Carmina y Manuela preparaban la mesa. Era un día especial: cumplía cincuenta y seis años y se reuniriá toda la familia para celebrarlo. Hacía diez años que se había quedado viuda, pero aún guardaba luto por su esposo. El suyo fué un matrimonio " muy de la época": la esposa en casa dedicada al hogar y a la educación de los hijos. El marido ejerciendo su propfesión, y si se terciaba alguna "juerguecilla". Las dos mujeres vieron complacidas el resultado de la preparación
--Nos faltan las flores- dijo Carmina
-- Voy por ellas-apostilló Manuela
-- Ahora está todo correcto- dijo Carmina sonriendo-. Voy a sentarme un ratito, estoy cansada. ¿Sabes Manuela ?, cuando me quedé viuda me comía el mundo. Si tuviera que hacer ahora lo de entonces, creo que no podría. Los años pasan tan rápido que no te das cuenta de que enfilas la recta final. A veces echo la vista atrás y me digo : " aparte de criar a mis hijas, qué es lo que he hecho. ¡ Nada!. A penas he vivido, y mi tiempo se agota"
-- Señora, no diga eso. Es jóven aún y está muy guapa. Viaje, salga con amigas, disfrute ahora que ya no tiene obligaciones
-- ¡ Ay Manuela ! ¿ dónde voy sola ? Mis amigas, unas están casadas y salen con sus maridos, otras se han echado un ligue. La única que está como yo, Luisita, anda delicada de salud.
-- Haga un crucero, de esos que anuncian por la tele
-- ¿De los que te buscan pareja? Ja, ja, ja,. Por Dios Manuela. No tengo veinte años. ¡ Ay mis veinte años ! Ni siquiera disfruté de mi juventud. Con esa edad ya era novia de mi marido. Él estaba terminando la carrera y no teníamos ni un duro, ni para ir al cine siquiera. La mitad de los días de la semana no nos veiamos, y los sábados y domingos siempre tenía que estudiar. Luego llegó el MIR, la plaza en la Seguridad Social y por fin la boda, y enseguida las niñas. Cuando ellas fueron mayores y teníamos una posición desahogada, se lió con una paciente. Lo demás... ya lo sabes.
-- Señora ...
-- A mi manera fuí feliz. Era lo que tocaba en aquella época, a las mujeres. Y fuí afortunada, no todas tenían estudios, ni sabían idiomas ó música. Sencillamente nos preparaban para casarnos. Teníamos matrícula de honor en bordados, vainicas, etc. Durante años cosíamos nuestro ajuar, y eso si, con suerte, nuestro prometido estaba libre del Servicio Militar. En ausencia de los novios no nos estaba permitido salir siquiera, con nuestras amigas: en casita guardando la ausencia de él.
Manuela tomó la mano de su jefa y depositó un beso en el dorso. Tenía suerte, pensó. Ella era una mujer independiente que no tenía que dar cuentas a nadie.
--Bueno, por hoy suficiente nostalgia. Voy arreglarme. Dentro de un rato estará aquí la "tropa"revolucionándolo todo. ¿ A que son unos niños preciosos?, pero ¡ qué guerra dan, cuánta energía... cielo santo!.
Se dirigió a su habitación y eligió la ropa que se iba a poner. El día anterior estuvo en la peluquería; se había teñido el cabello en color castaño dorado y se lo había cortado. Parecía haber rejuvenecido.
Se maquilló ligeramente y por último se puso el vestido que más le favorecía. En sus orejas resaltaban unos botones de brillantes y en su mano derecha pusó los dos anillos de casada y el de su compromiso. Con unas gotas de perfume dió por terminado su arreglo personal. De siempre había usado Rive Gauche, su preferido. Se miró al espejo y satisfecha con lo que reflejaba, salió de la habitación y aguardó a que llegaran sus hijos.
Y llegaron en tromba. Abrazaron los res niños a su abuela con el alboroto consiguiente y la satisfacción de Carmina. Las hijas impusieron el orden, mientras que sus respectivos maridos comentaban el cambio, a mejor, que había experimentado Carmina.
-- Estás guapísima, Dios mio. ¿ dónde estabas durante todo el tiempo?,- comentó Ramón, marido de su hija mayor Raquel
-- ¡ Oye, un respeto ! estás hablando de mi madre - protestó Raquel
-- Pero es verdad. Tu madre está de muy buen ver. ¿ A que si, Luis ?
-- Desde luego. Si la viera por la calle, y no fuera mi suegra, me giraría para mirarla y decirle un piropo
Todos rieron y los niños corrian felices por la casa, contentos de estar los tres juntos. Luis sirvió un Martini con la aceptación de todos. Carmina sentía la necesidad de estar alegre. Su organismo se lo permitía: no tenia colesterol, ni la tensión era alta, no padecía del estómago y hasta la menopausia había sido generosa con ella: total ausencia de sofocos, dormía perfectamente y no había engordado ni un gramo. Se cuidaba mucho, iba a un gimnasio dos veces por semana y sus cenas eran frugales, lo que le permitía de vez en cuando hacer un exceso. Quería cuidarse, necesitaba sentirse bien con ella misma.
Su marido no le piropeaba a menudo: se había acostumbrado a tenerla en casa, siempre impecable, pero nunca le dedicó especial atención. Cumplía a la perfección su labor como esposa del jefe de equipo de Cardiología de un importante hospital, y pronto le harían director. Gozaban de una posición económica muy acomodada. Sus dos hijas habían ido a la universidad. Una estudió farmacia y la pequeña periodismo de investigación. Sus vidas eran tranquilas. Salían a cenar con los amigos, atendían sus compromisos profesionales... Una vez a la semana se reunía con sus amigas, en lo que ellas denominaban " tarde de chicas", y que consistía en ir de compras, al teatro o a jugar cartas.
