver a su padre, no podría mirarle a la cara. Ella no tenía la culpa de lo que había pasado, o quizá si, por egoísta. No se paró a pensar que nadie regala ni trabajo ni dinero, que posiblemente había gato encerrado. Tuvo muchas horas de avión para analizar la situación y en cualquier escala de las realizadas, y con la excusa de ir al servicio, haber tratado de huir cuanto antes y esconderse en cualquier lugar en el que no pudieran encontrarla.

¿En serio piensa en eso? ¿Creía acaso que la dejarían marchar, sin más, después del dineral que habían invertido en ella?¿Terminaría como madame Margueritte regentando una casa de citas cuando fuese mayor para ejercer la prostitución? ¿Sería ese su destino? Pues, qué triste. Merecía algo mejor. Su futuro lo había pensado en cosas muy básicas: encontrar un buen trabajo, tener un novio del que estuviera locamente enamorada, casarse, tener hijos... Pero nada de eso sería ya posible, sino todo lo contrario.

Imaginó como hubiera sido su novio si las cosas hubieran transcurrido por el camino normal. Y no lo pensó ni un segundo: como Alexander.

Sin darse cuenta y, sumida en sus pensamientos, no se dio cuenta de que había dejado de comer y le miraba fijamente, con la cucharilla suspendida en el aire con un bocado de huevo escalfado. Tampoco vió que él, extrañado, la observaba desde hacía rato con cara de preocupación. No quería volver a la realidad, porque sus pensamientos eran bonitos, y la verdad era cruda y dura. 


¿Se refugiaría en lo sucesivo en sus fantasías? Seguramente así sería, mientras fingía un éxtasís debajo de un barrigón que se creía que la producía el máximo placer. Ese sería su día a día, hasta que, al llegar a una determinada edad ya no atrajera a los hombres y entonces...

—¿Qué te ocurre? Llevo un rato observándote y no me has hecho caso de lo que te decía. Estás muy distraída y, lo entiendo, pero has de alimentarte. En cuanto termines tu desayuno, te explicaré el plan. Tendremos que vivir, seguramente, situaciones parecidas a las de hace un rato. Tendremos que hacerlo para convencerles de que nuestro plan funcione, de lo contrario no sé de qué modo podré ayudarte.

— Lo siento, discúlpame. Es que tengo la cabeza embotada de tanto pensar. No creas que no aprecio en el problema en que te he metido. ¿ Por qué no lo dejas pasar? Ya me las arreglaré. ¡Bastante has hecho! Anoche te portaste como un caballero de la edad media. Otro en tu lugar...

— Pero es que ni tu eres otra, ni yo tampoco. Me enseñaron desde muy pequeño los valores que hemos de tener a lo largo de nuestra vida y lo de anoche...Francamente, ni en mil años pensé que eso pudiera ocurrirme. Te ruego me perdones; de haberlo sabido, no te hubiera elegido. Por cierto ¿te encuentras bien?

— En eso discrepo. Agradecí que ocurriera contigo una vez vista tu reacción. Otro no se hubiera comportado tan generosamente. Me consta que pagaste un dineral por estar conmigo hasta hoy, y en serio te lo agradezco. Pero ya ves no tengo escapatoria.


—Te prohíbo que pienses así. No al menos mientras nuestro plan pueda funcionar. Me gustas Adeline y lo hubiera hecho con cualquier otra mujer que estuviera en tu misma situación. Siento hacia tí una atracción que no tiene fundamento, pero te vi tan perdida ayer. Con una cara tan pálida y tan tímida, que enseguida pensé que eras novata en estas cosas y que no necesitabas a un bruto a tu lado, sino a alguien que te cuidará. Y lo traté, pero la segunda parte es la que ni siquiera imaginé. 

—¿Deseas terminar lo que ayer quedó interrumpido? Lo comprendería. Tienes derecho a ello. Pagaste mucho dinero por tener una noche alegre y, lo que conseguiste fue cargar con un problema que en nada te concierne. Así que si lo quieres, estoy disponible para tí. Termina lo que empezaste anoche.

— ¿Me estás insinuando que deseas tener relaciones hoy, ahora?

— Pagaste por ello y yo he terminado aquí por esa causa. Si lo quieres, que sea. Procuraré responder a tus expectativas

— ¿Qué te pasa? ¡No me puedo creer lo que me estás proponiendo! No creo que sea procedente, por mucho que te desee, porque sí, te deseo. Pero habrá tiempo para ello, y ahora no lo es. Centrémonos en lo que nos ocupa y te ruego que no tientes a la suerte. Eres una mujer hermosa y muy tentadora, pero no ahora. Sería aprovecharme de tu debilidad y ese no es mi estilo. Cuando estoy con una mujer quiero que se entregue a mi con los cinco sentidos, que me atraiga y que yo la  atraiga  también. Que sea consciente de lo que hacemos. Tú en estos momentos estás muy desorientada y no sabes lo que dices. Termina tu desayuno y enciende el televisor.

Ella guardó silencio ¿Decepcionada? ¿Esperaba otra respuesta? Sí, la esperaba desde que le vió salir del baño con la cabeza empapada de agua, sabía  a qué se debía. No tenía experiencia con hombres, pero sus amigas y compañeras de instituto si, y sus conversaciones, sobre todo los fines de semana se basaban en eso. Sorbió un poco de zumo y siguió el consejo de él. Se acurrucó en el sofá y encendió la tele. Le daba igual el programa que fuera. Estaba inquieta con una sensación nunca antes experimentada, y lo que buscaba era distraer su imaginación, y apagar algo que se abría paso en su interior.


lunes, 21 de junio de 2021

El día que nunca existió - Capítulo 8 - El plan

Se despertó sobresaltado. Miró a su alrededor como para ubicarse en dónde estaba, y de repente, volvieron a su cabeza las imágenes vividas la noche anterior. Ella estaba a su lado. Parecía tranquila en su respiración. Estaba boca arriba, pero inclinada su cabeza en  dirección a él.

