lunes, 13 de julio de 2015

Vivir la vida - Capítulo 5 - Depresión


Habían pasado varios meses desde que Marita plantó a su marido.  Ella,  a pesar de todo, estaba conmocionada. En el transcurso de los días, a medida que iba asimilando su nueva situación, se daba cuenta de que se había quedado sola. Sus antiguas amigas la ponían excusas para no salir con ella, la habían dado de lado.  Se daba cuenta de que ya no era bien recibida en su círculo de amistades, dejaron de invitarla a comer, y las reuniones que solian hacer. En cambio su marido con su secretaria era bien recibido en los mismos círculos. Sorprendía a algunas de sus amistades hablando por lo bajo sobre ella, y cambiaban la conversación cada vez que se acercaba a ellos. Poco a poco dejó de frecuentar a esas falsas amistades.  Tan solo su íntima amiga Luchi, la única que conocía la verdad, había permanecido fiel a su amiga. Tenía toda su comprensión, quizá porque ella estaba sufriendo la misma infidelidad que ella, sólo que no había tenido la valentía de poner las cartas boca arriba con su marido.

Luchi fué su paño de  lágrimas.  Un día al llegar a casa de Marita, la encontró más desmejorada que de costumbre; había estado llorando, se sentía la criatura más desgraciada del mundo

-No valgo para nada, no sé hacer nada. Sólo quiero acostarme y no amanecer ¿ Qué vida ha sido la mía, cuál ha sido mi delito?  Quise a un hombre y me engañó. No tuve a su lado ninguna satisfacción, y por si fuera poco corre el infundio de que " me tuvo que dejar porque me había vuelto insoportable por la menopausia, y ni siquiera había valido para darle un hijo". . .   No es justo, no me lo merezco . . .

- Ya lo sé. Te lo advertí antes de que tomaras la decisión. He de decirte que de todas nuestras amigas, la mitad son engañadas por sus maridos. Yo misma. . . nunca te he dicho nada, pero sé que mi marido me engaña. Pero ninguna tuvimos la valentía de hacer lo que tú.  Ahora ya es tarde. . . yo no podría vivir de otra manera porque no tengo la solidez económica que tu tienes.
Angel ha subido mucho con lo de la burbuja inmobiliaria; le va muy bien y claro, el dinero es muy tentador. Ahora todos los círculos financieros los tiene abiertos de par en par.  Lo que te quiero decir, es que tu palabra no vale nada, y si,  la de él, que va a misa. . . Dan por cierto su versión de lo vuestro. . . tú serías la culpable de que él salga con su secretaria que le entiende a las mil maravillas y le hace muy feliz.  Así están las cosas . . .   Voy a darte un consejo que a mi me ha servido, si no para arreglar mi matrimonio, si para que yo viva tranquila, porque a estas alturas es lo que me importa. A mi marido que le frian un paraguas.  A cambio de " mis tragaderas", yo dispongo del dinero suficiente para mis caprichos. . . Si, si, ya lo se que no es solución, pero después de tantos años y tantas faenas, el amor ha desaparecido y ahora nos soportamos, simplemente nos soportamos

-  Pero Luchi, ¡ eso es terrible ! ¿ Cómo puedes vivir con un hombre al que no amas y dormir con él?

- ¡ Ay hija, pues eso: durmiendo, y además en camas separadas ! Ya te lo he dicho, nos soportamos.  Para poder vivir así, me he buscado un psicólogo para hacer más llevadera este tipo de vida. Tú deberías hacer lo mismo; al menos tendrías a alguien con quién hablar sin temor a que divulgase tus confidencias.  Lo que no puedes hacer es meterte en casa a llorar. Eso ni hablar, lo último.  Con que anda, levanta y arréglate y vámonos a la calle a dar una vuelta 

- Perdóname, Luchi, pero no puedo.No tengo ganas

- Pues te aguantas, Venga, venga. . .


A regañadientes Luchi consiguió arrancar a su amiga de  casa y decidieron ir, lo primero a comer. Después ya verían . . .  La llevó al restaurante más clásico de Madrid:  L'Hardy en la Carrera de San Jerónimo y allí trató de animarla y convencerla de que debería ver al psicólogo. Quizás el que ella tenía. Era muy competente y agradable. Pediría hora para una consulta

- De verdad, Luchi, ahora no. No me siento con fuerzas para contarle mis cosas a un desconocido

- ¡ Pero para eso están !. Hazme caso y verás cómo te alegras.