Y el tiempo fué pasando y las chicas se independizaron, y posteriormente se casaron con un intervalo de un año. La casa se quedó vacía sólo con ellos dos. Cada vez Carmina estaba más sola.
--Nos faltan las flores- dijo Carmina
-- Voy por ellas-apostilló Manuela
-- Ahora está todo correcto- dijo Carmina sonriendo-. Voy a sentarme un ratito, estoy cansada. ¿Sabes Manuela ?, cuando me quedé viuda me comía el mundo. Si tuviera que hacer ahora lo de entonces, creo que no podría. Los años pasan tan rápido que no te das cuenta de que enfilas la recta final. A veces echo la vista atrás y me digo : " aparte de criar a mis hijas, qué es lo que he hecho. ¡ Nada!. A penas he vivido, y mi tiempo se agota"
-- Señora, no diga eso. Es jóven aún y está muy guapa. Viaje, salga con amigas, disfrute ahora que ya no tiene obligaciones
-- ¡ Ay Manuela ! ¿ dónde voy sola ? Mis amigas, unas están casadas y salen con sus maridos, otras se han echado un ligue. La única que está como yo, Luisita, anda delicada de salud.
-- Haga un crucero, de esos que anuncian por la tele
-- ¿De los que te buscan pareja? Ja, ja, ja,. Por Dios Manuela. No tengo veinte años. ¡ Ay mis veinte años ! Ni siquiera disfruté de mi juventud. Con esa edad ya era novia de mi marido. Él estaba terminando la carrera y no teníamos ni un duro, ni para ir al cine siquiera. La mitad de los días de la semana no nos veiamos, y los sábados y domingos siempre tenía que estudiar. Luego llegó el MIR, la plaza en la Seguridad Social y por fin la boda, y enseguida las niñas. Cuando ellas fueron mayores y teníamos una posición desahogada, se lió con una paciente. Lo demás... ya lo sabes.
-- Señora ...
-- A mi manera fuí feliz. Era lo que tocaba en aquella época, a las mujeres. Y fuí afortunada, no todas tenían estudios, ni sabían idiomas ó música. Sencillamente nos preparaban para casarnos. Teníamos matrícula de honor en bordados, vainicas, etc. Durante años cosíamos nuestro ajuar, y eso si, con suerte, nuestro prometido estaba libre del Servicio Militar. En ausencia de los novios no nos estaba permitido salir siquiera, con nuestras amigas: en casita guardando la ausencia de él.
Manuela tomó la mano de su jefa y depositó un beso en el dorso. Tenía suerte, pensó. Ella era una mujer independiente que no tenía que dar cuentas a nadie.
--Bueno, por hoy suficiente nostalgia. Voy arreglarme. Dentro de un rato estará aquí la "tropa"revolucionándolo todo. ¿ A que son unos niños preciosos?, pero ¡ qué guerra dan, cuánta energía... cielo santo!.
Se dirigió a su habitación y eligió la ropa que se iba a poner. El día anterior estuvo en la peluquería; se había teñido el cabello en color castaño dorado y se lo había cortado. Parecía haber rejuvenecido.
Y llegaron en tromba. Abrazaron los res niños a su abuela con el alboroto consiguiente y la satisfacción de Carmina. Las hijas impusieron el orden, mientras que sus respectivos maridos comentaban el cambio, a mejor, que había experimentado Carmina.
-- Estás guapísima, Dios mio. ¿ dónde estabas durante todo el tiempo?,- comentó Ramón, marido de su hija mayor Raquel
-- ¡ Oye, un respeto ! estás hablando de mi madre - protestó Raquel
-- Pero es verdad. Tu madre está de muy buen ver. ¿ A que si, Luis ?
-- Desde luego. Si la viera por la calle, y no fuera mi suegra, me giraría para mirarla y decirle un piropo
Todos rieron y los niños corrian felices por la casa, contentos de estar los tres juntos. Luis sirvió un Martini con la aceptación de todos. Carmina sentía la necesidad de estar alegre. Su organismo se lo permitía: no tenia colesterol, ni la tensión era alta, no padecía del estómago y hasta la menopausia había sido generosa con ella: total ausencia de sofocos, dormía perfectamente y no había engordado ni un gramo. Se cuidaba mucho, iba a un gimnasio dos veces por semana y sus cenas eran frugales, lo que le permitía de vez en cuando hacer un exceso. Quería cuidarse, necesitaba sentirse bien con ella misma.
Su marido no le piropeaba a menudo: se había acostumbrado a tenerla en casa, siempre impecable, pero nunca le dedicó especial atención. Cumplía a la perfección su labor como esposa del jefe de equipo de Cardiología de un importante hospital, y pronto le harían director. Gozaban de una posición económica muy acomodada. Sus dos hijas habían ido a la universidad. Una estudió farmacia y la pequeña periodismo de investigación. Sus vidas eran tranquilas. Salían a cenar con los amigos, atendían sus compromisos profesionales... Una vez a la semana se reunía con sus amigas, en lo que ellas denominaban " tarde de chicas", y que consistía en ir de compras, al teatro o a jugar cartas.
Y el tiempo fué pasando y las chicas se independizaron, y posteriormente se casaron con un intervalo de un año. La casa se quedó vacía sólo con ellos dos. Cada vez Carmina estaba más sola.
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