 Algunas guedejas de cabello  estaban sobre la almohada. Sonrió y tomó una de ellas enroscándola suavemente entre sus dedos. Su pelo era como hebras de oro suave y de un color luminoso.

La experiencia  que ambos habían vivido sería difícilmente explicable. Había personas que se quejaban de que nunca en sus vidas habían vivido nada que les alterase. Sin embargo, ellos, dos desconocidos, habían vivido algo que jamás olvidarían. Se sentía, en parte, responsable de esa muchacha que descansaba tranquila y confiada a su lado. Pero él, ciertamente no había tenido nada que ver en lo ocurrido aunque fuera el autor del suceso. ¿ Por qué se sentía mal? 


Miraba al techo de la habitación pensando en cómo salir de ese embrollo. No se le ocurría nada. Ella se rebulló en la cama sin despertarse. Tenía que hacer algo. Estaba vestido con sus vaqueros y una camisa. Se calzó y dejó una nota a la muchacha para que no se impacientara si se despertaba. Se le había ocurrido algo que debía gestionar con madame Margueritte. Volvería enseguida, y esperaba que con buen resultado.

— He salido un momento. No abandones la habitación por nada hasta que yo regrese. No abras a nadie. Tenemos que hablar pero será luego. Trataré de arreglar tu situación confía en mi.

¿Qué confiara en él? ¿Cómo? Se estaba metiendo en un buen lio y no pintaba nada bien. Si fuera lo que imaginaba, debía andar con cuidado. Esas gentes son peligrosas y hay que andar con mucho tiento.

Había silencio en el pasillo. Ningún ruido salía de las habitaciones. Debía hablar con la madame. Ella sería su última esperanza si es que fuera tan leal como decía. Pero no la encontró. Preguntó a uno de los hombres de negro y le dijo que se había retirado a descansar

— Anoche tuvimos bastante trabajo. Hace poco que se ha ido a dormir. ¿Puedo ayudarle?

— No lo sé. Aparte de que deseo desayuno para dos, copioso — y dijo esto riendo de medio lado como dando a entender que su noche también había sido intensa—Creo que con  otro asunto que me importa no creo que pueda ayudarme. Necesito a la chica que está en mi habitación para una presentación de un negocio que tengo en perspectiva dentro de un par de días. ¡ Caray amigo! ha sido la bomba! Necesito hacerla pasar por mi novia, pero para eso tendría que acompañarme a una cena. Margueritte me conoce desde hace años ¿ Cree que podría ser?

— No lo sé, señor. En esas cosas no intervengo. Efectivamente, tendrá que hablarlo con ella.

— Si quisiera estar con ella al menos hasta mañana ¿sería posible? Pagando, por supuesto y con una buena propina.

—No creo que haya inconveniente, pero no puedo responderle. La dejaré una nota para cuando se despierte. Pienso que lo admitirá. Si es de su gusto y lo paga, a nosotros nos da igual. Me alegro que esté conforme con el servicio. Se lo transmitiré a la señora en cuanto la vea.

— Muy bien. Pues entonces está todo dicho. ¡Ah una última cosa! No nos molesten .¿me entiende?

—Perfectamente señor

— Muy bien, pues espero el desayuno y ya sabe: no deseo interrupciones.


Volvió a la habitación sin haberlo resuelto más que  a medias. pero al menos seguiría con ella. Con él estaría a salvo. Esperaba que Margueritte no se extrañara de su comportamiento, porque nunca lo había hecho. Pero ya pensaría en la respuesta si es que le preguntara.

Tranquilizaba en parte su conciencia quedándose con ella y protegiéndola. No le llevaba otro deseo más que ayudarla. Sabía que la explicación dada al hombre de negro no tenía porqué darla, pero al menos si alguno de sus amigos preguntara por él, sabrían qué responder. Estaba seguro que hasta mediodía no vería la sonrisa de la madame. Y es que en realidad era esclava de su negocio. Empezó en una triste habitación de un mísero hotel de los bajos fondos y ahora era una mujer  reconocida y respetada en ese ambiente. Por eso no se explicaba que  interviniese en algo tan sucio como en lo que estaba. Quizá a ella también  la engañaran. Pronto lo sabría.

Abrió la puerta y al no verla se sobresaltó por un instante, hasta que sintió el ruido del agua en la ducha. Deberían pasar varias horas metidos en esa habitación, y la ropa que tenían ambos no era la más adecuada para representar la comedia que él pretendía. Debía avisarla porque de un momento a otro llegarían con el desayuno.


— Adeline, vístete  y sal a la habitación lo más pronto que puedas. Te lo explicaré más tarde, pero ahora hazme caso en todo lo que te diga.

— ¿ Qué ocurre? 

—Ahora no hay tiempo. Ponte  mi camisa. Muy bien. Ahora súbete a la cama y muéstrate coqueta conmigo. Después te lo explicaré. Cubre , cubre...

Le daba corte por ella y por él. Iban a representar una comedia y debían atar todos los cabos muy bien para que nada fallase. Debían ocultar la prueba de lo ocurrido allí la noche pasada. Nadie, excepto ellos, lo sabrían. Ignoraba el porqué de esa reacción, pero algo, en su interior, le advertía de que debía ser así.

Apenas había terminado de organizar el escenario, cuando los golpes en la puerta les indicaron que el desayuno estaba allí. Abrió la puerta con el torso desnudo y  puesto una toalla de baño por la cintura. El escenario era perfecto. Quería dar una impresión falsa que les hiciera pensar que lo dicho al hombre guardián tenía su base. Y no era otra más que se había encaprichado de la chica y la deseaba para él solo.
Mientras recogía el servicio de la noche anterior, y acomodaba el desayuno, la imaginación del camarero tejía su historia. la que ellos deseaban transmitir, y a kilómetros de distancia de la realidad. Pero aún faltaba un detalle y era que ellos juguetearan como si el camarero no estuviera. Ella captó la idea e incorporándose en la cama se acercó a Alex, rodeó el cuello con sus brazos y le besó apasionadamente. Él no lo esperaba, pero correspondió al beso. Después se darían todas las explicaciones del mundo, cuando estuvieran a solas.