Y tuvo su primera consulta. El gabinete lo tenía en el Barrio de Salamanca, un barrio de postín de Madrid, en la calle de Lista.  A las once de la mañana.  Al llegar al portal se fijó en una placa de bronce en la que decía :  Ricardo Ortiz Loraque (Gabinete Psicológico- Piso 1º izda ). Entró en el portal y subió al primer piso, pulsando el timbre.  Le franqueó la entrada una asistente de más o menos su misma edad. La hizo pasar a una salita hasta que el psicólogo quedara libre para atenderla.

No tuvo que esperar mucho y fue el mismo profesional quién recibió a Marita. La presencia del psicólogo le causó buena impresión. Era alto, bien parecido y tenía una sonrisa amable que hacía perder toda clase de reticencias, muy al contrario inspiraba confianza.

- ¿Es  usted Mª del Carmen Núñez?




En un principio, ella no se dio cuenta de que a quién se refería era a ella

- Oh, perdón. Estoy acostumbrada a que me nombren por mi apelativo Marita, y casi no me acuerdo de que soy Mª del Carmen
-¡ Marita !, me gusta más. Oh Carmiña, Carmita. Cómo usted quiera que la nombre. . . Marita. Me gusta Marita
- Bien, pues ea Marita. Pase por favor

Esa fué la primera vez que se vieron, la primera vez que sus miradas se cruzaron. La primera vez que Ricardo supo que existía una mujer con un alma gemela a la suya. En su vida había entrado Marita Núñez Bernal, aunque tardaría algún tiempo en averiguarlo.

- ¿ Quiere un café o un refresco ?-  la preguntó Ricardo

- No muchas gracias. Si acaso un vaso de agua.  Estoy algo nerviosa

-¿ Está nerviosa?

- Es la primera vez que recurro a un psicólogo, es más soy muy reticente para estas cosas

- Bueno no se preocupe. Poco a poco se irá tranquilizando

El psicólogo se sentó en una silla frente a ella,  e inicio una conversación intrascendente. Deseaba tranquilizarla para que de esa manera  le confiara todo lo que la mortificaba.  Comenzó preguntándola si era de la capital. El era  de León, castellano viejo, y de esa forma la primera sesión fue una charla entre amigos.  La siguiente cita fue a la semana siguiente, peo ésta vez Marita fué más tranquila.

A la cuarta sesión, por fin, contó lo que en realidad la había llevado hasta allí: una depresión debida a la separación de su marido y el abandono de todas sus amistades.

Poco a poco fué desgranando todas sus inquietudes. Ricardo no la preguntaba nada, no tomaba notas, sólo la escuchaba.  A los dos meses desde la primera consulta él ya había conocido toda la vida de Marita. La miraba con atención , mientras ella desgranaba una tras otra todas las decepciones sufridas en su vida, pero aún no había narrado sus dificultades sexuales.  El entre líneas adivinaba su frustración y un sentimiento de lástima le invadía al ver que aquella mujer dulce y confiada, había perdido su juventud pendiente de una forma de vida y de un hombre que no la merecían..

Ella también observaba a Ricardo, preguntándose si estaría casado, o quizá tuviera novia. Era muy atractivo, y aunque no era un chiquillo, parecía  unos años más joven que ella.  Poco a poco sus encuentros semanales terminaron en amistad y un día al terminar la sesión, él la invitó a tomar algo después de salir

- Usted es la última persona por hoy. La invito a un café ¿ acepta ?

- Si, desde luego

Entraron en una cafetería y pidieron unas tortitas con café. Acomodados uno frente al otro, se olvidaron de los formalismos de la consulta y fueron simplemente unos amigos en amena charla.  Fue Marita la que empezó a tutearle

- Creo que al menos deberíamos tutearnos. Ahora todo el mundo lo hace y además no podemos decir que seamos unos desconocidos. Tú conoces toda mi vida. Le dijo riendo

- Cierto, pero eso no vale.  Las confidencias se quedan en el gabinete. Ahora somos Marita y Ricardo, unos amigos charlando tranquilamente

- Y dime, ¿ estás casado?  Oh, perdona he sido una indiscreta, no he debido hacerlo. Quizá sea una deformación. . . no me gustaría, que si lo estás, ocurriera a tu mujer lo que me pasó a mi con mi marido

- ¿ Que te tomen por mi querida?

- Eso es

-No temas. Eso no ocurrirá.  - Y Ricardo se vio contando su historia.