No sabía porqué, pero confiaba en él. Le había dado muestras para ello. No se había aprovechado de la situación, al contrario, buscaba denodadamente una situación para sacarla de allí, a sabiendas del peligro que eso supondría.

El no tenía ni idea en  lo que se iba a meter la noche anterior. Debió advertirle, pero fue todo tan rápido y tan sorpresivo, que no supo reaccionar hasta que fue demasiado tarde. Pero la reacción que tuvo al darse cuenta, fue de todo un caballero. Quizá tuviera novia, o prometida... La chica que le hubiera enamorado no conocía la clase de hombre que se llevaría.

Había correspondido a su beso no como un comediante, sino como un hombre ardiente besando a una mujer, correspondiendo a su caricia.

Cuando el camarero salió apresuradamente, ellos se separaron de su abrazo. Se miraron fijamente durante un instante, pero en esa fracción de segundo, había ocurrido algo que ninguno de los dos esperaba que ocurriese, pero así había sido.

— Debemos desayunar — dijo Alex mirándola muy fijamente

— Si, de acuerdo.

Cruzó la camisa de él, envolviendo su cuerpo y se bajó de la cama, sentándose en una silla junto a la mesa. Alexander recogió sus vaqueros y entró en el cuarto de baño. A los pocos minutos salió con los pantalones puestos, y el pelo mojado. Se había tenido que refrescar la cabeza. Estaba viviendo algo que era superior a su control y no quería tirar por el suelo lo conseguido hasta ese instante.

Esperarían pacientes a que llegase la tarde y con ella la posible presencia de la madame.

domingo, 20 de junio de 2021

El día que nunca existió - Capítulo 7 - ¿ Qué ?

 Cada vez su sangre corría más aprisa a medida que caricia tras caricia tomaba contacto con su impoluta piel. ¿ Qué la había llevado hasta esa clase de vida? Ella no era una vulgar ramera; merecía algo mejor. Pero él no estaba ahí para rescatar a nadie. Pagaría por un servicio y ella una trabajadora del sexo dispuesta a "complacerle en todo lo que necesitara", según las habían arengado antes de bajar al templo del placer. 

Suavemente besó sus labios, y tomándola en brazos la condujo hasta la cama y allí la tendió. No tenía prisa y ella, al parecer era inmune a sus atenciones, por tanto tendría que convencerla de que era un excelente amante cuando se lo proponía.

Recorría su cuerpo alternando las caricias junto con los besos, mientras ella cerraba los ojos. Él lo interpretaba como que se iba caldeando el ambiente, y nada más lejos de lo que en verdad  Danka sentía. Aún conservaba puesto su delicado tanga, y él, despacio, se lo fue bajando. Había llegado la hora de la verdad. Vería si  era tan buena como la madame le había prometido. Estaba deseoso de comprobar "su magia". Bruscamente entró en su cuerpo, y bruscamente ella lanzó un grito de dolor.

Él se dio cuenta de que algo no cuadraba y tan bruscamente, como entró salió estupefacto. Ella lloraba y se tapaba la cara con las manos

— ¿Eras virgen? ¿Qué? Responde ¿Eras virgen?

— Si — no pudo decir más

Él se sentó al borde la cama y la miraba sin comprender lo ocurrido. Había algo que no encajaba. ¿Se refería la madame a lo "especial" de la situación a modo de regalo de cumpleaños? ¡Pero era un delito! No podía ser verdad. Ella nunca obraba con malicia. Quién trabajaba para ella sabía a lo que se comprometía. Entonces ¿Qué pasaba?

La chica no paraba de llorar. Se había puesto de lado y encogida , hecha un ovillo, seguía llorando con desesperación. Entonces comprobó en la ropa la señal de lo que había sucedido. No le había engañado  ¡Era virgen!  Un sentimiento de piedad, incredulidad y asombro, comenzó a abrirse paso en su cabeza. No quería dar crédito a lo que recordaba  haber leído con demasiada frecuencia en los periódicos. Y una palabra saltó a su mente "trata de blancas".

Estaba claro que la chica era extranjera. Demasiado joven y...¡virgen! Esa palabra le machacaba la cabeza. Pero al fin se dio cuenta de que posiblemente la habían traído engañada a este pais. Era algo frecuente en las noticias, que a muchas les había costado la vida. Encontraban sus cuerpos inertes, pero nunca a los culpables de ello.


Pero ahora, tenía las pruebas delante de él. La miraba de soslayo y no sabía qué decirla ni cómo aplacar su dolor. Con movimientos mecánicos, extendió la sábana cubriendo el cuerpo desnudo de ella.

Fue hasta el cuarto de baño y la llevó un vaso de agua, para ver si así se calmase. Le rompía el corazón imaginando en qué situación se vería envuelta para llegar hasta aquí.

Acariciaba su cabeza y sus mejillas con ternura y la hablaba quedamente:

— Cálmate. No voy a hacerte nada. Ya te lo he hecho. Lo siento mucho, pero te aseguro que no lo sabía. ¿Por qué alguien no me lo advirtió? De haberlo sabido te hubiera rechazado. No voy por ahí violando chicas. No soy de esos. Pero no me explico nada de lo ocurrido. Margueritte no suele obrar así. Salvo que... ella no supiera nada. Bueno no te preocupes. No voy a tocarte. Espero que te calmes y me expliques de dónde te han traído y el por qué. Tenemos tiempo hasta mañana. ¿Quieres darte una ducha? ¿Comer algo? ¿Beber? No sé qué hacer contigo. Perdóname. Nunca te haría daño a sabiendas y, puedes creerme, ni por lo más remoto lo hubiera imaginado.

— Tenemos mucho de lo que hablar. Habrás de explicarme cómo has llegado a este oficio. Si has venido coaccionada y si quieres irte. Si es así pensaré de qué modo puedes lograrlo. Pero ahora, lo primero es que te calmes. Tenemos tiempo para que me cuentes todo. Estate segura de que no tomarán represalias contigo, porque nunca sabrán de mí que no cumpliste el trabajo. Por eso no debes preocuparte. Pero sé que si lo estarás. Cálmate y después hablamos. Voy a ducharme.


Y se adentró en el cuarto de baño cerrando la puerta. No terminaba de asimilar lo ocurrido. Bajo el chorro del agua, trataba de tranquilizarse. Como por arte de magia, sus deseos de ella, se habían esfumado, es decir no sería capaz de hacer nada ni con ella ni con otra. Trataba por todos los medios de acoplar sus ideas a lo que en realidad había ocurrido. Pero tendría que ser ella quién le contase la verdad, para ello, había que esperar a que se calmara.

— Daría cualquier cosa por deshacer lo hecho, pero por desgracia eso es imposible. Siempre llevaré lo ocurrido sobre mi conciencia, pero no saldrá de ella, nadie lo sabrá. Ni mis mejores amigos, se enterarán de lo pasado aquí esta noche.

Se puso la toalla anudada a su cintura y se asomó para ver si la muchacha se había calmado. Seguía llorando, pero más quedamente.

Lo primero que haría sería ganar su confianza. Hacerla ver que no la traicionaría, y que entre esas cuatro paredes se quedaría su secreto. Daba vueltas en su cabeza la manera de sacarla de allí. Pero no veía cómo. Ni hablar de confiar en la madame, pues sabría Dios si ella no estuviera compinchada en el tema.

¿Qué podría hacer? No quería ni imaginar si esta chica tuviera un hermano ignorante de lo sucedido. O que él fuera hermano de una muchacha en su misma situación. Era un juerguista, mujeriego y hasta bebedor, pero nunca haría algo fuera de la ley, y mucho menos violar a una pobre jovencita sin que ella otorgara su consentimiento. Mientras se vestía, se echó una copa de champán. Tenía la boca seca y ella parecía que se había dormido, seguramente exhausta por los nervios y las emociones vividas. Ni siquiera ahora, viéndola tan vulnerable posaría una de sus manos en su cuerpo. Nunca sin el consentimiento de una mujer, y estaba visto que a ella se lo habían impuesto no dándola oportunidad de decir no.


Sabía que era buen amante, ya que ninguna de las mujeres con las que había estado rechazaron nunca una segunda oportunidad, o una tercera en la misma noche. Pero con esta mujer, ni pensarlo. Se arrepentía de lo ocurrido, que jamás hubiera hecho de saberlo con antelación. Había muchas profesionales esperando clientes. ¿ La hubiera cambiado por una experta? No sabría decir, pero pensaba que no. Esa chica necesitaba ayuda y él, si pudiera, se la daría.

La observaba desde la puerta del baño. Parecía que se había dormido, o quizá ya no llorase y entornado los ojos, analizando la experiencia vivida aquella noche horrible, y no sólo para ella. También para él, inocente víctima de la confabulación de mentes perturbadas, ambiciosas de dinero y ciegas de poder.

No sabía como hacerla comer algo. Estaba seguro que en todo lo día no habría ingerido alimento alguno, sólo de pensar en lo que le aguardaba tras esa puerta. Repitió con el champan. Lo necesitaba. No para emborracharse, que no haría, sino para serenarse él también. Porque él también había sido una víctima. Imaginó la escena con alguno de los borrachos que frecuentan el burdel. La hubiera desecho por dentro. Él al menos retrocedió a tiempo de no hacerla más daño del que ya le había infringido.

Se tumbó a su lado, sin apenas rozarla y también se quedó dormido. Había sido una noche plena de emociones y no buenas precisamente. No olvidaría jamás ese cumpleaños.


sábado, 19 de junio de 2021

El día que nunca existió - Capítulo 6 - Adeline. Lo nunca esperado

 Estaban frente a la habitación. Ella temblaba de miedo, de vergüenza y de profundo dolor. No  pensó nunca que llegaría a ser en lo que ahora iba camino de convertirse. Temblaba como una hoja. La cabeza le daba vueltas y un sabor acre subía hasta su garganta. Se iba a vender al mejor postor y ella ni siquiera recibiría, no sólo compensación a su sacrificio, sino que ataría aún más su prisión a esta gentuza sin escrúpulos ni sentimientos hacia ellas.  Eran sólo un número en una puerta, un apunte contable en el siniestro libro de contabilidad de su asqueroso negocio. Estaban allí por secuestro, por obligación, pero eso a los clientes, les traía sin cuidado. Sólo buscaban carnaza para satisfacer sus necesidades que, en la mayoría de las veces, no tenían en sus casas, con sus mujeres.

Al contrario, exigían que sintieran placer al mismo tiempo que ellos,. Que les hicieran cosas vergonzosas fingiendo que a ellas también les gustaba, cuando estaban muy lejos de la realidad, y a veces sofocando las arcadas que les venían a la boca. Porque no todos eran señoritos limpios y atildados. También los había sucios y repelentes, oliendo a sudor y a alcohol, porque ni siquiera habían tenido la delicadeza de ducharse antes de ir a contratar a una esclava y que jugase con ellos.

Para eso estaban y, contrataban cosas que las repugnaban pero que estaban obligadas a ello, porque habían dado una suculenta propina precisamente para eso, para conseguir lo que en sus casas algunas veces , su propia esposa rechazaba. Para eso estaban "ellas." Eran consideradas como "servicio público", sin tener en cuenta los sentimientos que pudieran tener.