- Ahora la psicóloga parezco yo. Ja, ja, ja

Ricardo permanecía soltero. Había tenido una novia hacía tiempo a la que había amado profundamente, pero él vivía con su madre y ésta cayó con Alzeimer. Vivió cuatro años, horribles y difíciles, y ella no quiso compartir su sufrimiento y le abandonó, causándole gran amargura, en el momento que más necesitaba de ella.

- Pasé una temporada tremenda entre la enfermedad de mi madre y el abandono de Estrella, que así se llamaba.  Cuando mi madre murió ya era tarde para reiniciar alguna relación. No tenía ni tiempo ni ganas.  Los años pasaron y yo no tenía edad para romances

- Lo siento Ricardo. Cuando acudes en busca de ayuda, nunca imaginas que la persona  a la que se la solicitas, pueda tener tantos problemas como los que tú sientes.

-¿ La sigues amando?

- No, ya no hay nada de aquello.

Marita le cogió la mano y ambos se miraron fijamente.  Después de merendar él la acompañó hasta su domicilio y allí se despidieron hasta la próxima sesión. Estaba  más segura de sí misma y por consejo de Ricardo, comenzó a recibir clases de conducción hasta conseguir el carnet. Cuando lo tuvo, se compró un coche no muy grande, pero que con ello adquirió más libertad de movimientos.

- Ahora tienes que ir a una academia para que te enseñen a manejar un ordenador, le dijo un día

- ¿ Cómo? no, no seré capaz. Es demasiado difícil, yo ya soy muy mayor

- ¡ Mayor ! si eres muy joven. Te quedan muchas cosas por hacer, como por ejemplo un viaje

- Mira eso si me apetece,¡ pero yo sola !. . .

- Podrías hacer un crucero por el mar Egeo que es una maravilla. En el barco encontrarás a personas afines a ti, y quién sabe quizás encuentres algún novio


- Quita, quita. Estas loco  . . . a mi edad

- ¿ A tu edad?  ¿Cuantos años tienes?

- Cincuenta y dos, querido. Cincuenta y dos

- Yo cuarenta y cinco y aquí me tienes. ¿ Me ves viejo ?

- Pero es distinto. Los hombres siempre sois jóvenes

- Eso era antes. Ahora las mujeres maduras son las que tienen más partido. Las jovencitas, si salen con un hombre de mi edad van porque la cartera está abultada. Sin embargo las mujeres como tu, van porque se vuelven a enamorar o simplemente desean compañía. Se me ocurre una idea. El verano está cerca ¿ qué tal si nos hacemos un viaje los dos, en vacaciones?

Ella aceptó inmediatamente.  Estaba empezando a sentir algo especial por Ricardo. El la había transmitido seguridad en si misma y hasta le había hecho creer que era una mujer muy atractiva.  Conservaba un buen tipo, pues al no haber tenido hijos, no se había deformado. Era distinguida y tenía buen gusto y elegancia. En su cabeza la ilusión se abría paso y estaba deseando que llegara el verano para viajar con él. ¿ Se habría enamorado?  Nunca había tenido esa sensación, ni tan siquiera cuando era novia de Angel.

- Angel . . .  me hiciste mucho daño, pero ahora ya no me importa. . .  Que  te frian un paraguas-. Se acordó de Luchi, pues esa era su frase preferida

Y el verano llegó, y ambos parecían unos chiquillos preparando todo para el viaje. Decididamente Marita se había enamorado de Ricardo, pero nunca se lo diría. Embarcaron en Barcelona y siguieron el itinerario del viaje.


Como bienvenida a los pasajeros, el capitán organizó una fiesta e invitó a tres parejas que compartieran su mesa durante la cena.  Una de las parejas afortunadas, fueron ellos.

  Marita estaba radiante. Con  su traje de noche estaba hermosa. Había ido a la peluquería del barco y el peinado le hacía joven, muy joven. Se había puesto su perfume preferido.

 Flanqueó la puerta de su camarote cuando Ricardo pasó a buscarla.  El,  de esmoquin,  se la quedó mirando, serio,  pero intensamente. Ella sonriente aguardaba a que él dijera algo, pero no dijo nada. Sólo la miraba

-¿ Estoy bien ? ¿ Me encuentras algo que no te gusta?

- Toda tú me gustas. Estás radiante. Vas a ser la mujer más bonita de todo el barco

- ¡ Dios mio !, nunca nadie me había dicho un piropo así, ni mi marido siquiera. . ., bueno él menos que nadie. Eres un cielo de hombre

Ricardo tomó su mano y la besó suavemente, ofreciendola el brazo para ir al comedor.

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