Como deferencia, en esa "casa", madame Margueritte las daba descanso en "esos" días, que ellas aprovechaban para descansar. Al menos las facilitaba control médico, pero , ni siquiera para eso pisaban la calle, sino que el galeno iba a "la casa". 

Para tomar el sol, tenían su propio jardín al que no tenía acceso nadie excepto ellas.

— Recuerda, aquí eres Adeline. Nunca, bajo ningún concepto des tu verdadero nombre. Te evitarás problemas en la calle si alguna vez consigues tu libertad.

Era la primera vez que ese hombre trajeado de negro, la había dirigido la palabra. Fue a escondidas, como dándola un consejo. Quizá con un poco de suerte tendría un aliado dentro de aquella colmena de ilegalidad.


Dió unos golpes en la puerta y Alexander la abrió. Se la quedó mirando, probablemente admirando la belleza joven de la muchacha. Levantó la mirada de la chica y dijo al acompañante:

— Dé la orden de que suban una botella de champán, alguna fruta y chocolate. La chica lo merece. ¡ Ah! y ponga el cartel de no molestar. Creo que veré el amanecer. Su jefa ya lo sabe.

— De acuerdo señor. De inmediato doy la orden.

Se echó a un lado para que ella pasase. 

Sentía sus ojos analizando su cuerpo, desde la cabeza a los pies. Sentía como si sus ojos fueran dos brasas que la quemaran por dentro. No debía llorar, no podía hacerlo si no quería sufrir un castigo al que tenía un tremendo miedo.

Alexander dio una vuelta a su alrededor comprobando que en verdad valía los halagos que le habían hecho. Acarició un mechón del cabello que caía libre sobre su espalda. Era suave y brillante, como hebras de oro.

Ella al sentirlo, tuvo un escalofrío que la recorrió el cuerpo. ¿Cómo sería aquel hombre? ¿La respetaría? Bueno... todo lo que en esos lugares se puede respetar. Era joven. Quizá no muchos años mayor que ella. No había levantado la vista del suelo, por tanto no sabía si era guapo, o no. Pero al menos olía bien, a perfume varonil con olor a roble y a hierbas. Era agradable. Esperaba que también sus modales lo fueran.

De nuevo unos golpes en la puerta la distrajeron de sus pensamientos. Él procedió a abrirla, dando paso a un camarero depositando encima de una mesa el pedido formulado.


Ese breve espacio de tiempo, ella lo aprovechó en inspeccionar el lugar en el que "trabajaría". Era una suite moderna, limpia y agradable. Pensó que debía ser un cliente muy especial, o quizás las habitaciones, todas, fueran así de acogedoras. Todas menos las de ellas.

—Estás muy callada. ¿Puedes decirme cómo te llamas? Te aseguro que no muerdo a nadie.

— Adeline es mi nombre

— Un nombre bonito para una chica preciosa.

— Gracias señor

— ¡Vamos! Déjate de tanto protocolo. Estamos aquí para una cosa muy concreta y espero no defraudes las expectativas que has levantado.¿ De dónde eres?

— Extranjera

— Eso ya lo sé — dijo riendo mientas abría la botella de champán y la ofrecía una copa.

— Al menos es educado — pensó para sí.

Ella permanecía de pie ante él. Alex se sentó en un butacón y la examinaba de cerca, embebiéndose en su rostro y en su cuerpo, algo que la violentaba mucho. Poco a poco, él sentía que la sangre se le agolpaba en determinado lugar de su anatomía, poco a poco. Pero no quería impacientarse. Probablemente no sólo la tendría toda la noche, sino que al día siguiente. Si fuera tan buena como es su físico, creía que nunca tendría otra oportunidad de disfrutar de tan bello cuerpo.


No duró mucho tiempo su contemplación. Notaba que minuto a minuto la deseaba más. Se levantó lentamente y se puso cerca de ella. La obligó a levantar la cabeza posando su mano en su barbilla  con delicadeza, entonces vió reflejado en sus ojos el miedo y el nerviosismo que tenía. Nunca se había enfrentado a una situación semejante. Quizá con alguna chica "normal", pero nunca en un burdel, en ese burdel del que era cliente desde hacía tiempo. 

— Qué extraño — se dijo. Pero el deseo podía más que cualquier otra cosa. Hizo que se girara, y comenzó a desabrochar el vestido.

Ella temblaba como una hoja y las lágrimas pugnaban por salir. El vestido se deslizó hasta el suelo, quedando su cuerpo con la ropa interior. Por eso habían insistido tanto en que fuera seductora.

Ella se tapaba el pecho con los brazos, mientras él daba vueltas a su alrededor. Comenzaba a sospechar que había algo que no cuadraba. Pero la madame, estaba seguro de ello, no le hubiera enviado a esta extraña chica si no hubiera algo justificado. Era exquisita. Su piel suave como la seda, aunque algo tímida, pero él se encargaría de que perdiera la vergüenza.

 Depositó un suave beso en su hombro, y retirando el cabello hacia un lado, mordió suavemente el lóbulo de su oreja y depositó un suave beso junto a ella, en el inicio del cuello.

Adeline sintió un escalofrío. Era delicado y había elegido la dulzura en lugar de la posesión inmediata. No todos eran tan delicados como él. Al menos se estrenaría con alguien que merecía la pena.

viernes, 18 de junio de 2021

El día que nunca existió - Capítulo 5 - La alegre muchachada

 Las condujeron a un anexo a la casa, y allí tendrían sus habitaciones. Había una puerta con seguridad que, para abrirla, había que introducir la clave de una tarjeta en posesión de alguien. En el centro de la puerta un enorme cartel que anunciaba que estaba prohibido el paso. Delante de la fachada de esa especie de cabaña, había un pequeño jardín, y rodeando la casa hasta la central, una valla de alambres espinosos. ¿Guardaban acaso un tesoro? Era lo que la mente de Danka imaginaba y no quería suponer que ellas eran ese tesoro.

Subieron unas escaleras en cuyo final había un corredor compuesto por puertas con un número. No había duda: eran donde vivirían. Había hasta seis puertas, pero ellas eran solamente tres. Probablemente las otras tres estuvieran de vacaciones, de viaje o... ¿trabajando? ¿En qué? No quería ni pensar en la clase de trabajo al que las habían destinado. Ahora todo encajaba.


Una a una las fueron ubicando en cada una de esas puertas. A ella la correspondió la 06, al final de todas. Ni siquiera sabían cómo se llamaban. A las otras dos las acoplaron en la 01 y 02. Echó cuentas y faltaban tres..

Cada una de las puertas tenía una cerradura de seguridad. Tan sólo podía abrirse desde afuera. Estaba claro que , como había sospechado no habían venido como secretarías sino como chicas de alterne.

Había escuchado noticias al respecto, pero nunca pensó que le ocurriera a ella. Ni siquiera tenía su pasaporte, y de ello deducía que era su salvoconducto. Su seguro contra ellas de esos infames mercaderes. No tardarían  mucho en ponerlas en "venta". Parecía un león enjaulado. No podía creerse lo que estaba viviendo. Sola, porque no conocía a nadie ni siquiera la permitirían comunicarse con nadie. Y se acordó de su padre al que posiblemente no volvería a ver. ¿Yuri la ayudaría? Ni siquiera debía pensar en eso; él estaba al tanto de todo, y fue él quién la puso el cebo para que picase . 

Se sentó en la cama mesándose los cabellos con desesperación. Ni siquiera podía comunicarse con las otras dos chicas. Las habían separado a propósito. No podrían hablar ni  con el alfabeto morse a través de las paredes. Miró alrededor de la habitación, que no era bonita. Tenía una cama, una mesita de noche, una especie de pupitre para poner los maquillajes. De la pared pendía un espejo viejo y desgastado. Una lámpara en el techo de poco voltaje y una ventana arriba de la pared con una reja.

Trató de activar el picaporte, que no cedió, ya que se necesitaba una clave para que se abriera la puerta. Estaba prisionera, peor que en la cárcel. Al menos allí podrían pasear y hablar con las compañeras de celda.  Se tumbó en la cama y se puso a llorar.  No sabía la hora que sería pero la luz del día había desaparecido hacía rato.


Palpó el colchón en el que estaba sentada y comprobó que no era muy alto y no parecía de lana, sino de borra. La cama sería incómoda y dura; ni siquiera el descanso las daban. Su llanto se incrementaba cada vez más. No tenía consuelo y constantemente se preguntaba el por qué le había tocado a ella,. el por qué a cualquier chica inocente pescada en la calle.

De repente sintió que abrían la puerta. Uno de los esbirros del avión portaba una bandeja con la cena. Ni  la dio las buenas noches, y no respondió a las desesperadas preguntas que le hizo. Era como si hablara a la pared.

En el rancho Mulligan se celebraba el cumpleaños de Alexander. Harían una barbacoa para todos los empleados, y después a la noche, lo celebraría con sus amigos. 

— En cuanto terminemos la barbacoa,  volveré a Sacramento. Me esperan mis amigos para celebrarlo — dijo a su padre

— Ten cuidado con lo que haces y con quién vas — contestó Alejandro

En la soledad de su dormitorio y, al dar las buenas noches a su mujer siempre charlaba con ella. Hoy sería un día especial: Alex cumplía veinticinco años y trece de la desaparición de su mujer.

— Sé que no lo apruebas, pero es su cumpleaños. Es todo un hombre y un día es un día. No me regañes por ello — decía a la fotografía sonriente de Amanda en plena juventud.

Alexander, gritaba más que cantaba cuando iba en carretera hasta la ciudad y allí comenzaría el verdadero festejo de su cumpleaños. Sus amigos le esperaban. Después de echarse unos tragos, irían todos a la casa de Madame Margueritte a celebrarlo a lo grande. Eran habituales  clientes, aunque principalmente Alexander Jiménez, bastante conocido por la madame y que antes lo fuera su padre.


Habían pasado tres días desde que las chicas llegasen a ese lugar que ni siquiera sabían cómo se llamaba y dónde estaban.

Danka estaba nerviosa y no sabía muy bien el porqué las tenían encerradas sin trabajar ni hacer nada. Había asimilado que terminaría siendo una puta de burdel. Estaba claro. Pero no entendía tanto despilfarro en los vestidos que habían gastado en ellas. Pronto saldría de dudas.

 Hacia media tarde, volvieron a abrir la puerta para darles instrucciones, que debían cumplir al pie de la letra:

Elegid el vestido que queráis, pero que sea elegante. Una ropa interior seductora. Algo de maquillaje y los zapatos con el tacón más alto que tengáis. Son las seis, a las siete volveré a recogeros y os llevaré hasta el "despacho". Cuando estemos allí, os daré el resto de instrucciones que debéis cumplir de inmediato. Tenemos un eslogan que dice: "el cliente ha de quedar satisfecho en todo lo que le ofrezcamos". Así que haceros una idea del porqué estáis aquí.

Y así fueron puerta por puerta de las tres novatas. Se acordó de su padre y se le saltaron las lágrimas.

— Mejor que no lo sepa nunca— se dijo ahogando un sollozo.

No tenían mucho tiempo que perder. Tenían una hora para acicalarse, y debían hacerlo, de lo contario, les darían un gran escarmiento. No quería ni pensar en lo que pudiera ser.

Se dispuso a ser sumisa, ya que no tenía otra solución. Esperaría haciendo de tripas corazón, hasta conocer bien el sitio y encontrar una salida. Para ello debía ser dócil y no dar señales de disconformidad, con el fin de ganarse la voluntad de sus guardianes.


Y al fin conocieron el .local de Madame Margueritte. Se asombró del lujo asiático con el que estaba decorado. Era una estancia grande, muy grande. En uno de los rincones había unas mesas para dos personas, en las que se suponía que bebían o concretaban el trabajo. En una de las paredes, un sofá grande y sendos butacones a su lado, y cojines por el suelo, muchos cojines. Al fondo, una barra en la que un camarero servía la bebida y unas camareras ligeras de ropa, servía las mesas.

Y chicas semi desnudas dando vueltas alrededor de la sala o recibiendo a los clientes que en esa noche de fin de semana, eran asiduos, y muchos. De todos los pelajes: elegantes y otros burdos.

Las habían dicho que tenían que hacer que bebieran y que cuanto más lo hicieran, mayor sería la comisión que recibirían. 

Nuestros muchachos entraron alegres y sonrientes, buscando con la mirada la oferta que tenían para ese día.. Margueritte, al ver a Alex. se levantó del sofá y fue a su encuentro. Sabía que era su cumpleaños y, como gentileza de la casa por las buenas propinas que dejaba, guardaba algo especial para él. Fue en su burdel, no en éste, sino con el que comenzó el negocio, en que el chico perdió su virginidad. Le tenía cariño y, siempre tenía alguna cortesía para él. Quizá fueran reminiscencias  de su padre, pues  durante algún tiempo frecuentó su garito después de perder a su mujer, y hasta llegó a tener esperanzas de ser algo más que una "fulana" para él. Pero no fue así.

— ¡Mi querido Alex! Feliz cumpleaños.

— Madame ¿Cómo lo sabe?


— Hijo mío. Me lo dijo tu padre. Fue un viejo amigo, pero ahora se ha olvidado de nosotras.  ¡Menos mal que te tenemos a ti! Y por ser tu fiesta, te he guardado algo especial y recién llegado. Te va a sorprender. Mira está en lo alto de la escalera.

Alexander dirigió la mirada a donde la Madame le indicaba y, efectivamente en la escalera estaba la asustada y horrorizada Danka.

— Gracias Margueritte. Es preciosa. Espero que cumpla con su trabajo

— Yo también lo espero. Yo también lo espero. Os he reservado la suite especial, en tu homenaje ¿Cuánto tiempo estarás?

— Señora es  muy directa. Pero sabe que eso no es problema. Si quedo satisfecho, igual hasta mañana. No se preocupe por el precio. Creo que la chica lo merece. A mis amigos, ya sabe. Que ellos elijan. Póngalo todo a mi cuenta..

La madame hizo una seña con la cabeza a uno de los guardianes y a Alex le dio el número de habitación. Y hacia allí se encaminaron los dos, cada uno por su lado. Pero ella sería la que entrara después, porque así causaría más impacto e impaciencia en el cliente. Eran normas de la casa.




El día que nunca existió - Capítulo 4 - Con destino desconocido

 En el puente de San Carlos se encontraron y fueron hasta un café cercano para ultimar los detalles. Él partiría al día siguiente, pero regresaría diez días después. En ese tiempo tendría que dejar instalado a su padre en una residencia y,  arreglada la casa que sería atendida por la portera del edificio. Para todos esos gastos pidió un anticipo, que le fue concedido ampliamente. Yuri volvería en el tiempo previsto y le dio instrucciones para que tuviera el pasaporte listo y la documentación que precisase. También habría de firmar un contrato por el importe de los adelantos monetarios obtenidos.

Iría con ella a las mejores boutiques de Praga y a una buena peluquería para su presentación ante su socio. Había borrado de su cabeza la desconfianza. Hasta ese momento había cumplido con todo lo que le había prometido. 

Y así, poco a poco, se convenció de que era cuestión de suerte el estar en el lugar adecuado en un determinado momento. Debería tener todo listo para cuando regresase. No admitiría demoras, así que en ese corto espacio de tiempo tenía que realizar todas las gestiones. 


Visitó a su padre en la residencia que, efectivamente era a todo lujo y lo más importante:  él estaba contento en ella. Se despidió de él con la promesa de que en tres o cuatro días estaría de regreso y volvería a visitarle.

—¿Adónde vas? — la preguntó

— No lo sé aún, hasta que mi jefe no llegue. Pero en dos o tres días estaremos de regreso. Pienso que será a algún pais vecino.

— ¿Dónde puedo llamarte?

— No lo sé, papá. Yo te llamaré.

Se abrazaron la dio un beso y salió de la residencia. Al día siguiente llegaría su jefe y pasarían el día de tienda en tienda eligiendo ropa. Poco tiempo tendría libre. El suficiente para hacer el equipaje y luego tomar un avión con rumbo desconocido.

Sesión de peluquería y compra de trajes, tanto de salida, de tarde, como de noche. Fina lencería y por último los zapatos de tacón altísimos a los que no estaba acostumbrada.

Algunas veces la  incomodaban las miradas que Yuri la dirigía. No eran miradas de admiración sino más bien lascivas, y eso no la gustaba nada. Lo cierto era que se había convertido de cenicienta a princesa antes de chasquear los dedos. Estaba desconocida. Aparentaba mas edad debido a la ropa elegida y al maquillaje empleado, pero en realidad seguía teniendo dieciocho años.    

Permanecerían en Praga dos días más y sería presentada a uno de sus socios . Les acompañó esa noche en la cena, pero a los postres se disculpó ya que, quizá por el vino, al que no estaba acostumbrada, no se encontraba muy bien. Le habían reservado una habitación en el mismo hotel. Tardó menos de media hora en caer rendida por el sueño.


Conocía el hotel, pero sólo su fachada. Quedó deslumbrada cuando entró en la habitación. Nunca imaginó pernoctar en un lugar tan lujoso. ¿ Qué clase de trabajo tenían para tanto derroche? No terminaba de encajar las piezas. Se hacía mil preguntas y ella sola las respondía.

Era casi mediodía, cuando el teléfono interior de la habitación la despertó:

— Danka, soy Yuri. Mi socio te ha dado el visto bueno, así que debutarás en el empleo. Os adelantaréis. Iréis en avión hasta América. Yo me reuniré con vosotros en un par de días.

— ¿América? No me hablaste de ir tan lejos. Dijiste que sería cuestión de un par de días y si vamos a América serán más  

— No lo sabía, pero no creo te importe. Te he dado todas las facilidades del mundo. Ahora no empieces con remilgos.  Si no te gusta, en cuanto terminéis puedes largarte. Es así de sencillo, pero ten en cuenta que tienes contraída una deuda, con nosotros, bastante importante. Si te despides, deberás saldarla antes de irte

—  Esto no es lo que me dijiste

— Haz este trabajo y después puerta. Así de sencillo. Pero ahora no me puedes dejar en mal lugar. No después de las recomendaciones que he hecho por ti.

— Está bien, por esta vez pase. Pensaré, con arreglo a lo que vea, si continúo o me voy cuando regresemos.

— No me hagas quedar mal. Hasta que nos veamos—se despidió

— Adiós Yuri. 


El nuevo jefe la esperaba en la puerta del hotel vigilando que el equipaje estuviera dentro del taxi que había  llamado. Echaba de menos a Yuri , era más simpático y hablador. Con éste apenas había cambiado hola y adiós. Su gesto era huraño y ni siquiera sabía de dónde era ni en que idioma se expresarían. Seguramente en inglés, que ella dominaba. Pero no se sentía a gusto en presencia de este hombre. No le inspiraba confianza. Se sentía muy tímida ante sus miradas que recorrían su cuerpo casi constantemente. Le daba miedo. 

— Si al menos Yuri estuviera aquí...— Pensaba.

Y llegaron al aeropuerto, allí supo que su destino sería California . Demasiado lejos. Un viaje ocultado ¿Qué de particular tendría que se lo hubieran dicho? ¿Guardaban algo? Pero el caso era que al pasar las aduanas, el equipaje no escondía nada. Los pasaportes eran auténticos, es decir no se trataba de malhechores que quisieran ocultar algo. Su pasaporte obraba en manos de este jefe poco hablador que la acompañaba en el viaje.

— Quizá sea su costumbre: no dar explicaciones de nada; sólo las justas —se dijo.

Ya instalados, observó que otras dos muchachas ocupaban asientos detrás de ellos, y que era el mismo jefe quién también estaba al mando, aunque las acompañaban otros dos sujetos bien vestidos, pero con cara de pocos amigos. Ni siquiera saludaron. Le preguntaría si serían compañeras. Se sintió más tranquila al saber que ellas también viajaban con ellos, pero no pudo averiguar qué clase de trabajo desempeñarían. En los asientos detrás de las muchachas, iban los hombres con quienes había hablado su jefe antes de entrar al avión.

Los motores comenzaron a escucharse. Los asientos en vertical y los cinturones abrochados. Poco a poco, el avión comenzó a rodar por la pista. Danka se aferraba fuertemente al brazo de su asiento; la daba miedo el despegue. Lo cierto es que no había viajado en avión. No tenía dinero para hacer un viaje largo y, este sería su primera vez.  El jefe, sentado a su lado, notó  el temor de ella y puso una de sus grandes manos sobre las de ella, al tiempo que la decía:

— No tengas miedo, enseguida tomaremos altura y después ni te enterarás de que vamos en este trasto metidos.

Ella le sonrió suavemente y asintió con la cabeza. Una vez tomada la altura correspondiente,  reclinó hacia atrás el asiento e intentó, o fingiría dormir. Su jefe la intimidaba y no tenía ganas de entablar conversación con él. Si es que lo hiciera. No sabía de qué podrían hablar.


Harían escala en San Francisco, pero tardarían casi quince horas en llegar a la ciudad y después  casi otra hora en llegar a su destino. Había fingido estar durmiendo. Las otras chicas y sus acompañantes también lo hacían, pero su jefe de al lado, hablaba por teléfono con alguien y por él supo que su destino final sería Sacramento al que llegarían en casi una hora desde San Francisco.

   Y se repetía mentalmente ¿por qué tan lejos y con tanto secretismo? Algo había que no terminaba de convencerla. Y su alarma interior se encendió, pero ya no había arreglo. Estaba a miles de kilómetros de su casa y sin conocer a nadie. Los únicos, eran estos  hombres tan  extraños y, por supuesto a ellos no podía pedir ayuda y con sus propias fuerzas, porque tampoco de Yuri podía fiarse. Trataría de hablar con las otras chicas en la primera ocasión que tuviera, a ver si ellas la sacaban de sus sospechas.                                                                        


     Ya estaban en el aeropuerto de Sacramento ¿Sería su destino final? Posiblemente, porque se dirigían a recoger el equipaje, que extrañamente el de ellos era una pequeña maleta, mientras que las de ellas, las de las tres, eran maletas grandes y lo menos seis.

Danka trataba de encontrar respuesta a todas las preguntas que se hacía, y  todas   tenían sus conclusiones lógicas, pero la ignorancia, la incomunicación con quienes viajaban hacían que levantara los pies más altos que la cabeza. Y eso la intranquilizaba. 

También encontraba extraño el que las prohibieran hablar entre ellas, cuando lo más natural del mundo es que al juntarse las mujeres, comentaran las incidencias del viaje, el destino al que habían llegado... etcétera. Pero ellas lo tenían prohibido, es más ni siquiera habían tenido oportunidad de saludarse y saber sus nombres.

Y ahora ¿Dónde irían a parar? ¿A algún hotel? Tomaron un coche grandísimo, como nunca había visto que, les aguardaba a la salida del aeropuerto. Lo tenían todo previsto. 

— Así de organizados son éstos del este — pensó en voz baja. Había deducido que eran rusos.

Algo más tranquila pararon delante de una casa de dos plantas de estilo colonial, pero en lugar de entrar por la  fachada principal, lo hicieron por la trasera, también bonita pero...  

— ¡Qué extraño es todo esto !

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